JUAN LUIS GALLARDO - MÁS COSAS - © Buenos Aires Edita S.A., 1977
     
 
Más cosas buenas

Si bien segundas partes suelen ser peligrosas
asumiré ese riesgo continuando Las Cosas.

Correré ese peligro pues dentro del tintero
se me han quedado varias que aborrezco o que quiero.

De modo que pretendo seguir nombrando el resto
de aquellas que me gustan y aquellas que detesto.

Me gustan las glicinas, ese efímero cielo
que la primera lluvia deposita en el suelo.

Me gustan las maderas labradas por el mar
y los sellos de lacre, las piedras de afilar.

Me gusta el arco iris cuando brilla en lo alto
contra un fondo profundo de color azul cobalto.

Me gustan los aljibes con brocales de mármol
y conocer el nombre científico de un árbol.

Me gustan las chicharras que cantan en verano
me gusta que se estreche con firmeza la mano.

Y me gusta el pequeño farol de querosén
que parpadea en la noche cuando se aleja un tren.

Me gustan las vidrieras de las ferreterías
Y el eco de mis pasos en las calles vacías.

Por su esfuerzo callado me gustan los borricos
de noria y los hogares donde abundan los chicos.

Me gusta ver las brasas en una salamandra,
me gusta de los buzos su hermética escafandra.

Me gustan los potrillos trotando tras las yeguas,
me gusta que se mida las distancias por las leguas.

De modo que me gusta el quintal, la fanega
y escribir Buenos Ayres así, con igriega.

Me gusta la fragancia del a tierra mojada
y me gusta la espiga cuando está bien granada.

Me gustan los parrales con uva moscatel
y las columnas dóricas de sobrio capitel.

Me gustan los soldados de plomo, los canastos,
me gusta el as de espadas y también el de bastos.

Me gustan los manómetros de bronce en las calderas
y el hueco que está debajo de algunas escaleras.

Me gusta cómo huelen los hornos de ladrillo,
me gusta el entusiasmo que suscita un caudillo.

Me gusta el suculento churrasco matinal
que interrumpe el trabajo del peón municipal.

Me gustan esas rejas con rejas convergentes,
en forma de abanicos o de soles nacientes.

Me gustan las goletas diminutas y bellas
que inmóviles navegan en frágiles botellas.

Me gusta ver camiones ornados con filetes
y en el aire de octubre subir los barriletes.

Me gustan los molinos para moler café
y la fórmula arcaica por ante mí, doy fe.

Me gusta aquel resabio de antigua cortesía
por el cual se titula a un juez Su Señoría.

Me gustan los desfiles, me gustan los clarines
y me gustan los cascos con penachos de crines.

Me gustan los poemas en verso alejandrino,
me gustan las navajas y las botas de vino.

Me gusta que los padres bendigan a sus hijos,
me gustan los despachos donde haya crucifijos.

Me gustan las mansardas, me gustan las terrazas
y me gustan los bancos que ponen en las plazas.

Me gustan los portones flanqueados por pilares
que rematen en piñas de piedra, similares.

Si no llueve me gusta el sapo cuando croa,
me gustan los esbeltos mascarones de proa.

Y me gustan las telas de araña que la helada
transforma en un encaje de trama delicada.

Me gustan los caballos que tiene buena rienda,
y me gustan los fierros para marcar la hacienda.

Me gusta la curiosa y audaz nomenclatura
que en las panaderías se aplica a la factura.

Me gustan las calandrias, el canto del zorzal
y el sonido que emiten las copas de cristal.

Me gusta que en algunas solemnes ocasiones
se coloquen banderas en techos y balcones.

Me gustan las brillantes bicicletas inglesas,
el dulce de guayaba y la tarta de fresas.

Me gusta que la gente siga haciendo visitas
y la música eterna en ciertas calesitas.

Me gusta la ruleta de manejo sencillo
que otorga cada tanto el premio de un barquillo.

Del deshollinador me gusta la figura
que pasa pedaleando con su galera oscura.

Me gustan los corales de los mares del trópico
y soñar con un viaje prolongado y utópico.

Sin embargo es preciso también reconocer
que me gustan los viajes para también volver.

En los carros me gustan los arneses de suela
con flores dibujadas a punta de tachuela.

Me gustan las sensibles balanzas del correo
donde pasan las cartas con vistas al franqueo.

Me gustan los buzones con forma de buzón
y pintados, por cierto, de color bermellón.

Me gusta que los curas conozcan sus latines
y me gustan las breves cortadas de adoquines.

Me gusta la ironía que apenas se insinúa,
me gustan los boletos con cifras capicúa.

Y me gustan los nombres que olvidó mi ciudad:
buen Orden y Victoria, De las Artes, Piedad.

Me gustan tantas cosas que no sería posible
incluirlas en un verso de extensión admisible.

Por lo tanto concluyo, pues la medida justa
no se debe exceder. Al menos no me gusta.

Más cosas malas

Detesto del teléfono la tenaz campanilla
y la gota nocturna que pierde la canilla.

Detesto las planillas donde hayan colocado
la tediosa leyenda llenar por triplicado .

Detesto las semáforos que hilvanan luces rojas
y, cuando está lloviendo, pisar baldosas flojas.

Detesto los coimeros que infestan la República,
ya en la empresa privada, ya en la oficina pública.

Detesto las novelas sin final ni argumento,
detesto la infidencia, los chismes y el chimento.

Detesto esas estampas de tenue colorido
donde Cristo aparece rubión y relamido.

Sin embargo detesto también aquel cartel
donde el rostro de Cristo recuerda al de Fidel.

Detesto los anteojos con vidrios sin montura
y encontrar en un diente la oculta picadura.

Detesto ver que algunos apagan cigarrillos
en el fondo retinto que queda en los pocillos.

Aunque debo aclarar que es difícil admita
la palabra pocillo porque digo tacita .

Detesto el disparate que se ha vuelto habitual
de tener por evento lo que no es eventual.

Y detesto que a veces escriban nosocomio,
si el término hospital tan digno de encomio.

Detesto que se tenga por precipitación
pluvial
al consabido y vulgar chaparrón.

Igualmente detesto con fastidio acerbo
la moda de trocar el sustantivo en verbo.

De la cual como ejemplo tomo un caso al pasar,
que puede ser, entre otros, el verbo implementar .

A la inversa detesto que un verbo cual lograr
se transforme en un logro que me cuesta aceptar.

Detesto los perfumes violentos y baratos,
detesto cuando chillan al andar los zapatos.

Detesto que se empiece a jugar un partido
pensando de antemano que se encuentra perdido.

Detesto ese pretexto que en alguna ocasión
yo también utilizo: está en una reunión .

Detesto que se ataque la acción de la censura
esgrimiendo los fueros de una falsa cultura.

Detesto la esotérica liturgia que rodea
la memoria dudosa de la muerta Correa.

Detesto que mencionen al Espíritu Santo
en pequeños avisos que se leen cada tanto.

Detesto los destrozos que causa la polilla
y cuando cebo mate que muevan la bombilla.

Detesto los ruleros, las lenguas viperinas,
las raudas cucarachas que invaden las cocinas.

Detesto en las paredes ver los cuadros torcidos
y las ilustraciones con colores corridos.

Detesto la advertencia prohibido estacionar
y aquella que prescribe no pase sin llamar.

Detesto los chirridos que produce la tiza
y que a la pateadura se la llame golpiza .

Detesto que se tenga por gobierno normal
solamente al surgido de un acto electoral.

Detesto que repitan una vez y otra vez
los extremos se tocan , cuando es justo al revés.

Detesto ese criterio que supone acertado
guardar equidistancia entre el bien y el pecado.

Y detesto se excluya la posibilidad
de que alguno posea, completa, la verdad.

Ya que todas las cosas tiene límites lógicos,
detesto los notorios excesos ecológicos.

Derivados por cierto de una ciencia moderna
que ambiciona llevarnos de nuevo a la caverna.

Pero también detesto en forma equivalente
los males que el progreso provoca en el ambiente.

Detesto por lo tanto que ocasionen estragos
en los bosques y tiren botellas a los lagos.

Detesto que me indiquen ajuste el cinturón
por un plan económico o volar en avión.

Lo cual no significa que apruebe el despilfarro
ni alabe las ventajas de los viajes en carro.

Detesto los jardines con luces de mercurio
y el casamiento en Méjico por motivo espurio.

Detesto se me afloje el nudo de corbata
y en el café con leche hallar restos de nata.

Detesto por cobarde la bomba de trotyl,
detesto la estentórea reforma estudiantil.  

Detesto que los hombres sufran crisis nerviosas,
incluso en circunstancias realmente peligrosas.

Detesto esa dolencia que cada dos por tres
se invoca en estos tiempos y denominan stress.

Detesto que se invoque la libertad de prensa
para intentar cubrir la calumnia o la ofensa.

Y detesto asimismo se utilice el sistema
de ignorar un autor o silenciar un tema.

Detesto no encontrar para una idea brillante
el modo de escribirla con rima consonante.

Y, dado aquel escollo, detesto se suprima
la rima por la idea o la idea por la rima.

Termino pues resulta difícil encontrar
muchas más cosas malas para poder nombrar.

Lo cual me reconforta, ya que el otro poema
que incluyó cosas buenas no ofreció tal problema.

De modo que es posible suponer que las cosas
detestables son menos que las cosas hermosas.

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