Presentación del libro "Las Nobes Pobres" de
de Ledesma de Casares, el 13-10-2005
En un país como el nuestro, tan poco dado a conservar sus tradiciones, la cátedra que compartimos con Dolores Ledesma bien puede considerarse una excepción. Enseñamos Historia Argentina en la Universidad Católica y el primer titular de esa cátedra fue Julio César Gancedo, un hombre fino, con cariño por su patria, tal como pudo ponerlo de manifiesto en sus gestiones como Secretario de Cultura de la Nación y como presidente de la Comisión Nacional de Museos.
El enfoque histórico de Gancedo coincidía, en líneas generales, con lo que se ha dado en llamar línea nacional , siendo su adjunto Juan Esteban Olmedo, a quien cabe incluir en esa línea aún con mayor energía, sin salvedades ni vacilaciones.
Al morir July , como le decían sus amigos, Olmedo quedó a cargo de la cátedra y nos convocó para secundarlo a Fernando Estrada y a mí. En lo que me atañe, fueron mis primeras armas en materia docente pues, previamente, había rechazado algún ofrecimiento en ese sentido, ya que no me consideraba habilitado para enseñar en la universidad luego de haber sido un alumno poco aplicado, con más interés por la política estudiantil que por la preparación de las materias que debía rendir.
Conforme a la política efebolátrica vigente en la UCA, un día lo obligaron a jubilarse a Juan Olmedo, sin atender a su intacta idoneidad para continuar dictando la materia. Y yo, que era su adjunto, lo sucedí en el cargo, pese a no ser mucho más joven que él.
Hoy es mi adjunta Dolores Ledesma, a mí me jubilarán a las primeras de cambio y, si todo ocurre como cabe desear, ella pasará a ser titular de la materia. Verificándose así la continuidad de determinada visión histórica, a lo largo de un período bastante dilatado, coincidente con la existencia de la asignatura en el actual Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad Católica. Cosa bastante poco frecuente en los tiempos que corren.
Amén de esta circunstancia, que estimo oportuno señalar, quiero comentar otra, que también reviste algún interés a mi entender. July Gancedo, Juan Olmedo y yo éramos abogados, interesados es cierto por el pasado argentino, pero abogados al fin. Es decir, ninguno de nosotros era historiador, aunque enseñáramos Historia. Dolores, en cambio, es historiadora. Será la primera historiadora que ocupe la cátedra donde nosotros tocamos de oído, con mejor o peor entonación.
¿Esto es bueno o no? Diría que según se mire. Es bueno porque los especialistas suelen desempeñarse en su especialidad con más acierto que los dilettantes , contando sus conocimientos con bases específicas más firmes que éstos. Y no es bueno porque los historiadores profesionales corren el gravísimo riesgo de comportarse como historiadores profesionales.
¿Y en qué consiste el riesgo de comportarse como un historiador profesional? En actuar del mismo modo en que actúan, por ejemplo, los representantes de determinadas escuelas poéticas o pictóricas de avanzada, o sea como poseedores de claves que les permiten juzgar, alabar o execrar la obra de sus pares conforme a códigos iniciáticos inaccesibles para el común de la gente.
La mayoría de nosotros hemos leídos libros de historia escritos por señores que, estuviéramos o no de acuerdo con ellos, eran hombre versados en diversos campos de la cultura, con una determinada visión totalizadora del mundo, poseedores habitualmente de un pulcro estilo literario y que, por añadidura, habían dedicado una parte de su tiempo a adquirir saberes históricos.
El historiador profesional que observamos a la fecha tiene poco que ver con el personaje que acabo de describir. Poseedor de infinitos datos menudos, circunscripto a campos de investigación perfectamente delimitados, meritoriamente empeñado en fundamentar sus afirmaciones paso por paso, diestro en el empleo de un lenguaje peculiar exclusivo y excluyente, pródigo en barbarismos sociológicos, constituye una figura de características casi opuestas a las que lucían los historiadores que nosotros frecuentamos.
Y yo diría que Dolores posee las virtudes propias del historiador profesional de nuestros días pero que, a la vez, no se ha contaminado con sus características negativas. Dolores es historiadora, sí. Graduada en Historia. Conocedora de las técnicas investigativas anejas a su oficio. Habituada al idioma que emplean sus colegas. Pero, al mismo tiempo, posee una amplia cultura general, no ha perdido el gusto por conocer aquellos sucesos cuyos detalles hubieran interesado a un chico atraído por los relatos de aventuras, escribe en un castellano desprovisto de locuciones en código. Y, sobre todo, sigue pensando bien, siente el país de la manera en que lo sienten los buenos argentinos, no ha cedido a la tentación de interpretar la Historia solamente a través de apetencias sociológicas, inevitablemente resentidas, o de vaivenes económicos, inevitablemente materialistas.
El libro que estamos presentando es buena prueba de casi todo lo que digo. La elección del tema, por lo pronto, ya está hablando favorablemente de la autora. Porque resulta ponderable ocuparse de las monjas capuchinas porteñas. Y hacerlo no sólo con erudición sino con afecto, como quien relata una saga familiar, es doblemente ponderable.
Las monjas no están de moda. Y menos si son contemplativas. La madre Teresa de Calcuta constituyó una excepción, ya que gozó de buena prensa. Pero no gozó de buena prensa por tratarse de una monja y menos en atención al amor a Dios que ponía en su heroica tarea asistencial. Gozó de buena prensa por el aspecto solidario de esa tarea asistencial. Y hubiera tenido mejor prensa aún si no hubiera sido monja y hubiera practicado el agnosticismo, como Albert Shweitzer en Lambarené. Por eso ha de celebrarse que Dolores haya dedicado un libro a una comunidad de religiosas. Y, peor aún, a una comunidad de religiosas contemplativas.
Dije en el prólogo del libro: Las monjas que acabo de mencionar –Capuchinas o Clarisas- poseían una característica que las distinguía: para ingresar a la orden las postulantes no debían entregar dote de ninguna especie, cosa que sí requerían otras congregaciones. Y no puedo menos que detenerme en ese detalle. Pues indica que tiempo hubo en que una muchacha (salvo que entrara en las Clarisas) debía reunir los fondos necesarios para poder responder afirmativamente a su vocación religiosa. Lo cual contrasta con esta época en que, pese a no existir dicha exigencia, tantos conventos aparecen despoblados.
Si la obra de Dolores, además de constituir un efectivo aporte para ilustrar sobre un aspecto del pasado de Buenos Aires, sirviera también para suscitar aunque fuera una sola vocación para el convento de las Clarisas, habría excedido las metas más ambiciosas que pueda plantearse un autor: que su trabajo contribuya a difundir el conocimiento de su patria y a incrementar la gloria de Dios. Que no es poco decir, por cierto.
Es verdad que no está al alcance de los hombres –ni de las mujeres, naturalmente- infundir la vocación en un alma. Pero sí pueden colaborar con la gracia para que ello ocurra. Y eso es lo que Dolores ha hecho, quedando por cuenta de la Divina Providencia rematar la tarea.
Afirman que la Historia es maestra de vida. Yo suelo decirles a mis alumnos que eso no es cierto, que nadie experimenta en cabeza ajena. Pero, sin embargo, no cabe duda en cuanto a que la ejemplaridad aún produce efectos. Una de las razones por las cuales el mundo anda mal es por falta de buenos ejemplos. Y faltan buenos ejemplos porque hay pocas conductas ejemplares y porque las pocas que hay no son suficientemente difundidas. Dolores, mediante este libro, está llamando la atención respecto a una comunidad que es y ha sido ámbito propicio para que florecieran numerosas conductas ejemplares.
Aunque resulte poco académico, sabrán disculpar que termine cediendo a una debilidad, bastante típica en aquellos que nos vamos poniendo viejos. Porque no quiero silenciar la satisfacción que me proporciona referirme a un trabajo cuya mención supone mencionar tácitamente a varias personas excelentes. Excelente es su autora, hija de Clodomiro Ledesma, persona excelente. Casada con Ignacio Casares, persona excelente. Nieto por su parte de Tomás Casares, persona excelente. Siendo Gladius la editora del trabajo, sello cuyo titular aquí presente es Rafael Breide Obeid, persona excelente.
Con esta compañía, amén de la del público que nos acompaña, realmente da gusto hablar. Nada más. Buenas tardes.