Partes de la confesión
76.- LAS COSAS
NECESARIAS PARA HACER UNA BUENA CONFESIÓN SON
CINCO:
EXAMEN DE CONCIENCIA,
DOLOR DE LOS PECADOS,
PROPÓSITO DE LA ENMIENDA,
DECIR LOS PECADOS AL CONFESOR
Y CUMPLIR LA PENITENCIA[1] .
76,1. Quien
ha tenido la desgracia de pecar gravemente, si quiere salvarse, no tiene más remedio que confesarse para
que se le perdonen sus pecados, pues el sacramento de la penitencia ha sido
instituido por Cristo para
perdonar los pecados cometidos después del bautismo[2] .
Es cierto
que con el acto de perfecta
contrición, puede uno recobrar la gracia, pero para esto hay que
tener, además, el propósito firme de confesar «después estos pecados, aunque
estén ya perdonados[3] ; pues
Jesucristo ha querido
someter al sacramento de la confesión todos los pecados
graves.
«Por
voluntad de Cristo, la Iglesia
posee el poder de perdonar los pecados de los bautizados, y ella lo ejerce de
modo habitual en el sacramento de la penitencia por medio de los obispos y de
los presbíteros»[4]
Este
sacramento se llama también de la Reconciliación, pues nos reconcilia con Dios y
con
No vivas
nunca en pecado. Si tienes la desgracia de caer, ese mismo día haz un acto de
contrición perfecta, y luego confiésate cuanto antes. No lo dejes para
después.
El que se
confiesa a menudo no es porque tenga muchos pecados, sino para no tenerlos. El
que se lava de tarde en tarde, estará más sucio que el que se lava a
menudo.
Hoy mucha
gente va al psiquiatra. Es posible que el psiquiatra cure; pero, desde luego, no
perdona. Y muchos para tener paz necesitan sentirse perdonados.
Es como una
herida con pus. Hay que limpiarla para que se cure.
Cuando uno
se siente perdonado, tiene paz.
Arrepentirse
de lo malo que hayamos hecho, y pedir perdón a Dios es lo único que nos da
paz.
Y Dios
perdona todo y del todo, si le pedimos perdón.
Para eso ha
hecho la confesión.
«Es dogma de
fe que cuando Dios perdona, perdona de veras. (...) Si pensáramos otra cosa,
cometeríamos un pecado mortal»[5] .
La
misericordia de Dios es infinita. Dice la Biblia: «Como el viento norte borra las nubes del cielo, así
mi misericordia borra los pecados de tu alma».
Y en otro
sitio: «Cogeré tus pecados y los lanzaré al
fondo del mar para que nunca más vuelvan a salir a
flote»[6] .
Pero también
su justicia es infinita, y por lo tanto no puede perdonar a quien no se
arrepiente. Esto sería una monstruosidad que Dios no puede hacer
[7] .
Esta
doctrina la expresa así el P.
76,2.
Pío XII en
Y el
Concilio Vaticano II habla de «la confesión sacramental frecuente que, preparada
por el examen de conciencia cotidiano, tanto ayuda a la necesaria conversión del
corazón»[10] .
Al recuperar
el estado de gracia por la confesión bien hecha, se recuperan también todos los
méritos perdidos por el pecado mortal[11] .
76,3. Quien vive en pecado grave
es muy fácil que se condene por
tres razones:
1) Porque
después es muy posible que le falte la voluntad de confesarse, como le falta
ahora.
2) Porque,
aun suponiendo que no le falte esta voluntad, es posible que le sorprenda la
muerte sin tiempo para confesarse.
3)
Finalmente, quien descuida la confesión, y va amontonando pecados y pecados,
cada vez encontrará más dificultades para romper.
Un hilo se
rompe mucho mejor que una maroma.
Para
arrepentirse sería entonces necesario un golpe de gracia prodigioso; y esta
gracia sobreabundante Dios no suele concederla a quien se obstina en el
mal.
Jesucristo se lo
advierte así a los que quieren jugar con Dios: «Me buscaréis y no me encontraréis, y moriréis en
vuestro pecado»[12] .
77.- Examen de
conciencia consiste en recordar los pecados
cometidos desde la última confesión bien hecha.
77,1.
Naturalmente, el examen se hace antes de la confesión[13] para
decir después al confesor todos los pecados que se han recordado; y cuántas
veces cada uno, si se trata de pecados graves.
Si sabes
el número exacto de cada clase de
pecados graves, debes decirlo con exactitud.
Pero si te
es muy difícil, basta que lo digas con la mayor aproximación que puedas: por
ejemplo, cuántas veces, más o menos, a la semana, al mes, etc.
Y si después
de confesar resulta que recuerdas con certeza ser muchos más los pecados que
habías cometido, lo dices así en la próxima confesión.
Pero no es
necesario que después de confesar sigas pensando en el número de pecados
cometidos, pues entonces nunca quedaríamos tranquilos.
Si hiciste
el examen con diligencia, no debes preocuparte ya más: todo está
perdonado.
El examen
debe hacerse con diligencia, seriedad y sinceridad; pero sin
angustiarse[14] .
La confesión
no es un suplicio ni una tortura, sino un acto de confianza y amor a Dios. No se
trata de atormentar el alma, sino de dar a Dios cuenta filial. Dios es
Padre[15] .
78.-
El examen de
conciencia se hace procurando recordar los pecados cometidos
de pensamiento, palabra y obra, o por omisión, contra los mandamientos de la ley
de Dios, de la Iglesia o contra las obligaciones particulares. Todo desde la
última confesión bien hecha.
78,1. Para
ayudarte a hacer el examen, he puesto al final, en los Apéndices, un modo de
hacerlo recorriendo los mandamientos.
El examen
que ahí te pongo es muy largo y casi exhaustivo.
Para quien
se confiesa con frecuencia, basta una mirada seria y sincera a su conciencia,
con arrepentimiento y propósito de enmienda, pensando en el modo de evitar las
ocasiones de pecado.
79.- Dolor de los
pecados es arrepentirse de haber
pecado y de haber ofendido a Dios.
79,1.
Arrepentirse de haber hecho una
cosa es querer no haberla hecho, comprender que está mal hecha, y dolerse de
haberla hecho.
El
arrepentimiento es un aborrecimiento del pecado cometido; un detestar el
pecado[16] . No
basta dolerse de haber pecado por un motivo meramente humano. Por ejemplo, en
cuanto que el pecado es una falta de educación (irreverencia a los padres), o en
cuanto que es una cosa mal vista (adulterio), o que puede traerme consecuencias
perjudiciales para la salud (prostitución), etc., etc.
El
arrepentido aborrece la ofensa a Dios, y propone no volver a
ofenderlo.
No es lo
mismo el dolor de una herida -que se siente en el cuerpo- que el dolor de la
muerte de una madre -que se siente en el alma-.
El
arrepentimiento es «dolor del alma»[17] .
Pero el
dolor de corazón que se requiere para hacer una buena confesión no es necesario
que sea sensible realmente, como se siente un gran disgusto.
Basta que se
tenga un deseo sincero de tenerlo.
El
arrepentimiento es cuestión de voluntad. Quien diga sinceramente «quisiera no
haber cometido tal pecado» tiene verdadero dolor.
«Entre los
actos del penitente, la contrición es considerada por los teólogos la parte más
esencial e insustituible»[18] .
El dolor es
lo más importante de
Por eso es
un disparate esperar a que los enfermos estén muy graves para llamar a un
sacerdote. Si el enfermo pierde sus facultades, ¿podrá arrepentirse? Pues sin
arrepentimiento, no hay perdón de los pecados, ni salvación posible.
El dolor
debe tenerse -antes de recibir la absolución- de todos los pecados graves que se
hayan cometido.
Si sólo hay
pecados veniales es necesario dolerse al menos de uno, o confesar algún pecado
de la vida pasada.
80.-
Hay dos clases de arrepentimiento:
contrición perfecta y atrición.
81.- Contrición
perfecta es un pesar
sobrenatural del pecado por amor a Dios, por ser Él tan bueno, porque
Contrición
es arrepentirse de haber pecado porque el pecado es ofensa de Dios.
Siempre con
propósito de enmendarse desde ahora y de confesarse cuando se pueda[20]
.
La
contrición es dolor perfecto [21] .
81,1. Aunque
la contrición perdona, la Iglesia obliga a una confesión posterior, porque es
necesario que el pecador haga una adecuada satisfacción; y ésta, es el sacerdote
el que debe imponérsela, porque es el delegado por
El acto de
contrición es la manifestación de la pena que nos causa haber ofendido a Dios
por lo bueno que es y por lo mucho que nos ama: lágrimas no sólo por temor al
castigo, sino por la pena de haberle entristecido.
82.- Atrición
es un pesar sobrenatural de haber
ofendido a Dios por temor a los castigos que Dios puede enviar en esta vida y en
la otra, o por la fealdad del pecado cometido, que es una ingratitud para con
Dios y un acto de rebeldía.
Siempre con
propósito de enmendarse y de confesarse.
La atrición
es dolor imperfecto, pero basta para la confesión[22]
82,1. Un
ejemplo: un chico jugando a la pelota en su casa rompe un jarrón de porcelana
que su madre conservaba con cariño y, al ver lo que ha hecho, se arrepiente.
Si lo que
teme es el castigo que le espera, tiene dolor semejante a la atrición; pero si
lo que le duele es el disgusto que se va a llevar su madre, tiene un dolor
semejante a la contrición.
82,2. Es
lógico que la contrición y la atrición vayan un poco unidas.
Aunque uno
tenga contrición, eso no impide que también tenga miedo al infierno, como
corresponde a todo el que tiene fe.
Y aunque uno
se arrepienta por atrición, hay que suponer algún grado de amor para recuperar
la amistad con Dios.
83.-
Es mejor la contrición
perfecta, pues con propósito de confesión y enmienda, perdona todos los pecados,
aunque sean graves[23] .
83,1. Cuando
uno, en peligro de muerte, está en pecado grave y no tiene cerca un sacerdote
que le perdone sus pecados, hay obligación de hacer un acto de perfecta
contrición con propósito de confesarse cuando pueda.
El acto de
contrición le perdona sus pecados, y si llega a morir en aquel trance, se
salvará.
Si se
arrepiente sólo con atrición, no consigue el perdón de sus pecados graves, a
menos que se confiese[24] , o
reciba la unción de los enfermos.
Se salvarían
muchos más si se acostumbraran a hacer con frecuencia un acto de contrición bien
hecho.
Deberíamos hacer un
acto de contrición siempre que tengamos la desgracia de caer en un pecado grave.
Así nos ponemos en gracia de Dios hasta que llegue el momento de
confesarnos.
Deberíamos
hacer actos de arrepentimiento cada
noche, y cada vez que caemos en la cuenta de que hemos pecado.
Dios está
deseando perdonarnos. Pero si no le pedimos perdón, no nos puede perdonar. Sería
una monstruosidad perdonar una falta a quien no quiere arrepentirse de ella.
«De Dios no se ríe
nadie»[25] .
El
verdadero arrepentimiento incluye el pedir perdón a Dios. «No sería sincero
nuestro arrepentimiento si pretendiésemos despreciar el modo ordinario
establecido por
84.-
EL ACTO DE CONTRICIÓN SE HACE
REZANDO DE CORAZÓN EL «SEÑOR MÍO JESUCRISTO...» Lo tienes en los
Apéndices.
84,1. Un
sencillo acto de contrición puede ser:
«Dios mío,
yo te amo con todo mi corazón y sobre todas las cosas. Yo me arrepiento de todos
mis pecados, porque te ofenden a Ti, que eres tan bueno. Señor, perdóname y
ayúdame para que nunca más vuelva a ofenderte, que yo así te lo
prometo».
Y si quieres uno más breve para
momentos de peligro:
«Dios mío, perdóname, que yo te amo
sobre todas las cosas».
Además, este
acto de contrición tan breve, te sirve también para cuando vayas a confesarte si
no sabes el «Señor mío Jesucristo».
Si sabes el
acto de contrición largo, lo puedes hacer con devoción y consciente de lo que
dices; pero si crees que no te va a salir bien, o lo vas a decir rutinariamente,
más vale que repitas varias veces de corazón: «¡Dios mío, perdóname!, ¡Dios mío,
perdóname!».
Pero además,
este acto de contrición en tres palabras, puede servir también para que ayudes a bien morir a otras personas:
parientes, conocidos o incluso desconocidos, si encuentras, por ejemplo, un
accidente en la carretera.
Aunque
parezcan muertos, el oído es lo último que se pierde.
Está
demostrado que incluso enfermos en coma mantienen la audición[27] .
Hay un
espacio de tiempo entre la muerte aparente y la muerte real[28] .
La señal más
cierta de la muerte real es la putrefacción del cadáver[29] .
Muchos que
parecían muertos, después, cuando se recuperaron, dijeron que se habían enterado
de todo lo que ocurrió, aunque ellos no podían decir una palabra ni mover un
solo músculo de su cuerpo.
Por eso, si
alguna vez te encuentras en la carretera un accidente, no dudes en ponerte de
rodillas en el suelo, aplicar tu boca a su oído y decirle por lo menos tres
veces: «¡Dios mío, perdóname! , ¡Dios mío, perdóname! , ¡Dios mío, perdóname!
». Que si lo oye y lo acepta, le ayudas a que salve su alma.
Y nadie en
la vida le ha hecho mayor favor que tú, que en la hora de la muerte le ayudaste
a ganar el cielo.
Debemos
preocuparnos de ayudar a bien morir a los moribundos.
Hoy está muy
paganizado el sentido de la muerte, y muchas personas ante un accidente o un
moribundo, se preocupan del médico, y muy pocos se preocupan de preparar el alma
para la eternidad.
Ocúpate tú
si ves que nadie se acuerda de hacerlo.
Ojalá que
ayudes a bien morir a muchas personas. El día que te encuentres con ellos en el
cielo verás cómo te lo agradecen; y sentirás felicidad por haber colaborado a la
salvación de otros.
Creo que con
este acto de contrición, en tres palabras, te ayudo a que puedas enfrentarte con
tranquilidad a la muerte, si en ese momento trascendental no tienes al lado un
sacerdote que te perdone; y además puedes ayudar a otros a bien morir, y de esta
manera colaborar a su salvación eterna.
Cuando
estuve en la Argentina, para la gran misión de Buenos Aires, en octubre de 1960,
conocí el acto de contrición que allí se usa. Me gustó mucho y lo transcribo
aquí:
«Pésame, Dios mío, y me
arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el infierno que
merecí y por el cielo que perdí; pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a
un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Antes querría haber muerto que haberos
ofendido; y propongo firmemente no pecar más, y evitar todas las ocasiones
próximas de pecado. Amén».
También es un acto de contrición
perfecta este precioso soneto:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar, por eso, de ofenderte.
Tú me mueves, Señor;
muéveme el verte
clavado en la cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera.
Este soneto,
atribuido a distintos autores, según el conocido periodista Bartolomé Mostaza, se debe al doctor
84,2. Para
hacer un acto de contrición no es necesario usar ninguna fórmula determinada.
Basta detestar de corazón todos los pecados por ser ofensa a
Dios.
Cuando
quieras hacer un acto de contrición perfecta también puedes hacerlo pensando en
Cristo crucificado, y
arrepintiéndote, por amor suyo, de tus pecados, ya que fueron causa de su Pasión
y Muerte.
El acto de
contrición es un acto de
Es de
capital importancia el saber hacer un acto de perfecta contrición, pues es muy
frecuente tenerlo que hacer: son muchos los que a la hora de la muerte no tienen
a mano un sacerdote que los confiese.
Además,
conviene hacer el acto de contrición todas las noches, después de haber hecho un
breve examen de conciencia, añadiendo siempre el propósito de enmendarse y
confesarse.
No deberíamos olvidar nunca aquel
admirable consejo:
Pecador, no te
acuestes
nunca en
pecado;
no sea que
despiertes
ya
condenado.
Son más de
los que nos figuramos los que se acuestan tranquilos y despiertan en la otra
vida, muertos de repente.
En
Lo mismo ha
ocurrido repetidas veces en terremotos[31] .
Sobre el
acto de contrición puede ser interesante mi vídeo: Salida de emergencia: el perdón de los pecados sin
sacerdote[32] .
La hipótesis
de que en la hora de la muerte la persona recibirá una iluminación sobrenatural
que le permita pedir perdón y poder salvarse «queda descartada, pues de ella no
hay rastro alguno en la revelación»[33] .
85.- Propósito de
enmienda es una firme resolución de no volver
a pecar.
85,1. El
propósito brota espontáneamente del dolor[34] .
Si tienes
arrepentimiento de verdad, harás el propósito de no volver a
pecar[35] .
«Que el malvado abandone su camino, y el
criminal sus planes; que regrese al Señor, y Él tendrá
piedad»[36] .
Es absurdo
decirse al pecar: «después me arrepentiré». Si después piensas arrepentirte de
verdad, ¿para qué haces ahora lo que luego te pesará de haber hecho? Nadie se
rompe voluntariamente una pierna diciendo: «después me
curaré».
El propósito
hay que hacerlo antes de la confesión, y es necesario que perdure (por no
haberlo retractado) al recibir la absolución.
El propósito
tiene que ser universal, es decir, propósito de no volver a cometer ningún
pecado grave.
No basta que
se limite a los pecados de la confesión presente.
Y debe ser
«para siempre». Sería ridículo que uno que ha ofendido a otro, después de
pedirle que le perdonara, le dijera:
- «Siento lo
ocurrido, pero me reservo el derecho de hacerlo otra vez, si me da la
gana».
Si no hay
verdadero propósito de la enmienda, la confesión es inválida y
sacrílega[37] .
No creas que
tu propósito no es sincero porque preveas que volverás a caer.
El propósito
es de la voluntad; el prever es de la razón.
Basta que
tengas ahora una firme determinación, con la ayuda de Dios, de no volver a
pecar.
«No se trata
de la certeza de no volver a cometer pecado, sino de la voluntad de no volver a
caer»[38] .
El temor de
que quizás vuelvas después a caer no destruye tu voluntad actual de no querer
volver a pecar.
Y esto
último es lo que se requiere.
Y si caes,
confiésate enseguida. Como el ciclista que pincha en la carretera: arregla
enseguida el pinchazo; no sigue rodando con la rueda pinchada esperando tener
más pinchazos.
Para poder
confesarse no hace falta estar ciertos de no volver a caer.
Esta
seguridad no la tiene nadie.
Basta estar
ciertos de que ahora no quieres volver a caer.
Lo mismo que
al salir de casa no sabes si tropezarás, pero sí sabes que no quieres
tropezar[39] .
Lo
importante, e indispensable, es que tengas deseos de corregirte, y lo
intentes.
Dice
Juan Pablo II:
«Es posible
que, aun en la lealtad del propósito de no volver a pecar, la experiencia del
pasado y la conciencia de la debilidad actual susciten el temor de nuevas
caídas; pero eso no va en contra de la autenticidad del propósito, cuando a ese
temor va unida la voluntad, apoyada por la oración, de hacer lo que
Es posible
que te asuste el propósito de «nunca más». Pero basta que digas «ahora no». Y
decir lo mismo la próxima vez.
«Dios no
rechaza a los débiles; sólo rechaza a los soberbios y a los
hipócritas»[41]
«Tocante a
la capacidad del hombre para evitar el pecado mortal, el Concilio de Trento cita
85,2. Pero
no olvides que para que el propósito sea eficaz es necesario apartarse seriamente de las ocasiones de
pecar, porque «quien ama el
peligro perecerá en él»[44] y «si
te metes en malas ocasiones, serás malo».
Hay batallas
que el modo de ganarlas es evitarlas.
Combatir
siempre que sea necesario, es de valientes; pero combatir sin necesidad es de
estúpidos y fanfarrones.
Si no
quieres quemarte, no te acerques demasiado al fuego.
Si no
quieres cortarte, no juegues con una navaja de afeitar.
Quien quiere
verlo todo, oírlo todo, leerlo todo, es moralmente imposible que guarde pureza.
Es necesario frenar los sentidos..., ¡y la concupiscencia!
La
concupiscencia es una fiera insaciable. Aunque se le dé lo que pide, siempre
quiere más. Y cuanto más le des, más te pedirá y con más fuerza. La fiera de la
concupiscencia hay que matarla de hambre. Si la tienes castigada, te será más
fácil dominarla.
En las
ocasiones de pecar hay que saber cortar cuanto antes. Si tonteas, vendrá un
momento en que la tentación te cegará y llegarás a cosas que después, en frío,
te parecerá imposible que tú hayas podido realizar. La experiencia de la vida
confirma continuamente esto que te digo.
Si el
propósito no se extendiese también a poner todos los medios necesarios para
evitar las ocasiones próximas de pecar, no sería eficaz, mostraría una voluntad
apegada al pecado, y, por lo tanto, indigna de
perdón.
«Nuestra
decisión de evitar el pecado no sería seria si no abarcase la voluntad de evitar
también todo lo que pudiera ser causa u ocasión próxima de
pecado»[45] .
Quien,
pudiendo, no quiere dejar una ocasión próxima de pecado grave, no puede recibir
Ocasión de
pecado es toda persona, cosa o circunstancia, exterior a nosotros, que nos
induce a pecar, que nos da oportunidad de pecar, que nos facilita el pecado, que
nos atrae hacia él y constituye un peligro de pecar.
Se llama
ocasión próxima si lo más probable es que nos haga pecar; pues, ya sea por la
propia naturaleza, ya por las circunstancias, en tales ocasiones la mayoría de
las veces se peca.
Hay
obligación grave de evitar, si se puede, la ocasión próxima de pecar
gravemente[47] .
De manera
que quien se expusiera voluntaria y libremente a peligro próximo de pecado
grave, aunque de hecho no cayese en el pecado, pecaría gravemente por exponerse
de esa manera, sin causa que lo justifique.
La ocasión
próxima de pecar se diferencia de la ocasión remota en que esta última es
poco probable que nos arrastre al pecado.
«El concepto
de ocasión d pecado es un concepto relativo. Lo que para algunos es ocasión
remota de pecado resulta ser ocasión próxima para otros. Un conjunto de
circunstancias o un ambiente se dice ser ocasión remota de pecado si la
tentación que de ello se origina es ligera y fácil de superar por la persona en
cuestión»[48] .
Si la
ocasión de pecado es necesaria y no se puede evitar, hay que tomar muy en serio
el poner los medios para no caer. Para esto consultar con el
confesor.
Éste sería
el caso en el que el empleo fuera ocasión de
pecado.
Sobre las
ocasiones de pecar, merecen especial atención, como dice el célebre moralista
Häring, «las ocasiones de pecado
contra
Jesucristo tiene
palabras muy duras sobre la obligación de huir de las ocasiones de pecar. Llega
a decir que si tu mano te es ocasión de pecado, te la cortes; y que si tu ojo es
ocasión de pecado, te lo arranques; pues más vale entrar en el Reino de los
Cielos manco o tuerto, que ser arrojado con las dos manos o con los dos ojos en
el fuego del infierno[50] .
Una persona
que tiene una pierna gangrenada se la corta para salvar su vida. Vale la pena
sacrificar lo menos para salvar lo más.
Evitar un
pecado cuesta menos que desarraigar un vicio. Esto es a veces muy difícil. Es
mucho más fácil no plantar una bellota que arrancar una
encina.
Los actos
repetidos crean hábito y pueden esclavizar.
Ya dijo
Ovidio: Gutta cavat petram, non semel sed saepe cadendo.
La gota de agua, a fuerza de caer, termina por horadar la
piedra.
Para
apartarse con energía de las ocasiones de pecar, es necesario rezar y orar:
pedirlo mucho al Señor y a la Virgen, y fortificar nuestra alma comulgando a
menudo.
86.-
Al confesor hay
que decirle voluntariamente, con
humildad, y sin engaño ni mentira, todos y cada uno de los pecados graves
[51] no
acusados todavía en confesión individual bien hecha[52];
y en orden a obtener la absolución[53] .
No tendría
carácter de confesión sacramental manifestar los pecados para pedir consejo,
obligarle a callar, etc.[54] .
86,1. «Antes
de empezar la confesión el sacerdote puede leer al penitente, o recordarle,
algún texto o pasaje de
«La
confesión del creyente no puede equipararse simplemente a una declaración humana
de culpabilidad. Es ante todo un acto religioso, movido por la fe y la confianza
en Dios, a través del cual el penitente expresa su arrepentimiento, juntamente
con el reconocimiento humilde de la propia culpa, y la esperanza de alcanzar el
perdón.
»Es un acto
que va dirigido principalmente a Dios, Creador y Padre, fundamento último del
orden moral, cuya voluntad se siente agraviada por todo desorden humano, y cuyo
amor se muestra siempre dispuesto al perdón y a la
reconciliación»[56] .
Dijo el Papa
Juan Pablo II el 30 de enero de
1981: «Sigue vigente y seguirá vigente para siempre, la enseñanza del Concilio
Tridentino[57] en
torno a la necesidad de confesión íntegra de los pecados
mortales»[58] .
Es
indispensable manifestar los pecados con toda sinceridad y franqueza, sin
intención de ocultarlos o desfigurarlos.
Si
confesamos con frases vagas o ambiguas con la esperanza de que el confesor no se
entere de lo que estamos diciendo, nuestra confesión puede ser inválida y hasta
sacrílega.
Al confesor
hay que manifestarle con claridad los pecados cometidos para que él juzgue el
estado del alma según el número y gravedad de los pecados
confesados.
«La
absolución exige, cuando se trate de pecados mortales, que el sacerdote
comprenda claramente y valore la calidad y el número de los
pecados»[59] .
El confesor
debe conocer las posibles circunstancias atenuantes o agravantes, y también las
posibles responsabilidades contraídas por ese
pecado.
También hace
falta que el penitente esté en presencia del confesor. No es lícita la confesión
a un confesor ausente[60] .Por
lo tanto no es válida la confesión por teléfono[61] .
Si queda
olvidado algún pecado grave, no importa; pecado olvidado, pecado perdonado.
Pero si
después me acuerdo, tengo que declararlo en la confesión
siguiente[62] .
Mientras tanto, se puede comulgar.
Y no es
necesario confesarse únicamente para decirlo, porque ya está
perdonado[63] .
Pero si la
confesión estuvo mal hecha, es necesario confesar de nuevo todos esos pecados
graves, en otra confesión bien hecha.
La
obligación de confesar todos los pecados graves, ciertamente cometidos y
ciertamente no confesados, puede considerarse dispensada cuando el penitente
tiene una imposibilidad de orden físico o de orden psíquico[64] .
En alguna
circunstancia excepcional se justifica el callar un pecado grave en la
confesión: una vergüenza invencible de decirlo a un determinado confesor, por
ejemplo, por la amistad que se tiene con él y no ser posible acudir a otro; si
peligra el secreto, porque hay alguien cerca que puede enterarse, y no hay modo
de evitarlo (sala de un hospital, confesonario rodeado de gente, etc.).
Pero ese
pecado grave, ahora lícitamente omitido, hay obligación de manifestarlo en otra
confesión[65] .
Hay
circunstancias en las que se puede dispensar de una confesión íntegra y bastaría
una manifestación de arrepentimiento general, como sería el caso de una persona
moribunda o escrupulosa[66] .
Si en alguna
ocasión quieres confesarte y no encuentras un sacerdote que entienda el español,
o tú no puedes hablar, basta que le des a entender con gestos[67] el
arrepentimiento de tus pecados, por ejemplo, dándote golpes de
pecho[68] . Tu
gesto basta para que el sacerdote te dé la absolución.
Pero estos
pecados así perdonados, tienes que manifestarlos la primera vez que te confieses
con un sacerdote que entienda el idioma que tú
hablas.
86,2.
Recientemente
«Es lícito
dar la absolución sacramental a muchos fieles simultáneamente, confesados sólo
de un modo genérico, pero convenientemente exhortados al arrepentimiento, cuando
visto el número de penitentes, no hubiera a disposición suficientes sacerdotes
para escuchar convenientemente la confesión de cada uno en un tiempo razonable,
y por consiguiente los penitentes se verían obligados, sin culpa suya, a quedar
privados por largo tiempo de
Estas
condiciones, según algunos, son necesarias para la validez del sacramento, pero
los fieles que reciben la absolución colectiva siempre pueden quedar tranquilos,
pues Dios suple, ya que ellos pusieron todo de su parte[72] .
Hay un
principio teológico que dice: «Al que hace lo que está de su parte, Dios no le
niega su gracia».
Es el Obispo
diocesano quien debe juzgar de esta conveniencia[73] . Bien
pidiéndole permiso previamente, bien comunicándoselo después, si no hubo tiempo
de pedirle antes permiso[74] .
El 18 de
noviembre de 1988
Y el
arzobispo de Oviedo, D.
La razón es
que el ministro que confecciona el sacramento tiene que tener intención de hacer
lo que quiere hacer la Iglesia, y la Iglesia no quiere que se administre el
sacramento de la penitencia fuera de las condiciones que ella ha
puesto[75] .
Quienes
hayan recibido una absolución comunitaria de pecados graves deben «estar
dispuestos a hacer, a su debido tiempo, confesión individual de todos los
pecados graves que en las presentes circunstancias no han podido confesar
individualmente»[76], y después
confesarse individualmente antes de recibir de nuevo otra absolución
colectiva[77], y, en todo
caso, antes del año, a no ser que, por justa causa, no les sea posible
hacerlo[78] .
Los fieles
que quieran beneficiarse de la absolución colectiva, por estar debidamente
dispuestos, deben manifestar mediante algún signo externo que quieren recibir
dicha absolución, por ejemplo, arrodillándose, inclinando la cabeza,
etc.[79] .
Un caso
concreto de aplicación de la absolución colectiva sería en peligro de muerte
colectiva e inminente, sin tiempo de oír en confesión a cada uno[80], por
ejemplo, momentos antes de estrellarse un avión
averiado
87.
Los pecados veniales no es necesario
decirlos, pero conviene [81].
87,1. La
fiebre, aunque sean sólo unas décimas, es señal de que algo va mal en el
organismo.
El mal
siempre hay que combatirlo, aunque no sea grave.
En el
hospital declaras al médico no sólo las cosas graves, sino también las leves; no
sea que se compliquen. Hazlo así al sacerdote para que cure tu
alma.
88.-
Además de los pecados graves, hay
que decirle al confesor cuántas veces se han cometido, y si hay alguna
circunstancia agravante que varíe la especie o malicia del
pecado [82] .
88,1. El
Concilio de Trento dice que «por derecho divino
Acerca del
averiguar el número de pecados cometidos recuerda lo que te dije en el número
77.
88,2. No es
necesario que cuentes la historia del pecado, pero sí tienes que decir las
circunstancias agravantes que varíen la especie o malicia del pecado.
Una
circunstancia varía la especie o malicia de un pecado, si convierte en grave lo
que es leve, o lo opone a distintas virtudes o mandamientos[84] .
Por ejemplo:
no es lo mismo asesinar a un hombre cualquiera que al propio padre. En el primer
caso se peca contra el quinto mandamiento, que manda respetar la vida del
prójimo. En el segundo caso se peca, además, contra el cuarto, que manda honrar
a nuestros padres.
Las
circunstancias pueden cambiar la moralidad de una
acción[85] .
Nunca las
circunstancias pueden hacer buena una acción que de suyo es mala; pero pueden
hacer mala una acción que era buena, o hacer peor una acción que ya era de suyo
mala[86] .
No cabe duda
de que hay circunstancias que pueden cambiar la moralidad de un acto. Pero
querer que la valoración moral de un acto se deba sólo a las circunstancias se
llama «moral de situación» y fue condenada mediante una Instrucción por el Santo
Oficio el 2 de febrero de 1956.
A su vez,
Juan Pablo II, dice en la Veritatis splendor: «Sin negar, en
absoluto, el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre
todo, las intenciones, la Iglesia enseña que existen actos que, por sí y en sí
mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente
ilícitos por razón de su objeto»[87] .
Las
circunstancias agravantes de tu pecado tienes que manifestarlas, si al cometerlo
advertiste su malicia especial.
También hay
circunstancias atenuantes que
disminuyen la gravedad del pecado[88] .
Por eso no
te extrañes si el confesor te pregunta sobre tus pecados; porque debe conocer
cuántos y en qué circunstancias cometiste esos pecados que él va a perdonarte.
El sacerdote
debe ayudarte a hacer una confesión íntegra y a que tu arrepentimiento sea
sincero. Debe también darte consejos oportunos e instruirte para que lleves una
vida cristiana[89] .
Las
principales circunstancias agravantes o atenuantes
son:
Quién: adulterio,
si uno de los dos es casado.
Qué:
robar mil pesetas o un
millón.
Cómo: robar con
violencia.
Cuándo: blasfemar
en la misa.
Dónde: pecar en
público, con escándalo de otros.
Porqué: insultar
para hacer blasfemar.
88,3. Los pecados dudosos -como ya dijimos en el
número 61- no es obligatorio
confesarlos, pero conviene hacerlo para más tranquilidad.
Los pecados
ciertos debes confesarlos como ciertos; y los dudosos, como
dudosos.
Si
confesaste, de buena fe, un pecado grave como dudoso y después descubres que fue
cierto, no tienes que acusarte de nuevo, pues la absolución lo perdonó tal como
era en realidad[90] .
Para que
haya obligación de confesar un pecado grave debe constar que ciertamente se ha
cometido y ciertamente no se ha confesado.
Al confesor
conviene decirle también cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que te
confesaste. Esto es conveniente decirlo al empezar la
confesión.
En los Apéndices tienes el modo
práctico de confesarte.
89.-
EL QUE CALLA VOLUNTARIAMENTE EN
89,1. Todas
las confesiones siguientes en que se vuelva a callar este pecado
voluntariamente, también son
sacrílegas.
Pero si se
olvida, ese pecado queda perdonado, porque «pecado olvidado, pecado perdonado».
Pero si
después uno se acuerda, tiene que manifestarlo diciendo lo que pasó.
Para que
haya obligación de confesar un pecado olvidado, hacen falta tres cosas: estar
seguro de que:
a) el pecado se cometió
ciertamente.
b) que fue ciertamente
grave.
c) que ciertamente no se ha
confesado.
Si hay duda de alguna de estas tres
cosas, no hay obligación de confesarlo. Pero estará mejor hacerlo, manifestando
la duda.
90.-
QUIEN SE
CALLA VOLUNTARIAMENTE UN PECADO GRAVE EN
LA CONFESIÓN, SI QUIERE SALVARSE,
TIENE QUE REPETIR
90,1. Los
que han tenido la desgracia de hacer una confesión sacrílega, y desde entonces
vienen arrastrando su conciencia, de ninguna manera pueden seguir en ese
horrible estado.
No
desconfíen de la misericordia de Dios.
Acudan a un
sacerdote prudente, que les acogerá con todo cariño.
Bendecirán
para siempre el día en que quitaron de su alma ese enorme peso que la
atormentaba.
Cuando uno
tiene conciencia de haber hecho malas confesiones, debe hacer confesión general «de todos los pecados
mortales cometidos desde su última confesión válida»[93] .
Además, el
confesor no se asusta de nada, porque, por el estudio y la práctica que tiene de
confesar, conoce ya toda clase de pecados.
Es una
tontería callar pecados graves en la
confesión por vergüenza, porque el confesor no puede decir nada de lo que oye en
confesión[94] .
Aunque le
cueste la vida callar el secreto[95] .
Ha habido
sacerdotes que han dado su vida antes que faltar al secreto de
confesión.
«Este
secreto, que no admite excepción, se llama sigilo sacramental»[96] .
Aunque el
secreto de la confesión no obliga lo mismo al sacerdote que al penitente,
también éste debe guardar secreto de lo que se le dice en la confesión. «Normas
que serán exactas para aquella persona determinada, aireadas fuera, pueden ser
interpretadas equivocadamente, o tomadas con un valor y sentido universal que no
tienen; y así convertirlas en un verdadero disparate»[97] .
Es pecado
ponerse a escuchar confesiones ajenas.
Los que, sin
querer, se han enterado de una confesión ajena no pecan; pero tienen obligación
de guardar secreto[98] .
Es curioso
que los mismos que ponen dificultades en decir sus pecados al confesor los
propagan entre sus amigos, y con frecuencia exagerando fanfarronamente.
Lo que pasa
es que esas cosas ante sus amigos son hazañas, pero ante el confesor son
pecados; y esto es humillante.
Por eso para
confesarse hay que ser muy sincero. Los que no son sinceros, no se
confiesan bien.
Nunca calles
voluntariamente un pecado grave, porque tendrás después que sufrir mucho para
decirlo, y al fin lo tendrás que decir, y te costará más cuanto más tardes, y si
no lo dices, te condenarás[99] .
Si tienes un
pecado que te da vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas el primero. Este
acto de vencimiento te ayudará a hacer una buena
confesión.
90,2. El
confesor será siempre tu mejor
amigo. A él puedes acudir siempre que lo necesites, que con toda
seguridad encontrarás cariño y aprecio. Además de perdonarte los pecados, el
confesor puede consolarte, orientarte, aconsejarte, etc. Pregúntale las dudas
morales que tengas. Pídele los consejos que necesites. Dile todo lo que se te
ocurra con confianza. Te guardará el secreto más
riguroso.
Los
sacerdotes estamos aquí para que los hombres, por nuestro medio, encuentren su
salvación en Dios.
El perdón de
un pecado que, desde el punto de vista sociológico, acaso no tiene gran
transcendencia, es en realidad más importante que todo cuanto podamos hacer para
mejorar la existencia de los hombres .
Hasta
Nietzshe, a pesar de su
violentísimo anticristianismo, pues llegó a afirmar «aborrezco al cristianismo
con un odio mortal»[100] ,
reconocía que «el sacerdote es una víctima sacrificada en bien de la
humanidad»[101] .
«El
sacerdote guía a la comunidad cristiana con la predicación de la palabra de
Dios, con sus consejos, con sus orientaciones, con su actitud de diálogo, de
acogida, de comprensión, con su fidelidad a Jesucristo. El sacerdote es, ante todo, un
educador»[102] .
Dice
Juan Pablo II, en su libro Don y Misterio, citando San Pablo[103] , que
el sacerdote es administrador de los misterios de Dios: «El sacerdote recibe de
Cristo los bienes de la salvación
para distribuirlos debidamente entre las personas»[104] .
Cuenta el
historiador José de Sigüenza
hablando de Fray Hernando de
Talavera,Primer Arzobispo de Granada, que
Era la
primera vez que lo hacía con él.
Habían
preparado dos reclinatorios, pues en aquel tiempo era costumbre que cuando los
reyes se confesaban también el confesor se ponía de rodillas; pero el
obispo se sentó.
Le dijo la
reina:
- Ambos
hemos de estar de rodillas.
Pero el
confesor contestó:
- No,Señora.
Vuestra
Alteza sí debe estar de rodillas, para confesar sus pecados; pero yo he de estar
sentado, porque éste es el Tribunal de Dios y yo estoy aquí
representándolo.
Calló la
reina y se confesó de rodillas.
Después
dijo:
- Éste es el
confesor que yo buscaba[105] .
Hugo Wast
escribió:
«Cuando se
piensa que ni
»Cuando se
piensa que ni los ángeles pueden hacer lo que un
sacerdote;
»Cuando se
piensa que Nuestro Señor Jesucristo, en
»Cuando se
piensa en el otro milagro que un sacerdote puede realizar: perdonar los
pecados;
»Cuando se
piensa que el mundo moriría de la peor hambre si le faltase la
eucaristía;
»Cuando se
piensa que esto puede ocurrir por falta de vocaciones
sacerdotales;
»Cuando se
piensa que un sacerdote hace más falta que un maestro y que un médico, pues él
puede remplazarlos a ellos, y ellos no al
sacerdote;
»Cuando se
piensa todo esto uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones
sacerdotales;
»Uno
comprende el afán de muchas familias para que en su seno brotase una vocación
sacerdotal;
»Uno
comprende el inmenso respeto del pueblo por los
sacerdotes;
»Uno
comprende que el peor crimen que se puede cometer es impedir o desalentar una
vocación;
»Uno
comprende que ayudar a un joven a llegar al altar es contribuir a que “otro
Cristo” alimente al mundo con la eucaristía».
No sé cómo
llegó a mis manos una hoja que decía:
¡Pobre
cura!
Si es joven,
le falta experiencia. Si es viejo, ya debe
retirarse.
Si canta
mal, se ríen. Si canta bien, es un vanidoso.
Si se alarga
en el sermón, es un pesado. Si es corto, no sabe qué
decir.
Si habla en
voz alta, regaña. Si lo hace en tono natural, no se le
oye.
Si escucha
en el confesonario, es un chismoso. Si confiesa aprisa, no
escucha.
Si visita a
los feligreses, no está nunca en el despacho. Si no lo hace, es
arisco.
Si tiene
coche, vive como un rico. Si va a pie, es un
antiguo.
Si pide
ayuda, es un pesetero. Si no arregla la iglesia, es un
abandonado.
Y cuando se
muera, muchos lo echarán de menos.
90,3.
Si tienes la desgracia de tropezar
con un religioso o con un sacerdote que no vive conforme a su estado, no te
alarmes por eso.
A veces, se
dan caídas incluso en los que tienen más obligación de servir a
Dios[106] . Pero
por eso no debe vacilar tu fe. Nuestra fe no descansa en ningún hombre, sino en
Dios, que nunca falla. Los hombres están sujetos a cambios. El que hoy es bueno,
mañana deja de serlo; y viceversa. También entre los doce Apóstoles hubo un
Judas traidor.
Aunque es
cierto que a veces se dan casos de sacerdotes que dan mal ejemplo, es mucho
mayor el número de sacerdotes ejemplares, de abnegados misioneros, de mártires
heroicos y de grandes santos, que son el verdadero exponente de lo que es
Sin embargo,
la religión no deja de ser verdad aunque haya sacerdotes débiles, que no vencen
sus pasiones. Lo mismo que la Medicina sigue siendo verdad, aunque hubiera
médicos toxicómanos.
Hay
sacerdotes malos, pero en proporción muchísimo menor que en cualquier otra
profesión[107] . Y
por otra parte, la virtud en grado elevado se ha dado siempre en el sacerdocio
más que en cualquier otra profesión. Cuando un sacerdote peca, una persona culta
piensa: ¡qué heroísmo el de tantos otros sacerdotes que teniendo las mismas
inclinaciones y pasiones sin embargo no sucumben[108] .
Es una
injusticia generalizar las faltas, que excepcionalmente se dan en un caso
aislado, achacándolas a todos los demás sacerdotes.
Como si yo,
porque conozco a dos de tu pueblo que son unos borrachos, dijera que todos los
de allí sois unos borrachos. Sería injusto con vosotros.
El que haya
monedas falsas no supone que todas sean falsas.
Además las
faltas en un sacerdote llaman más la atención, precisamente por eso, por lo
excepcionales: una mancha de tinta se ve mucho más en un pantalón claro que el
«mono» grasiento de un mecánico.
Sobre las
acusaciones que se oyen contra los curas te recomiendo: Yo no
creo en los curas de Yanes[109] .
La frase «yo
no creo en los curas» no tiene sentido. En los curas no hay que creer. Basta
creer en Dios. Entre los curas, como en cualquier grupo humano, los hay
mediocres. Algunos se quedan muy lejos de lo que se espera de ellos. Pero es que
están hechos del mismo barro que los demás hombres[110] .
Lo
importante es que el sacerdote me lleve a Dios. Lo que él valga es secundario.
Lo importante es que el vino sea bueno, aunque el vaso sea de barro.
Alejarse de
Dios porque no gusta el sacerdote es como no tomar un taxi porque el conductor
es feo. El mojón de la carretera me señala el camino. Que éste sea de madera,
piedra o metálico, es lo de menos; si me señala bien el camino.
Pero no
hacer caso porque no nos gusta su forma es de
necios.
El sacerdote
me señala el camino para ir a Dios. Si lo señala bien, eso es lo único
importante. Todo lo demás es secundario.
Es una
equivocación el mal concepto que muchos tienen de los sacerdotes. Ningún
muchacho se hace sacerdote para pasarlo bien. Y se da cuenta de ello en los
largos años de estudios sacerdotales, sometido a una disciplina dura y a unas
renuncias muy fuertes: como es renunciar a una novia y renunciar a un hogar.
Además, los estudios de un sacerdote son tan largos y costosos como los de un
médico o los de un ingeniero, y sin embargo la mayoría de los sacerdotes en
España ganan el salario mínimo interprofesional[111] .
Hoy, en
España, el clero vive por lo general peor que la clase media[112] .
Sería
ridículo que un muchacho pensara en ser sacerdote para pasarlo bien. Los que
aspiran al sacerdocio lo hacen para ser ellos mejores y para hacer el mundo
mejor. Porque si no hubiera sacerdotes, los de arriba serían peores de lo que
son, los de abajo tendrían menos defensores, y tú en lugar de tener este libro
entre tus manos quizás tendrías otro para mal de tu alma[113] .
Y si algún
sacerdote no te da buen ejemplo, no te guíes por lo que hace, sino por la
doctrina de Cristo que te predica.
Ya te avisó
Cristo: «Haced lo que os dicen, pero no hagáis según sus
obras»[114] .
Ellos son responsables de sus obras, y darán a Dios estrecha cuenta de ellas;
pero tú tendrás que dar a Dios cuenta de las tuyas. El que otro cometa pecados
no justifica el que tú también los cometas.
Los dos
iréis al infierno, si no pedís perdón a Dios.
90,4. La
confesión, al perdonarnos los pecados, nos devuelve la gracia santificante
(o nos la aumenta, si no la habíamos perdido por el pecado grave).
Y con la
gracia también nos devuelve el derecho al cielo y nos restaura todos los méritos
pasados, que habíamos perdido por el pecado grave.
90,5. La
confesión es un gran beneficio de
Dios que debemos saber estimar y aprovechar.
Incluso
desde el punto de vista natural.
«La conocida
psicóloga norteamericana Karen
Horney, basándose en datos puramente clínicos, afirma que una
confesión bien hecha tiene el mismo efecto que tres años enteros de
psicoanálisis y, por cierto, ella no es católica. Y el famoso psiquiatra suizo
Paul Tournier, calvinista, dice
que hay una multitud de gente enferma que lo que anhela en el fondo es
confesarse.¿Acaso Cristo, Médico de las almas, no iba a saber más psicología que
los mismos hombres? La confesión cura las heridas más profundas y subconscientes
del alma, cura de odios, rencores, resentimientos, conciencias deformadas,
traumas, complejos y hace lo que no puede hacer ningún terapia: nos reconcilia
con Dios y nos devuelve
Pero sobre
todo desde el punto de vista sobrenatural.
¿Qué sería
de nosotros en la otra vida, si no tuviéramos en ésta un medio para alcanzar el
perdón de nuestros pecados? Por eso la Iglesia, que quiere que aseguremos la
salvación, manda que nos confesemos por lo
menos una vez al año.
La confesión
anual es obligatoria, si hay pecados graves[116] .
Pero
deberíamos confesarnos con frecuencia. Al menos cada mes. Y esto aunque no haya
pecados graves, pues la confesión es un sacramento, que nos dará gracia para ser
cada vez mejores. Si no tienes pecados graves, te confiesas de algún venial, que
nunca falta. Y aunque ya te dije que los pecados veniales no es obligatorio
confesarlos, siempre es conveniente.
Sin embargo,
aunque Dios quiere que me confiese a menudo, y a mí me conviene hacerlo, ningún
hombre puede forzarme. Ni mis jefes, ni mis amigos, ni mis familiares, ni un
sacerdote, ni nadie. Los otros podrán aconsejarme que me confiese; pero
forzarme, no. La confesión tiene que ser libre. Que me salga de dentro. Porque
la estimo y quiero salvarme. Aunque me cueste. Las medicinas no siempre gustan.
Si voy a la confesión forzado y sin dolor, la confesión será una comedia. Y esto
es un pecado gravísimo.
Para que la
confesión valga, tiene que haber arrepentimiento.
Si en alguna
rarísima ocasión alguien te obliga a confesarte, y tú no estás en disposición de
ello, antes de hacer una mala confesión, dile al sacerdote que no vas con
intención de confesarte y que te dé la bendición: los demás no notarán nada, y
tú no habrás cometido un sacrilegio.
Por muchos
pecados que tengas, y por grandes que sean, nunca debes desconfiar de Dios, sino
que debes acudir humildemente a Él y pedir el perdón que Él está deseando darte.
Dios odia el pecado, pero ama al pecador; y sólo quiere que se convierta y se
salve[117] .
Todo
confesor tiene obligación de
confesar a todo aquel que se lo pida razonablemente[118] .
La
absolución del sacerdote es el signo eficaz del perdón de Dios y el momento
culminante de la celebración del sacramento de
Las palabras
esenciales de la absolución sacerdotal son: «Yo te absuelvo de tus
pecados»[119] .
91.-
Cumplir la
penitencia es rezar o hacer lo que el
confesor me diga[120] .
91,1. La
exhortación pontificia de Juan Pablo II
Reconciliación y Penitencia
(31,3) dice que las obras de satisfacción deben consistir en
acciones de culto, caridad, misericordia y
reparación.
92.-
Si no sé o no puedo cumplirla, debo
decírselo al confesor para que me ponga una penitencia
distinta.
92,1. La
penitencia se llama también satisfacción, pues de algún modo quiere expresar
nuestra voluntad de reparación a la Iglesia del daño que le hemos producido al
pecar, convirtiéndonos en miembros cancerosos del Cuerpo Místico de Cristo.
Cumplir la penitencia es
también expresión de nuestra voluntad de conversión
cristiana.
La
penitencia hay que cumplirla en el plazo que diga el confesor.
Si el
confesor no ha fijado el tiempo, lo mejor es cumplirla cuanto antes, para que no
se nos olvide; pero se puede cumplir también después de comulgar; y también
confesarse de nuevo antes de haberla cumplido, con tal de que haya intención de
cumplirla[121] .
Si la
penitencia no se cumple por olvido involuntario, no hay que preocuparse; los
pecados quedan perdonados. Pero si no se cumple culpablemente, aunque los
pecados quedan perdonados, se comete un nuevo pecado mortal o venial, según que
la penitencia fuera grave o leve.
Penitencia
grave es la que normalmente corresponde a pecados graves[122] .
Si después
de la confesión no recuerdas la penitencia que te puso el confesor, o no puedes
cumplirla, lo dices así en la próxima confesión.
En caso de
no acordarte qué penitencia te puso el confesor, puedes rezar o hacer lo que en
otras confesiones parecidas te impusieron.
92,2. La
penitencia es siempre muy pequeña
comparada con nuestros pecados[123]
«Tal como se
concibe hoy la penitencia en la confesión, queda reducida a un símbolo, una obra
meramente representativa de la acción penitencial del
sacramento»[124] .
Pero, a
pesar de ser la penitencia tan pequeña, es suficiente, porque participamos de lo
que se llama la Comunión de los
Santos: todos los que pertenecemos a
«Lo que cada uno hace o sufre en y
por Cristo da fruto para
todos»[127] .
«Todos nos
beneficiamos de los bienes, dones y gracias que cada uno ha recibido de
Dios»[128] . Por
lo tanto, cada uno puede gozar del gran tesoro espiritual formado con los
méritos de Jesucristo, de la
Virgen y de todos los Santos que están en el cielo, y con las buenas obras de
los católicos[129] .
92,3. La
Iglesia hace uso de los méritos de este gran tesoro espiritual, al concedernos
las indulgencias[130] .
La Iglesia
condena a quienes afirmen que la Iglesia no tenga potestad para concederlas o
que éstas no sean útiles[131] .
El Papa
tiene potestad absoluta sobre las cosas espirituales[132] , y
dispone del tesoro espiritual de la Iglesia para conceder toda clase de
indulgencias[133] .
«El
Catecismo de
La práctica
de las indulgencias se fundamenta en la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo. Las indulgencias
son la remisión de la pena temporal debida por los pecados ya perdonados en
cuanto a la culpa[136]. Según la
Teología católica, todo pecado grave da origen, en quien lo comete, a una culpa
y a una pena.
La culpa es
la ofensa a Dios. La pena es el castigo merecido por el pecado[137].
«Toda culpa
entraña necesariamente una pena»[138]. La culpa
se borra con la absolución del confesor. La pena ha de ser pagada con el
sufrimiento en el purgatorio o con las buenas acciones en esta
vida[139] . Aquí
entra la aplicación de las indulgencias con las cuales se perdona a los
católicos, que cumplen ciertas condiciones, la pena temporal debida por los
pecados ya perdonados en cuanto a la culpa.
Es como
borrar la cicatriz de la herida que el pecado ha dejado en el
alma.
Con las
indulgencias podemos ayudar a los
difuntos[140] .
El primero
de enero de 1967, Pablo VI publicó
una Constitución Apostólica sobre la reforma de las indulgencias[141] . Se
ha suprimido el antiguo modo de hablar de «trescientos días», «siete años»,
etc., que se refería a los días de penitencia pública que tenían que hacer los
pecadores, en los primeros siglos de la Iglesia, antes de recibir la absolución
de sus pecados graves.
El nuevo
documento se puede resumir en las siguientes
normas:
1) Las indulgencias se dividen en parciales y
plenarias.
2) El fiel
que con corazón contrito realice una acción que tenga indulgencia parcial
obtendrá además del mérito que produce esa acción, otro idéntico, por
intervención de
3) La
indulgencia plenaria sólo se puede ganar una vez al día, salvo en caso de
peligro de muerte.
4) Para
adquirir la indulgencia plenaria, además de realizar la acción indulgenciada,
y de que no exista por parte del fiel ningún afecto o adhesión al pecado
incluso venial, hay que cumplir tres condiciones: confesión sacramental,
comunión eucarística y rezo de una oración por las intenciones del Papa.
«La
confesión puede hacerse varios días antes o después de cumplir la obra
prescrita»[142] . La
comunión puede hacerse desde la víspera a la octava.
Una
sola confesión sirve para ganar varias indulgencias plenarias.
En cambio,
con una sola comunión y una sola oración por las intenciones del Papa,
únicamente se puede conseguir una sola indulgencia plenaria.
La oración
por el Papa basta que sea un Padrenuestro con un Avemaría y
Gloria.
Según esta
reforma de las indulgencias, las indulgencias plenarias que se pueden ganar, una
al día, en las condiciones ordinarias, se han reducido a
cuatro:
a) Ejercicio del
Vía-Crucis.
b) Rezo del Rosario ante el sagrario
o en común.
c) Media hora de adoración al
Santísimo Sacramento.
d) Media hora de lectura de la
Biblia[143] .
Si no se
cumplen las condiciones debidas, o falta la buena disposición, la indulgencia
será solamente parcial.Aquellos fieles que, por motivos personales o de lugar,
no pu edan confesar ni comulgar, podrán obtener la indulgencia si se proponen
cumplir lo antes posible estos dos requisitos.Las indulgencias tanto parciales
como plenarias pu eden ser siempre aplicadas a los difuntos a modo de
sufragio[144] . Se
puede ganar una indulgencia plenaria aplicable a los difuntos aunque no se haya
logrado el desafecto al pecado antes indicado[145] .En el
momento de la muerte, cualquier fiel, debidamente dispuesto espiritualmente,
podrá ganar la indulgencia plenaria, aunque carezca en aquel momento de un
sacerdote que pueda impartírsela, con tal que durante su vida haya rezado
habitualmente alguna oración. Es una obra de caridad para con las almas del
purgatorio el ganar para ellas indulgencias plenarias. (Ver nº 101).
Recomiendo
mi vídeo: Cómo ayudar a los
difuntos[146] .
93.-
EN ÚLTIMO
CASO, SI UNO NO SABE LO QUE TIENE QUE
HACER PARA CONFESARSE BIEN, PUEDE DECIR AL CONFESOR: «PADRE, AYÚDEME
USTED».
93,1. Al
confesor se le dicen las cosas con sinceridad, tal como uno las siente en
Mientras el
sacerdote te da la absolución y te bendice, reza el Señor mío Jesucristo, y si no lo sabes, date golpes
de pecho diciendo varias veces con toda tu alma: «¡Dios mío, perdóname! ¡Dios
mío, perdóname!...»
94.- En la confesión se perdonan todos los
pecados que nosotros hemos cometido después del bautismo, por muy grandes que
sean, con tal que se digan con arrepentimiento y propósito de la enmienda; pero
no el pecado original.
[1] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº
75. Ed. BAC. Madrid.
[2] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 839, 911, 916.
Ed. Herder. Barcelona.
[3] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 898.
Ed. Herder. Barcelona.
[4] Nuevo Catecismo de
[5] LAMBERTO DE ECHEVARRÍA:
Creo en el perdón de los pecados, IX.
Cuadernos BAC, nº67
[6] Miqueas, 7:19
[7] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para Seglares, 2º, 2ª,
IV, 178. c. Ed. BAC. Madrid
[8]
[9] Acta
Apostolicae Sedis, nº 35(1943)235
[10] Concilio
Vaticano II: Presbyterorum Ordinis, nº
18
[11] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 2193.
Ed. Herder. Barcelona
[12] Evangelio de San Juan,
7:34; 8:21
[13] Nuevo Catecismo de
[14] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº
80. Ed. BAC.
[15] BERNHARD
HÄRING: SHALON, Paz, VIII,3.
Ed. Herder. Barcelona.
1998.
[16] Nuevo Catecismo de
[17] DENZINGER-SCHRON: Magisterio de la Iglesia, IV. Ed. Herder.
Barcelona
[18] GONZALO FLÓREZ: Penitencia y Unción de enfermos, 1ª, XII, 3, 2.
Ed. BAC. Madrid. 1996.
[19] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº
77. Ed. BAC. Madrid.
[20] Nuevo Catecismo de
[21] Nuevo Catecismo de
[22] Nuevo Catecismo de
[23] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº
74. Ed. BAC. Madrid
[24] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 898. Ed.
Herder. Barcelona
[25] SAN PABLO: Carta a los
Gálatas, 6:7
[26]
[27] DIARIO DE CÁDIZ del
10-II-98, pg.34.
[28] ANTONIO ROYO
MARÍN,O.P.: ¿Se salvan todos?, 2ª, VIII,
2. Ed. BAC. Madrid. 1995
[29] ANTONIO ROYO
MARÍN,O.P.: ¿Se salvan todos?, 2ª, VIII,
3. Ed. BAC. Madrid. 1995
[30] Diario YA, 1-II-80,
pg. 8
[31] Diario YA,
7-III-72
[32] Pedidos al autor:
Apartado 2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 229
450
[33] JOSÉ ANTONIO SAYÉS:
Más allá de la muerte, VI,1. Ed.
San Pablo. Madrid. 1996
[34] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº
76. Ed. BAC. Madrid
[35] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 897.
Ed. Herder. Barcelona
[36] Profeta Isaías,
55:7
[37] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº
78. Ed.BAC. Madrid
[38] KAROL WOJTYLA:
Ejercicios Espirituales para jóvenes, 1ª, V.
Ed. BAC POPULAR. Madrid
[39] ANTONIO ROYO
MARÍN, O.P.: Teología Moral para
Seglares, 2º, 2ª, IV,
[40] Revista ECCLESIA,
2788(11-V-96)34
[41]
[42] SAN AGUSTÍN: De Natura et Gratia, XLIII. MIGNE: Patrología Latina, XLIV,
271.
[43] BERNHARD HÄRING:
SHALOM: Paz, XII, 4. Ed.
Herder. Barcelona. 1998.
[44] Libro del
Eclesiástico, 3:27
[45] GINO ROCCA: No lo tengo claro, 2ª, III, 8. Ed.
Ciudad Nueva. Madrid. 1993.
[46] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para Seglares, 2º, 2ª,
IV, 247, 2º. Ed. BAC.Madrid
[47] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 1211ss. Ed.
Herder. Barcelona.
[48] BERNHARD HÄRING:
SHALOM, Paz, VII, 2. Ed.
Herder. Barcelona. 1998.
[49] BERNHARD HÄRING:
SHALOM, Paz, VII, 4. Ed.
Herder. Barcelona. 1998.
[50] Evangelio de San
Mateo, 18:8s
[51] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 917. Ed.
Herder. Barcelona. Ritual de la Penitencia, 1975, nº
7
[52] Nuevo Código de
Derecho Canónico, nº 988,1
[53] Nuevo Catecismo de
[54] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para seglares, 2º, 2ª,
IV, 206. Ed. BAC. Madrid.
[55] Conferencia Episcopal
Española: Ésta es nuestra fe, 2ª, II,
3. EDICE. Madrid, 1986.
[56] GONZALO FLÓREZ: Penitencia y Unción de enfermos, 1ª, XV, 3.
Ed. BAC. Madrid. 1996.
[57] Sesión XIV, Cap. 5,
Canon, 7; DENZINGER-SCHRON: Magisterio de la
Iglesia, nº 1679-1683. Ed. Herder.
Barcelona.
[58] Revista ECCLESIA, 2018
(14-II-81)8
[59] JUAN PABLO II: Revista
ECCLESIA, 2168(31-III-84)7
[60] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 1088.
Ed. Herder. Barcelona.
[61] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para seglares, 2º, 2ª,
4º, II, 2,194.Ed.BAC.Madrid
[62] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 1111.
Ed. Herder. Barcelona.
[63] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para Seglares, 2º, 2ª,
IV, nº 216. Ed. BAC. Madrid
[64]
[65] BERNHARD HÄRING,
C.SS.R.: La ley de Cristo, 1º, 1º, 5ª, 2ª,
II, 5. Ed. Herder. Barcelona.
[66] BERNHARD HÄRING:
SHALOM: Paz, XXII; 7 y
XXIII. Ed. Herder.
Barcelona. 1998.
[67] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 147.
Ed. Herder. Barcelona.
[68] Éste es el modo de
confesarse los mudos
[69] Nuevo Catecismo de
[70] Nuevo Código de
Derecho Canónico, nº 960
[71] Nuevo Código de
Derecho Canónico, nº 961, 1,2.
[72] CARLOS JOSÉ BECKER,
S.I.: Prof. de
[73] Nuevo Catecismo de
[74] Ritual de la
Penitencia, 1975, nº 32s
[75] Revista SIEMPRE
P’ALANTE, 270 ( 16-I-94 ) 15
[76] Nuevo Código de
Derecho Canónico, nº 962,1.
[77] Nuevo
Código de Derecho Canónico, nº 963.
[78] PABLO
VI: Ordo paenitentiae, nº
18
[79] Ritual de la
Penitencia, 1975, nº 35
[80] Nuevo Código de
Derecho Canónico, nº 961, 1, 1º
[81] Ritual de la
Penitencia, 1975, nº 45. Nuevo Código de Derecho Canónico, nº
988,2
[82] Nuevo Código de
Derecho Canónico, nº 988,1
[83] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, (917) Ed.
Herder. Barcelona
[84] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación, 1ª,III, nº
81, b. Ed. BAC. Madrid
[85] Nuevo Catecismo de
[86] Nuevo Catecismo de
[87] JUAN PABLO II:
Encíclica Veritatis splendor,
nº89.
[88] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº
81, b. Ed. BAC. Madrid
[89] PABLO VI: Ordo paenitentiae, nº
18
[90] FANFANI: Manual de Teología Moral,
IV
[91] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para Seglares, 2º, 2ª,
IV., 210s. Ed. BAC. Madrid
[92] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para Seglares, 2º, 2ª,
IV, 215. Ed. BAC.
[93] BERNHARD
HÄRING: SHALOM: Paz, XXI, 6.
Ed. Herder. Barcelona.
1998.
[94] Nuevo Catecismo de
[95] Concilio IV de Letrán:
DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº
438. Ed. Herder. Barcelona
[96] Nuevo Catecismo de
[97] BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE:
La dirección espiritual, III, A,
4. Ed. Juan Flors. Barcelona. Excelente libro sobre lo que debe
ser una correcta Dirección Espiritual.
[98]
[99] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología de la salvación_, 1ª, III, nº
80. Ed. BAC. Madrid
[100]
[101] KOLB: Sin Cristo, XVI.
Ed. Euramérica. Madrid.
[102] CONFERENCIA EPISCOPAL
ESPAÑOLA: Catecismo Escolar.Libro de Profesor,
8ºEGB.EDICE.
[103] SAN PABLO: Primera
Carta a los Corintios, 4:1s
[104] JUAN PABLO II:
Don y Misterio, VIII,1. Ed. BAC.
Madrid. 1996.
[105] Revista IGLESIA-MUNDO,
268 (I-1984) 3
[106] Nuevo Catecismo de
[107] KOLB: Sin Cristo, XVI.
Ed. Euramérica. Madrid.
[108] M. SÁNCHEZ
GIL: Cien mil jóvenes sobre el abismo,
XVII. Ed. Studium. Madrid. Este libro deberían leerlo todos los
jóvenes antes de entrar en un taller.
[109] ELÍAS YANES: Yo no creo en los curas. Ed. Juan Flors.
Barcelona. Este libro trata con lógica, sensatez, y sinceridad multitud de temas
que son corrientes en las conversaciones de la
calle.
[110] JOSÉ
[111] Diario YA, 17-XI-77,
pg. 20
[112] Diario YA, 11-III-92,
pg. 22
[113] JOSÉ LUIS DE URRUTIA,
S.I.: La Iglesia y la cuestión
social. EAPSA. Madrid
[114] Evangelio de San
Mateo, 23:3
[115]
[116] Nuevo Código de
Derecho Canónico,nº 989
[117] EZEQUIEL, 33:11
[118] Ritual de la
Penitencia, 1975, nº 10, b
[119] ALBERTO NIEDERMEYER:
Compendio de higiene pastoral, 2ª, II,
E. Ed. Herder. Barcelona.
[120] Nuevo Catecismo de
[121] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para Seglares, 2º, 2ª,
IV, 232, 2º. Ed.BAC.Madrid
[122] ANTONIO ROYO MARÍN,
O.P.: Teología Moral para Seglares, 2º, 2ª,
IV, 227, 2º. Ed.BAC.Madrid
[123] LUIS CREUS VIDAL:
Introducción a la Apologética, 2ª,
17. Ed. La Hormiga de Oro.
Barcelona
[124] GONZALO FLÓREZ:
Penitencia y Unción de enfermos, 1ª, XV,
4. Ed. BAC. Madrid. 1996.
[125] Ver nº 41
[126] FELIPE CALLE, O.S.A.:
Razona tu Fe, XXXVI, 1. Ed.
Religión y Cultura. Madrid.
[127] Nuevo Catecismo de
[128] Conferencia Episcopal
Española: Ésta es nuestra fe, 2ª, I, 9,
[129] Nuevo Catecismo de
[130] Nuevo Catecismo de
[131] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 989. Ed.
Herder. Barcelona
[132] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 1323. Ed.
Herder. Barcelona
[133] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº551. Ed.
Herder. Barcelona
[134] Nuevo Catecismo de
[135] JAMES AKIN: Las indulgencias. En INTERNET:
Apologética católica, www.aciprensa.com
[136] Nuevo Catecismo de
[137] ÁNGEL Mª ROJAS, S.
I.:Revista HOGAR DE LA MADRE, 91 (XI-XII,1999)
17
[138] ANTONIO ROYO
MARÍN,O.P.: Dios y su obra, Apéndice,2, B,
nº 620. Ed. BAC. Madrid
[139] Nuevo Catecismo de
[140] Nuevo Catecismo de
[141] Acta
Apostolicae Sedis, 59 (1967) 1-24. Novum Enchiridium Indulgentiarum, 60
(1968) 413-19.
[142] EDUARDO FERNÁNDEZ
REGATILLO, S.I.: La reforma de las
indulgencias, II, 9. Revista CONFER, nº 20
(1967)14
[143] Revista ECCLESIA,
1419(7-XII-68)25
[144] Nuevo Código de
Derecho Canónico nº 994
[145] EDUARDO FERNÁNDEZ
REGATILLO, S.I.: Las indulgencias, nº
71. Ed. Sal Terrae. Santander
[146] Pedidos a: Apartado
2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 205
810