A la muerte de Moisés, fue Josué el que tomó el mando de los israelitas.
La entrada del país de Canaán estaba protegida por una ciudad fortificada llamada Jericó. Altas torres y gruesas murallas la defendían.
Josué envió a dos hombres, que eran una especie de comandos de su tiempo, para que se infiltraran en la ciudad y vieran la manera de tomarla. Los espías fueron descubiertos pero una mujer llamada Rahab los protegió, los escondió en su casa y les ayudó a descolgarse por una soga desde arriba de las murallas para huir.
Los comandos llegaron diciendo que Jericó parecía inexpugnable, o sea, imposible de tomar.
Josué consultó a Dios. Y, siguiendo sus instrucciones, los judíos empezaron a dar vueltas alrededor de Jericó, llevando con ellos el Arca de la Alianza y haciendo sonar clarines y trompetas. Hicieron eso durantes días. Al séptimo, cuando daban la séptima vuelta a la ciudad, las murallas se derrumbaron solas y las torres se vinieron abajo en medio de una gran polvareda.
Así los judíos tomaron Jericó y le agradecieron a Rahab la mano que les había dado.
Ya instalados en la Tierra Prometida y una vez muerto Josué, Gedeón se puso al frente de los judíos. Fue un gran guerrero y derrotó a los enemigos de su pueblo en muchas batallas, asegurando así la posesión de ese país maravilloso.
Sin embargo, los judíos debieron seguir combatiendo contra otros pueblos que los rodeaban. Entre esos pueblos estaban los filisteos.
Los israelitas eran gobernados ahora por jueces. En sus luchas contra los pueblos vecinos a veces ganaban y a veces perdían. Hubo un momento en que los filisteos dominaron a los judíos y ocuparon parte del País de Canaán.
Fue por esa época cuando un ángel le avisó a una mujer que no podía tener hijos que tendría uno. Agregando que ese hijo debía ser consagrado a Dios y, como prueba de su consagración, nunca deberían cortarle el pelo. Por último le dijo que el muchacho llevaría a cabo grandes empresas a favor de su pueblo.
Nació el chico y le pusieron de nombre Sansón. Nunca le cortaron el pelo. Tenía una fuerza increíble. Cuando creció, se enamoró de una chica filistea. Iba a pedir su mano cuando le salió al cruce un león. Sansón lo mató a mano limpia.
El padre de la chica aprobó el casamiento y Sansón se volvió de lo más contento. Por, al poco tiempo, el filisteo faltó a su palabra y casó a su hija con otro. Fue tan grande la rabia de Sansón que cazó un montón de zorros, les prendió fuego la cola y los largó en los trigales de los filisteos, que ya estaban para cosechar y se quemaron todos.
También atacó al ejército filisteo, llevando como única arma una quijada de burro en la mano. Mató con ella a más de mil soldados y los demás salieron corriendo.
Como lo habían dejado sin novia, Sansón pensó en casarse con otra filistea, que se llamaba Dalila. Era muy linda pero muy mala.
Un día estaba Sansón con Dalila y los filisteos quisieron dejarlo encerrado en la ciudad. Sansón salió de lo más tranquilo y, al ver que lo habían encerrado, arrancó una de las puertas de la ciudad, se la echó al hombro y la dejó en la punta de un cerro.
Todos se preguntaban por qué era tan fuerte Sansón, cuál sería el secreto de su fuerza enorme.
Dalila le preguntaba siempre eso, haciéndole mimos, para contárselo después a los filisteos. Por fin Sansón le confesó la verdad diciéndole que el secreto de su fuerza consistía en que nunca habían cortad el pelo porque estaba consagrado a Dios y que si se lo cortaban se convertiría en un debilucho cualquiera.
Una noche Sansón se quedó dormido, vino Dalila despacito, le cortó el pelo, avisando después a los filisteos. Éstos llegaron, atacaron a Sansón, se lo llevaron atado, le arrancaron los ojos y lo encerraron en una comisaría oscura y llena de ratas.
Todos se reían de Sansón, ciego y metido en el cepo. Pero el tiempo fue pasando y el pelo le crecía a Sansón poco a poco.
El rey de los filisteos dio un gran banquete. Antes del postre a uno se le ocurrió que podrían traer a Sansón hasta la sala del banquete, para burlarse de él durante la sobremesa. A todos les parecía muy divertida la idea y el rey hizo venir a Sansón, que ya andaba con el pelo bastante largo.
Sansón se paró entre dos columnas que sostenían el techo, y en lo mejor de la fiesta, agarró una columna con el brazo derecho y la otra con el izquierdo, pegando el grito: ¡Muera Sansón y todos los filisteos!
Sacudió las columnas, que se partieron al medio y el techo se vino abajo, sepultando a cuantos estaban banqueteando.
Así terminó Sansón y los judíos se vieron libres por un tiempo de los filisteos.
Igual que Sansón, hubo hombres y mujeres que, cumpliendo la voluntad de Dios, sirvieron al pueblo de Israel, que el Señor había elegid para sí: Una de esas mujeres fue Ruth, que favoreció a los judíos pese a haber nacido ella en el país de Moab. Y uno de esos hombres fue Samuel.
Samuel hablaba con Dios frecuentemente y cumplía las instrucciones que Dios le daba. Era un profeta.
A todo esto, los judíos se habían aburrido de ser gobernados por jueces y quisieron tener un rey, como los pueblos vecinos. Fueron entonces y le pidieron a Samuel que les eligiera uno.
Samuel consultó con Dios y eligió rey a Saúl.
Objetivo
Destacar que todos estos sucesos abarcan un lapso muy largo. E insistir en mostrar cómo, sin que los hombres lo adviertan, Dios va disponiendo las cosas para preparar la llegada al mundo de su Hijo encarnado, que será el Redentor. |