El tema del divorcio está hoy sobre el tapete, unos a favor y otros en contra. Quisiera poner mi granito de arena para aclarar ideas.
Mi afirmación es rotunda: el divorcio no es solución.
Primero porque Cristo lo prohibe en el Evangelio. Si fuera bueno, Cristo no lo prohibiría, porque la doctrina de Cristo no es para molestarnos, sino para nuestro bien. Dice Cristo: «El casado que se va con otra, es un adúltero. Y la casada que se va con otro, es una adúltera». Y el adulterio se castigaba con la pena de muerte, es decir, era una falta muy grave.
Si Cristo lo prohibe, la Iglesia no puede aceptarlo. Por eso cuando el rey Enrique VIll de Inglaterra, en 1534, quiso divorciarse de la reina Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena, no consiguió que el Papa Clemente VIl le permitiera el divorcio. Entonces Enrique VIll rompió con la Iglesia y desde entonces la religión oficial de Inglaterra no es la católica, sino la anglicana. El Papa prefirió perder una nación para la Iglesia antes que faltar a la doctrina del matrimonio recibida de Cristo.
Por eso el Sínodo de !os Obispos celebrado en Roma en noviembre de 1980, excluye de la comunión a los divorciados vueltos a casar.
Mons. Innocenti Nuncio del Papa en España, ha dicho:
«Los católicos, gobernantes o no, tienen que tener en cuenta la doctrina de la Iglesia sobre el divorcio». Es absurdo considerarse católico Y tener ideas contrarias a la doctrina que la Iglesia ha recibido de Cristo.
La Iglesia sólo permite la separación de los esposos si la vida en común resulta insostenible. Pero sin volver a casarse de nuevo, mientras viva el otro cónyuge; porque el vínculo matrimonial permanece toda la vida. Por lo tanto, hay que escoger entre seguir viviendo juntos, o la soledad hasta la muerte.
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Algunos acusan a la Iglesia de que no admite el divorcio y, sin embargo, anula por dinero muchos matrimonios. Esto se puede responder largamente.
Para hacerlo con brevedad me limitaré a dos cosas.
El divorcio rompe el vínculo matrimonial y la declaración de nulidad demuestra que no hubo tal vínculo, lo cual es totalmente distinto.
Por otra parte, es cierto que la declaración de nulidad cuesta dinero, pues hay personas dedicadas a ese trabajo, que viven de ello. Sin embargo, el Padre Martín Patino, Vicario de Madrid, dijo por Radio Nacional el 23 de octubre de 1980, que en la diócesis de Madrid, de los matrimonios anulados por la Iglesia en 1979, el 30% fueron gratuitos.
Y desde luego, no basta el dinero para lograr de la Iglesia una declaración de nulidad matrimonial, si no hay razones para ello. El Padre Kelleher, que ha dedicado casi toda su vida a los tribunales eclesiásticos matrimoniales, en su libro «Divorcio y matrimonio», dice: «No he conocido ni un solo caso en el cual el dinero hay sido un factor influyente en la obtención de una declaración de nulidad».
La declaración de nulidad siempre se debe a la existencia de algún
impedimento: coacción, engaño substancial, etc. Ahora bien, si para lograr esta nulidad hay personas que juran en falso, sólo de ellas es la culpa. Los jueces juzgan según la declaración de los testigos. Y si alguno jura en falso, logrará arreglar los papeles, pero es inútil, porque delante de Dios todo sigue como antes
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En todos los matrimonios hay altibajos y momentos de crisis. Pero estos momentos hay que superarlos con aguante y con virtud. El que vaya al matrimonio pensando que nunca tendrá nada que aguantar es un iluso. En todos los matrimonios hay algo que tolerar y no se soluciona, lo que es intrínseco a todos los matrimonios, cambiando de persona; pues no hay persona sin defectos. Y no se va a estar cambiando de persona en el matrimonio, como quien cambia de camisa.
La posibilidad del divorcio lleva al malestar familiar. El divorcio hace que los esposos difícilmente se soporten sus defectos, y con facilidad creen que cambiando de persona va a desaparecer lo que no puede desaparecer, pues es inherente a las deficiencias del carácter humano.
Una aventura amorosa, de momento, puede parecer maravillosa; pero a la larga es fácil que caiga en las mismas dificultades que el matrimonio estable.
Es verdad que el divorcio podría solucionar algún caso concreto, pero es malo para el bien común; y el bien particular hay que subordinarlo al bien general.
Si la nación necesita autopistas, habrá que hacerlas, aunque salga perjudicado un señor que tiene un huerto por donde tiene que pasar la autopista.
El divorcio, aunque solucione algún caso concreto, hace más daño a la sociedad, porque la posibilidad del divorcio es una invitación a que se rompan matrimonios que nunca debieron romperse. Todos los matrimonios tienen sus momentos de crisis, que deben superarse con amor y virtud; pero la posibilidad del divorcio facilita que en esos matrimonios se busque la salida fácil del divorcio con perjuicio de ellos mismos. Me dijo un señor en
Torrevieja: «Yo doy gracias a Dios de que la Iglesia no permita el divorcio, porque si yo hubiera podido haberme divorciado, en un momento de crisis por el que pasó mi matrimonio, lo hubiera hecho. Y hoy, superada la crisis, nos queremos muchísimo, me siento muy feliz con mi mujer y no podría vivir con sin ella. Si entonces me hubiera divorciado, se la habría llevado otro, y yo la habría perdido»
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Aunque los medios de comunicación aireen casos de matrimonios fracasados de personas famosas, sin embargo, las estadísticas dan que en España, el divorcio lo utiliza solamente al 0'4% de los matrimonios.
Pero además no es solución lo que empeora una situación, sino lo que la remedia. Una solución que hace más daño que el mal que remedia, no es solución. Si se descubre una crema para quitar las pecas, pero que al mismo tiempo produce cáncer de piel, no interesa a nadie con sentido común.
Los Obispos Españoles dijeron el 3 de febrero de 1981: «EI divorcio más que un remedio al mal que se intenta atajar, se transforma en una puerta abierta a la generalización del mal».
Sobre todo, como es sabido, los grandes perjudicados del divorcio son los hijos, que necesitan de un hogar que los ame; y nunca puede ser lo mismo el amor que reciben de sus propios padres, que el que puedan recibir de la persona que ha sustituido a su verdadera madre o a su verdadero padre. Por eso se suele decir que los hijos de los divorciados son «huérfanos de padres vivos»; y esto es lógico que produzca en ellos traumas psicológicos y afectivos que los convierten en hostiles a la sociedad y en delincuentes.
Los divorciados buscan egoísticamente su libertad, pero a costa del bien de sus hijos.
Las estadísticas dicen que se ha podido comprobar perturbaciones psíquicas en casi la mitad de los hijos de los divorciados.
Según el «Uniform Crime Rapport USA» del 1977, el 82% de los delincuentes juveniles en Estados Unidos, son hijos de divorciados. El divorcio aumenta además el número de hijos ilegítimos, según el «Demographic Year Book» de 1969.
El divorcio lleva también al suicidio y al desequilibrio mental. Según e!
«Demographic Year Book» de 1972, publicado por la O.N.U., de 28 países, 7 países no divorcistas ocupan los últimos puestos en la tasa de suicidios.
Y el 65% de los enfermos mentales son personas divorciadas.
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Algunos dicen que los católicos que no admiten el divorcio no tienen por qué imponer sus ideas a todos los demás ciudadanos. Hablando de esto, el Cardenal Primado, D.Marcelo González, dijo en una conferencia pronunciada en el Club Siglo XXI: «Eso de que los católicos no tienen derecho a imponer a los demás su concepción de la unión conyugal, es un sofisma. No se trata de imponer nada a nadie, sino de defender lo que ellos creen que es bueno: y que si se deteriora, ellos mismos serán víctimas de la nueva situación».
El divorcio es un mal. Mal para los hijos como hemos visto. Mal para la mujer, que fácilmente quedará abandonada, y a partir de cierta edad, sin posibilidades de rehacer su vida con otro hombre. También mal para los maridos, que aunque de momento no es raro que una chica joven se enamore de un hombre maduro, a la larga se cansará del viejo, y se buscará otro más joven y a su gusto, y el marido «engañado».
Y también mal para todos, porque si el 80% de los delincuentes juveniles son hijos de divorciados, cada vez será más peligroso andar por la calle.
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Los que dicen que el divorcio puede reducirse a casos extremos, están en un error. Lo que teóricamente se implantó para remediar casos de matrimonios fracasados, en la práctica hará fracasar a muchos matrimonios que deberían haberse salvado; la puerta o está cerrada del todo, o se abre completamente.
Si se abre una rendija, se terminará por abrir la puerta del todo, y permitir divorcios por los motivos más simples.
Esto se deduce de lo que pasa en los países divorcistas. El doctor alemán, Maximiliano Bajoc, ha realizado una encuesta según la cual, 16.000 matrimonios se divorcian al año en Alemania porque uno de los dos cónyuges ronca. Como al año hay en Alemania 80.000 divorcios, resulta que la quinta parte de los divorcios se deben a los ronquidos del otro. Es decir, que los motivos del divorcio se irán ampliando poco a poco.
El divorcio engendra divorcio. Esto es un hecho incontrovertible, como dijo D. lsidoro Martín, Catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.
Según la revista americana «Newsweek», en Estados Unidos, seis de cada siete matrimonios de divorciados, vuelven a divorciarse de nuevo; y ocho de cada diez matrimonios divorciados dos veces, se divorcian por tercera vez.
En 14 años los divorcios se han duplicado en Francia, Alemania Federal, Suiza y Dinamarca; en Inglaterra, EE.UU. y Suecia se han multiplicado por tres y en Holanda se han multiplicado por cuatro.
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Suele decirse que el divorcio nos pone a nivel europeo. Eso es una falacia. Si el divorcio es malo, es absurdo copiar lo que es malo. En Europa hay muchas cosas buenas que podemos imitar y que son más importantes para el desarrollo de la nación, pero imitar lo malo es de tontos.
Y que la ley del divorcio lo que hace es legalizar la situación de los matrimonios ya rotos, es otra falacia. No se puede legalizar todo lo que es frecuente. Las cosas no se convierten en buenas por ser frecuentes. En ese caso habría que legalizar los atracos a los Bancos y los tiros en la nuca de la ETA. Esto es absurdo.
Y decir que debemos admitir el divorcio porque es propio de países civilizados, es tan ridículo como decir que puesto que el terrorismo se da en países civilizados, debemos consentirlo.
Es doctrina de la Iglesia, que ha mantenido a través de los siglos, que un bautizado no puede separar el matrimonio del sacramento.
Si no hay sacramento, no hay matrimonio. Un católico que se casa solamente por lo civil, para la Iglesia no está casado, es un concubinato.
Por eso no lo admite a la Sagrada Comunión.
Para un católico, el matrimonio civil sólo vale para los efectos civiles del matrimonio.
Esto lo puede garantizar el Estado reconociendo el matrimonio religioso, o bien añadiendo el matrimonio civil al matrimonio religioso.
Todo matrimonio válido es indisoluble intrínsecamente, es decir, no puede ser disuelto por el mutuo y privado acuerdo de los cónyuges.
Pero no todo matrimonio es indisoluble extrínsecamente; es decir, que hay casos excepcionales en los que algunos matrimonios pueden ser disueltos por la Autoridad Eclesiástica, si se trata de matrimonio-sacramento, o por la Autoridad Civil si se trata de un matrimonio solamente civil.
Por eso es indiscutible que el Estado nunca tiene autoridad para romper el vínculo del matrimonio sacramental. Lo único que puede hacer el Estado es dar leyes para la nueva situación de los matrimonios rotos, pero dejando el vínculo intacto.
Cuantas más facilidades se den para disolver matrimonios rotos, más matrimonios se romperán.
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Hay quien dice que el divorcio es un derecho de la persona humana. Falso.
El divorcio no es un derecho de la persona humana. Los derechos de la persona humana, lo mismo que las leyes de la Física, tienen un valor objetivo, no dependen de lo que a cada uno le parezca. Lo que es un derecho de la persona humana es el matrimonio, no el divorcio. Por eso el matrimonio y no el divorcio es lo que se reconoce en la Declaración de Derechos Humanos de la O.N.U.
Cada cual es libre para casarse o no. Pero el que se casa, no es libre para cambiar la naturaleza indisoluble del matrimonio. No se puede manipular la institución del matrimonio, hecha para el bien común, a gusto de cada cual. Lo mismo que nadie puede cambiar a su gusto las normas y leyes de tráfico. Podemos salir a la carretera o quedarnos en casa, pero si salimos a la carretera, tenemos la obligación de someternos a las leyes de tráfico, puestas para el bien común. Lo mismo pasa con el matrimonio.
Cuando varón y mujer contraen matrimonio, acceden a una institución de la que brota para ellos un vínculo de carácter permanente. El matrimonio así contraído rebasa los intereses privados de los cónyuges y, aunque ellos fueron libres para contraerlo, no lo son para romper el vínculo que nació del mutuo consentimiento.
El matrimonio estable es un bien para la sociedad.
Y por hoy, nada más |