David gobernaba el reino de Israel desde Jerusalén, que era su capital. Tenía unos cuantos hijos, entre ellos Absalón y Salomón.
Absalón se sentía buen mozo y usaba pelo largo, como los roqueros, y a él le correspondía heredar el trono de su padre, pero él no estaba dispuesto a esperar la muerte de David para llegar a ser rey: era muy ambicioso. Se retiró a otra ciudad de Israel llamada Hebrón y empezó a hacer política contra su padre. Por fin armó un ejército y comenzó una revolución.
David no quería pelear contra su hijo, al cual quería mucho, de manera que Absalón triunfó en la primera atropellada, tomando Jerusalén. Pero la cosa no quedaría así porque la gente era partidaria de David y la lucha siguió, ya muy encarnizada.
En la batalla decisiva se impuso el ejército de David y Absalón disparó para esconderse en un monte. Galopaba entre los árboles y la melena le flotaba al viento. Pero, en una de esas, se le enredó el pelo en unas ramas bajas y espinosas, que eran como ramas de tala. El caballo siguió viaje y Absalón quedó colgado de los pelos, pataleando en el aire. Llegaron los soldados de David y lo mataron ahí mismo, sin pedir órdenes.
Cuando David supo que su hijo había muerto, tuvo una pena enorme y compuso unas canciones tristísimas .
Ya entrado en años murió David y Salomón fue ungido rey.
Una noche, en sueños, Dios le ofreció concederle cualquier cosa que pidiera. Salomón podía pedir lo que quisiera: oro y piedras preciosas, parejeros ganadores, otros reinos, barcos con velas de colores para hacer largos viajes, salud y vida prolongada, triunfos sobre sus enemigos... Pero Salomón no eligió nada de eso.
Después de pensarlo bien pidió lo siguiente: sabiduría y prudencia para gobernar bien su reino. A Dios le gustó el pedido de Salomón y, de yapa, le prometió salud, éxitos y riquezas.
Salomón fue un gran monarca, sus súbditos estaban encantados con él y venía gente de todas partes para escuchar sus palabras, entre esa gente vino la Reina de Saba, que era muy linda y le trajo muchos regalos.
Una mañana estaba Salomón sentado en su tribunal, resolviendo los pleitos de sus súbditos. En eso llegan dos mujeres, llorando como locas, con los pelos revueltos y arañada la cara porque se habían andado peleando. Traían con ellas dos chiquitos de meses, uno vivo y otro muerto.
La pelea era porque las dos juraban que el chico vivo era el de ella y el muerto de la otra. La cosa no parecía fácil de aclarar ya que en esa época no se tomaban las impresiones plantales a los recién nacidos ni se sabía qué era eso.
Salomón pensó un rato y mandó que viniera un vigilante. Enseguida le ordenó que agarrara al chico vivo y lo partiera por la mitad con su machete, dándole medio chico a cada mujer. A una la solución le pareció buena, pero la otra salió desesperada.
¡No haga eso agente! -pegó el grito- . Prefiero entregar mi hijo a una mentirosa antes que verlo morir.
Salomón dijo entonces al policía:
-Pare la mano-.
Y enseguida dispuso: -Que le den el chico entero a esta mujer, porque está clarito que es la madre.
Y todos quedaron admirados por la inteligencia de Salomón.
Entre las grandes obras realizadas por Salomón, la principal fue construir el Templo de Jerusalén.
Hasta entonces, el Arca de la Alianza estaba en una carpa nomás, que era una carpa paqueta y bien arregladita pero carpa al fin. Salomón decidió que ya era hora de levantar un templo para colocarla allí. Un templo lo más magnífico que pudiera hacerse, pues aunque ninguna obra de la mano del hombre es digna de Dios, a Dios hay que darle lo mejor. Por eso las iglesias han de ser ricas y bellas.
Así lo entendió Salomón cuando alzó el Templo de Jerusalén. Contrató un arquitecto excelente que se llamaba Irma. Las paredes fueron de piedra, las puertas de bronce y las maderas utilizadas de árboles finísimos, como la caoba, el sándalo, el abeto y el cedro del Líbano. En las proximidades del lugar donde estaría el Arca todo fue recubierto de oro y de oro eran los clavos empleados en la obra. Se trajo mármol para los pisos y los techos se decoraron con figuras en relieve.
Hubo altares para los sacrificios y fuentes para las purificaciones, pero el lugar más importante del Templo fue el Sancta Santorum, destinado al Arca de la Alianza, donde habitaría Dios. Un velo de tela riquísima separaba este recinto del resto del Templo.
Dios, sin embargo, no estaba en el Sancta Santorum del mismo modo que está en el Sagrario de nuestras iglesias, donde se halla real y verdaderamente presente. Si Salomón, pese a eso, adornó aquel sitio con tal gusto y tales materiales, podemos imaginarnos como se deben decorar los Sagrarios; qué nobles elementos hay que emplear en ellos y por qué deben ocupar en las iglesias el sitio de preferencia.
Cuando el Templo estuvo listo, se realizó una brillante ceremonia y el Arca de la Alianza fue trasladada hasta su nuevo emplazamiento. Después, Salomón hizo construir su propio palacio, que también era muy lujoso pero no tanto.
Objetivo:
Destacar que Dios está verdaderamente presente en el Sagrario de las iglesias, enseñando que, al pasar frente a él, debe hacerse con cuidado una genuflexión, hincando en tierra la rodilla derecha. |