Ibrahim era un hombre de peso en Judá. Primeramente porque era un hombre de posibles. Sus viñas ocupaban una extensión considerable cerca de Belén, la ciudad suya, punteando simétricamente la cuesta de varias colinas. Y el vino de sus viñas era liviano y aromado. Numerosos eran sus rebaños y numerosos los pastores que los cuidaban. Lana suave le daban sus ovejas y con ella se tejían paños que hasta la lluvia aguantaban. La carne de sus cabras resultaba pingüe y sabrosa, asada al rescoldo. Confortaba la leche de sus camellas y hasta podía hilarse el pelo de alguna de ellas. También traficaba Ibrahim y a sus posesiones solían llegar caravanas del Oriente, con preciosos cargamentos negociados ventajosamente. Y esas caravanas no volvían vacías de Belén, pues retornaban con productos vendidos a buen precio.
También Ibrahim era hombre de peso en Judá por ser hombre ilustrado. Si bien todos los judíos de su tiempo conocían a fondo la Escritura, no había en ese terreno quien le pisara el poncho a Ibrahim. Dominaba los Libros Santos de arriba abajo, de abajo arriba, al derecho y al revés de diestra a siniestra y de siniestra a diestra. No ignoraba ninguna de las interpretaciones formuladas sobre los más oscuros pasajes y, además, había llegado a sus propias conclusiones, relacionando con lucidez y sutileza párrafos en los cuales nadie había reparado, descubriendo ocultos nexos semánticos, develando penumbras nunca penetradas al través de los tiempos.
Y, por fin, Ibrahim era hombre de peso en Judá por ser hombre patriota. Su estudio era tenaz de la Escritura, el apasionamiento ardiente de su natural y, de modo muy especial, la afrenta que sufría su tierra invadida, habían contribuido a exacerbar el patriotismo de Ibrahim. Además, siendo descendiente de David, sabía que su sangre habría de nacer el Mesías prometido. Y sabía que el Mesías nacería en Belén que, por eso, no era la más pequeña entre las ciudades de Judá.
Porque conocía la Escritura a fondo, porque era patriota y su patriotismo sufría afrenta, porque descendía del gran rey David, porque vivía en Belén de Judá, día y noche soñaba Ibrahim con la llegada del Mesías que sería pariente suyo, que expulsaría del solar natal al invasor romano, que establecería para siempre la hegemonía de Israel sobre las naciones. Soñaba Ibrahim con la llegada de ese Mesías a cuya disposición pondría su persona y sus bienes.
Soñaba Ibrahim con ser útil al Mesías libertador de su pueblo sojuzgado. Soñaba con secundarlo personalmente en la empresa guerrera que había de emprender, poniendo a su servicio aquel brazo suyo todavía vigoroso y la totalidad de sus riquezas cuantiosas. En todo momento soñaba Ibrahim con servir al Mesías que vendría pronto pues, conocedor cabal de la Escritura, sabía Ibrahim que los tiempos estaban maduros. Despierto y dormido soñaba Ibrahim con servir al Mesías.
Esa noche Ibrahim se recogió temprano en el cuarto de la casa grande que habitaba en Belén. Todo el día había soñado despierto con servir al Mesías. Ahora, dormido, seguía soñando lo mismo. Le molestó, por cierto que vinieran a despertarlo. L molestó que lo despertaran por culpa de esos parientes lejanos que pedían alojamiento en su casa grande. Aunque eran muchos los cuartos vacíos en la casa grande, también eran muchos los importunos que pedían cobijo aquellos días, a raíz del empadronamiento dispuesto por Cesar Augusto. Ibrahim mando decir a sus parientes lejanos que no tenía lugar para alojarlos.
Ibrahim siguió soñando con servir al Mesías. María y José siguieron su camino.