istoria solidaria
Miguel es su nombre. Martín su apellido.
Tiene 17 años y unos ojos chispeantes.
Es muy deportista y líder en los ambientes que frecuenta.
Miguel es alumno del sexto curso del Colegio Campoalto
Hace un poco más de dos años, buscando paz para su corazón encontró en la solidaridad un remanso tranquilo.
La historia comenzó así. Nos ubicamos en mayo de 1999. Un día su Papá reunió a sus tres hijos: Jali, con 16 años y a Gonzalo, de 12. Julio propuso a sus chicos que fueran con su madre, al Mercado Cuatro y compraran ropa de abrigo para llevar a quienes realmente lo necesitaran. Kitty partió con sus hijos y compraron medias de lana, buzos de frisa, remeras, gorritos...
Días más tarde, Miguel y sus hermanos se presentaron en casa de Raquel en el barrio San Antonio. Un barrio que alberga unas doscientas cincuenta familias que deben realizar verdaderos esfuerzos para poder llevar una vida digna. Está ubicado cerca del Jardín Botánico, en Asunción. Los chicos acudieron a Raquel –una joven muy buena y de confianza- y ella los acompañó, indicándoles quiénes eran las personas más necesitadas.
Esta primera recorrida por el barrio San Antonio causó un impacto muy profundo en el corazón de Miguel. Al ver, en ese día lluvioso y frío, a los mita’ís caminando descalzos por el barro, al entrar en los ranchos de cartón con pisos de tierra y compartir con ellos –durante sólo un rato- su pobreza, y, al darse cuenta que a él le podría haber "tocado" vivir en esas condiciones, pensó que algo debería hacer pera mejorar las cosas. Ese día hizo el firme propósito de volver.
Unas semanas después, con algunos compañeros y amigos del Colegio, volvió.
Antes, organizó una recolección de alimentos no perecederos: fideos, arroz, porotos, leche en polvo, que fueron ordenadamente organizados en cajas. Con ellas, partieron. No fue fácil llegar a destino. Miguel no recordaba bien el camino. La primera vez, había ido con el chofer de su Papá, ahora no estaba seguro de cómo llegar. De hecho, cuando encontraron el colectivo, lo tomaron en dirección contraria y, después de un largo rato, terminaron mucho más lejos de donde deberían haber ido. Como tenían el dinero justo para el boleto de vuelta, tuvieron que hacer auto-stop. Un camión los dejó relativamente cerca. Ya era tarde y el sol se había puesto. Con bastante miedo, estos chicos de 15 años entraron en el barrio. En más de una ocasión algunos quisieron volverse. Miguel caminaba adelante, para no escucharlos. Les costó encontrar la casa de Raquel. Cuando llegaron tuvieron un inmenso alivio, ya que, caminando por el barrio, en la oscuridad, se sintieron mal mirados y pensaron que, en cualquier momento los podían asaltar y robarles hasta sus propias zapatillas...
Todo terminó muy bien, dejaron los alimentos para que Raquel los distribuyera, tomaron el colectivo y volvieron a casa.
El siguiente emprendimiento organizado por Miguel fue un festejo del Día del Niño, el día 31 de agosto. Prepararon juegos para los chicos y una buena merienda. La música, a todo volumen, los acompañó durante toda la jornada. Al año siguiente, con la experiencia adquirida, una mayor organización y un globo loco -prestado por una empresa- los chicos pudieron disfrutar aún más de su día.
Esa tarde, Miguel decidió fundar lo que él y sus amigos llamaron una Escuela de Valores. Le pusieron por nombre Py’a Porã que, traducido del guaraní, quiere decir Corazón Bueno. Eligeron como lema: "Py’a Porã, jóvenes unidos por amor al servicio".
Fue por esa época, cuando Miguel conoció a Priscila. Poco después, y hasta hoy, ella se convirtió en su novia. Con Priscila y un grupo muy reducido de amigos comenzaron a preocuparse y ocuparse de unos cincuenta chicos del barrio, a comienzos de septiembre de 1999. Todas las semanas, el día sábado por la mañana, se reúnen con los chicos y les imparten sus clases. Los temas son variados pero todos apuntan a su crecimiento espiritual y humano. Les dan apoyo escolar, les imparten lecciones de catequesis, tratan cuestiones básicas de higiene y de salud, etc., etc.
Para las Navidades, recolectaron juguetes. Pidieron a los vecinos y a los amigos del club; pidieron en los colegios...
El conseguir juguetes fue una labor que les llevó tiempo y esfuerzo. Como no todos eran nuevos, se ocuparon de limpiarlos, arreglar los que estaban rotos y envolverlos.
Para ese día prepararon la ya tradicional merienda de galletitas y jugo.
Para la ocasión contaron con la ayuda de las chicas del coro del Colegio Las Almenas.
Cuenta Miguel, que la cantidad de chicos que acudieron a la invitación fue enorme. Cuenta, también, que los nervios y el miedo a que no alcanzaran los juguetes y a que todo fuera un fracaso eran muy grandes. No fue nada fácil conseguir poner orden en la multitud, pero, al final, lograron sentarlos, cantarles unas cuantas canciones y, en grupos pequeños, fueron pasando a recoger su regalo y tomar la merienda. Tomando como referencia el número de regalos, Miguel piensa que hubo más de 250 chicos.
Gracias a las iniciativas de Miguel ya se han podido hacer unas cuantas cosas en el barrio. Con la colaboración de una fundación vinculada a la Embajada de España, un grupo de médicos realizó una campaña de prevención y aquellos que lo necesitaban pudieron acercarse a un consultorio médico móvil. Durante un tiempo, una psicopedagoga instruyó a profesores y alumnos de Py’a Porã.
Para los chicos y para sus familias, Miguel y sus amigos han conseguido alimentos y, también, ropa. Gracias a la ayuda de la Primera Dama del Paraguay, este año los niños pudieron comenzar sus clases con los útiles escolares necesarios.
Una obra muy importante que hicieron Miguel y sus amigos fue la reconstrucción de la Capilla de San Antonio. Para este trabajo, Miguel consiguió involucrar a muchas personas del barrio y a unos cuantos compañeros de colegio.
Py’a Porã no se ha limitado al apoyo escolar y a la formación de los chicos del San Antonio; poco a poco, Miguel y sus amigos están tratando de llegar a más personas necesitadas. Ya están acompañando a enfermos que padecen, además de sus males físicos, la angustia de la soledad. Visitan a algunos ancianos de un instituto geriátrico cercano, ocupándose también de desmalezar y arreglar su jardín.
Quienes componen Py’a Porã –todos ellos jóvenes de los últimos años del secundario y de los primeros de la universidad- quieren ahora estructurar una verdadera fundación para la ayuda social y conseguir, así –con una organización formal- ayudar a más personas.
Decíamos al comienzo que Miguel encontró paz y alegría en la solidaridad. En vez de enfrascarse de un modo egoísta en sus pesares y problemas, intuyó que podía dar y encontrar amor en aquellos chicos del barrio. Su intuición fue acertada. Al contarme algunas de las actividades que desarrolló, se le iluminan más aún sus chispeantes ojos. Y se conmueve comentando el cariño y el agradecimiento de tanta gente, por el tiempo y la buena voluntad que pusieron él y sus amigos. Cuando, por aquellos problemas, tomó la decisión de irse de su casa, en el barrio San Antonio lo recibieron y le dieron el apoyo que necesitaba. Sólo una noche durmió en la Capilla en la que él y sus amigos trabajaron duro, luego encontró en el seno de una familia algunas soluciones a los problemas...
Cada sábado continúa con su labor. La semana pasada llevó a un grupito de chicos a un shoping; jamás habían visto una escalera mecánica, ni entrado a un lugar parecido. Esta mañana, en un camión militar que pidió al papá de un amigo, llevó a un buen número a su quinta. Les ha preparado un asado y organizado un campeonato de fútbol. El día está muy lindo, ojalá que les esté yendo muy bien.
Termino.
Quizás alguno se pregunte por qué escribí estas líneas.
Algunos de los motivos son los siguientes.
Pareciera que hoy sólo interesan las malas noticias: catástrofes, delitos y aberraciones y eso no es así, necesitamos ánimos y ejemplos que nos ayuden a ser mejores. La actividad solidaria es un bien difusivo, conocer estas realidades sirve para que otros se animen y apoyen. No todo es corrupción y mentira hay mucha gente buena. Juan Carr, el fundador de la Red Solidaria, en la Argentina, afirma que estamos asistiendo a una verdadera revolución solidaria. ¡Qué lo sepan todos!: esta revolución solidaria continúa reclutando voluntarios para su causa.
P. Juan María Gallardo
Publicado en el Anuario del
Colegio Campoalto 2001-2002