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Las cosas buenas
Me gustan las fogatas; me gusta su fragancia
que en otoño llenaba los parques de mi infancia:
follajes derrotados de pinos y eucaliptos
poblando los senderos de incendios circunscriptos;
holocaustos sencillos, vegetal sacrificio,
para impetrar la gracia de un invierno propicio.
Y me gustan los trenes, los magníficos trenes
cuyo paso recuerdan nostálgicos andenes:
grandes locomotoras que animaba el carbón
en feliz singladura rumbo a Constitución.
Me gustan los jazmines, leves constelaciones
de estrellas diminutas en tapias y portones.
Me gustan las estrellas, titilantes jazmines
floridos en la altura de nocturnos jardines.
Y me gustan las telas, esos rústicos paños
que albergan en su trama perfume de rebaños.
También me gusta el mate, su pausado ritual
nacido en la llanura, circunspecto y formal,
El vino de Borgoña, rotundo y saludable;
el vinito patero, de espíritu mudable.
Y me gustan las armas, su mecanismo inerte
que acata los mandatos de la vida y la muerte
Me gustan los revólveres, las finas espingardas
y las nobles espadas, las picas y alabardas.
Me gusta la escopeta que acompasa la marcha
suspendida del hombro en mañana de escarcha.
Me gusta el horizonte, ese límpido trazo
que suelda cielo y suelo, limitando el ocaso.
Y me gusta el ocaso, me gusta aquel crisol
donde arden los metales agónicos de sol.
Agónicos metales de contorno celeste
que se van apagando allá por el oeste.
Y me gustan los nombres, los nombres musicales
que designan precisos los puntos cardinales:
cada esquina del mapa se sostiene segura
en las cuatro columnas de su nomenclatura.
Me gustan las aldabas y me gustan las brújulas.
Me gustan como suenan las palabras esdrújulas.
Y me gustan las cúpulas. Me gustan las clemátides,
los pájaros, las ánforas, las clásicas cariátides.
Me gustan las dalmáticas de púrpura, los trípticos,
la acústica de los túneles y los símbolos crípticos.
Me gustan los discretos postigos de madera
y las casas de barrio con patio y con higuera:
casas bajas con largos zagüanes y cancel
de vidrios con bordes cortados en bisel.
Y me gustan los patios con frescura de parras;
con malvones, rayuela, canarios y guitarras.
Me gustan las charangas de la Caballería
y comprar panes tibios en la panadería.
Me gustan los deportes violentos. El vestuario
después de los partidos: su ambiente solidario,
su olor a linimento y los doctos debates
que analizan jugadas cual si fueran combates.
Me gustan las campanas de modestas capillas.
Me gustan los cencerros que rigen las tropillas.
Me gustan los cigarros, opulentos habanos
donde habitan sabores de climas antillanos;
los cigarros negros y el pulido naval
de las pipas talladas en raíz de nogal.
Me gustan las gragatas, me gustan los veleros,
me gustan los sonoros vocablos marineros:
bauprés, obenque, jarcia, pañol, arboladura,
bitácora, mesana, barlovento y amura.
Me gustan las almendras, la nuez y la avellana
y me gustan los curas vestidos con sotana.
Me gustan los soldados que llevan uniforme.
Me gustan las fachadas con un escudo enorme.
Y me gustan los reyes que reinan como reyes,
sin ningún Parlamento que le imponga leyes.
Me gustan los molinos, me gustan los pasteles,
me gustan las arañas de cristal con caireles.
Me gustan las estatuas, los coches de carreras,
las casillas prolijas de los guardabarreras.
Me gustan los colores de los vitrales góticos
y me gustan los mapas de países exóticos.
Los mapas con sus nombre misteriosos: Uganda,
Yucatán, Dardanelos, Calcuta y Samarkanda.
Me gustan los maníes que venden en la calle
y los libros usados de la Plaza Lavalle.
Me gustan los estantes con tomos alineados
que muestran en el lomo sus títulos dorados.
Me gustan los sonetos, los gruesos diccionarios,
los cuentos de fantasmas y los antifonarios.
Me gustan los ex libris con leyendas distintas,
me gustan las imprentas y su mundo de tintas.
Me gustan las veletas, también los pararrayos;
los caballos lobunos, alazanes y bayos.
Me gu stan las espuelas, las monedas de plata,
los macizos de hortensias, los cofres de pirata.
Y me gustan las vigas labradas de quebracho,
me gustan las encinas, los fresnos, el lapacho.
Me gustan los bastones de malaca y de boj
los números romanos de algún viejo reloj.
Me gusta de la lluvia su redoble minúsculo,
me gustan las banderas bajando en el crepúsculo.
Me gustan mis amigos, mi Patria, mi mujer,
mis hijos, mi apellido, mi Dios y mi deber.
(Perdón por este verso tan poco intelectual,
sin traumas, sin protesta, ni angustia existencial.)
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Las cosas malas
Detesto cordialmente las grises medianeras;
también la propaganda que está en las carreteras.
Detesto las goteras y los reclamos drásticos,
detesto los consorcios y los envases plásticos.
Detesto los mosquitos, la tos, los formularios,
siempre tan indiscretos, siempre tan ordinarios.
Detesto las mañanas de invierno con garúa
y aquellas historietas que dicen: continúa.
Detesto los poemas herméticos: presiento
que encubren casi siempre la ausencia de talento.
Detesto esa pintura donde cada detalle
pareciera burlarse del hombre de la calle;
pintura incomprensible, sin forma ni belleza,
rebelde a la armonía de la naturaleza.
Detesto por lo tanto la llamada escultura
que obtiene materiales en tachos de basura.
Detesto las tarifas, los turnos, las esperas,
detesto las sutiles maniobras financieras.
Detesto las campañas, los planes delictivos,
que detienen la vida con anticonceptivos.
Detesto asimismo, por cobarde y mezquino,
el método inventado por el Doctor Ogino.
Detesto los loteos, fraccionamientos turbios,
que convierten potreros y quintas en suburbios.
Detesto los paneles, encuentros y debates,
que juntan bailarinas, políticos y abates.
Detesto el psicoanálisis y la sociología,
el hígado a la inglesa y la pornografía.
Detesto el monocorde Boletín Oficial
y detesto el Derecho Fiscal y Procesal.
Detesto las demandas; los trámites de embargo;
los baches; las erratas y escribir por encargo.
Detesto lo gauchesco cuando es de pacotilla
Y a Alicia en su demente País de Maravilla.
Detesto los ficheros y la fibra sintética.
Detesto francamente la ciencia cibernética.
Detesto en consecuencia cada computadora
Y cada barbarismo en su jerga incolora.
Detesto el anglicismo, malsonante y ridículo,
De escribir Argentina suprimiendo el artículo.
Detesto los vocablos a nivel y agendar,
coyuntura, impactante, carencial y accionar.
Detesto las maneras de los ejecutivos
que estudiaron incluso cómo ser agresivos.
El evolucionismo me parece grotesco,
detesto las encuestas y detesto la Unesco.
Detesto los horóscopos, los signos del Zodíaco,
detesto los avisos de corte afrodisíaco.
Detesto las iglesias que parecen galpones,
detesto los discursos que parecen sermones.
Detesto los sermones que parecen discursos,
detesto los exámenes, detesto los concursos.
Detesto hacer las compras en el Supermercado,
detesto los teléfonos que dan siempre ocupado.
Detesto los equipos que no tiran al arco
y detesto sentirme cual sapo de otro charco.
Detesto a quienes citan decretos de memoria,
detesto la espinaca, la acelga y la achicoria.
Detesto las mujeres con trajes masculinos
y detesto los hombres con pelos femeninos.
Detesto, por escéptico, los rígidos programas
y cada cuadradito de los organigramas.
Detesto los manuales de Educación Sexual
y los modernos conjuntos de música tribal.
Detesto el macaneo, los planteos pesimistas,
las torpes iniciales que pintan los turistas.
Detesto la eficacia como argumento cumbre
también la ineficiencia transformada en costumbre.
El término eficiencia tampoco me hace gracia
pues sigo suponiendo que se dice eficacia.
Detesto al literatometido en su cenáculo
y, por analogía, las flores de invernáculo.
Detesto el sobresalto de subir a un avión,
detesto el brillo helado de la luz de neón.
Detesto las columnas cuando simulan mármoles,
detesto los ediles cuando derriban árboles.
Y detesto el reemplazo de palabra tan vieja
como es concubinato, por vivir en pareja.
Detesto esa disculpa que suele utilizarse
al decir de un adúltero que quizo realizarse.
Detesto por supuesto, las deudas atrasadas
y mantener de día las ventanas cerradas.
Detesto las antenas de la televisión,
del dentista detesto su torno y su sillón.
Detesto la alegría que finge el carnaval
y la categoría de ganador moral.
Detesto los helechos plantados en maceta
y las cuestas arriba cuando ando en bicicleta.
Detesto con firmeza la goma de mascar
y almorzar de parado en la barra de un bar.
Detesto cómo
atruenan con sonidos atroces
en las calles de pueblo las redes de altavoces.
Detesto que se invoque la libre competencia
si entre fuerzas opuestas no existe equivalencia.
Detesto esa falacia tenida por sagrada
de transformar en dogma la opinión mpas votada.
Sin embargo detesto también el que intente
gobernar sin apoyo del común de la gente.
Y termino aquí mismo la presente protesta
pues detesto la gente que protesta y detesta.
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