Para cantar la vida pienso que es lo mejor empezar por cantar a su divino autor.
De modo que estos versos, agrupados de a dos, principian, como cuadra, dando gracias a Dios.
A un Dios omnipotente, creador insoslayable de todo cuanto existe, conocido o probable.
Que actuó en forma directa o acaso, así lo admito, disimulando un poco su poder infinito.
Mediante evoluciones que exigen poseer una fe inquebrantable para poderlas creer.
Por tanto le agradezco a Dios omnipotente conferir la existencia a todo lo existente.
Le agradezco los mundos del cosmos sideral, dispersados o no por el ¡bang! inicial.
Agradezco el pequeño sistema planetario que funciona en un átomo corriente y ordinario.
De nardos y jazmines agradezco el aroma, agradezco el milagro de cada cromosoma.
Agradezco del hielo sus cristales perfectos y el reino diminuto que pueblan los insectos.
Agradezco el instinto del animal salvaje y las gamas de verde que combina un follaje.
Agradezco el juncal que vela una laguna y el caudal de mercurio que derrama la luna.
Agradezco de un bosque su lejano confín y la curva que traza el salto de un delfín.
Agradezco el buen porte que exhiben las coníferas y el tesoro que ocultan las arenas auríferas. Los anillos concéntricos que a su modo y manera declaran en los leños la edad de la madera.
Los ciclos sucesivos de las cuatro estaciones y el fuego hospitalario que brilla en los fogones.
La orientación atávica impresa en la memoria del ave que repite su gira migratoria.
Y es hora que lo diga, le canto especialmente a la vida encarnada en el hombre y la gente.
Al prodigio entrañable de la fecundidad, que parte desde el tiempo hacia la eternidad.
Pues la vida, iniciada cuando la concepción, prosigue en otra vida de gloria o perdición.
De modo que la muerte no es un punto final sino una encrucijada necesaria y fatal.
Un hito entre dos planos, un túnel tenebroso que conduce a un abismo o a un jardín luminoso.
Y como es conveniente cultivar la esperanza recordemos que el justo la salvación alcanza.
Después de analizar nuestra propia conciencia prosigamos cantando a la humana existencia.
Cantemos al esfuerzo, cantemos al amor y al tan reconfortante sentido del humor.
Al modesto coraje que requiere el momento de salir cada día a ganarse el sustento.
A las buenas maneras, cuyo suave ejercicio construye en torno nuestro un ámbito propicio.
Al debido respeto que merece la edad y a la sana costumbre de decir la verdad
Le canto a los salones con adecuada acústica y al cultivo sapiente de una parcela rústica.
A las telas que cubren y que prestan abrigo, a la firme confianza que suscita un amigo.
Al triunfo que se obtiene pagando un alto costo y al espíritu clásico que se enciende en el mosto.
A la noble fatiga que experimenta el músculo y a la melancolía que ocasiona el crepúsculo.
Al elegante gesto de admitir la derrota y al empeño que implica seguir siendo patriota. Le canto a quienes fundan familias numerosas porque demuestran ser personas generosas.
Capaces de poblar con hijos nuestro suelo, confiados en sus fuerzas y en la ayuda del cielo.
Le canto al gobernante que no desdeña aún fijarse como meta lograr el bien común.