La predicación de Jesús estaba dirigida a gente de todo tipo, a ricos a pobres, sanos y enfermos, instruidos e ignorantes, jóvenes y viejos. Había entre ellos hombres y mujeres venidos de muchas partes pero, en general, eran orientales acostumbrados a hablar de un modo determinado y a que se les hablara de ese modo, propio de su tierra, cadencioso e indirecto, rico en figuras y comparencias.
Quizá debido a eso, quizá debido a otra cosa, Jesús se valió frecuentemente de parábolas para enseñar a quienes lo escuchaban.
La parábola es un relato con moraleja, una narración ejemplar, llena de intención docente, que ponía al alcance de cualquiera aquello que se quería explicar. Si bien, así y todo, había muchos que se quedaban en ayunas respecto al sentido del cuento. Lo cual les ocurría incluso a los apóstoles que, muchas veces, le pedían a Jesús que les explicara las cosas, charlando mano a mano.
A continuación explicaré algunas de las parábolas empleadas por Jesús, que he de aclimatar para insertarlas en nuestra vida cotidiana, tal como entonces se insertaron.
Parábola del Buen Samaritano o Comparencia del Viajante de Comercio apaleado
Un viajante de comercio iba en su camioneta por un camino solitario. Lo atajó una banda de ladrones, lo bajaron de la camioneta, lo molieron a palos y le robaron todo lo que llevaba, dejándolo de a pie, tirado al costado de la huella, medio muerto.
Pasó por allí un rabino, que servía en el Templo de Jerusalén. Vio al viajante tumbado pero, por no molestarse y porque andaba apurado, siguió de largo.
Pasó después un levita, que era lo que podríamos llamar un “vecino caracterizado”, que organizaba colectas para socorrer a los israelitas carenciados y ocupaba el primer banco en la sinagoga. También siguió de largo nomás.
Pasó por último un samaritano, gente mal vista por los judíos, que la tenían en menos. Vio al caído, lo subió al sulky, lo llevó hasta la fonda del poblado más cercano y le recomendó al fondero que lo cuidara, dejándole dinero para los gastos. No contento con ello, le encargó:
-Atiéndamelo bien, don. Y si la plata no alcanza cuando pase de vuelta le pagaré lo que falte.
Concluída la parábola, preguntó Jesús:
-¿Cuál de esos hombres les parece que se portó con el apaleado como corresponde portarse con el prójimo?
La respuesta era cantada.
Parábola del Sembrador o Comparencia de la Cosecha Despareja
Salió un chacarero a sembrar cereal. Desparramó la semilla generosamente, sin mezquinar nada. Algunos granos cayeron en la huella, vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en medio de unas toscas y brotaron pero, como no podían echar raíces, las plantitas se secaron pronto. Algunas cayeron entre abrojos y abrepuño; en cuanto soltaron hoja, los yuyos espinosos ahogaron lo sembrado. Y, finalmente, hubo granos que cayeron en buena tierra y dieron muchas espigas, permitiendo una cosecha con rindes diferentes: ciertas semillas rindieron treinta por una, otras sesenta y otras cien.
Fue ésta una de las parábolas que los apóstoles no entendieron. Lo llevaron aparte a Jesús y le pidieron que se las explicara. Jesús les aclaró:
-La semilla es la palabra de Dios, que siembro a manos llenas. La que cae en el camino es aquella que reciben hombres indiferentes, viene el diablo y la olvidan de inmediato. La que cae entre la tosca se refiere a gente que la recibe bien dispuesta pero que, frívola e inconstante, deja de lado mis enseñanzas. La que cae en medio de los abrojos simboliza a otros que también la oyen con gusto y empiezan a ponerla en práctica pero, después, se dejan encandilar por la ambición de poder, el trajín de los negocios, la especulación financiera y el afán de figurar, terminando por menospreciarla. La buena tierra es figura de los que oyen mi palabra, reforman sus vidas y dan fruto, unos más y otros menos.
Parábola del Hijo Pródigo o Comparencia del Farrista Arrepentido
Un estanciero tenía dos hijos. El mayor era cumplidor de sus obligaciones aunque medio envidioso. El menor era vago y farrista pero muy simpático. Un día, éste le pidió al padre que le adelantara la herencia para hacer su vida. El padre consintió. Arrimó a la feria un lote de vaquillonas, vendió la cosecha a término y remató una lonja de campo, entregándole al hijo el dinero así obtenido.
Se fue el muchacho y, atolondrado como era, no dejó macana por hacer. Se dedicó al naipe y la ruleta, las carreras cuadreras, el whisky, los videojuegos y las modelos. Hasta que no le quedó ni un peso. Se conchabó entonces para cuidarle los chanchos a un hombre rico y muy desconsiderado con su personal, que ni de comer les daba. Hambriento, llegó a alimentarse con el maíz y las sobras que les tiraban a los chanchos, pensando en lo bien que estaban los peones en la estancia de su padre, donde nada les faltaba: mate con galleta de puño al levantarse, carne a la hora de churrasquear, puchero o estofado a mediodía, mate cocido por la tarde y asado al asador cuando se ponía el sol: hasta vino les servían en el almuerzo y la cena.
Sin embargo, no se atrevía el muchacho a pegar la vuelta, pensando que el padre estaría ofendido por lo ingrato que había sido con él. De modo que las seguía pasando negras y ya estaba en los huesos.
Pero por fin resolvió regresar. Pensó:
-Le pediré perdón a mi padre , me arrodillaré a sus pies y le rogaré que aunque sea me tome como mensual en su establecimiento.
Mientras tanto, el padre extrañaba a su hijo muchísimo. Cada mañana y cada tarde subía a la torre del molino y se quedaba mirando hacia el lado de la tranquera, para ver si al hijo le daba por volver.
Estaba un día arriba del molino cuando lo divisó a la distancia. Pese a que estaba enteramente cambiado, reconoció su manera de caminar y corrió a recibirlo.
Quiso el hijo empezar el discursito que tenía preparado. Pero ni tiempo le dio su padre. Lo abrazó, lo llenó de besos, mandó que le trajeran camisa y bombachas nuevas, botas flamantes, pañuelo de seda para el cuello y hasta un anillo le puso en el dedo. Hizo matar un novillo gordo y reunió a la peonada para festejar la vuelta del muchacho.
El mayor, que esta disqueando un potrero, volvía a las casas cuando oyó música de guitarras y acordeones. Milongas, zambas y chamamés estaban tocando. Y alguno zapateaba al compás de un malambo. Preguntó qué era lo que pasaba y se lo dijeron. Entonces se sentó a la retranca y no quiso arrimarse al asado.
Salió el padre a buscarlo pero él seguía empacado. Dijo:
-Yo siempre trabajé para usted, Tata, y nunca me permitió comer ni un cordero con mis amigos. Y ahora que llega ese hijo suyo, después de patinarse la herencia, vea la fiesta que le organiza.
Le dice el padre:
-No seas injusto, muchacho. Vos siempre estuviste conmigo y sabés que lo que tengo es tuyo. Debés acompañarme en esta alegría que siento porque he recuperado al hijo que parecía perdido para siempre.
Igual que el padre de esta historia recibe Dios a los pecadores que se arrepienten y van a confesarse.
Las Parábolas del Reino de los Cielos.
Hay un grupo de parábolas cortas que se refieren al Reino de los Cielos. Dicho Reino ha de entenderse en dos sentidos: como la acción de la Gracia en el mundo y en el corazón de los hombres o como el paraíso que Dios nos tiene preparado. Dividiré entonces estas parábolas según su intención, presentando aquéllas en primer término y éstas después.
I
El Reino de los Cielos se parece a una semilla de ombú que, siendo chiquita, se transforma en tremendo árbol, donde anidan los pájaros del aire.
El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura, que fermenta a toda la masa, permitiendo hacer un pan de primera.
El Reino de los Cielos se parece a las redes de arrastre, con la que se saca toda clase de pescados.
El Reino de los Cielos se parece al caso de un dueño de campo, que sembró buen trigo en varios potreros. Cuando verdeaba la sementera, vinieron los peones y le dijeron:
-Patrón, entreverado con el trigo esta creciendo chamico. ¿Cómo pudo suceder eso si usted planto semilla seleccionada?
-Es cosa de un enemigo mío que, cuando ustedes dormían, tiro en el campo mala semillas.
-¿Quiere que arranquemos el chamico?
-No. Porque con el yuyo pueden arrancar plantas de trigo. Esperen que crezcan las dos, así se distinguen bien uno de otro. Entonces sacan el chamico y lo queman, cosechando después el trigo.
II
El Reino de los Cielos puede compararse con lo que les paso a un platero salteño, que compraba oro y piedras preciosas. Un día les ofrecieron una perla enorme, grande como un huevo de martineta, pidiéndole por ella un dineral. Vendió el hombre todo lo que tenía y compro la perla.
El Reino de los Cielos puede compararse a un arrendatario que arando, encontró un tesoro enterrado, del tiempo de los españoles. Remató cuanto poseía, compró el campo aquél y quedo dueño del tesoro.
El Reino de los Cielos puede compararse con una señora que extravió su patacón de plata. Dejó enseguida todo lo que estaba haciendo y se dedicó a buscar el patacón perdido. Dio vuelta la casa, barrió debajo de los armarios, corrió las camas y revisó hasta el último rincón. Halló por fin la moneda y, muy contenta, llamó a las vecinas para celebrar el hallazgo.
Con el primer conjunto de parábolas referidas al Reino de los Cielos, Jesús quiso indicar que el mismo se extiende aunque no lo advirtamos y que allí están mezclados buenos y malos hasta el día del Juicio. Con el segundo enseño que hay que estar dispuesto a entregarlo todo con tal de alcanzar el cielo.
Parábola del Siervo Perdonado o Comparancia del Ordenanza Implacable.
Había una vez un Gobernador de una provincia, hombre de buen corazón pero muy estricto. Tenía muchas ordenanzas en la gobernación. Uno de ellos le debía cualquier cantidad de dinero, como si dijéramos un millón de pesos de la época en que un millón de pesos era un millón de pesos. Como no podía pagar lo iban a meter preso, conforme a las leyes de esa provincia. Se presentó al Gobernador, se le arrodilló frente al escritorio y le rogó que tuviera piedad de él. El Gobernador se compadeció y le perdono la deuda.
Al salir del despacho, el ordenanza perdonado se cruzó con un compañero suyo, que les debía menos de quinientos pesos moneda nacional. Y le exigió que se los pagara de inmediato. Le suplicó el otro que lo esperara, diciendo que las cosas le iban mal pero que se habrían de enderezar y que, aunque fuera en varias cuotas, saldaría su deuda. No hubo caso. El primer ordenanza lo agarró del pescuezo, gritándole que tenía que abonarle todo en el acto. Al ver esto, alguno corrió a contarle al Gobernador lo que sucedía. Y éste mando que al Ordenanza Implacable lo encerraran en un calabozo, a pan y agua, hasta que pagara el último centavo de la deuda que le había perdonado.
El Gobernador representa a Dios y somos nosotros los que muchas veces actuamos como el Ordenanza Implacable, ya que debiéndole a Dios todo lo que tenemos, no nos compadecemos de los demás.
Parábola del Fariseo y el Publicano o Comparancia del Católico Profesional y el Cobrador del Fondo Monetario.
Un “Católico Profesional” –que no es lo mismo que un profesional católico- entró a la iglesia y se puso a rezar así:
-Gracias Dios mío por ser tan buena persona como soy. Pongo un billete grande en la colecta de los domingos, no falseo mi declaración de réditos, sé todos los cantos que cantan el domingo en la iglesia y no como carne los viernes. Gracias Dios mío por ser así. Y por no parecerme a ese desgraciado que está rezando allá atrás, en un rincón de la iglesia.
El desgraciado que estaba allá atrás era un calavera que, para peor, trabajaba como cobrador para el Fondo Monetario y rezaba así:
-Perdón Señor por mis pecados. Tené compasión de mí, que soy un pecador.
Dios oyó al cobrador del F.M.I. y no le llevó el apunte al “Católico Profesional” que, por lo visto, creía que se bastaba solo y no precisaba ayuda de nadie.
Parábola de los Talentos o Comparancia del Reparto de Dólares
El Presidente del Directorio de una gran compañía exportadora tuvo que irse al extranjero por bastante tiempo.
Llamó a una de sus gerentes y le dio quinientos mil dólares para que los administrara mientras él no estuviera. Llamó después a otro y le dio cincuenta mil dólares. Llamó finalmente a un tercero y le dio cinco mil dólares.
Volvió a los cinco años, llamó al primero y le pidió cuenta de su administración.
Le dijo al gerente:
-Usted me dejó quinientos mil dólares, doctor. Aquí los tiene, más otros quinientos mil que conseguí negociando con ellos.
-Muy bien -contestó el Presidente-. Por su diligencia, lo nombro en el Directorio de la empresa.
Llamó al segundo y éste le dice:
-Usted me dejó cincuenta mil dólares, doctor. Aquí los tiene, más otros cincuenta mil que conseguí negociando con ellos.
-Muy bien -contestó el Presidente-. Por su diligencia, lo nombro en el Directorio de la empresa.
Y llamó al tercero, que le dice:
-Aquí tiene los cinco mil dólares que me dejó, doctor.
-¿Cómo? -bramó el Presidente -. ¿Nada más que los cinco mil dólares?
-Así es. Como sé que usted es muy exigente, los metí en una Caja de Seguridad y ahora se los devuelvo.
-Grandísimo inútil. Por lo menos los hubiera colocado a interés. Quedás despedido.
Y lo hizo arrojar a las tinieblas de la calle Reconquista , pues ya había anochecido.
En la parábola, Jesús mencionó un rey en vez del presidente de una compañía exportadora, habló de sus servidores en lugar de los gerentes a que aquí me refiero y no aludió a dólares sino a talentos, que era moneda corriente en Palestina por esos años. Pero el ejemplo contenido en el relato es igual: debemos hacer rendir en servicio de Dios las buenas cualidades, o talentos, que para eso hemos recibido.
Parábola de la Oveja Perdida o Comparencia de la Borrega Extraviada.
Cierto criador de ovejas tenía en la Patagonia un plantel de cien animales, puro por cruza Merino Australiano, que cuidaba personalmente, rondándolos y encerrándolos de noche en un corral de pirca.
Una mañana, al soltarlos, notó que le faltaba una borrega. Sin pensarlo dos veces, agarró el caballo y salió a buscarla por las mesetas recorriendo leguas entre piedras y fachinales, repechando cuesta y vadeando algún mallín. Sólo pensaba el hombre en recuperar la borrega extraviada.
-No sea que me la haya comido el león -pensaba, porque dijo antes que se había visto rastros de un puma por la zona-. Y , según pinta el tiempo, capaz que empieza a nevar y no se salva.
Por fin, en una quebrada cerca de unas cortaderas, descubrió a la borrega. La enlazó, la maneó, la subió en ancas y, feliz, inició la vuelta.
Lo mismo que ese pastor hace Dios con los pecadores que lo abandonan, saliendo a buscarlos para traerlos de nuevo a la majada, antes que el diablo los devore o la nieve de la indiferencia les hiele el corazón.
Objetivo:
El sentido de cada parábola está explicado en los textos que anteceden. Como objetivo general podría destacarse que es posible advertir la mano de Dios en los hechos de la vida cotidiana; para interpretarlos es necesario pedir que se nos conceda visión sobrenatural. |