Conferencias del Padre Jorge Loring S.I.

7. CRISTO EL MÁS GRANDE
(A Montañeros de Santa María. Zaragoza)

Vamos a dedicar este rato a hablar de Jesucristo. Cristo el más grande.
Voy a dividir esta conferencia en dos partes: Primero, voy a hablar de Cristo como hombre. Después hablaré de Cristo como Dios. Porque Cristo era realmente las dos cosas. Era hombre perfecto y al mismo tiempo Dios.
Pero antes de empezar, quiero confesar humildemente mi complejo de incapacidad. Porque cuando uno se dispone a hablar de Jesucristo, tiene la sensación de que se va a quedar corto. Por mucho que diga de Cristo, siempre me quedaré corto. Cristo es mucho más de lo que yo diga. Cristo es mucho más de lo que yo sepa decir. Cristo es algo tan fenomenal que yo me siento impotente para exponer a Cristo como Él se merece. Es imposible hablar de Cristo como Él se merece. Tienes sensación de incapacidad. Cristo es tan colosal, que todo lo que uno diga es poco para lo que tenemos en nuestro corazón.
Pasa como con los artistas que representan a Cristo en las películas:
todos se quedan cortos. Cuando tú ves una película de Jesucristo, por muy fenomenal que sea el artista, dirás: «Ése no fue Cristo. Él era mucho más que eso».
En películas antiguas, como «Rey de reyes», «EI signo de la cruz», etc., cuando salía Jesucristo, siempre salía de lejos,o se le veía de espaldas. No se le veía la cara. Eso era un acierto, porque así cada cual se lo imagina como quiere, y no defrauda. Por muy bueno que sea el artista que representa a Cristo, siempre se queda corto para expresar lo que Cristo fue. No hay artista en el mundo capaz de interpretar a Cristo como Él merece ser interpretado. Por eso en estas películas modernas que nos acercan la cámara al artista que representa a Cristo, que se le ve la cara al artista, que se le ve su reacción, defraudan siempre.
Pues esto me pasa a mí. Que estoy seguro de que me quedo corto cuando me ponga a hablar de Jesucristo. Cristo es mucho más que todo lo que yo pueda decir.

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Hecha esta advertencia, vamos a empezar a hablar de Jesucristo. Primero voy a empezar a hablar de lo material, de su cuerpo. ¿Cómo fue Cristo? ¿Qué presencia tenía Cristo?
Los Evangelios no nos dicen nada del aspecto físico de Cristo. Los Evangelios no nos dicen si era alto o bajo, gordo o flaco, rubio o moreno.
No dicen nada. Y los Evangelios no dicen nada de eso, porque no era costumbre. El primer historiador que describe a su personaje fue Plutarco en «Vidas paralelas», del siglo ll de nuestra Era.
Los historiadores anteriores a Plutarco no describen al personaje que historian. Como los Evangelios son anteriores a Plutarco, nada nos dicen de la figura de Jesús. Nos cuentan lo que dijo, lo que hizo, pero nada nos dicen de su figura. Sin embargo iqué maravilla!, a los 2000 años de haber muerto Cristo hemos logrado fotografiarle.
Esto parece mentira, pero es verdad. Tenemos la auténtica fotografía de Jesucristo. ¿Dónde? En la Sábana Santa. En la Sábana Santa de Jesucristo. El lienzo que cubrió el cuerpo de Jesucristo en el sepulcro y donde ha quedado grabada su imagen. Hoy se conserva en Turín. La Sábana Santa es tan interesante porque, entre otras cosas, presenta a Cristo de cuerpo entero.
Como Él fue. Su auténtica fotografía.
En esa imagen que ha quedado, vemos su complexión atlética y su armonía de proporciones. Los médicos que saben las medidas del cuerpo humano para que el cuerpo sea perfecto, dicen esto: «las medidas del cuerpo de Cristo son del varón perfecto»,
Y hablando del cuerpo de Cristo vamos a dedicar unos momentos a su fortaleza física. No sólo el aspecto de Cristo era de complexión atlética, sino que nos consta que era así por lo que dice el Evangelio. Cristo debió de ser un hombre tremendamente fuerte, de una gran fortaleza física.
¿Por qué? Porque nos dice el Evangelio que un día subió de Jericó a Jerusalén, que hay treinta y seis kilómetros, y hace el recorrido en seis horas.
Por lo tanto caminó a seis kilómetros por hora. Yo que he sido «scout» en mi juventud, he sido explorador, he hecho muchas marchas, y me acuerdo perfectamente que una marcha a cinco kms. por hora, es un buen paso.
Pues Cristo va a seis kms, por hora, subiendo un desnivel de mil metros, de Jericó a Jerusalén. Y por un camino árido, desértico, sin un árbol, sin una sombra, Y lo hizo sin detenerse un momento para descansar, pues entonces no hubiera sacado una media de seis kilómetros por hora. Las seis horas andando de un tirón. Hace falta una gran fortaleza para esto.

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Pero mucho más importante que esto, en el aspecto humano de Jesús, es la inteligencia.
Cristo tuvo una inteligencia deslumbrante. Los fariseos que no eran tontos, y querían desprestigiar a Cristo ante el pueblo, pensaron cogerle en una trampa y meterle en un callejón sin salida. En una ocasión los fariseos prepararon muy bien la trampa. Vamos a ver cómo sale de ella Cristo. Le
dicen:
-Oye, Maestro, ¿qué opinas tú de pagar tributo al César?
Los fariseos frotándose las manos y diciéndose:
-Si dice que sí, malo; si dice que no, peor. Diga «sí» o diga «no», se desprestigia.
Porque si dice que hay que pagar tributos, como el pueblo estaba en contra del Emperador de Roma, que tenía aplastado al pueblo judío con sus impuestos y su ejército de ocupación, se indispone con el pueblo que no quería pagar tributos al Emperador de Roma. Si dice que no hay que pagar tributos, se indispone con la autoridad que sacaba los tributos del pueblo.
Si dice «sí», malo; si dice «no», también malo.
Pues Cristo, como no puede decir ni «sí» ni «no»; no dice ni «sí» ni «no».
Para no caer en la trampa. ¿Y qué dice Cristo?:
-¿ Me queréis enseñar un denario?
-Toma Maestro.
El denario era la moneda con la que se pagaban los tributos.
-Esta imagen que hay en el denario, ¿de quién es?
-Esta imagen es del César.
El denario tenía la imagen del emperador Tiberio.
Y dice Cristo:
-Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Lo que Dios quiere es vuestro corazón, vuestro amor, vuestra fidelidad. Esto es más importante que el dinero.
Los dejó callados. Se sale fenomenalmente del callejón sin salida. Una inteligencia agudísima. Ellos le prepararon la trampa muy bien pensada, pero no cuentan con la inteligencia de Cristo que saldría espectacularmente de la
trampa.

Otro día le preparan otra trampa. Le traen a la adúltera, y le dicen:
-Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. Según la ley tiene que ser condenada a muerte. Tiene que morir apedreada. Y tú, ¿qué dices?
Si dice soltadla, va en contra de la ley. Y si dice apedreadla, ¿dónde está su misericordia ?¿ Qué dice Cristo?:
-EI que esté sin pecado que tire la primera piedra.
Y cuenta el Evangelio que se puso a escribir en el suelo. No dice lo que escribía; pero a lo mejor lo que estaba escribiendo eran los pecados de los que estaban allí. O palabras clave que sólo ellos entendían.
Uno se dice: «ése soy yo», y se va.
Otro: «eso va por mí», y se va.
Así se fueron marchando todos, y ninguno tiró la primera piedra.
Se vuelve y le dice a la mujer:
-Vete en paz y no vuelvas a pecar.
Es decir, Cristo tenía inteligencia agudísima que encuentra salida airosa a las situaciones más difíciles.

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Al mismo tiempo, gran valentía la de Cristo.
En el templo se encara con los mercaderes, hace un látigo con las cuerdas de atar el ganado, que recogería del suelo, y expulsa a todos los mercaderes del templo. Y todos sabemos lo que son los judíos para defender el dinero.
Pues Cristo Él solo expulsa a todos los mercaderes. Derriba las mesas, derrama el dinero por el suelo, y espanta a los animales. Él solo contra todos. Se podían haber amotinado contra Él y haberle linchado. Él se encara con todos. Debía tener una personalidad, una fuerza en su mirada, que todos como corderitos salieron corriendo. Él frente a todos con sólo un látigo en la mano: porque habían convertido el templo en un mercado, y el templo era casa de oración, era la casa de su Padre. Valentía enorme la de Jesucristo.

En otra ocasión el pueblo lo quería despeñar por blasfemo. Él había dicho que era Dios y esto les sonaba a blasfemia. La blasfemia se castigaba con la pena de muerte. Por eso lo querían despeñar por un barranco.
Y el Evangelio dice: «Pasó en medio de todos y nadie le puso la mano encima».
Y aquella multitud amotinada que lo quería despeñar, se quedó paralizada. Y Cristo pasó en medio de todos, dominando a todos con su mirada y su personalidad. La fuerza que tenía el carácter de Cristo. El dominio que tenía de la situación.

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Pues junto a esta personalidad, esta valentía, este dominio de la situación, tenía una dulzura extraordinaria. Los niños le rodeaban. No le dejaban andar, Se le colgaban del manto. Los Apóstoles tenían que decir:
-Fuera, niños, dejad al Maestro.
Y Él decía:
-Dejad que los niños se acerquen a Mí.
Los niños le rodeaban. Le querían. Los niños son intuitivos, para descubrir la bondad de corazón, la cordialidad, la dulzura. Los niños rodeaban al Señor y no le dejaban andar. iQué bien entendían los niños a Jesús, y qué bien entendía Jesús a los niños! «Dejad que los niños se acerquen a Mí». Él los atraía con su dulzura. Los niños acudían al Maestro.
¡Se encontraban tan a gusto con Él! Lo encontraban tan bueno, tan cordial, tan cariñoso, tan dulce, tan amable. Por eso Jesús iba siempre rodeado de niños. Dulzura de Jesús. Bondad de su corazón.
Por esta misma bondad de su corazón atraía a las masas. Los cuatro Evangelios hablan unas cincuenta veces que las muchedumbres le seguían, que todos andaban buscándole, que venían a Él de todas partes, que la multitud le apretujaba, que no le dejaban ni comer, etc. etc. Su bondad de corazón atraía a todos.
No era sólo porque les hacía milagros. Toda su persona atraía como un imán.

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Al mismo tiempo Jesús era un hombre jovial; con sentido del humor, gastaba bromas de cuándo en cuándo. Como cuando le dice a Felipe que dé de comer a cinco mil hombres con sólo cinco panes y dos peces, sin advertirle que va a hacer el milagro de la multiplicación.
O cuando gasta a Pedro la broma de hacerle andar sobre las aguas, y después le deja que empiece a hundirse.
O cuando le dice a la cananea: «No está bien dar a los perros el pan de los hijos». Y la mujer, sin ofenderse por la comparación, por el tono de la voz y la cara de Jesús, comprende que es una broma y la sigue contestando:
«También los perritos se aprovechan de las migajas que caen de la mesa de los señores».

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Cristo tuvo también enorme dominio propio ante humillaciones y ofensas.
Fijaos lo tremendo, lo duro, lo humillante que es para un hombre ser abofeteado en público. Es de las situaciones más incómodas, que a uno le den un bofetón. Cristo se ve abofeteado y no salta. No responde con una palabra injuriosa. Cualquiera en una situación así hubiera perdido el dominio propio. Cuando aquel esbirro de Anás le pega un bofetón, Cristo con enorme dominio propio, le dice:
-Si he respondido mal, muestra en qué; mas si bien, ¿por qué me hieres?
Tremendo dominio propio. No se altera. No insulta. No le echa en cara que se aprovecha de su situación para avasallarle. No.
Lo mismo, cuando en el Huerto de los Olivos, Judas lo traiciona. Cristo sabe que Él va a ir a la muerte por la traición de Judas, su amigo. El que debía ser su amigo, demuestra ser su peor enemigo, porque lo vende por treinta monedas. Cuando Judas llega al huerto, Cristo no se encara con él y le dice:
-Parece mentira, Judas, tú, mi amigo. No podía esperar de ti una cosa así.
Me has vendido. Me has traicionado. Me llevas a la muerte.
O en tono de dureza:
-Vete sinvergüenza, traidor, asesino. Eres un falso.
Pues no le dice ni una palabra de reprensión. Lo recibe con cariño, con amor, con paciencia. Busca la salvación de Judas. Le echa un cable por si el otro quiere agarrarlo y quiere arrepentirse.
Judas le entrega con un beso.
El beso era el saludo. Ya sabéis que los árabes, los hebreos, los orientales, se saludan con un beso. En España los hombres no se suelen dar besos, si no son parientes. Cuando se despiden, los hombres se dan la mano o palmadas en la espalda; pero aquí, los hombres no se dan un beso. Los orientales sí. Habéis visto en la televisión que cuando llega un avión a un país de Oriente Medio, los personajes se bajan del avión y empiezan a darse besos. Besos a pares. Los orientales se saludan dándose el beso de la paz.
Pues Judas le da el beso a Cristo. Debía ser el beso de la paz, y es el beso de la muerte, el beso de la traición.
Y Cristo sereno le dice:
-Amigo, ¿a qué has venido? ¿Con un beso entregas al Hijo de Dios?

El mismo dominio propio de Cristo en el momento de la muerte, perdonando a sus asesinos: los excusa. ¡Qué difícil es para nosotros perdonar cuando nos han hecho una injusticia, nos han pegado un pisotón con mala idea, nos han hecho daño! ¡Qué difícil es perdonar! A veces los confesores, cuando tenemos que pedir a la gente que perdone, ¡qué difícil es! Se entiende al que le han ofendido injustamente. Por eso son heroicas las personas que perdonan a los que les han hecho un daño injusto. Ése es el heroísmo del cristianismo. A Cristo, lo están matando y dice:
-Padre perdónales, porque no saben lo que hacen.
Los excusa, los disculpa.
Nosotros generalmente somos al revés ¡Con qué dureza tratamos a los demás! ¡ Con qué crueldad juzgamos a los demás! ¡Con qué benevolencia nos juzgamos a nosotros mismos! Miramos los defectos de los demás con prismáticos que agrandan las cosas. Para nuestros defectos ponemos los prismáticos al revés, que empequeñecen las cosas.
Así somos de egoístas las personas. Con nosotros todo es benevolencia, y con el prójimo todo es crueldad, todo es exigencia. Cristo para unos asesinos, unos verdugos que lo están matando, dice:
-Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.

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Cristo amigo de todos. No era clasista. Tenía amigos entre los ricos.
Lázaro era un hombre rico. Sus hermanas Marta y María eran ricas. Y Cristo era amigo de la familia. Y se hospedaba en su casa. Tenía amigos ricos como Nicodemo y José de Arimatea, que tenía tumba propia. Ellos se encargaron de su sepultura.
Y también era amigo de los pobres. Entre ellos elige sus mejores amigos.
Sus apóstoles eran pescadores. Él mismo se hace carpintero. Era amigo de todos. No era clasista.

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Otro detalle de Cristo. Como hombre, amaba su Patria. Todo bien nacido tiene que amar a su Patria. Cristo amaba a su Patria. Y lloró por el templo de Jerusalén. Él sabía que aquel templo tan maravilloso iba a ser arrasado por Tito el año 70, y que no iba a quedar piedra sobre piedra. Llora sobre esa Jerusalén que iba a terminar en ruinas. Llora sobre Jerusalén, porque Cristo como todo bien nacido amaba a su Patria.

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Cristo ha sido el hombre que más ha influido en la historia de la Humanidad. Ideas y valores hoy universales en la cultura humana, son de origen cristiano. La igualdad y la fraternidad no son valores de la Revolución Francesa, como algunos han querido insistir. Son valores del cristianismo, que desde el primer momento predicó que todos somos iguales.
Todos somos hermanos, porque todos somos hijos de Dios.
La abolición de la esclavitud empezó con la carta de San Pablo a Filemón.
LOS DERECHOS DE LA MUJER COMIENZAN CUANDO SAN Pablo manda a los maridos que amen a sus mujeres, en un mundo en el que la mujer no era nada.
La justicia social es también de origen cristiano. Hoy el marxismo ha querido apropiarse la bandera de la justicia social. Incluso algunos sectores de la Iglesia Católica han pensado que la justicia social hay que entenderla en clave marxista. Es el caso de la Teología de la Liberación, condenada, por lo que tiene de marxista, en un documento de la Santa Sede del 6 de agosto de 1984. Dice este documento de la Teología de la
Liberación: «Ciertas formas de la Teología de la Liberación recurren a conceptos tomados del pensamiento marxista» (Introducción). «Se aparta gravemente de la fe de la Iglesia» (VI.9) «Es una perversión del mensaje cristiano» (IX.l ). Sin embargo el marxismo ha fracasado de modo espectacular. Estos últimos meses hemos visto que el pueblo de siete naciones del Este europeo han derribado sus respectivos gobiernos comunistas, que sufrieron durante cuarenta años, y aborrecen el marxismo.
En todo caso, el marxismo es del siglo pasado, y hace dos mil años que la Iglesia se preocupa de los pobres, los desvalidos, los marginados. A la Iglesia se deben los primeros hospitales, asilos, orfanatos, leproserías, etc. Hoy los Estados fundan centros así, pero cuando los Estados no se preocupaban de esto, la Iglesia fue la única en preocuparse durante siglos.
Hoy la Iglesia sigue defendiendo los derechos de los que nadie defiende:
el derecho a vivir del no nacido. En el futuro vendrá la prohibición del aborto. Las generaciones del futuro nos lIamarán a nosotros generación asesina. No comprenderán cómo en nuestra generación había leyes que permitieran a las madres asesinar a sus hijos. Con el tiempo se impondrá la razón y se prohibirá el aborto. Hoy en el mundo la única que lucha por los derechos a vivir del no nacido es la Iglesia Católica. Ahí está Juan Pablo ll luchando contra el aborto por el mundo entero. Su mensaje es evidente:
«Nunca se puede justificar condenar a muerte a un inocente».

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Todo esto, Cristo como hombre. Pero lo más grande de Cristo es que era Dios. Si Cristo fue excepcional como hombre, mucho más excepcional fue que al mismo tiempo era Dios.

Los profetas hablaron de Él ochocientos años antes de su nacimiento.
Sabíamos dónde iba a nacer: en Belén. Sabíamos quién iba a ser su madre:
una virgen. Sabíamos de qué linaje iba a nacer: de la estirpe de David.
Sabíamos que curaría enfermos. Sabíamos cómo iba a morir: en una Cruz.
Sabíamos que recibiría salivazos en la cara, y que en su agonía le darían hiel y vinagre. Sabíamos que se repartirían sus vestiduras y sortearían su túnica.

Cristo afirmó en repetidas ocasiones que era Dios. Antes hice alusión al suceso de Nazaret. También le dijo a la Samaritana: «Yo soy el Mesías anunciado por los Profetas».Cristo ante Caifás afirma que es el Hijo de Dios.
Caifás entiende que Cristo se las da de Dios, que pretende ser Dios. Si Cristo se hubiera llamado Hijo de Dios del mismo modo que Dios era Padre del resto de los hombres, aquello no tenía por qué ser una blasfemia. Nosotros también somos hijos de Dios. Pero somos hijos adoptivos de Dios. No somos hijos naturales de Dios. Cristo es hijo natural de Dios. Tiene la naturaleza de Dios. Todo padre transmite su naturaleza a su hijo. El hijo de un pez es pez; el hijo de un pájaro es pájaro; el hijo de un hombre es hombre; el hijo de Dios es Dios. Los padres dan su naturaleza a los hijos. Como Cristo es hijo natural de Dios, tiene la naturaleza de Dios. Nosotros no somos hijos naturales de Dios, somos hijos adoptivos. Por eso cuando Cristo habla de su Padre, distingue: «mi Padre y vuestro Padre». Dios es Padre de todos, pero de distinta manera. Es Padre natural de Él y Padre adoptivo nuestro. Él es Hijo por naturaleza. Tiene naturaleza divina como el Padre.
Cristo se las da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios.

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La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar que era Dios.
Para estar seguros de la resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo resucitar.
Tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.
Primero: Los verdugos. Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto, Cristo está muerto. En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.
Segundo: Oficialmente Cristo estaba muerto en la cruz. Porque cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para lIevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto. Así lo cuenta San Marcos en 15:44. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo.
Según la ley romana los familiares y amigos tenían derecho a lIevarse el cadáver del ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto.
Tercero: Los mismos enemigos sabían que Cristo estaba muerto. Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se lIevaran el cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al tercer día iba a resucitar. Para evitar que nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del sepulcro.
¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se repusiera y volver a empezar la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.
Cuarto: En opinión de los amigos. ¿Vosotros podéis pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura.
En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.

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Pero además, tenemos la opinión de los hombres de ciencia. Yo he estado en el lll Congreso lnternacional de Sindonología. Había 350 especialistas en la Sábana Santa. Allí tres médicos, el inglés, Dr. Wedenisow, el norteamericano Dr. Buckling, y el italiano Dr. Rodante, cada uno hizo su estudio de que Cristo estaba indiscutiblemente muerto en la cruz.
Ellos presentaron un estudio extenso. Pero yo voy a dar una sola prueba:
elemental y definitiva. Tan sencilla que todos la entendemos: la lanzada que le abrió el corazón. No necesito que me digan más cosas. Con esto me basta.
Si la lanza le abrió el corazón, naturalmente Cristo estaba muerto. ¿Y por qué sabemos que la lanza le abrió el corazón? Por la cantidad de sangre que salió. Los médicos opinan que toda esa sangre sólo pudo salir de la aurícula derecha. La aurícula derecha está llena de sangre líquida en los cadáveres recientes. Por eso dice San Juan que después de la lanzada salió sangre a borbotones. Sangre y agua. El agua los médicos lo explican como una serosidad del pericardio causada por los traumatismos, etc. En la Sábana Santa se ve un reguero de sangre tremendo de la herida del costado, y otro que cruza la espalda, en la cintura. Salió de la vena cava en el traslado al sepulcro. La cantidad enorme de sangre que le sale a Cristo del corazón, la explican los médicos, porque la lanzada le abrió la aurícula derecha. Pues si la lanza le abrió la aurícula derecha, podemos estar seguros de que Cristo estaba muerto en la cruz.

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Al tercer día la tumba está vacía. Pues si Cristo estaba muerto en la cruz, si a Cristo lo dejan muerto en la tumba, y al tercer día la tumba está vacía, no hay más que dos explicaciones: Cristo resucitó, o alguien se llevó el cadáver. Si demostramos que nadie se llevó el cadáver, es porque Cristo resucitó.
Y nadie se llevó el cadáver. ¿Por qué? ¿Quién se pudo llevar el cadáver? O sus amigos o sus enemigos. Porque uno que no fuera ni amigo ni enemigo, ¿para qué? ¿Qué interés tenía en llevarse el cadáver? Si alguien robó el cadáver tuvo que ser amigo o enemigo.
Pues vamos a demostrar que ni los amigos ni los enemigos se llevaron el cadáver, sino que Cristo resucitó.
No se lo llevaron los enemigos. Porque si los enemigos de Cristo, los fariseos, hubieran tenido el cadáver de Cristo, cuando se corre la noticia de que ha resucitado, los fariseos hubieran acabado con la noticia facilísimamente enseñando el cadáver. Cuando los fariseos no enseñaron el cadáver para deshacer la noticia de que Cristo había resucitado, es porque los fariseos no tenían el cadáver. Hubiera sido la mejor manera de acabar con aquella noticia que estaba convirtiendo a tanta gente: un día San Pedro convirtió a tres mil.
Los amigos tampoco robaron el cadáver. ¿Por qué? Porque los Apóstoles murieron por su fe en Cristo resucitado. Y nadie da la vida por una patraña.
Nadie da la vida por lo que sabe que es mentira. Uno da la vida por un ideal. Por lo que cree que es verdad. Incluso podría ser un ideal equivocado. Uno puede dar la vida por un ideal equivocado, que cree verdadero. Pero dar la vida por lo que sabe que es mentira, eso no lo hace nadie con sentido común. Los Apóstoles murieron por su fe en Cristo resucitado. Luego ellos creían que Cristo resucitó. Ellos no robaron el cadáver.

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Te dicen algunos: «Pero nadie lo vio resucitar. No hay testigos». Y yo les digo que no hace falta. Para estar seguro de que ha sucedido un hecho no tengo que haberlo visto personalmente. Puedo tener datos que me llevan al conocimiento del hecho, aunque no lo haya visto. Por ejemplo, si voy por la carretera y en una curva veo un frenazo en el suelo, roto el pretil, y me asomo, y en el fondo del barranco veo un coche, no tengo que haber visto el accidente. Ya sé que este coche al tomar la curva derrapó, pegó en el pretil, rompió el pretil, saltó al barranco y cayó abajo. Y no he visto el accidente. Pero el frenazo en el suelo, el pretil roto y el coche en el fondo me dicen lo que ha pasado sin haberlo visto.
Por tanto, no hace falta que nadie haya estado delante de la resurrección.

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Pero además es que a Cristo resucitado lo han visto los Apóstoles. Cristo se apareció después de resucitar.
Estaban los Apóstoles en el cenáculo con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, y Cristo se presenta en medio. Y Cristo cena con ellos. Y Cristo se deja palpar de Tomás, que en la primera aparición no estaba. Fueron dos apariciones. En la primera no estaba Tomás, Y cuando le dicen sus compañeros que el Maestro ha resucitado, y que ha estado allí, él no se lo cree. Y dice
Tomás:
-Si no lo veo no lo creo. Mientras que no lo palpe con mis manos no lo creo.
Y otro día se aparece Cristo estando Tomás. Y le dice Cristo a Tomás:
-No seas incrédulo, hombre. Ven aquí y pálpame. No ves que soy yo. Los fantasmas no se pueden palpar. Anda vamos a comer. ¿Tenéis algo que comer?
Vamos a comer. Los fantasmas no comen. Que soy yo, que he resucitado.
Cristo se presenta resucitado a los Apóstoles en el cenáculo. Se deja palpar por Tomás y cena con ellos. Cristo resucitado era una realidad.
Cuando Tomás ve resucitado a Cristo, cae de rodillas delante de Él y le
dice:
-Señor mío y Dios mío.
Precioso acto de fe, que deberíamos repetir todos en la elevación de la consagración de la Santa Misa.
Tomás le llama Dios. Y Cristo no le contradice. Si Cristo no hubiera sido Dios, le hubiera dicho:
-Oye, no digas tonterías. No exageres.
Una vez que San Pedro hizo un milagro, la gente se le tiraba al suelo de rodillas, para adorarle como a Dios. Y él decía:
-Levantarse, levantarse, que yo no soy Dios. Soy hombre como vosotros. Yo hago milagros en nombre de Jesús Nazareno.
Cuando un hombre se siente tratado como Dios, lo lógico es que ese hombre renuncie a ese tratamiento. Por eso San Pedro no dejaba que la gente se tirara al suelo para adorarle. San Pedro no se dejó llamar Dios. Cristo sí se dejó llamar Dios. Incluso una vez que San Pedro proclama su divinidad, Cristo no le contradice. Cristo le confirma:
-Bien has dicho. Esto te lo ha inspirado mi Padre.
No le dice:
-No exageres hombre, que no es para tanto.
Cristo se dejó llamar Dios, sin contradecir a los que se lo llamaban, porque lo era en realidad.

***

Finalmente, cuando digo «Cristo el más grande de la Historia», es porque en toda la historia de la Humanidad jamás ha habido nadie como Cristo. De niño asusta a un rey: Herodes. De joven deja admirados a los Doctores en el Templo. De mayor curó a ciegos y leprosos, y resucitó muertos. Pudo ser rico y se hizo pobre: nació en una cuadra, murió en una cruz y fue enterrado en una tumba prestada. No escribió ningún libro, pero no hay en el mundo ninguna biblioteca donde quepan todos los libros que se han escrito sobre Él. No fue político, pero jamás en la Historia ha habido un hombre que haya tenido tantos seguidores. Jamás en la Historia ha habido un hombre que haya sido amado tanto como Jesús. Cristo es el hombre más amado de la Historia.
Ha habido hombres grandes en la Historia, pero estos hombres son hoy admirados, no amados. Cristo ha sido amado más allá de su tumba. Esto es inconcebible en la Historia. Todos sabemos quién fue Miguel Angel o Cervantes. Pero, ¿hay hoy alguien que ame a Miguel Angel? ¿Hay hoy alguien que ame a Cervantes? De los grandes hombres de la Historia queda su admiración, pero no queda amor a ellos. El amor a una persona sólo permanece pocos años en el corazón de sus parientes.
Cristo hace dos mil años que murió, y hoy se le ama con entusiasmo. Se le ama hasta la muerte. Hay mártires que dan la vida por Cristo; hoy, ayer y mañana también. Miles y miles de muchachos y muchachas que consagran a Él su vida. Es un martirio lento, gota a gota. Unos dan la vida de golpe, como el mártir. Otros la dan gota a gota, a lo largo de toda su vida; viven sólo para Cristo y sólo piensan en Cristo. Monjas que renuncian a todo, por amor a Cristo. Hace falta amor para que una chica, llena de posibilidades, de atractivos, y de ilusiones del mundo, se meta entre cuatro paredes por amor a Cristo. Miles y miles. Y hombres que podrían tener un porvenir más o menos brillante, y lo dejan todo por amor a Cristo. Para seguir a Cristo. Para vivir para Cristo. No hay en la Historia nadie a quien se haya amado tanto como a Cristo.
Cristo es la persona más digna de ser amada de toda la Humanidad. ¿Por qué? Porque Cristo no sólo era un hombre maravilloso, además era Dios.
Pues este Cristo-Dios es en quien creemos y en quien esperamos.
Démosle gracias porque nos ha dado fe en Él. Vivamos nuestra fe lo mejor que sepamos, y confiemos que en la hora de la muerte Él recibirá con los brazos abiertos, en la otra vida, a los que en ésta hemos creído en Él, le hemos servido con buena voluntad y le hemos amado con fervor.
Pues nada más. Muchas gracias por vuestra atención.

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