Vayan algunas aclaraciones relativas a la arquitectura de los versos que siguen. Es fácil advertir, por lo pronto que cada misterio incluye diez dísticos, número este equivalente a las Avemaría que componen cada tramo del Rosario. En cuanto al procedimiento de repetir en la estrofa siguiente las últimas palabras de la anterior, quiere sugerir el mecanismo utilizado por los meturgermanes para memorizar las narraciones que, por su intermedio, se conservaron por tradición oral. Tal procedimiento acudía a la repetición de una palabra-llave, con la cual se clausuraba un período del relato y se abría aquél que lo sucedía. Cabe aquí recordar que pasaron bastantes años antes que los Evangelios fueran recogidos por escrito, manteniéndose la fidelidad de su contenido al través de esta transmisión oral, cadenciosa y precisa.
Del Gozo
I
Sería de mañana, tal vez por mediodía
o hacia el fin de la tarde; no sé cuando sería.
No sé cuando sería, pero no es desatino
suponer un crepúsculo igual al que imagino.
Imagino el ocaso, los olivos, la viña,
el pueblo donde viven el Varón y la Niña.
El Varón y la Niña que ya se han desposado,
pero es niña la Niña y el Varón es honrado.
El Varón es honrado, de varones ejemplo,
y respeta los votos de la Niña en el templo.
En el templo la Niña se le ha ofrecido a Dios
y quizás ese voto lo hayan hecho los dos.
Lo hayan hecho los dos, que se quieren de eras;
Ella cuida la casa, él labra las maderas.
El labra las maderas, Ella reza y trabaja,
cuando un ángel del cielo desde el cielo se baja.
Desde el cielo se baja trayendo una propuesta
que responde la Niña con turbada respuesta.
Con turbada respuesta dicha en tono profundo
y el Verbo se hizo carne y habitó en este mundo.
II
Ya camina la Niña, ya camina caminos de sol y de espejismos, de laureles y espinos.
De laureles y espinos, de palmeras y cañas,
caminos que conducen a lejanas montañas.
A lejanas montañas de tierra palestina
donde va presurosa la Niña que camina.
La Niña que camina con un aire discreto
mientras crece en su sangre la sangre del secreto.
Del secreto más grande que se haya revelado,
del secreto más dulce que nadie haya guardado.
Guardado como guarda su secreto divino
la Niña que, discreta, camina su camino.
Su camino que sube con rumbo al sitio aquél en donde se prolonga la espera de Isabel.
De Isabel, expectante, que está en su sexta luna
y agradece la gracia que encierra esa fortuna.
Fortuna acrecentada cuando se hace escuchar
el amable saludo de la Niña al llegar.
Al llegar permitiendo que allí se hayan reunido el que fue el Precursor y el que fue Precedido.
III
La noche es tan azul como azul es la noche si el azul firmamento de azul hace derroche.
De azul hace derroche la noche en su fanal que sostiene los astros de la noche oriental.
De la noche oriental donde falta una estrella
que pronto ha de encenderse, metafórica y bella.
Metafórica y bella la estrella ha de brillar
señalando que el tiempo ya llegó a madurar.
Ya llegó a madurar el tiempo de la espera; ya hay silencio en los cielos, la tierra calla entera.
La tierra calla entera, no hay metal que retiña:
la Niña va a ser madre sin dejar de ser niña
Sin dejar de ser niña la Niña ha dado a luz, para darle sentido al signo de la cruz.
Al signo de la cruz, que desde ese momento se funde con los signos del gozo y del contento.
Del gozo y del contento que inundan las alturas, que cantan en la tierra, los mares, las criaturas.
Las criaturas que pueblan el campo y la ciudad; en la gente sencilla, de buena voluntad.
IV
El Varón y la Niña caminan otra vez: eran dos al llegar, al partir ya son tres.
Al partir ya son tres, si bien llegaron dos,
porque llevan con ellos a un niñito que es Dios.
A un niñito que es Dios y que fue visitado por pastores y reyes venidos de otro lado.
Venidos de otro lado con un cortejo inmenso, cargados con el oro, la mirra y el incienso.
El incienso que erige su humareda ligera en el templo al que llega la familia viajera.
La familia viajera que dejó atrás al buey y al burro del portal para cumplir la ley.
Para cumplir la ley con extrema finura:
así se purifica la Niña toda pura.
La Niña toda pura que después ha ofrendado
dos tórtolas en pago de quien todo lo ha creado.
De quien todo lo ha creado, Señor de la Creación,
y que escucha el anuncio que anuncia Simeón.
Que anuncia Simeón cuando ha visto una espada
de dolor en el alma de la Niña clavada.
V
En cierta caravana que desciende una cuesta
la Niña y el Varón regresan de la fiesta.
Regresan de la fiesta, creyendo cada uno
que el otro lleva al Niño… y no va con ninguno.
Y no va con ninguno su Niño de doce años:
afanosos lo buscan entre propios y extraños.
Entre propios y extraños lo buscan el Varón
y la Niña, apretado de angustia el corazón.
Corazón de la Niña que guarda tantas cosas del cielo y de la tierra, a veces misteriosas.
A veces misteriosas, igual que este incidente:
el Niño no aparece en medio de la gente.
En medio de la gente, ni en las calles, ni en
las plazas, ni las casas, allá en Jerusalén.
Allá en Jerusalén, donde ha vuelto a buscarlo:
recién al tercer día lograrán encontrarlo.
Lograrán encontrarlo, sentado entre los viejos doctores de Israel que lo escuchan perplejos.
Que lo escuchan perplejos, sin llegar a entender
cómo pudo aquel Niño reunir tanto saber.
El dolor
I
Hay una luna turbia que dibuja con tiza los troncos retorcidos, las hojas de ceniza.
Las hojas de ceniza y los mapas esquivos que simulan las sombras al pie de los olivos.
Al pie de los olivos donde un hombre, postrado,
se dirige a su Padre con acento angustiado.
Con acento angustiado pregunta si es posible
no tener que beber de aquel cáliz temible.
De aquel cáliz temible, de aquel cáliz amargo,
que por venir del Padre acepta sin embargo.
Acepta sin embargo y acepta de ese modo poner sobre sus hombros todo el peso del lodo.
Todo el peso del lodo y la sangre y la envidia y del odio y las traiciones de la humana perfidia.
De la humana perfidia que asume en consecuencia quien resulta dechado de amor y de inocencia.
De amor y de inocencia, sin mancha ni defecto:
perfecciones divinas en el Hombre Perfecto.
En el Hombre Perfecto que esa noche agoniza bajo una luna turbia, turbia luna de tiza.
II
Bajo la luna turbia va llegando una turba que el silencio del huerto con sus voces perturba.
Con sus voces perturba la turba aquel lugar
donde agoniza el Hombre que vienen a buscar.
Que vienen a buscar para llevarlo preso
y que un amigo entrega con la traición de un beso.
Un beso traicionero que identifica al Hombre
cuyo nombre es más alto que cualquier nombre.
Nombre que ha pronunciado cuando dice quién es, al responder, sereno, la pregunta del juez.
Del juez que lo remite a otro juez, decadente, que ya ordena azotar al que sabe inocente.
Inocente es el Hombre cuya espalda se llena de amapolas de sangre y de rosas de gangrena.
Y de rosas de gangrena y un jardín de rubí,
florecido en la carne del que llaman Rabí.
Del que llaman Rabí, transformado en despojo por feroces verdugos que golpean a su antojo.
Que golpean a su antojo, mientras una bandada
de arcángeles adora la sangre derramada.
III
Sayones y soldados –enfurecida grey-
resuelven a Jesús disfrazarlo de rey.
Rey de burlas, ungido con odio y con jarana
al que ponen por manto sucio harapo de grana.
Sucio harapo de grana, de púrpura fingida,
que con líquida púrpura se ha empapado enseguida.
Enseguida le ponen una caña en la mano, grotesco simulacro de un cetro soberano.
Soberano doliente, coronado de espinas
por mano del verdugo, por manos asesinas.
Por manos asesinas, levantadas más tarde en torpe plebiscito que fuerza a un juez cobarde.
Cobarde magistrado que puso a pebiscito elegir el amor u optar por el delito.
Optar por el delito, sellando así la suerte
del Amor Encarnado, que condenan a muerte.
Que condenan a muerte, con muerte de homicida:
recibirá la muerte el Creador de la vida.
De la vida que pronto que pronto quitarán a Jesús
para darnos la Vida con su muerte en la Cruz.
IV
El sol es un incendio que incendia casas viejas, que incendia viejas piedras en las viejas callejas.
En las viejas callejas donde se ha congregado
un gentío maloliente, gritón y abigarrado.
Gritón y abigarrado, no conserva vestigios de aquellas multitudes que imploraban prodigios.
Prodigios olvidados por esta multitud signada por el odio y por la ingratitud.
Ingratitud en torno de Cristo solitario, que con la cruz a cuestas camina hacia el Calvario.
Camina hacia el calvario sosteniendo el madero
y que caerá tres veces en el duro sendero.
Sendero donde espera su Madre atormentada,
quien cambia con el Hijo una larga mirada.
Mirando a cuyo influjo se detiene un minuto la marcha de los astros en silencio absoluto.
Absoluto dolor de la Madre que gime
y dolor absoluto del Hijo que redime.
Redime aquel dolor del Hijo y el dolor
de la Madre resulta dolor corredentor.
V
De entre la muchedumbre se adelanta Verónica
cuyo lienzo recoge la faz de Cristo, agónica.
Agónica es la marcha de Cristo, se sostiene
apenas, con la ayuda de Simón de Cirene.
De Simón de Cirene, de mujeres en duelo que llorando a su paso le dan pobre consuelo.
Le dan pobre consuelo que consoló a Jesús,
ya cosido con leños al leño de la Cruz.
La Cruz que han levantado, de manera que así
Jesús levante al mundo y lo atraiga hacia sí.
Y lo traiga hacia sí, igual que al corazón
del ladrón convertido, de aquel feliz ladrón.
Ladrón que se robara el cielo en un momento,
mientras Cristo nos deja su Madre en testamento.
Testamento concreto: ahí tienes a tu hijo
ahí tienes a tu Madre, fue todo lo que dijo.
Fue todo lo que dijo para darnos su Madre.
Y después el espíritu entregaría a su Padre.
A su Padre que cumple de ese modo la gran
promesa redentora formulada ante Adán.
Y la gloria
I
Dios ha muerto: la frase resulta dura y fuerte.
Dios murió en un cadalso, murió de mala muerte.
Murió de mala muerte, murió muerte de esclavos.
Dios murió en un patíbulo, taladrado con clavos.
Con clavos que han quitado de sus manos y pies
para bajar el cuerpo del cadalso, después.
Después de atravesar su corazón ya muerto;
después que las tinieblas todo el mundo han cubierto.
Han cubierto el cadáver de Dios con un sudario y han corrido una piedra que clausura el osario.
El osario, el sepulcro, donde está de vigía
un grupo de soldados hasta el tercero día.
Hasta el tercero día, cuando pudieron ver
a Cristo levantándose como un amanecer.
Como un amanecer radiante de mil soles; como un deslumbramiento de infinitos crisoles.
Infinitos crisoles derritiendo oro puro
de llagas de Cristo son un símil oscuro.
Son un símil oscuro, son metáfora inerte de Cristo que triunfante regresa de la muerte.
II
La noche se diluye, crece un trazo celeste que apaga las estrellas situadas hacia el este.
Hacia el este clarea cuando llegan al huerto mujeres que se encuentran con el sepulcro abierto.
Abierto está el sepulcro, no queda ni un soldado: conforme a su palabra Cristo ha resucitado.
Cristo ha resucitado, resucitó Jesús;
Lo sabrán dos viajeros camino de Emaús.
Camino de Emaús junto a ellos aparece: Quédate con nosotros, Señor, porque anochece.
Anochece una vez y otra vez y otra más.
Pasan cuarenta días. Ya no duda Tomás.
Tomás que ya no duda pues le han sido ofrecidas
a sus manos incrédulas las divinas heridas.
Las divinas heridas, la terrible señal
que signara la carne de Jesús, inmortal.
Inmortal, victorioso, ya Cristo sube y sube;
asciende hacia la gloria… lo ha ocultado una nube.
Lo ha ocultado una nube que vela su figura.
Los discípulos siguen contemplando la altura.
III
Jesucristo ha subido victorioso a la Gloria.
Prosiguen los discípulos con su pequeña historia.
Con su pequeña historia que Cristo interrumpiera.
Retoman los discípulos un trabajo cualquiera.
Un trabajo cualquiera, pescadores los más,
publicano algún otro, labradores quizás.
Quizás intentarían volver a sus rebaños,
a sus barcas, sus siembras, dejadas por tres años.
Tres años de aventuras, de aventuras divinas, tras los pasos de Cristo por tierras palestinas.
Por tierras palestinas, por Palestina entera, que ahora los observa mientras dura la espera.
Espera en la que esperan al Espíritu Santo. Espera que transcurre rezando mientras tanto.
Rezando mientras tanto, pidiendo que el oráculo
se cumpla y es por eso que están en el Cenáculo.
Están en el Cenáculo, María los acompaña,
cuando sopla una fuerza poderosa y extraña.
Extraña y prodigiosa tormenta que ante el ruego de sus lenguas responde con cien lenguas de fuego.
IV
Borrachos, embriagados de inefable licor,
conocen los discípulos la embriaguez del Amor.
Del Amor y el Saber, que con firme certeza
abrasan sus entrañas y aclaran su cabeza.
Su cabeza alumbrada por la llama que es
desde entonces el símbolo de aquel Pentecostés.
Pentecostés, principio del mayor cometido que nadie se haya impuesto, que nadie haya emprendido.
Emprendido al amparo de palabras urgentes, que ordenan predicar al mundo y a sus gentes.
Gentes de toda laya que tras arduos desvelos
recibirán noticia del Reino de los Cielos.
De los cielos abiertos donde sube María,
transportada por ángeles que cantan su alegría.
Que cantan su alegría, llevando en su cuerpo y alma
a la que hace tres días se durmiera con calma.
Con calma nuestra Madre se ha quedado dormida;
los ángeles la llevan por liviana avenida.
Avenida del aire, por claros escalones
de viento que conducen a elevadas regiones.
V
La Gloria resplandece con todos sus tesoros.
Los ángeles, jerárquicos, se ordenan en sus coros.
Coros de principados, tronos y querubines,
potestades, arcángeles y ardientes serafines.
Ardientes serafines , dominaciones bellas. Patriarcas y profetas, doctores y doncellas.
Doncellas virginales y madres generosas, soldados y artesanos, legiones numerosas.
Legiones numerosas de reyes y operarios,
sacerdotes y niños, semejantes y varios.
Semejantes y varios se han reunido los santos, con aureolas, con palmas, con coloridos mantos.
Mantos de oro y de esmaltes, total felicidad, de los santos que adoran la Santa Trinidad.
Trinidad misteriosa, majestad Una y Trina, Personas diferentes en la Unidad Divina.
Divina Trinidad, santísima y suprema,
que corona a María con suprema diadema.
Diadema en que no falta ninguna perfección,
pues la ciñe María, Reina de la Creación.