Más cosas buenas
Si bien segundas partes suelen ser peligrosas
asumiré ese riesgo continuando Las Cosas.
Correré ese peligro pues dentro del tintero
se me han quedado varias que aborrezco o que quiero.
De modo que pretendo seguir nombrando el resto
de aquellas que me gustan y aquellas que detesto.
Me gustan las glicinas, ese efímero cielo
que la primera lluvia deposita en el suelo.
Me gustan las maderas labradas por el mar
y los sellos de lacre, las piedras de afilar.
Me gusta el arco iris cuando brilla en lo alto
contra un fondo profundo de color azul cobalto.
Me gustan los aljibes con brocales de mármol
y conocer el nombre científico de un árbol.
Me gustan las chicharras que cantan en verano
me gusta que se estreche con firmeza la mano.
Y me gusta el pequeño farol de querosén
que parpadea en la noche cuando se aleja un tren.
Me gustan las vidrieras de las ferreterías
Y el eco de mis pasos en las calles vacías.
Por su esfuerzo callado me gustan los borricos
de noria y los hogares donde abundan los chicos.
Me gusta ver las brasas en una salamandra,
me gusta de los buzos su hermética escafandra.
Me gustan los potrillos trotando tras las yeguas,
me gusta que se mida las distancias por las leguas.
De modo que me gusta el quintal, la fanega
y escribir Buenos Ayres así, con igriega.
Me gusta la fragancia del a tierra mojada
y me gusta la espiga cuando está bien granada.
Me gustan los parrales con uva moscatel
y las columnas dóricas de sobrio capitel.
Me gustan los soldados de plomo, los canastos,
me gusta el as de espadas y también el de bastos.
Me gustan los manómetros de bronce en las calderas
y el hueco que está debajo de algunas escaleras.
Me gusta cómo huelen los hornos de ladrillo,
me gusta el entusiasmo que suscita un caudillo.
Me gusta el suculento churrasco matinal
que interrumpe el trabajo del peón municipal.
Me gustan esas rejas con rejas convergentes,
en forma de abanicos o de soles nacientes.
Me gustan las goletas diminutas y bellas
que inmóviles navegan en frágiles botellas.
Me gusta ver camiones ornados con filetes
y en el aire de octubre subir los barriletes.
Me gustan los molinos para moler café
y la fórmula arcaica por ante mí, doy fe.
Me gusta aquel resabio de antigua cortesía
por el cual se titula a un juez Su Señoría.
Me gustan los desfiles, me gustan los clarines
y me gustan los cascos con penachos de crines.
Me gustan los poemas en verso alejandrino,
me gustan las navajas y las botas de vino.
Me gusta que los padres bendigan a sus hijos,
me gustan los despachos donde haya crucifijos.
Me gustan las mansardas, me gustan las terrazas
y me gustan los bancos que ponen en las plazas.
Me gustan los portones flanqueados por pilares
que rematen en piñas de piedra, similares.
Si no llueve me gusta el sapo cuando croa,
me gustan los esbeltos mascarones de proa.
Y me gustan las telas de araña que la helada
transforma en un encaje de trama delicada.
Me gustan los caballos que tiene buena rienda,
y me gustan los fierros para marcar la hacienda.
Me gusta la curiosa y audaz nomenclatura
que en las panaderías se aplica a la factura.
Me gustan las calandrias, el canto del zorzal
y el sonido que emiten las copas de cristal.
Me gusta que en algunas solemnes ocasiones
se coloquen banderas en techos y balcones.
Me gustan las brillantes bicicletas inglesas,
el dulce de guayaba y la tarta de fresas.
Me gusta que la gente siga haciendo visitas
y la música eterna en ciertas calesitas.
Me gusta la ruleta de manejo sencillo
que otorga cada tanto el premio de un barquillo.
Del deshollinador me gusta la figura
que pasa pedaleando con su galera oscura.
Me gustan los corales de los mares del trópico
y soñar con un viaje prolongado y utópico.
Sin embargo es preciso también reconocer
que me gustan los viajes para también volver.
En los carros me gustan los arneses de suela
con flores dibujadas a punta de tachuela.
Me gustan las sensibles balanzas del correo
donde pasan las cartas con vistas al franqueo.
Me gustan los buzones con forma de buzón
y pintados, por cierto, de color bermellón.
Me gusta que los curas conozcan sus latines
y me gustan las breves cortadas de adoquines.
Me gusta la ironía que apenas se insinúa,
me gustan los boletos con cifras capicúa.
Y me gustan los nombres que olvidó mi ciudad:
buen Orden y Victoria, De las Artes, Piedad.
Me gustan tantas cosas que no sería posible
incluirlas en un verso de extensión admisible.
Por lo tanto concluyo, pues la medida justa
no se debe exceder. Al menos no me gusta.
|