Isaac pasó a ser dueño de los campos y haciendas de su padre Abraham. Se casó con Rebeca y tuvieron dos hijos: Jacob y Esaú.
Aunque eran mellizos, Esaú había nacido un rato antes que Jacob, así que le correspondía ser heredero de Isaac.
Jacob era de piel delicada, andaba bien afeitado, cuidaba las ovejas y su madre sentía debilidad por él.
Esaú tenía la cara curtida por el sol y el viento, peludos los brazos y las manos. Usaba barba y le gustaba salir a cazar por el monte. Su padre lo prefería.
Cierto mediodía, Jacob se estaba preparando un guisito de lentejas. Esaú volvía de cazar, muerto de hambre.
-Te cambio mis derechos a la herencia por un plato de lentejas -le propuso Esaú a Jacob.
-Hecho -aceptó Jacob. Y Esaú se comió el guiso.
Pero, para que Jacob se transformara en heredero de su padre y de la promesa hecha por Dios a Abraham, respecto que de su descendencia nacería el Redentor, debía recibir la bendición de Isaac.
Y ocurrió que Esaú se arrepintió del trato. Y, además, Isaac deseaba que su heredero fuera Esaú, de modo que no le hubiera dado a Jacob la bendición.
Isaac era viejo y estaba ciego.
Entonces, entre Jacob y su madre planearon hacerle una jugarreta a Isaac. Rebeca asó un chivo. Jacob se puso la ropa de Esaú y se envolvió con el cuero del chivo los brazos y las manos.
Esaú andaba cazando, lejos.
Jacob le sirvió a Isaac una presa de asado, bien jugosa, y le pidió la bendición, diciendo que era Esaú e imitando su voz.
Isaac desconfió, le olfateó la ropa y le tanteó los brazos y las manos. Al notar que eran peludos como los de Esaú se tranquilizó y le dio la bendición a Jacob. Al volver Esaú descubrió la trampa y Jacob tuvo que escaparse.
Durante largo tiempo Jacob rodó por el mundo.
Una noche, cansado, se durmió con la cabeza apoyada sobre una piedra. En sueños vio una escalera que alcanzaba el cielo y los ángeles que subían y bajaban por ella.
Por fin llegó a lo de un tío suyo, donde cuidó las ovejas y las vacas. Allá se casó y terminó como socio de su tío, haciéndose rico. Tuvo varios hijos.
Un día Dios le mandó que volviera a casa de su padre, Jacob se puso en camino. Cuando entró al País de Canaán, la familia lo recibió con enorme alegría. Hasta Esaú le pegó un abrazo. Juntos, todos vivieron felices.
Objetivo
Destacar cómo Dios va cumpliendo sus planes, aunque la conducta de los hombres puede dejar mucho que desear. Porque Dios escribe derecho con renglones torcidos. |