Conferencias del Padre Jorge Loring S.I.

32. VIDA CONSAGRADA
(Conferencia pronunciada en la Escuela de Magisterio de Antequera. Málaga)

Os voy a hablar de un tema que no me gusta dejar en el tintero, porque siempre que hablo a un grupo grande de juventud, como este que tengo delante, siempre hay alguien que se aprovecha de lo que voy a decir. Y esto es tan importante que no me gusta dejarlo en el tintero.
Os voy a hablar del valor de la vida consagrada.

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Primero, para ser honrado conmigo mismo: si yo estoy convencido de que la vida consagrada es lo mejor del mundo, es lógico que yo dé a conocer a los demás lo que yo creo que es un valor. Y como yo estimo que no he podido hacer nada en la vida que más me llene de satisfacción, que me haga más feliz, que me encuentre más realizado que lo que hago, por eso quiero decirlo. Yo estudiaba ingeniero, y muchas veces he pensado: «si yo hubiera terminado mi carrera, aunque hoy hubiera vivido desahogadamente, yo no sería lo feliz que soy siendo sacerdote».
Por eso, yo quiero comunicarlo a los chicos y a las chicas que estáis aquí por si acaso a alguien le sirve mi testimonio.

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Voy a dividir esto es dos partes: primero voy a hablar de la vocación femenina y después de la vocación masculina. Los enfoques son distintos, pero los dos sirven para todos, aunque el punto de vista va a ser distinto.

Vamos a empezar por la vocación religiosa de la chica.
Supongamos una chica, cualquiera de las que están aquí, que está muy enamorada de un chico. Está loquita por él. Sueña que se va a casar. Sueña lo feliz que va a ser con este muchacho, porque es maravilloso. Es un hombre lleno de cualidades. Échale todo lo que quieras de ilusión y romanticismo. A lo mejor es verdad. A lo mejor este chico es maravilloso. A lo mejor este chico es capaz de hacerla muy feliz. Quizás sí. Pero es muy fácil que esta chica se engañe porque el amor es ciego, y en el noviazgo todo se ve de color de rosa. Esta chica no es capaz de darse cuenta de los defectos que tiene este chico; pero si es sensata comprenderá que este chico está lleno de defectos, como todos los hombres. No hay hombre sin defectos. Por lo tanto, este chico que parece tan maravilloso y que le promete un matrimonio tan feliz, si fuera sensata comprendería que está lleno de defectos.
A lo mejor ella lo quiere a pesar de sus defectos. A lo mejor este chico merece ser amado a pesar de sus defectos. Lo que digo es que si esta chica es sensata, por mucho que sueñe con este chico ideal, tiene que comprender que este hombre está lleno de defectos.
Esto lo entiende cualquiera.
Ahora digo yo: muchacha, ¿comprendes tú lo que será la mujer que se enamora de Jesucristo, el único Hombre que no tiene defectos, el Hombre más maravilloso que ha pasado por la Tierra, el único Hombre que jamás ha defraudado a nadie, el único Hombre que cuanto más lo conoces más lo quieres, porque todo lo que descubres en Él es bueno? Y que te ama más que nadie.
Cuántas mujeres casadas se quejan de que su marido no las quiere como ellas quisieran ser amadas. O que su marido no responde a lo que ellas esperaban de él. Cuántas mujeres se sienten poco amadas de su marido.
Cuando una mujer descubre el amor de Jesucristo, comprende que nadie puede amarle tanto como Cristo.

¿Qué es el amor? La capacidad de sacrificio en bien de la persona amada.
Tanto amas, cuanto eres capaz de sacrificarte en bien de la persona amada.
No como cantan por ahí a todas horas, que confunden amor con lujuria.
Y, ¿quién se ha sacrificado por ti más que Jesucristo, que ha dado su vida en la cruz para bien tuyo, para que salves tu alma?
Cuando una mujer descubre lo que Cristo es, cuando una mujer descubre lo digno de amor que es Jesucristo, ¿comprendes que le sepan a poco todos los amores de la Tierra? Pone su corazón en Jesucristo, el Hombre más digno de ser amado, y el Hombre que más la ha amado. Y la puede amar. Y entonces vive para Jesucristo, y es feliz viviendo para Jesucristo, y su única ilusión es servir a Jesucristo. Tenerle contento, lIevarle gente, propagar su fe. Y consagrando su vida al gran ideal del amor de Cristo y del servicio de Cristo, esta mujer es la más feliz de la Tierra. Como no puede serlo ninguna que pone su amor en un hombre, que por muy maravilloso que sea, está lleno de defectos.

Ojalá Dios te diera vocación. Ojalá sintieras la llamada de Dios para consagrarte a Él. Porque te aseguro que nunca podrás ser más feliz que si pones tu corazón en el Hombre más digno de ser amado, y que más te ha amado.
Ésta es la vocación de la mujer.

Evidentemente que esto supone sacrificios. Pero, ¿dónde no? ¿Es que pensamos que en la vida se puede vivir sin sacrificios? En todas partes hay que sacrificarse. La vida religiosa tiene muchas renuncias y muchos sacrificios. Pero cuando esto se hace por amor a Dios, por tenerle contento, por servirle con toda el alma, por hacer bien a los demás, por lIevarle gente, por difundir su fe, esto llena el corazón de una felicidad como no la hay igual en toda la Tierra. Por eso digo: «ojalá, muchacha, sientas en tu corazón la voz de Dios que te llama. Porque es Dios quien llama».
Me imagino que todos sabéis que la vocación religiosa no es un capricho o un desengaño.
Fulanita, como fracasó en su amor, se metió en un convento. No. La vocación no es un fracaso amoroso. La que se metió en un convento por un fracaso amoroso, se sale, o es una desgraciada, que hace desgraciadas a las demás.
Porque en la vida religiosa no se puede vivir por capricho. Se vive por vocación. Por llamada de Dios. Que Dios te llame. Que Dios te elija. Y esto, si lo sientes, enhorabuena. Si no lo sientes, lo puedes pedir; porque como cosa buena se puede pedir «Señor, aquí estoy. Si me necesitas, llámame; si te sirvo, llámame; si me quieres, llámame; que yo estoy dispuesta a seguir tu voz si es tu voluntad».
La vocación es cosa buena y se puede pedir. Pero para que seas una monja mala, más vale que no seas monja. Eso desde luego. Se trata de ser buena monja, naturalmente. Yo te digo que como seas una monja que vives tu vocación con plenitud, que te entregas a Dios con toda el alma, que aspiras a la santidad y a la perfección, te aseguro que no hay en la Tierra nada que te haga más feliz que la vida consagrada a Dios.

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Y dicho esto paso a la vocación de los hombres.
Lo que voy a decir a los chicos también sirve para las chicas. Lo mismo que lo que he dicho antes a las chicas, también puede servir a los chicos.
La vocación del muchacho yo la oriento de esta manera, porque a mí es lo que me ha movido en mi vocación, lo que me ha servido. Como yo lo siento.
Mira, es indispensable, para que un hombre sea feliz en la Tierra, sentirse útil. Es indispensable. Eso que dice la gente: «Qué suerte, Fulano, no da golpe y hay que ver lo que gana». Suerte, no. Ése es un desgraciado.
Eso es una desgracia. El ser zángano, es una desgracia. El ser parásito de la sociedad, es un desgracia. Sólo el hombre es feliz si es útil a los demás. Y si no, no puede ser feliz. Será un desgraciado, un aburrido. El hombre útil es feliz. El hombre tiene que ser útil a los demás para ser feliz.
Cuando tú te sientes útil a los demás, te sientes feliz; porque sirves para algo, ayudas a los demás. Cada cual en su rama.
El maestro enseñando bien, viendo que los discípulos aprenden y que la clase va bien.
El mecánico, arreglando un coche que, a lo mejor, nadie sabe arreglarlo y él lo ha arreglado. Está muy contento.
Y el carpintero que ha hecho un mueble fenomenal, y es muy bonito, y está satisfecho de los muebles que hace.
Y el arquitecto hace un proyecto maravilloso.
Y el médico que ha hecho una operación salvando una vida.
Y cuando el médico y el arquitecto y el carpintero y el mecánico y el maestro se sienten útiles a los demás, la satisfacción de verse útiles es lo que les hace felices en la Tierra. Pues no hay hombre más bienhechor a la Humanidad que el sacerdote. Nadie hace más bien al prójimo que el sacerdote.
Porque todos los demás dan bienes de la Tierra: el mecánico te arregla el coche, el arquitecto una casa, el carpintero un mueble, el médico te da la salud. Pero todo lo que te dan todos los hombres acaba con la muerte. El único que te da un bien que te va a servir más allá de la muerte, un bien que te va a durar toda la eternidad, es el sacerdote. Que te da el perdón de los pecados, te da la gracia de Dios, te da la Gloria Eterna.
Por eso nadie en la Tierra te da lo que te da el sacerdote. Y cuando el sacerdote es consciente del bien que hace a la Humanidad, sembrando la fe, sembrando la gracia, perdonando pecados y ayudando a la salvación del prójimo, eso es lo que le hace ser el más feliz de la Tierra.
Porque, repito, no es feliz el que busca con avidez satisfacer sus instintos, sino el que hace bien a los demás. Y nadie te hace más bien que el sacerdote.
Por eso digo: merece la pena ser sacerdote. Merece la pena renunciar a lo que tengas que renunciar, y consagrarte al servicio de Dios y al bien de las almas. Porque nada en la Tierra te va a llenar más de felicidad y de satisfacción que sentirte representante de Dios para el bien de las almas.
Aunque haya que hacer sacrificios: tienes que dejar una carrera, tienes que dejar una novia, tienes que dejar una familia, tienes que dejar un bienestar, tienes que someterte a una disciplina eclesiástica.
Exige sacrificios. Pero cuando uno vive un ideal, se vive con entusiasmo.
Y los sacrificios no importan, por que lo que se hace por amor no cuesta trabajo.
Pero ser buen sacerdote. Porque para ser mal sacerdote, más vale que no seas sacerdote.
Los malos sacerdotes hacen un daño inmenso. El mal sacerdote es responsable de lo que hace, y dará cuenta a Dios. ¡Qué duda cabe que hay sacerdotes que con las cosas que dicen o con las cosas que hacen machacan la fe del pueblo en lugar de llevar el pueblo a Dios, que es su obligación!
Teníamos que ser como Cristo, «alter Christus», otro Cristo, como dice San Pablo. Teníamos que ser como Cristo, representantes de Cristo, imitadores de Cristo, dentro de nuestra miseria y nuestra limitación. Pero procurar ser imitadores de Cristo.
Y hay algunos sacerdotes que en lugar de llevar almas a Cristo, apartan al pueblo de Cristo, machacan su fe y pervierten sus costumbres. Y el mal sacerdote dará cuenta a Dios del daño que ha hecho.
Para ser mal sacerdote más vale que te quedes en tu casa.
Pero si tienes el deseo de servir a Dios con sinceridad, con fidelidad y con entrega, yo te aseguro que no hay nada en la Tierra que te haga más feliz que el vivir consagrado a Dios. Aunque la vida del sacerdote, repito, exige muchos sacrificios. Pero se hacen con mucho entusiasmo y con mucho amor, cuando se sirve a un ideal tan grande.

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Como veis, he sido muy breve. Pero estas dos cosas yo quería decirlas, porque es muy posible que alguien, aquí presente, se aproveche de ellas.