Conferencias del Padre Jorge Loring S.I.

12. El Santo Grial de Valencia, ¿es el cáliz de la Última Cena?
MILAGROS EUCARÍSTICOS

Señoras, señores: El Santo Grial, el cáliz que utilizó Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena, y en el que se convirtió por vez primera el vino en la sangre del Señor, ha sido en la historia de la cristiandad una reliquia que ha unido la leyenda con la verdad.
Los caballeros de la Edad Media tenían como ideal la búsqueda del Santo Grial, al que se atribuían poderes milagrosos y contenía un alto significado espiritual. Era símbolo de la perfección consumada, emblema de la pureza moral, de la fe triunfante, de la caridad bienhechora, del heroísmo caballeresco.
Esto se manifestó en los Caballeros de la Tabla Redonda, en las grandes obras musicales de Ricardo Wagner, Parsifal y Lohengrin, e incluso modernamente tenemos la búsqueda del Santo Grial en una película de Steven Spielberg con Harrison Ford titulada «Indiana Jones y la última cruzada», que fue una de las más taquilleras de la temporada.
Por el mundo hay varios cálices que pretenden ser el Santo Grial de la Última Cena. Voy exponer las razones por las cuales creo que el auténtico es el que se conserva en Valencia desde hace 500 años.

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La familia de San Marcos evangelista era rica. Tenía un molino de aceite en Getsemaní, donde fue la Oración del Huerto de Jesús. También tenían una casa en la capital, en Jerusalén; y allí celebró Cristo la Última Cena: lo que hoy llamamos el Cenáculo. Dicen los Hechos de los Apóstoles (12:12) que éstos de reunían con frecuencia en el Cenáculo, que era propiedad de la familia de San Marcos.
El Cenáculo, que mide 15,5 metros de longitud y 9,5 de anchura, ha sido mezquita durante siglos, pues los musulmanes tenían especial interés en convertir en mezquitas los principales lugares cristianos. Hoy pertenece al Estado de Israel. En la planta baja han puesto el museo del «Holocausto nazi».

Como es lógico la familia de San Marcos le puso al Señor para la cena la mejor vajilla que tenían.
En aquel tiempo las copas de más valor no eran las de oro y plata, sino las de piedras preciosas. En las épocas griega y romana era de uso frecuente, en mesas lujosas, los vasos de piedras ricas. Plinio nos dice que los antiguos se preciaban de hacer cálices de piedras preciosas: y explica cómo se hacían. En muchos museos y colecciones figuran vasos greco-romanos de piedra.
La copa del Santo Grial de Valencia es de ágata. Parece ser del siglo II antes de Cristo. Lo original es sólo la copa. Las asas y el pie son de orfebrería posterior.

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San Marcos acompañó a San Pedro a Roma a predicar el Evangelio. Es lógico que se llevara consigo la copa de su familia, que utilizó el Señor en la Última Cena, para que en ella consagrara San Pedro al decir misa.
Después del Concilio Vaticano II tenemos varias fórmulas para decir el canon de la misa: unas más largas y otras mas cortas. Pero hasta el Concilio Vaticano II sólo había una fórmula: la del Canon Romano. Se conserva inalterada desde los tiempos apostólicos.
Yo mismo he utilizado esta fórmula miles de veces cuando se decía la misa en latín. En esta fórmula del Canon Romano se dice: «El Señor Jesús, tomando en sus santas manos ESTE CÁLIZ...». Cuando yo decía «este cáliz» pensaba en «un cáliz». Pero hora caigo en la cuenta de que San Pedro decía «este cáliz» porque era el mismo que había utilizado el Señor en la Última Cena.

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Consta por la historia que en Roma había un cáliz, llamado el «cáliz papal», porque con él sólo decía misa el Papa, pues era el mismo cáliz que había utilizado el Señor el la Última Cena.
Cuando la persecución del emperador Valeriano, que se estaba apoderando de los bienes de la Iglesia, el Papa de entonces, San Sixto II, encargó al diácono San Lorenzo, que era el administrador de los bienes de la Iglesia de Roma, que salvara el cáliz del Señor de la rapiña del emperador.

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San Lorenzo, que después murió mártir en la parrilla, era español, aragonés, de Jaca. Para salvar el cáliz se lo entregó a un soldado del ejército romano, paisano suyo, que volvía a Jaca de permiso, para que se lo entregara a sus padres, acompañando el cáliz con una carta que conocemos. Al texto de esta carta se refiere el pergamino nº 136 de la colección Martín el Humano del Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona Es conocido el cuadro de la basílica romana de San Lorenzo-extramuros, en las afueras de Roma, en el que está San Lorenzo entregando un cáliz a un soldado que lo recibe de rodillas.
Este soldado se trajo el cáliz a Jaca y se los entregó a la familia de San Lorenzo, y éstos al Obispo de Jaca.
Durante la invasión musulmana, este cáliz se escondió en el Pirineo aragonés. Por eso los Caballeros Medievales no sabían dónde estaba, y lo buscaban por el mundo.
En el siglo XIV, Martín el Humano, rey de Aragón y Cataluña, quiso llevarse a su Oratorio Real el Santo Cáliz del Señor, que se conservaba en el Monasterio de San Juan de la Peña, en el Pirineo aragonés, y en compensación hizo al monasterio un valioso donativo. De esta donación se conserva documentación en el Archivo de la Corona de Aragón del 26 de Septiembre de 1399.
Más tarde, el 18 de Marzo de 1437, Alfonso el Magnánimo entregó el Santo Cáliz a la catedral de Valencia para que allí fuera custodiado; y ahí se encuentra desde entonces.
El 8 de Noviembre de 1982 el Papa Juan Pablo II, en su visita a la catedral de Valencia, oró ante él de rodillas, y lo utilizó cuando celebró misa en el Paseo de la Alameda, en la que ordenó a ciento cincuenta nuevos sacerdotes, procedentes de toda España.

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La palabra «grial» unos opinan que es una evolución de la palabra hebrea «goral» que significa copa grande, vaso, recipiente. Otros opinan que procede del romance ibérico, pues con este significado aparece en el Arcipreste de Hita, en el Amadís de Gaula e incluso en el Quijote de Cervantes. Si realmente la palabra «grial» procede de España, sería una confirmación de la existencia aquí del Santo Cáliz.
Don Antonio Beltrán, Catedrático de Arqueología en la Universidad de Zaragoza, estudió el Santo Grial y en su libro «El Santo Cáliz de la Catedral de Valencia», publicado en 1984, dice: «La Arqueología no tiene nada que oponer a la autenticidad del Santo Cáliz; antes bien, es capaz de probar con seguridad que, dada la fecha y origen de la copa, ésta pudo estar perfectamente en la mesa de la Cena del Señor. Al resultado de nuestra investigación hemos llegado sin apartarnos un ápice del recto camino de observación, interpretación y determinación cronológica; pasos obligados en todo estudio arqueológico».
En la introducción del libro agradece la ayuda de veinte especialistas que han colaborado en su trabajo.
El Santo Grial tiene 17 centímetros de altura. La copa mide 5,5 de altura y
9,5 de anchura. El pie está adornado de perlas y esmeraldas.

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Por lo anteriormente expuesto se puede mantener con fundamento que el Santo Grial de Valencia es el cáliz que utilizó el Señor en la Última Cena cuando instituyó la Eucaristía. Entonces dijo: «Éste es el cáliz de mi sangre». Y
después: «Haced esto en memoria mía».
Hagamos ahora alguna consideración sobre la Eucaristía.
La presencia real de Cristo vivo en el pan y en el vino consagrados es cuestión de fe. Por las apariencias, el pan y el vino consagrados no se distinguen del pan y el vino sin consagrar.
Pero ya sabemos que las apariencias engañan. La Luna parece plana y sabemos que es esférica. La Luna llena, en el horizonte, parece más grande que en el cenit, y sabemos que no cambia de volumen porque es una bola de piedra.
No todo lo que sabemos podemos experimentarlo personalmente. Yo admito los movimientos de rotación y traslación de la Tierra porque así me lo dicen los astrónomos, que saben más que yo.
Tenemos que fiarnos de los que saben más que nosotros, si tenemos confianza de que no nos engañan porque «saben lo que dicen y dicen lo que saben».
Pues Dios es la Sabiduría y Bondad infinitas. Nadie es tan digno de crédito como Él. Dice San Agustín hablando de la fe en Dios: «El que cree lo que no ve, algún día verá lo que creía».
No deja de ser un misterio que un Dios infinitamente grande se encierre en una hostia tan pequeñita. Y que partiéndola no se parte Dios, sino que Dios sigue entero en cada una de las partes. Pero, aunque no es lo mismo, también un paisaje se encierra en una foto mucho más pequeña; y mi voz se divide en cada uno de los oídos de los oyentes sin perder nada, aunque aumente el número de éstos. La comparación es de San Agustín.
Jesucristo está entero tanto en el pan consagrado como en el vino consagrado. Por eso para recibirlo no es necesario hacerlo bajo las dos especies. Basta cualquiera de las dos para recibirlo entero.

El sentido de las palabras de Jesucristo no puede ser más claro. Entenderlas de un modo simbólico es engañar o engañarse. Si Cristo hablara simbólicamente, habría que decir que nos engañó. Hay circunstancias en las que no se puede admitir un lenguaje simbólico. ¿Qué dirías de un moribundo que te promete dejarte su casa en herencia, y luego lo que te dejara fuera sólo una foto de ella? Si no queremos admitir que Cristo nos engañó, no tenemos más remedio que admitir que sus palabras sobre la Eucaristía significan lo que expresan.
Los mismos judíos las entendieron de modo real. Por eso se escandalizaron cuando Jesús dijo: «Mi carne es verdadera comida». Aquello les sonaba a antropofagia. Si hubieran entendido sus palabras de modo simbólico, no se hubieran escandalizado.

Jesús dijo también: «haced esto en memoria mía». Con estas palabras quiso perpetuar la Eucaristía hasta el final de los tiempos. Es un mandato que otorga a los sacerdotes el poder y el deber de hacer presente el sacrificio eucarístico hasta el final de los tiempos. Dijo Cristo: «Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos». Cristo se ha quedado con nosotros para estar a nuestro lado y ayudarnos en el camino que lleva al cielo. Éste es también el sentido de las palabras: «Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos».
La comunión da fuerza para dominar la concupiscencia, porque nos incorpora a Cristo, lo cual es prenda de salvación eterna. Dijo Cristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él»; «quien come de este pan vivirá eternamente».
También dijo Cristo: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Quien permanece unido a mí vivirá eternamente». El sarmiento que se separa de la vid se seca y es leña para el fuego.
Como dice San Juan de Ávila en su libro sobre la Eucaristía: «Metiendo a Cristo en tus entrañas Él te hace partícipe de su divinidad por la gracia.
Por eso Dios te ama como cosa suya. Y como dice San Pablo a los Efesios:
«Nadie aborrece su propia carne. Nadie echa al fuego su propia mano o su propio pie».

El cuerpo, si no se alimenta, se muere. El alma también. Necesita alimento
espiritual: la Eucaristía, que es alimento del alma.
La Eucaristía de los moribundos se llama viático, porque da fuerza para caminar hacia la vida eterna. Pero esto es verdad no sólo para los moribundos, sino también para los que están en la plenitud de la vida. Si estuvieras moribundo y te ofrecieran una medicina que te daría diez años más de vida, ¿la rehusarías? Pues la Eucaristía te da la vida eterna.
Dice San Agustín: «Si quieres que Dios sea tu casa en el cielo, sé tú su casa en el suelo». Nadie que aposentó al Señor en la tierra, quedó sin
recompensa:
- María Santísima lo aposentó en sus entrañas, y hoy tiene en el cielo un puesto privilegiado.
- Zaqueo lo recibió un día en su casa, y le dijo el Señor: «Hoy ha entrado aquí la salvación».
- Marta y María lo aposentaron en su casa, y Jesús las consideraba sus amigas.

La Eucaristía no es un mero banquete conmemorativo de la Última Cena. Es una reactualización de la Última Cena y del Calvario; aunque esto último de modo incruento.

Lo más grande que podemos hacer cada día es comulgar. Al comulgar nos divinizamos. Dios nos transforma en Él. La Eucaristía nos purifica y nos endiosa. Cuando tomo un alimento lo transformo en mí. Cuando comulgo Dios me transforma en Él. Como una hostia después de la consagración.
Hay hostias que nunca se consagraron. Por ejemplo, las que emplean los futuros sacerdotes que aprenden a decir misa, o las hostias sin consagrar con las que ensayan los niños que se preparan para hacer la Primera Comunión. Si estas hostias pudieran quejarse, se hubieran quejado de no haber sido convertidas en el Cuerpo de Cristo, de no haber tenido la suerte de ser consagradas. Nosotros no podemos quejarnos, pues en nuestra mano está el comulgar. Tengo en mi mano el don de hacer mío a Dios, hacerle sustancia mía; y a mí sustancia de Él: transformarme en Él, divinizarme. No soy yo quien asimila el alimento, sino que el alimento divino me asimila a mí. La Eucaristía me transforma en Cristo. Por eso dice San Pablo: «Vivo yo, mejor dicho, no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí». Pues como dice San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual: «Cristo me transforma, y mi vida es más divina que humana».

Al comulgar me convierto en custodia, pues llevo a Dios en mi corazón. Pero de más valor que una custodia de oro, pues ésta no puede amar al Señor que tiene dentro, y yo sí.
Por eso no basta comulgar sólo con la boca. Hay que comulgar con todo el corazón. Y comulgar con frecuencia. Muchos hacen largos viajes y grandes gastos por turismo. Pues aquí tenemos a Dios.
Si al comulgar repartieran un millón de pesetas a cada persona, habría cola.
Pues en la misa se reparte a Dios, que vale muchísimo más.

Cada comunión que pierdo la pierdo para toda la eternidad. Los méritos que podía haber ganado hoy comulgando, ya no los ganaré jamás. Mañana podré ganar los de mañana, y pasado los de pasado mañana; pero los de hoy los perdí para siempre. Perdí grados de gloria.

Por supuesto que no nos merecemos la Eucaristía. Pero no comulgamos porque seamos estupendos, sino para serlo. No porque amemos lo suficiente, sino para amar más.

Por otra parte, la Eucaristía es el gran regalo de Dios. El regalo es la medida del amor. En el regalo se pone el amor. A más amor, mayor es el regalo. El regalo que nos hace el amor de Dios es Él mismo. No hay regalo más grande que un Dios infinito. Dios omnipotente no pudo darnos nada que valga más que Él mismo. Y nosotros no podemos recibir ningún bien más grande que a Dios.

Por eso debemos prepararnos adecuadamente. Si el Papa te anuncia que quiere visitarte, ¿cómo arreglarías tu casa? Para recibir a Dios hay que estar en gracia. El que comulga en pecado mortal comete un sacrilegio. Y en frase de San Pablo «se traga su propia condenación».
Pero no angustiarse: «pecado olvidado, pecado perdonado». Basta decirlo en la próxima confesión. No tener escrúpulos para comulgar. Pero sí delicadeza de conciencia.
Y al comulgar hablar con Dios: darle gracias, pedirle, adorarle, amarle, proponerle fidelidad, etc.
Está muy bien cantar algo al comulgar. Pero en algunos sitios se va a comulgar cantando, se vuelve cantando, y al minuto todos a la calle.¿Cuándo han hablado con el Señor que acaban de recibir? ¿Nos vamos a extrañar de la rutina al comulgar? El amor nace del trato. Si no atiendes al Señor que acabas de recibir, terminará por serte indiferente.
Para que la vida eucarística y litúrgica no se reduzca a un simple formalismo, exige preparación.

Una madre dice amorosamente a su hijo: «te comería».
Dios nos come de amor.
Una madre, por amor, daría la vida a su hijo moribundo.
Dios, por amor, muere en la misa, y nos da su vida en la comunión para que nosotros vivamos.
La Eucaristía es el sacramento del amor.
«Dios es amor», dice San Juan.
Por amor, Dios se hizo hombre.
Por amor, Dios murió en la cruz.
Por amor, Dios se quedó en la Eucaristía.
Y esto sabiendo los sacrilegios que se iban a cometer, y el abandono que sufriría en tantos sagrarios.
Deberíamos visitar el sagrario al menos una vez al día, aunque sea brevemente si no tenemos más tiempo. Decirle al menos:
«Señor: te doy gracias por todo,
te pido por todo,
te ruego que me ayudes en todo. Adiós».
No has tardado ni un minuto.

Jesucristo nos espera en el sagrario. La Eucaristía no es algo, es alguien.
No es interés por una cosa, es amor a una persona que se ha adelantado en amarme a mí primero.
El tiempo que estás junto al sagrario te estás tostando al amor de Dios.
Déjate embellecer espiritualmente por el sol del sagrario. Como María de Betania que no se cansaba de estar a los pies de Jesús porque lo amaba.
Dile: «Aquí estoy, Señor, porque te amo. No puedo estar mucho tiempo, pero quiero repetirte que te amo. Tú ya lo sabes, pero diciéndotelo mi amor se hace más grande».
Decía un protestante: «Si yo creyera que Dios está en el sagrario, no me movería de allí». Si yo lo creo, ¿se me nota?.
Dios se alegra cuando comulgamos pues así le manifestamos nuestro amor.
Comulgar es corresponder al amor con que Jesús instituyó la Eucaristía.

La cristificación que la comunión realiza en nosotros nos capacita para la evangelización y el testimonio que como cristianos debemos ejercer en el mundo.
La Eucaristía tiene un valor comunitario. Al comulgar yo, comulga la Iglesia. Me beneficio yo y se beneficia la Iglesia. La salud del Cuerpo Místico de la Iglesia depende de la salud de sus miembros.
La comunión nos une a todo el Cuerpo Místico de Cristo. Nos une a los comulgantes de hoy, de ayer y de mañana; por encima del tiempo y del espacio. Como dice San Pablo: «Todos nos hacemos un solo cuerpo al participar del mismo pan eucarístico que nos une a Cristo. Por eso la Iglesia no es una simple sociedad humana admiradora de Jesucristo. Es una sociedad que participa de la vida de Cristo.

La misa es el acto más grande y más sublime que cada día se realiza en la Tierra, pues es la representación, es decir, se hace nuevamente presente; es la reactualización de la Redención de la Humanidad en la cruz. Esta realización histórica se perpetúa en la Santa Misa.
Dice el padre dominico Antonio Royo Marín: «Una sola misa glorifica a Dios más que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, por toda la eternidad». Esto parece exageración, pero es pura teología. Y se entiende fácilmente. Porque toda la gloria que le dan a Dios todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen María, es gloria de criaturas. La Santísima Virgen es la más maravillosa de las criaturas, pero criatura también. Y esto no puede compararse a la gloria que Cristo-Dios le da a su Padre-Dios muriendo en la cruz por la salvación del mundo.
Por eso, si fuéramos conscientes de lo que vale la misa procuraríamos ir a misa diariamente, si esto nos es posible.

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Una confirmación de la Presencia Real de Cristo en el Santísimo Sacramento son los milagros eucarísticos. Aunque nuestra fe en la Eucaristía se basa en el Evangelio, en la Palabra de Dios.
Voy a tratar de cuatro milagros eucarísticos que he estudiado esmeradamente.
Los voy a tratar como hechos históricos estudiados críticamente.
Prescindiendo de la declaración que la Iglesia pueda hacer algún día.

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Voy a empezar por los Corporales de Daroca.
El 23 de Febrero de 1239, en plena reconquista del Reino de Valencia por Jaime I el Conquistador, antes de entrar en combate en Luchente, a 17 Kms.
de Játiva, las tropas cristianas estaban oyendo la Santa Misa. Durante ella atacaron los moros, y el capellán, D. Mateo Martínez, tuvo que interrumpirla. Como ya había consagrado, dobló los corporales con las formas consagradas dentro, de unos capitanes que iban a comulgar. Estos corporales los escondió en una cueva cercana debajo de una piedra para salvarlas de una posible profanación.
La victoria fue para las tropas cristianas, aunque eran muy inferiores en número.
Para agradecer a Dios la victoria, los capitanes quisieron comulgar con las formas ya consagradas. Cuando el capellán desdobló los corporales se encontró las seis formas consagradas empapadas en sangre.
Estos corporales, con las improntas de las seis formas ensangrentadas, se conservan hoy en Daroca, a 8 Kms de Zaragoza, de donde era el capellán Mateo Martínez. Hoy están en la Colegiata de Santa María, construida por Juan Marión entre 1585 y 1592 sobre el templo románico anterior.
Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, fueron tres veces a postrarse ante ellos.
La historia de estos corporales ha sido estudiada por el P. Braulio Manzano, S.I. de quien yo me he informado.

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En 1572, durante la guerra de Flandes entre católicos y protestantes, éstos saquearon la catedral de Gorkum, en Holanda, a 15 Kms. de La Haya. Robaron joyas y vasos sagrados, y arrojaron al suelo el Santísimo Sacramento. Un hereje dio un pisotón a una forma consagrada con su bota de clavos. Al instante brotaron tres gotas de sangre por los orificios que hicieron los clavos de la bota. El hereje, espantado, confuso y dolido, la recogió y se la llevó al Deán de la catedral Juan van der Delpht. Después arrepentido se convirtió al catolicismo y se hizo fraile franciscano.
Esta Sagrada Forma, con las tres manchas de sangre, fue traída a Felipe II, que entonces dominaba los Países Bajos, por el P. Martín de Guzmán, Provincial de los Agustinos en Alemania y Bohemia. La trajo en una caja de madera cerrada y sellada, acompañada de un documento acreditativo del notario Guillermo Baumer y dos testigos; según consta en el Archivo de Simancas en documento de Marzo de 1594.
Esta Sagrada Forma hoy se conserva incorrupta, en un relicario, en la sacristía del Monasterio de San Lorenzo del Escorial en Madrid.
Un cuadro de Claudio Coello, en esta sacristía, representa al rey Carlos II recibiendo la bendición con esta Sagrada Forma a manos del P. Francisco de los Santos, Prior de la comunidad de monjes jerónimos del Monasterio.
Este cuadro de Claudio Coello mide 9x7,5 metros y fue pintado entre los años
1685 y 1688. Está considerado como una de las obras maestras de la pintura española del siglo XVII, según Martín González en su Historia de la Pintura.
Para todo lo relacionado con el milagro de la Sagrada Forma del Escorial me he informado en el libro que con este título ha escrito el P.Benito Mediavilla, O.S.A.

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Cuando estuve dando conferencias en Almácera (Valencia) contemplé en la iglesia parroquial un gran cuadro que perpetúa el siguiente hecho:
En Julio de 1348 un molinero suplicó al párroco de Alboraya, al lado de Almácera, que fuera a llevar el viático a su padre moribundo, en un alquería. En ese momento diluviaba, pero dada la urgencia del caso el párroco se puso en camino. Tenía que atravesar el torrente Carraixet sobre una tabla. Resbaló, se cayó y perdió el Santísimo, que fue arrastrado por la corriente. Apenado por el suceso fue a atender al moribundo.
Al día siguiente fue en su busca un pescador diciéndole que en la orilla del mar, junto a la desembocadura del Carraixet, había tres grandes peces con la cabeza fuera del agua y algo en la boca que parecía una Sagrada Forma. El párroco se acordó del Santísimo que había perdido la noche anterior, se puso los ornamentos sagrados y con un grupo de vecinos fue a la playa con un copón. Se acercó a la orilla con el copón abierto, y los tres peces, uno a uno, dando un salto, depositaron en el copón, que él llevaba en las manos, las tres Sagradas Formas.
Este hecho se ha perpetuado en varios cuadros, en el nombre de una calle de Alboraya titulada «El milagro de los peces», en una capilla en la playa en el lugar en que aparecieron los peces, y en el mismo escudo de Alboraya que tiene un copón con los tres peces depositando en él las Sagradas Formas.
La actual capilla está levantada sobre la primitiva. El día de la fiesta acude a este lugar una multitud numerosa desde hace seiscientos años.
Todo esto no puede ser el resultado de una invención. Todo esto tiene una fuerza probativa del milagro superior a un documento escrito conservado en un archivo.

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Lanciano está en la costa del mar Adriático, en Italia. En el siglo VIII, estando un sacerdote celebrando la santa misa, después de la consagración, le asalta una tentación sobre la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. En aquel instante la Sagrada Forma se convirtió en un pedazo de carne. Asustado, atónito y emocionado se lo dice a los asistentes que suben al altar para observar lo ocurrido. La noticia se difunde por toda la ciudad.
El hecho está registrado cuidadosamente en un pergamino manuscrito de aquel tiempo, que posiblemente es el documento original en el que se describe y certifica el milagro. Por lo tanto puede ser el relato oficial de los hechos.
Este trozo de carne que tiene 5x6 cms. se conserva hasta hoy. Han pasado 1200 años.
Esta carne ha sido analizada en 1970 por los profesores de la Universidad de Siena Dr.Linoli, Profesor Universitario de Anatomía e Histología Patológica, y Médico-Jefe de los Hospitales Unidos de Arezzo, y por el Dr. Bertelli, Profesor de Anatomía Humana en la Universidad de Siena. Se trata de carne humana viva, tejido muscular fibroso, con un lóbulo de tejido adiposo y vasos sanguíneos. No aparece rastro alguno de las sustancias químicas utilizadas para la conservación de cadáveres El análisis cromatográfico de la sangre confirma que es sangre humana del grupo AB, el mismo grupo de la sangre de la Sábana Santa y del Sudario de Oviedo. Es verdaderamente admirable que las proteínas de una sangre tan antigua produzcan una curva electroforética mostrando el perfil propio del suero fresco.
Los análisis se realizaron con absoluto rigor científico, documentado con una serie de fotografías microscópicas.
Este milagro ha sido confirmado en 1976 por la Comisión Médica de la Organización Mundial de la Salud definiéndolo como un caso único en la Historia de la Medicina.
El informe científico de los profesores Linoli y Bertelli ha sido publicado por Bruno Sammaciccia en su libro «El milagro eucarístico de Lanciano», cuyo texto original italiano ha sido traducido al inglés, alemán, francés y español.
El informe científico de los Doctores Linoli y Bertelli, finalizado el 4 de Marzo de 1971, termina con estas palabras: «En base a lo anterior es posible afirmar, sin temor a contradicción, el origen humano de la carne y la sangre del milagro eucarístico de Lanciano».
Y nosotros terminamos diciendo: «El Señor ha querido dejarnos pruebas visibles y patentes de su Presencia Real en las especies sacramentales para confirmar nuestra fe en la Eucaristía y aumentar nuestra devoción al Santísimo Sacramento del Altar».

 

N.B.: Esta conferencia está disponible en DISCO COMPACTO (CD) y en vídeo.
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