Conferencias del Padre Jorge Loring S.I.

35. LO QUE A NADIE LE GUSTA OÍR
(Conferencia pronunciada en Mayo de 1967 en el Casino de Beniaján. Murcia)

Vamos a dedicar la conferencia de hoy a comentar la encíclica «Populorum Progressio», que acaba de publicar Pablo VI.
La resonancia internacional que ha tenido esta encíclica da idea de su trascendencia. .El mismo Pablo VI consciente de esta trascendencia, antes de publicarla ha consultado a muchísimos obispos, teólogos y estadistas expertos en la materia. Y llegado el momento oportuno hizo saber la cosa a los representantes del Vaticano en la ONU, en la UNESCO, en la FAO, y en otros organismos internacionales, pidiendo a través de ellos consejos y opiniones. Así, con una visión clara del asunto, Pablo VI trazó el primer esquema de la encíclica en septiembre de 1964. Desde entonces el texto ha pasado por siete redacciones distintas, hasta la última que es la del 6 de febrero pasado.

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Estas palabras introductorias, son para que veamos que es una encíclica que el Papa ha pensado mucho, madurándola mucho, consultando mucho. Por fin se ha decidido a lanzarla al mundo.
Entre las anécdotas que se cuentan con ocasión de esta encíclica, se dice que el papa tenía una carpeta, ya desde los primeros momentos de su pontificado, donde ha ido acumulando citas y pensamientos. El título de esta carpeta era: «Material para una encíclica sobre los principios morales del desarrollo humano». Y efectivamente, las palabras «Populorum Progressio» significan «desarrollo de los pueblos». Son las dos primeras palabras latinas del documento. Los documentos pontificios se llaman siempre por las dos primeras palabras latinas con las que empiezan.
Es ésta una de las encíclicas más importantes publicadas por los Papas modernos, y en concreto por Pablo VI.

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Esta encíclica no dice nada excepcional que no se hubiera dicha hasta ahora. La «Populorum Progressio» lo que ha hecho ha sido una proyección internacional de las ideas sociales de la Doctrina que la Iglesia ha proclamado siempre en diversos documento pontificios.
Esta encíclica no es muy larga. Pero es muy densa. Dice muchísimas cosas.
Todas ellas interesantísimas. Pero como no es posible desarrollarlas todas, yo sólo me voy a fijar en un punto.
Primero, porque creo que es el más importante.
Segundo, porque es algo proclamado repetidas veces por la Iglesia, y que Pablo VI no ha hecho más que ampliarlo y proyectarlo más internacionalmente.
Es un punto interesantísimo en la Iglesia de hoy, en nuestro mundo. Es base fundamental.

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La doctrina social de los Papas Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, ha dicho repetidas veces: «No estamos conformes con la actual distribución de la riqueza en el mundo». No estamos conformes. Lo dice la Iglesia.
La Iglesia tiene modos de cambiar la mentalidad de la Humanidad. La Iglesia no fuerza a nadie con cañones ni con cárceles. La Iglesia cambia al mundo con su doctrina. Cambia al mundo con su mensaje. Y lo cambia poco a poco. Es más lento, pero más seguro.
Vamos cambiando. Pero nos queda mucho que cambiar.
Hay que repetir las cosas. Las primeras veces que las oímos nos retumban en los oídos. Nos hacen daño. Porque nos cuesta trabajo asimilarlas.

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Empiezo con la piedra fundamental, que tantas veces ha repetido el Papa:
La riqueza en el mundo está mal repartida.
El Papa en esta encíclica hace una proyección internacional, y habla de los pueblos ricos y de los pueblos pobres. De los hambrientos en el mundo. Y hace una descripción angustiosa de la situación. Eso ya lo sabemos. Ya conocemos estas estadísticas espeluznantes que nos dan los hombres que estudian esto. Nos dicen que de cada tres hombres en el mundo, hay dos que pasan hambre. Quizás nosotros estemos entre los que comen. Pero tenemos que saber que de cada tres hombres en el mundo, hay dos que pasan hambre.
Dicen las estadísticas que el 85% de la riqueza del mundo, se la distribuye el 33% de la Humanidad. Es impresionante. ¡Pensar que el 85% de la riqueza mundial se distribuye sólo en el 33% de la Humanidad! Y el resto de la Humanidad, el 67% se queda sólo con el 15% de la riqueza mundial.
Están mal repartidas las cosas. Y la Iglesia clama.
Hoy el Papa habla con proyección internacional. Y habla de los pueblos ricos y de los pueblos pobres. Pero antes los Papas Pío XII, por ejemplo, han tenido frases durísimas, pero clarísimas y extraordinarias, hablando de las distintas clases sociales, de las desigualdades dentro de las naciones.
La Iglesia no está conforme con esto.
Es necesario que los cristianos, que los católicos, caigamos en la cuenta de esto. Dios no está contento con esta situación.
El cristianismo supone muchas cosas. No basta con ir a misa: aunque hay que ir a misa. No basta con guardar la castidad propia de cada estado:
aunque hay que guardar esta castidad. No basta con el deber profesional:
aunque hay que cumplir con las obligaciones profesionales. Pero no basta todo esto. Si después vivimos en una situación de injusticia social, tenemos un cristianismo cojo. Porque si somos muy castos, y de comunión diaria, y además excelentes profesionales: pero si después aceptamos una situación de injusticia social, eso no es ser cristiano. Nos falta algo fundamental para ser cristianos. Tenemos que ser cristianos en su totalidad.
Tampoco seríamos cristianos si lucháramos mucho por la justicia social y después no tuviéramos castidad, o aceptáramos un error doctrinal contra la fe. Tampoco.
Hay que tener fe, hay que guardar la castidad propia de cada estado, hay que cumplir las obligaciones profesionales y hay que trabajar por la justicia social. Todo.

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Partimos de la base de que los bienes de la Tierra son de Dios. Es lo primero que tenemos que aceptar. Es la base de la cual tenemos que partir.
Los bienes de la Tierra no son de los hombres. Son de Dios. Dios los creó.
Él es el dueño. Los hombres somos administradores. Los hombres, con demasiada frecuencia, nos acostumbramos a hablar de lo mío y de lo tuyo. No.
Ni mío ni tuyo. Es todo de Dios. Todo lo que tenemos es de Dios. Y Dios nos lo da en administración. Pero el dueño es Él. Y no renuncia a su dominio.
Dios nos lo entrega para que lo administremos según su voluntad, Porque el administrador tiene que administrar según la voluntad del dueño. Y si algún administrador administra buscando su interés particular, contra la voluntad del dueño, es un mal administrador. Merece una sanción.
Por lo tanto, el buen administrador tiene que administrar conforme a la voluntad del dueño, que es Dios.
Y Dios tiene un plan. Y el plan de Dios, como es obvio, es que coman todos sus hijos. Sería blasfemo pensar que Dios sirve una mesa con comida para que sólo puedan comer tres, teniendo nueve hijos. Eso sería blasfemo.
¿Cómo vamos a pensar que Dios, si tiene nueve hijos, ponga comida sólo para tres? ¿Creéis que esto es posible en un Padre Omnipotente como es Dios?
Si Dios ha puesto una humanidad en la Tierra, no hay duda de que en la Tierra hay bienes para todos. No hay duda. Se han hecho estudios sobre esto que lo confirman. Parece que si se explotara toda la tierra cultivable se podría alimentar una humanidad diez veces más numerosa.
Entonces, ¿por qué cada día mueren de hambre cien mil personas en el mundo? ¿Por qué de los cinco mil millones de personas que hay en el mundo, pasan hambre dos mil millones?¿Por qué de cada tres hombres hay dos que pasan hambre? Porque distribuimos mal.
Somos los hombres los que distribuimos mal. No es que en el mundo falten alimentos. Porque Dios no puede poner comida insuficiente para todos sus hijos. Porque Él es el Padre. Y Padre Omnipotente. Luego en el mundo hay para todos. Es problema de distribución. Aquí es donde pecamos los hombres.
Distribuimos mal.
Nos pasan una bandeja donde hay comida para nueve, y los tres primeros se sirven la bandeja entera. Y claro, para los demás no queda. Pero no porque falte. En la bandeja había para todos. Si los primeros se hubieran servido menos, hubiera llegado para todos. Porque había para todos. Porque el padre de familia, puso alimentos para todos. Pero no llegó a los últimos, porque los primeros se lo apropiaron todo para sí mismos.
Cuando Dios te pone la riqueza en tus manos, no es para que te la comas toda tú. Piensa que detrás de ti hay otros que tienen menos. Otros que también pueden comer de esa fuente. por lo tanto, con prudencia, tienes que comer de los bienes que Dios te pone en la fuente, de los bienes que Dios te pone en las manos: pero no te puedes olvidar que de esa fuente tienen que comer otros. Que todo no es para ti.
Como si en un plan de regadío, el que tiene la primera parcela la encharca y no deja que el agua acuda a las otras parcelas. Después de regar su parcela, debe dejar que el agua fluya a las demás, y las riegue también.
Los bienes que Dios pone en nuestras manos, no son sólo para nosotros.
Son para que los usemos en provecho propio, y también en bien de los demás.
Hay que distribuir. Ésa es la doctrina de la Iglesia, porque ésa es la voluntad de Dios: que los bienes del mundo sirvan para todos los hombres.
Porque todos somos hijos de Dios.

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Para que caigamos en la cuenta de cómo todo es de Dios, hay una cosa que todos la comprendemos perfectamente y no nos llama la atención. Cuando decimos, por ejemplo, que el suicidio es pecado mortal.
¿Por qué el suicidio es pecado mortal? Porque dispones de una cosa que no es tuya: la vida. Porque si la vida fuera mía, yo podría disponer de ella a mi antojo. Y no pasaría nada. Cuando me canso, me quito la vida, porque es mía. Y de lo mío hago lo que quiero.
Pues no. El hombre no puede disponer de su vida. Porque no es suya. Es de Dios.
Sin embargo, ¿hay algo más nuestro que la vida? La vida es lo más nuestro que tenemos. Y no podemos disponer de ella, porque no es nuestra. Porque es de Dios.
Dios nos da la vida, como nos da la salud, el talento o la riqueza. Dios nos da todo. Porque nosotros podríamos haber nacido en otra familia, en otro país, con otra salud, con otra riqueza, con otro talento. Lo que tenemos lo habremos perfeccionado, lo habremos quizás, a veces, completado. Pero la base fundamental de todo lo que tenemos es de Dios. Por eso Dios es dueño de todo.
Y lo mismo que es el dueño de mi talento, de mi vida, y el dueño de mi salud, es el dueño de mi dinero, es el dueño de mi riqueza, es el dueño de todas las cosas que Él pone en mis manos. Y yo, el administrador de Dios. Yo tengo que administrar mis bienes conforme a la voluntad de Dios. Y si no lo hago, tengo que tener conciencia de que estoy faltando. Ya Dios me pedirá cuentas de cómo he administrado mis bienes que son de Él.
Esa es la base fundamental. Según esta base vamos a hacer aplicaciones.
Voy a decir una que no es para todo el mundo. Al final diré otra que es para todos.

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Basándome en esta doctrina de la Iglesia de que hay que distribuir mejor los bienes de la Tierra, voy a sacar algunas conclusiones.
Pero antes he de decir que la Iglesia nunca se mete en dar procedimientos técnicos. Eso lo deja a los especialistas. La Iglesia dice que hay que distribuir mejor.
Que hace falta distribuir para que todo el mundo pueda vivir de un modo digno de persona humana. Pero no se pone a discutir cómo hay que hacerlo.
Eso que lo estudien los hombres, y hagan planes económicos, y hagan estudios y estadísticas y todo lo que quieran. Que los hombres estudien el modo, estudien la técnica. La Iglesia lo que hace es repetir que la Humanidad está muy mal organizada, porque habiendo bienes para todo el mundo, resulta que hay dos tercios de la Humanidad que no tiene lo suficiente. Y esto no es conforme al deseo de Dios.

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Pues supuesto esto, voy a decir algunas cosas que ayuden un poco a comprender o a orientar el camino para hacer esta mejor distribución de la riqueza.
Primero: El hombre tiene derecho al trabajo.
Ya dije que esta primera parte quizás no sirva para todos: pero cada cual verá lo que puede aprovechar y aplicarse de esta doctrina.
El padre de familia tiene obligación de educar a sus hijos. Obligación de alimentarlos. Y para eso no tiene más que sus brazos: el trabajo. Luego si el padre tiene obligación de sustentar a su familia, tiene derecho a
trabajar: que es el único medio para poder sustentar a sus hijos. El padre tiene derecho al trabajo.
El derecho de este hombre a trabajar, supone en otros una obligación de darle trabajo. Luego hay alguien que tiene la obligación de dar trabajo.
¿Quién es ese al guien? La sociedad. Y la sociedad somos todos.
Evidentemente que hay problemas gigantescos, y de unas dimensiones tan extraordinarias, que sólo el Estado las puede resolver. Pero es muy cómodo dejar todo al Estado. Cada cual debe ver qué posibilidades tiene de dar trabajo. Porque Dios distribuye la responsabilidad en la sociedad. Y el que está muy arriba tiene mucha responsabilidad; y el otro que está más abajo tiene menos; pero hay mucha gente que tiene responsabilidad en esto de dar trabajo. Os voy a poner un ejemplo.

iQué frecuente es que todo el mundo que está al frente de cualquier empresa, o de cualquier trabajo, o negocio, procura siempre emplear el menor número de personas posible! Eso es lo frecuente.
¿Cuál es el criterio que priva en el mundo?
-Vamos a ver si este pavo nos lo comemos entre dos. O entre tres.
-Oiga Vd., que de ese pavo pueden comer seis o siete.
-¡Ah! Pero es que si nos lo repartimos entre tres, tocamos a más.
No hay derecho a eso.
Si ahí pueden comer seis, tienen que comer seis. Y no hay derecho a que sólo coman tres personas. Porque pueden comer seis.
Evidentemente, repito, que si del pavo pueden comer seis, no se trata de traer a cincuenta. Porque entonces todos se quedan con hambre. No puede ser.
Pero si del pavo pueden comer seis, tienen que comer seis. Y el que es responsable de dejar otros fuera, para comérselo entre tres, ése peca contra Dios y será responsable de los que quedaron fuera. Puesto que los planes de Dios eran que comieran de ese pavo. Dios había planeado esa empresa, esa obra, esa institución, o lo que fuera, para que pudieran comer seis. Y alguien egoísta desplazó a tres para repartírselo entre los otros tres. Dejó los otros fuera. Eso no puede ser. Porque los bienes son de Dios. Dios ha puesto ahí un pavo del cual pueden comer seis, y tienen que comer seis.
Después vendrá la prudencia para ver hasta qué punto de este negocio pueden comer veinte, o pueden comer diez, o pueden comer cinco. Eso será cosa de verlo.
Pero voy al criterio. Al criterio egoísta de los hombres, que siempre procuramos que en cualquier sitio trabajen los menos posibles, para que las ganancias sean más.
No es eso.
No es que trabajen los menos posibles para que las ganancias sean
mayores: sino que trabajen los más que puedan trabajar, con tal de que la cosa no se vaya a pique. Pero que puedan comer los más posibles, porque los bienes son para todos. Y no hay derecho que se lo repartan entre cuatro, si pueden comer cuarenta.
Esta es la doctrina de la Iglesia. Y esto se aplica en una enormidad de casos.
Cuántas veces se va economizando personal. Si se puede tirar con uno, no se ponen dos. Pues el criterio cristiano es al revés: vamos a dar todo el trabajo que podamos.
Se entiende cuando hay paro. Otra cosa sería en una situación donde no hubiera paro. Pero cuando sabemos que a nuestro alrededor hay gente parada:
que hay gente que quiere trabajar y no puede, ¿cómo podemos estar tranquilos si podríamos dar trabajo y no lo damos?

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Segundo: No basta dar trabajo. Hay que retribuir bien el trabajo que se da.
Muchos se tranquilizan dando el salario legal. Pero el salario legal es el tope mínimo. Si los beneficios de ese negocio permiten que los que trabajan en él reciban más de este mínimo, es razonable que se les dé más, pues han colaborado a ese beneficio.
Pero cuando nos dejamos llevar del egoísmo, nuestra tendencia es dar lo menos posible.
Lo cristiano es dar lo más posible, dentro de lo que permiten las circunstancias, para que la empresa no se vaya a pique con perjuicio de todos.
La norma del Evangelio es: pórtate con los demás como te gustaría que se porten contigo. El que da trabajo debería pensar: «si este trabajo lo realizara yo, ¿cómo me gustaría que me pagasen»? Pues hacerlo así con el prójimo.
Ésa es la norma del Evangelio: ponte en lugar del otro. Piensa en la dureza del trabajo, en su peligrosidad, en la pericia que supone, etc. Si lo hicieras tú, ¿qué considerarías justo? Pues hazlo con el otro.
Piensa delante de Dios, al que no es posible engañar, qué posibilidades da este negocio. Y según esto, reparte, como, delante de Dios, repito, te gustaría que repartieran contigo, si los papeles estuvieran al revés.
Comprendo que a un maletero, que te lleva la maleta al tren, no le vas a dar mil pesetas. Eso es desproporcionado. Un servicio de un maletero no se paga hoy con mil pesetas. No. Eso ya lo sabemos. Hay que ser razonable en esto.
No vas a ir echando billetes de mil pesetas por la ventanilla de tu automóvil. No se trata de eso. Pero cuando tienes que dar una propina, cuando tienes que pagar un trabajo, cuando tienes que pagar un servicio:
esplendidez. Dentro de unas normas razonables, pero con esplendidez. Porque hay que distribuir la riqueza. Y ése que te hace un servicio, lo necesita más que tú. Porque si no, serías tú quien le harías el servicio a él.
Distribuir riqueza: ésa es la doctrina de la Iglesia. Esto que acabo de decir es para los que dan trabajo. Evidentemente que el trabajador también debe trabajar con interés, diligencia y nobleza. Y quien voluntariamente rinde menos de lo que puede, también está faltando a la justicia. Pero no quiero ahora extenderme en este punto, pues quiero centrarme en la distribución de la riqueza.

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Voy a añadir ahora algo que es para todo el mundo: el deber de dar limosna.
Primero, cumplir con la justicia retribuyendo bien el trabajo. Pero también hay que practicar la caridad dando limosna.
-Padre, ¿cómo voy a dar limosna si a mí no me llega con lo que gano?
De acuerdo. A nadie le llega con lo que gana. A nadie. ¿Por qué? Porque todo el mundo vive al máximo.
Porque la vida moderna tiene tantos alicientes, tantas cosas bonitas, la televisión nos encandila con tantas cosas, que lo queremos comprar todo:
porque todo es indispensable, todo es maravilloso. Todo se quiere comprar. Y claro, nunca llega. Todo lo que ganas es poco. Nunca llega a tus aspiraciones. Cada vez sale una lavadora más superautomática, y cada vez sale un frigorífico más fenomenal. Y claro, si quieres comprar el mejor frigorífico, y la mejor lavadora, y el mejor coche, y el mejor no sé qué, siempre estás a tope. No puedes más.
No hay para tanto.
Y fíjate. No estoy hablando de gastos malos. De un señor que tenga un piso puesto a una amante. Eso ya se sabe que es un pecado gordísimo. No hablo de lo que se derrocha en una juerga o en una sala de fiestas. Hablo de los gastos justificables.
Pero ocurre que en el tren de vida que llevamos, como vivimos a plazos, como vivimos por adelantado, usamos cosas que todavía no hemos pagado. Se vive del crédito. Por eso todo el mundo vive agobiado por las letras y las trampas. Todo el mundo vive entrampado.
Esta es la realidad. ¿Por qué? Porque vivimos por encima de nuestras posibilidades. Por eso vivimos entrampados. Se gasta más de lo que se tiene.

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Ojalá pudieras satisfacer todas tus apetencias justas.
Aunque hoy realmente la vida ha mejorado mucho.
Hoy prácticamente todo el mundo tiene reloj, todo el mundo tiene televisión, frigorífico y lavadora. Gracias a Dios el nivel económico ha subido muchísimo. Pensemos en nuestros abuelos. Pensemos si en el tiempo de nuestros abuelos había tantas cosas como las que hoy disfruta todo el mundo.
A veces da gloria cuando uno ve en las factorías esa cantidad de automóviles. Hace unos años apenas había automóviles. Hoy todo el mundo tiene automóvil o moto. Eso es formidable. Pero claro, el que tiene una Vespa, apetece un seiscientos; el que tiene un seiscientos, ya quiere un ochocientos cincuenta; y el del ochocientos cincuenta ya quiere un mil quinientos, etc. Perfectamente lógico. Yo no lo encuentro mal. Es la realidad.
Yo lo único que digo es una cosa. No es que tus apetencias sean malas.
Pero ahora mira para atrás y fíjate en los que tienen menos que tú. Y que son tan hijos de Dios como tú. ¿Por qué razón tú puedes tener frigorífico, coche, televisor, etc., si el otro no tiene pan? Vamos a ver. Porque todos somos linces cuando se trata de descubrir nuestros derechos. Y no es que esto esté mal.
Pero es que luego somos miopes cuando se trata de pensar en los derechos de los demás. ¡Cómo nos cuesta el pensar que tenemos que quitarnos de algo para dárselo a los demás! ¿Cómo nos cuesta eso? Y ésa es la doctrina de Cristo. Porque si sólo vamos a dar de lo que nos sobra, a nadie le sobra
nada: nadie podría dar nada, porque a todo el mundo le falta. Todo el mundo vive con trampas. A nadie le sobra. No se trata de dar de lo que te sobra.
Se trata de dar de lo que tú necesitas, pero que esa necesidad tuya es menos urgente que la que tiene otro que está por debajo de ti.
Eso es lo que dice el Papa. De eso se trata. De que nos quitemos de las cosas que a nosotros nos son convenientes. ¡No de pecado! ¡No de lujos escandalosos! ¡No! Se trata de cosas razonables: pero que hay necesidades más urgentes que las que tú tienes.
Voy a leer algunos textos de la encíclica del Papa que habla de la distribución de la riqueza entre los pueblos, y después haré aplicaciones personales.

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Dice el Papa: «Los pueblos hambrientos interpelan hoy con acento dramático a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos».
Dice el Papa en otro sitio: «No puede ningún pueblo pretender reservar su riqueza para su uso exclusivo. Cada pueblo debe producir más y mejor para dar a sus súbditos un nivel de vida verdaderamente humano, y para contribuir también al desarrollo solidario de la humanidad. Ante la creciente indigencia de los países subdesarrollados, se debe considerar como normal el que un país desarrollado consagre una parte de su producción a satisfacer las necesidades de aquéllos».
En ciertas ocasiones se ha quemado el trigo porque sobraba, para que no bajara de precio: Y se han tirado al mar los alimentos para que no bajaran de precio, mientras que en otras naciones la gente se muere de hambre. Pero, ¿en qué mundo vivimos? ¿Qué Humanidad es ésta?
Prosigue el Papa: «Normal debe ser que en una nación se formen educadores, ingenieros, técnicos, sabios que pongan su ciencia y su competencia al servicio de los pueblos subdesarrollados. Hay que decirlo una vez más: lo superfluo de los países ricos debe servir a los países pobres».
Pero, es muy bonito hablar de los problemas internacionales. Cuando el Papa habla de que hay que frenar la carrera de armamentos, a todos nos parece muy bien.
Como son problemas que no nos tocan, nos parece maravilloso.
Es verdad: si el dinero de esos excesivos armamentos y material de guerra se empleara en remediar el hambre, sería fenomenal. Lo dice el Papa.Claro que el Papa habla para el mundo entero. Es decir, lo que el Papa pretende es que el mundo entero se desarme y emplee ese dinero en remediar necesidades.
Porque no podemos pretender que medio mundo se desarme, para que el otro medio mundo, que queda armado, lo invada. Eso no puede ser. Eso sería suicida. De manera que el desarme tiene que ser mundial. Tiene que ser para todas las naciones. Si todas las naciones limitan sus gastos de guerra, entonces todo ese dinero se podría emplear en otras necesidades. Sería estupendo.

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De manera que, como estaba diciendo, es muy cómodo decir. «Eso, los grandes estadistas. Eso, las grandes potencias. A mí no me toca eso».
Muy bien. En esta encíclica hay muchas cosas para los grandes estadistas.
Pero también las hay para todos. Vamos a arreglar el mundo con lo que está en nuestras manos. A ver qué puedo hacer yo.
Algo puedo hacer.
Dice el Papa: «La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto». Eso que yo creo que es mío, no es un derecho incondicional y absoluto. Os decía antes: eso es de Dios. Dios lo pone en tu mano, pero no para que te lo comas todo tú. Sino para que tomes un poco, y dejes que pase. Que tú seas acueducto, que seas canal. Que el agua de la riqueza riegue tu parcela, de acuerdo: pero que una vez que hayas tomado algo, dejes que corra el agua y riegue otras parcelas que están sedientas.
No vas a dejar secas a las de más y tú vas a estar encharcado. El agua es para todos.
Toma un poco tú, y deja que corra y tomen otros también. Porque la propiedad privada no es un derecho incondicional y absoluto. Dios pone la riqueza en tus manos para que la administres en bien de todos los que puedas. Según tus posibilidades.
«No hay -dice el Papa- ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario».
Esto ya no es una carrera de armamentos. Ni gastos de ostentación de los Estados. Esto es para todos.
En otro sitio dice el Papa: «Nadie debe permanecer indiferente ante la suerte de sus hermanos que todavía yacen en la miseria, presa de la ignorancia, víctima de la inseguridad. Como el Corazón de Cristo, el corazón del cristiano debe sentir compasión de tanta miseria, «siento compasión por esa muchedumbre» -decía Cristo-.
Que los individuos, los grupos sociales de las naciones, se den fraternalmente la mano. El fuerte ayudando al débil a levantarse, poniendo en ello toda su competencia, su entusiasmo y su amor desinteresado. Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad, es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez». Hasta aquí el Papa.
Como veis está descendiendo a problemas individuales en los cuales todos tenemos algo que hacer.
Voy a ver si brevemente, pues el reloj corre más de lo que yo quisiera, os doy unas cuantas normas que os ayuden a esta mejor distribución, en cuanto esté de nuestra parte.

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Repito, que no se trata ahora de distribuir lo que sobra. No se trata de eso. Se trata de distribuir lo que necesitamos. De eso se trata. Porque si no, nadie se creería en la obligación de distribuir. Se trata de que nosotros tengamos un poco menos, para que otros tengan un poco más. De eso se trata. Ésta es la caridad cristiana. Éste es el verdadero sacrificio. Si das de lo que te sobra, tiene poco mérito. Lo cristiano es sacrificarte por tu hermano. Por amor de Dios. Él se sacrificó más por nosotros, y para seguir la doctrina de Cristo, nos vamos a sacrificar, dando a los demás lo que necesitaríamos, lo que nos vendría bien, lo que justamente apetecemos.
Bien, pues, según esto, voy a decir primero el modo.
El modo de cómo hacer esta distribución.
Mirad, a veces se oye hablar con desestima de la limosna callejera. Yo os voy a dar mi opinión. Es opinión personal.
Evidentemente que en el pedir limosna por la calle hay abusos. Hay gente que lo quiere para vicios, que lo quiere para emborracharse. Hay gente que engaña, que cuenta una historia que no es verdad, que te presentan una receta, y con ese papel le han sacado dinero a veinte antes que a ti. De acuerdo. Hay quien engaña. Por lo tanto, si el que va a pedir limosna huele a vino, harás bien en no dársela. Porque no le vas a estar fomentando su borrachera. De acuerdo.
Ahora, digo yo una cosa: mientras no te conste que ése te engaña, ¿con qué derecho supones que te engaña? Porque si tú estuvieras seguro de que todo el que tiene una necesidad encuentra remedio, bien. Pero cuando sabemos que hay muchos hombres que quieren trabajar y no pueden, porque nadie les da trabajo. Y son padres de familia. Y hay enfermos que no tienen seguro. Y hay viudas que nadie atiende. ¿Esos hombres, qué hacen? ¿Que se mueran de hambre? No puede ser. Son hermanos nuestros. ¿Y vamos nosotros a creer que todo el que pide engaña? ¿De dónde? ¿Con qué derecho vamos a suponer que engaña, cuando sabemos que en nuestra sociedad hay necesidades extremas que están sin resolver? Hay muchas instituciones, y se resuelven muchas cosas.
Pero todo no. Ojalá viviéramos en una sociedad donde no hubiera ningún caso de necesidad extrema sin resolver o atender. Pero eso no es así. Se remedian muchas cosas. Pero muchísimas están sin resolver. Y hay casos trágicos que ponen los pelos de punta.
Por eso, cuando oigo censurar la limosna callejera, suelo decir:
«Despacio, despacio. Que a lo mejor te pasas de listo y le estás negando tu ayuda a uno que realmente está necesitado. Y eso sí que sería criminal. En caso de equivocarte, más vale que des a uno que no lo necesita y que te
engañe: no que, por pasarte de listo, negar tu ayuda a uno que de verdad estaba en extrema necesidad».
De manera que cuando me consta que es engaño, bien. Pero mientras no conste, cuidado.
Pensemos si nosotros fuéramos ellos. Dios lo podía haber permitido. Dios podría haber permitido que en lugar de nacer en la familia donde hemos nacido, hubiéramos nacido en una chabola de ésas que hay por ahí, de un hombre enfermo, parado. Podría haberlo permitido Dios. Y entonces, ¿qué hubiéramos querido de la sociedad? ¿Qué hubiéramos querido de los que tienen? Vamos a portarnos nosotros con ellos, como nos gustaría que ellos se hubieran portado con nosotros, si las cosas estuvieran al revés. Por lo tanto, a mí no me parece bien esa postura de no querer dar nunca limosna en la calle. Depende. Si te consta que es para vicios, harás bien en no dar.
Pero no seamos aventurados, que sería muy triste que nos pasemos de listos, y a un hermano necesitado le neguemos nuestra ayuda cuando podemos ayudarle.
Pero en fin, hay un modo de averiguar si te engaña o no. ¿Por qué no vas a su casa? ¿Por qué no le visitas?
¿Qué va a pasar? ¿No es hermano tuyo? Visítale. Acompáñale a su casa y verás si es verdad.
Visita. Que si visitáramos más, no tendríamos corazón para negarnos a ayudar. Y para gastar muchas veces en las cosas que se gastan. Pero como no vemos, no sentimos: y nos despreocupamos de las necesidades de nuestros hermanos.

Y si tú no puedes visitar -quizás no puedas- la Iglesia tiene, gracias a Dios, hombres apóstoles, que van de casa en casa. Hay hombres que en su tiempo libre, en lugar de dedicarse a tomar unas copas o a jugar al dominó, o estar con su familia santamente, dejan estas cosas tan apetecibles y se van por los suburbios conociendo necesidades.
Y a veces estos hombres no pueden llevar más que su cariño y su corazón, porque los medios materiales que pueden llevar son muy limitados. Porque otros que podían ayudar, como no ven, no sienten.
Ojalá, repito, fuéramos nosotros con nuestra visita. Y no dando con aire de superioridad, sino con amor.
Con amor de hermano. Como si fuera un pariente. Porque es pariente. Es tu hermano. Ojalá lo hiciéramos personalmente. Pero si no, por medio del párroco. Pero hay que dar.
A los sacerdotes acude muchísima gente a pedir ayuda. Sería bueno que ellos dispusieran de medios para poder atender esas necesidades.

Otro modo de dar limosna puede ser a los conventos de clausura, asilos de ancianos, etc., que a veces pasan grandes necesidades.

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¿Y cuánto hay que dar? Éste es el problema.
Voy a dar unas normas. Después, cada cual haga, delante de Dios, lo que le
parezca: porque cada cual es delante de Dios responsable de sus obras. Y Dios ve la generosidad de cada uno.
Para orientación de lo que se puede dar, voy a deciros un porcentaje sacado de diversas consultas a moralistas, economistas y obreros auténticamente cristianos.
No es para que se tome como norma obligatoria, sino orientadora. Las circunstancias particulares de alguno le impedirá llegar a ella: pero la generosidad de otros la superará con creces.

Según la Comunidad Económica Europea, se consideran pobres los que disponen menos del 50% de la renta «per cápita» de su país. Por lo tanto en España todo el que gane menos de 25.000 pesetas al mes puede considerarse exento de dar limosna.
Ganancias inferiores al 1.000.000 Ptas anuales:
dar del 1 al 5%.
Ganancias de 1.000.000 a 5.000.000 Ptas. anuales:
dar el 5 al 10%.
Ganancias de 5.000.000 a 10.000.000 Ptas. anuales:
dar el 10 al 20%.
Ganancias superiores a 10.000.000 Ptas. anuales:
dar del 20 al 50%.
Llamo ganancias a lo que queda después de haber liquidado a Hacienda.
Los matrimonios que tengan hasta tres hijos pueden reducir esta cantidad en un 10%. De cuatro a siete hijos, pueden reducirla en un 25%. Los que tengan más de ocho hijos, pueden reducirla en un 50%.
La generosidad de cristianos ejemplares aumentará estas cantidades orientadoras. Conozco personas, que practican la perfección, que dan hasta el 50% de sus ingresos. Quien da la mitad de lo que gana, cumple a la perfección la norma del Evangelio: «quien tiene dos capas, que dé una».
Cuando uno encuentra cristianos así, dan ganas de hacerles un monumento.
Éstos sí que han entendido el cristianismo. Viven con más estrechez, claro.
Tienen que recortar muchas cosas. Pero ellos prefieren que otros coman y tengan mantas, y no tener ellos la casa magníficamente puesta, y darse ese plan de vida tan fenomenal. Porque podrían dárselo. Porque tenían. Pero se lo dan a los demás.
Por lo tanto cada cual vea delante de Dios.

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Te voy a dar otro método.
Evidentemente, que todos sabemos que hay gastos y gastos. Una cosa es lo que se gasta en comer y en vestir. Por necesidad. Bien. Pero después hay otros gastos, no malos, no el precio del pecado. Eso ni hablar. No. Cosas lógicas. Dime lo que gastas en tabaco. Dime lo que gastas en espectáculos.
Dime lo que gastos en tomarte unas copas. Cosas que no son malas. Ahora, yo
pregunto: porque vamos a ponernos en plan cristiano y sincero. Que estamos aplicando la doctrina del Papa. Y a Dios no le vamos a engañar. Delante de Dios, vamos a ver: todo esto que no es malo, que tú te gastas en tabaco, en los toros, en el fútbol y en tantas cosas, ahora, delante de Dios, ¿tú crees que hay derecho que gastes todo eso, y que haya gente que no tiene mantas?
¡Vamos a ver! Si tú estuvieras en una chabola con goteras, y muerto de frío, y tus hijos raquíticos y subalimentados, ¿a ti te parecería lógico que el otro, porque tiene, se lo gaste en lo que tú te lo gastas? Eso hay que verlo delante de Dios.
-Bueno, Padre, entonces, ¿no puedo fumar? ¿No puedo tomar unas copas?
Puedes. Puedes tomarte una cerveza, puedes tomarte una copa, puedes fumar, ir a los toros y al fútbol. Puedes. Pero mira. Tú verás. Yo te doy normas. Porque yo no te voy a obligar. Yo te abro horizontes.
Cuando tú haces un gasto de ésos, en esas cosas no indispensables, ¿por qué no se benefician los pobres de esos gastos que tienes tú?
Conozco a una señora que le apeteció un collar. No lo necesitaba. Tenía otro. Le gustó el collar. Era caro, bueno. Se compró el collar. Pero dio el doble de limosna. Así ya se pueden comprar collares. ¿Por qué? Porque el doble de lo que le costó el collar lo dio de limosna. Mejor sería que hasta hubiera dado el dinero del collar. Mejor sería. Pero en fin, no es poco que cuando tienes un capricho, des el doble de limosna.
Otra chica con un montón de pares de zapatos. Pero ve unos que le hacen juego con el bolso y con el traje sastre de no sé qué. Entonces se compra el otro par de zapatos. Muy bien. ¿Qué te apetecen unos zapatos? ¿Que te han gustado? ¿Que hacían juego, etc..? Cómprate los zapatos. Pero el doble, a darlo de limosna. Digo el doble o la mitad, o lo que tú veas. Depende de la generosidad.

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-Padre, pero esto, ¿quién lo hace? ¡Ah! De eso nos quejamos. Que esto no lo hace nadie. Que todo el mundo se compra todos los zapatos que puede, y todos los collares que puede, y todo el tabaco que puede, y todos los toros, y todo el fútbol, etc. etc., y a los pobres nada. Eso es lo malo. No tiene nada de particular que un día vayas a los toros o al fútbol. Bien. Pero, ¿por qué no vas menos a los toros y al fútbol, te gastas menos en tabaco, etc., y eso que tú te gastabas en tabaco y en fútbol, en copas y en fiestas, en collares y en faldas y pañuelos, porqué qué no das un poco también a otros? ¿Por qué no das un poco a otros que no es para faldas, ni collares, ni pulseras? No. Es para comer, es para arreglar su casa que está llena de goteras, es para mantas. ¿No es esto razonable?

¿ Que eso no lo hace nadie? De eso nos quejamos. De esta falta de testimonio que dan nuestros cristianos. De que cada cual se gasta en sí todo lo que tiene. Y eso no es. No es que tú gastes en ti todo lo que Dios te da.
Sino que de lo que Dios te da, gastes en ti, y después en los demás, en los que tienen menos.

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Pues que estas ideas que se oyen tan a disgusto -por eso he titulado esta conferencia LO QUE A NADIE LE GUSTA OIR- os sean provechosas. Que los cristianos que nos interesamos por la doctrina de los Papas, la pongamos por obra, la pongamos en práctica. Así nuestros hermanos, tan hijos de Dios como nosotros, vivirán un poco mejor. Aunque sea a costa de que nosotros vivamos un poco peor. Pero si tenemos fe, y sabemos lo que es la vida, y lo que es la eternidad, lo haremos encantados. No nos importarán los sacrificios. Con estos sacrificios que hacemos por amor a Dios en este mundo, Dios, que no se deja vencer en generosidad, nos lo premiará eternamente.

Dice el Evangelio que un vaso de agua que des a tu hermano te lo van a premiar en el Reino de los Cielos. Pues si un vaso de agua que vale tan poco, Dios te lo premia, mucho más si ayudas a otro haciendo un sacrificio y renunciando a algo que te gusta, que necesitas, que lo ves conveniente, pero que comprendes que el otro está más necesitado. Y por amor de Dios renuncias a ti por el otro. No olvides que Dios es tu Padre y no se deja vencer en generosidad.

En una iglesia de Inglaterra se lee este epitafio:

«Lo que dimos, lo tenemos.
Lo que gastamos, lo tuvimos.
Lo que hemos dejado, lo perdimos».

 

N.B.: Esta conferencia está disponible en DISCO COMPACTO (CD) y en vídeo.
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