La calandria era estéril, pobrecita. Y, con motivo de ello, prestó oídos a la propaganda que hacía un médico medio sinvergüenza, que se dedicaba a la manipulación genética. El cual no la llamaba así sino “fertilización asistida”, que queda mejor.
Se presentó la calandria en la clínica del médico, que siempre llevaba puesto el antifaz porque era un benteveo. Enterado del caso, el manipulador le sacó un montón de plata a la calandria, como anticipo de mayores pagos. Después practicó con su paciente las maniobras pertinentes y la despachó diciendo:
- Vaya nomás, doña, para la primavera va a tener usted una buena cantidad de pichones.
Salió muy contenta la calandria y, enseguida, le hizo conocer su situación a todo el mundo.
- Me costó mis buenos pesos – decía –, pero por suerte una es pudiente y está en condiciones de permitirse el gasto.
El tordo – torda, en realidad – que siempre anda buscando donde poner sus huevos sin tomarse el trabajo de hacer nido, paró la oreja y decidió sacar partido del asunto.
La calandria anidó y, llegado el momento, puso en efecto tres huevos. Medio cachuzos y descoloridos, pero huevos al fin de cuentas. La torda rondaba esperando su oportunidad. Y, al primer descuido de la calandria, agregó un huevo propio a los de ésta, que no reparó en el aumento de la nidada.
Llegó la primavera. Y, con la primavera, nacieron los pichones. Glotón y robusto el de la torda, entecos y medio arruinaditos los de la calandria. Quien pronto advirtió que era aquél un pichón ajeno, de tordo para más datos. Conocedora del proceder habitual de la torda y carcomida por las sospechas, encaró a ésta para exigirle explicaciones.
- ¡Eh, usted! – le pegó el grito -. ¿Qué ha andado haciendo en mi nido?
- ¿Yo? – respondió la interpelad, poniendo cara de inocente.
- Sí, usted. Entre mis pichones ha aparecido uno de tordo.
- No le extrañe, doña; según tengo entendido, usted recurrió a la fertilización asistida que le dicen. Y con ese manoseo genético no se gana para sorpresas. Ni siquiera se sabe con seguridad quién es padre de quién ni cuál es hijo de cuál.
La calandria se quedó desconcertada y la torda se terminó por salir con la suya, pues consiguió que a su hijo se lo criaran gratis. Para peor, los de la calandria duraron poco, porque venían fallados.
Moraleja
Constituye una torpeza
dejar que usurpe la ciencia
el rol que la Providencia
confió a la naturaleza.