Aquí, en la Argentina, durante las largas luchas que españoles y criollos sostuvieron con los indios, había hombres que conocían el idioma de éstos y también sabían hablar en castellano. Eran conocidos como “lenguaraces” y actuaban en las negociaciones entre caciques y cristianos. Hoy día existe un funcionario que tiene una misión parecida: el “vocero presidencial”, que habla con los periodistas en nombre del presidente de la República.
Los profetas eran algo así como lenguaraces o voceros de Dios. Hombres santos que Dios elegía para enviar mensajes al pueblo de Israel y, en ocasiones, a otros pueblos.
Moisés, el gran caudillo, fue un profeta. También lo fue Samuel.
Algunos son denominados “profetas mayores”. Otros, “profetas menores”. Hablaremos de algunos de ellos.
Reinaba en Israel un mal rey, que se llamaba Acab. Adoraba a un ídolo asqueroso que tenía por nombre Baal. Un día se le presenta en su palacio un personaje curioso, con ojos de mirada profunda, barba tupida y un manto bastante estropeado ceñido por una correa de cuero: era el profeta Elías. Y ahí nomás le anunció al rey Acab que, por su mala conducta, vendría una seca bravísima sobre Israel. Dicho esto, se retiró.
Elías vivió en el desierto. Tomaba agua de un arroyito que había y, cada mañana, Dios le mandaba un cuervo que traía un pan en el pico, con el cual se alimentaba Elías. En Israel no llovía ni gotas.
Llegado el tiempo oportuno, Elías se presentó de nuevo en el palacio de Acab y, para demostrar cuál es el verdadero Dios, le hizo un desafío a los sacerdotes de Baal. El desafío consistía en lo siguiente: ellos ofrecerían un sacrificio a Baal y él al Dios de Israel, pero nadie encendería la fogata destinada a consumirlos, sino que cada cual rezaría para que ardiera la leña.
Los sacerdotes de Baal regaron al ídolo que enviara fuego sobre el sacrificio que habían preparado: pero se cansaron de gritar y ni una chispa se vio.
Después Elías rezó a Dios y, enseguida, una gran llamarada bajo de las nubes y quemó el sacrificio ofrecido por el profeta, hasta reducirlo a un montoncito de ceniza.
Al ver lo que había sucedido, los judíos adoraron nuevamente a Dios y volvió a llover en su tierra.
Elías no murió, que se sepa. Subió al cielo en un carro de fuego y allí estará hasta que vuelva Jesucristo, el día del Juicio Final.
Elías tuvo un discípulo o alumno, que también fue profeta, llamado Eliseo.
Eliseo se hizo famoso por la curación del general Naamán, un militar extranjero que estaba leproso.
La cosa fue así:
Naamán era buena persona y tenía una mucamita judía que le estimaba mucho. Cuando aquél se contagió la lepra, una enfermedad incurable por entonces, peor que el SIDA, la mucamita se compadeció de él y le dijo que viajara a Israel para pedirle a Eliseo que lo curara. Al principio Naamán no le hizo caso, pues era sirio de nacionalidad y le hastiaba andarle pidiendo favores a un judío. Pero la mucamita insistió, diciéndole que el Dios de Israel es el único Dios y que escuchaba los pedidos de Eliseo. Naamán se puso en viaje.
Cuando llegó a la casa de Eliseo, antes de que se hubiera bajado siquiera, salió un peón y le dijo:
-Manda a decirle Eliseo que se bañe siete veces en el río Jordán y sanará.
Naamán pensó:
-Bonito remedio. Como si en Siria no hubiera ríos mejores que este cañadón de agua turbia que es el Jordán. He hecho un viaje inútil.
Y pegó la vuelta.
Pero en el camino uno le dice:
-Con el debido respeto, no sea sonso, general… Total, darse un bañito no le cuesta nada y menos con este calor.
Naamán volvió para atrás, se baño siete veces en el Jordán y quedó completamente curado.
Jonás fue otro de los profetas.
Dios le ordenó que marchara a la ciudad de Nínive y que le avisara a sus pobladores que, si seguían portándose mal, serían castigados.
Jonás tuvo miedo y se dijo:
-Si les doy ese aviso a los ninivitas me van a matar. Además, no sé por qué tengo que hacerles una gauchada siendo extranjero. Mejor no voy nada. Dispararé y me esconderé de Dios hasta que se olvide de semejante encargo.
Salió con lo puesto.
Dios se sonreía al ver el julepe de Jonás.
Jonás llegó a la orilla del mar y sacó pasaje en un barco que estaba levando anclas.
No bien dejaron atrás la costa vino una tormenta terrible y el barco se empezó a zarandear amenazando con irse a pique.
El capitán sospechó que la presencia de Jonás en su nave era la causa del temporal. Y mandó que lo tiraran al agua. Como Jonás era muy simpático, a los marineros les costaba cumplir la orden pero, notando que iban a hundirse, lo tiraron nomás por la borda. La tormenta se calmó enseguida.
Jonás no sabía nadar y estaba por ahogarse.
En eso apareció un pez enorme, parecido a una ballena, y se lo tragó.
Tres días pasó Jonás en la panza del pez. Por último, éste se arrimó a tierra vomitándolo en la playa. A la vista de esa playa estaba Nínive. Jonás comprendió que eso no era casualidad y que debía cumplir la tarea que Dios le había encomendado.
Atravesó la ciudad de una punta a la otra, gritando a los ninivitas que se corrigieran, que hicieran penitencia, porque si no Dios los iba a castigar. Los ninivitas, con el rey a la cabeza, atendieron el aviso de Jonás, se arrepintieron de sus pecados y Dios los perdonó.
Pese a haberse resistido al principio, Jonás cumplió así el mandato recibido.
Jeremías e Isaías fueron dos de los profetas mayores.
Jeremías fue conocido por sus lamentaciones. Y se lamentaba por la mala conducta del pueblo de Israel.
Isaías anunció muchas veces y con toda claridad la venida del Salvador, del Mesías, dando detalles sobre la época y circunstancias en que ello ocurriría.
Objetivo
Destacar que todos tenemos una vocación. Vocación es el llamado que nos hace Dios a cada uno para que realicemos lo que espera de nosotros. Las vocaciones son muchas y variadas. Hay una vocación de médico, una de militar, otra de chacarero. Los profetas tuvieron la vocación de profetizar. Ellos fueron fieles a ella, aunque alguno se haya resistido al principio, como Jonás. Para ser felices, debemos ser fieles a nuestra vocación. |