66.-
EL CUARTO MANDAMIENTO DE
66,1. Honrar
a los padres es obedecer, si se vive bajo su potestad, sus mandatos; mientras no
manden lo que es pecado, pues «es preciso
obedecer a Dios antes que a los hombres»[1] .
También
asistirlos en sus necesidades y venerarlos con amor.
Dice
San Pablo: «Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le
gusta al Señor»[2] .
Y el libro
del Eclesiástico: «El que honra
En algunas
malas traducciones del Evangelio hay una frase que no se entiende. Ponen en boca
de Jesucristo: «El que no odia a sus padres no es digno de
Mí»[4] .
Esto,
tal como suena, es un disparate.
Hay que
tener en cuenta que la palabra «odiar» en hebreo no tiene el mismo sentido que
en castellano.
En
hebreo significa «tener en menos».
Por lo
tanto el sentido de la frase es: «El que
antepone sus padres a Mí, no es digno de Mí».
Esto ya se
entiende.
66,2.
La desobediencia a los padres es
más grave cuando se trata de cosas relacionadas con el bien de nuestra
alma[5] :
deberes religiosos, amistades, diversiones, etc.
«Esta
obediencia la deben los hijos a sus padres mientras forman con ellos la sociedad
parental, cuya finalidad y compromiso, tanto por parte de los padres como por
parte de los hijos, es la educación de los hijos. (...) Los hijos tienen el
derecho y la obligación de ser educados por sus padres y de dejarse educar por
sus padres »[6] .
«Los hijos
deben estar sujetos a sus padres: deben obedecer, pero libremente, no como
esclavos. Y sólo es capaz de obedecer libremente quien ama a aquellos de quienes
depende y deben mandarle. (...)
»La
obediencia, la sujeción de los hijos debe ser una consecuencia del amor a sus
padres»[7] .
«La
obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no
el respeto que les es debido, el cual permanece
para siempre»[8] .
Tus padres
lo son todo para ti. Aunque sean viejos y achacosos, debes conservarles el
respeto y el cariño. No seas jamás un hijo desagradecido[9] . Todo
lo que tienes, a ellos se lo debes. «¿Cómo
podrías pagarles lo que han hecho por ti?»[10] .
Piensa en
los pobres niños abandonados que no conocen
A los padres
no basta quererlos, hay que manifestárselo.
No hay
en el mundo amor más desinteresado que el de los padres: no es mucho pedir que
ellos reciban alguna cálida manifestación de cariño de sus hijos, que tanto
agradecen.
Hoy se habla
poco de obedecer a los padres. Incluso algunos hijos se creen que desobedeciendo
dan muestras de independencia y personalidad. Es decir, que consideran la
desobediencia como un valor.
Esto es una
equivocación.
Esos mismos
jóvenes que no obedecen a sus padres que les aman, luego obedecen a los amigos,
a las modas, o a sus caprichos que les tiranizan. Cambian de obediencia: la buena, por la
mala.
Ser libre no
es hacer lo que me da la gana.
Ése es
esclavo de sus caprichos.
Libre es el
que voluntariamente cumple con su deber.
La persona
más libre fue Jesucristo, que era
Dios. Sin embargo cumplió con la voluntad de su
Padre.
Hoy día es
muy fácil que los hijos se contagien del espíritu de rebeldía y libertad
desenfrenada del ambiente. El P. César Vaca,
O.S.A. escribió en el periódico Ya de Madrid:
«Criticar
los falsos maestros, los malos educadores, los padres incomprensivos y
egoístas, está bien; pero rechazar la disciplina familiar en globo, menospreciar
sin compasión a cuantos ejercen la ardua tarea de la educación y la enseñanza,
presentando como la mejor de las escuelas la anarquía de una libertad
incontrolada, es colocarse al borde de la ruina».
«Los
problemas que destacan en las páginas frontales de los periódicos de todo el
mundo, son un reflejo de la falta de disposición de nuestra juventud para
someterse a ningún sistema de valores que no sea la jerarquía de valores de su
propio criterio. (...)
»Todos somos
testigos de casos de adolescentes que son advertidos y aconsejados una y otra
vez por padres experimentados y responsables, pero ellos prefieren “discurrir
por su cuenta”, para descubrir demasiado tarde lo que su padre le predecía
certeramente.
»Por
desgracia, son muchos los jóvenes que no quieren escuchar consejos. Semejante
hostilidad de la gente joven hacia la autoridad paterna supone que ellos se
oponen irrazonablemente a los beneficios de la experiencia»[11]
«Los hijos
deben ayudar en la vida de
familia. En todas las familias se necesita la colaboración de los hijos. Entre
todos se puede conseguir una vida familiar agradable y alegre.
»En nuestra
sociedad el número de personas que alcanza una edad avanzada es cada vez mayor.
»Los
ancianos se encuentran con problemas que hacen más dura su ancianidad: ya no
pueden trabajar, algunos están enfermos, otros solos.
»Todos los
miembros de la sociedad deben sentirse responsables de la atención a los
ancianos, especialmente los hijos»[12] .
66,3. En
este mandamiento se contienen también las obligaciones de los padres para con sus
hijos[13] , que
son, además de amarlos: alimentarlos, vestirlos, instruirlos en religión y en
cultura, vigilarlos, corregirlos, darles buen ejemplo[14] y
«procurarles un porvenir humano proporcionado a su estado y condición
social»[15] . Es
decir, educarlos física, intelectual, humana, espiritual y
moralmente[16] ; y
protegerlos de los peligros de alma y cuerpo.
Los padres
tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos[17] .
«Recuerden los padres que es
deber suyo vigilar cuidadosamente para que los espectáculos, las lecturas y
cosas parecidas, que puedan ofender a la fe o a las buenas costumbres no entren
en el hogar, y para que sus hijos no las vean en otra parte»[18] .
Dijo
Pío XII en su discurso del 9-V-57:
«La sociedad es para la familia, no la familia para
La familia
es vínculo de transmisión normativa. Pero es necesario que la normativa moral y
religiosa se dé con convicción, con motivación y con el
ejemplo».
Algunos,
enemigos de la educación y amigos de la libertad absoluta, defienden que se deje
al niño hacer lo que espontáneamente quiera.
Esto es una
aberración.
A los niños,
desde pequeños hay que enseñarles lo que es bueno y correcto. Después, cuando
sean mayores lo harán libremente, o no la harán; pero cuando son niños hay que
enseñarles.
Si tu niño
te dice:
- Se me ha
morido mi pajarito.
Tú le
dices:
- No se dice
morido. Se dice muerto.
Después, de
mayor, dirá «muerto» libremente.
Y si es un
rebelde, dirá «morido». Si prefiere el error, es su
problema.
Pero el
padre es lógico que trasmita a sus hijos lo que él considera valores,
ideales, la verdad, el bien, lo correcto, la virtud, la honradez, la
servicialidad, la responsabilidad, etc., etc.
No para
oprimir al niño, sino para ayudarle, para educarle, en su propio
bien.
Por eso le
ayuda a hablar con corrección, a escribir sin faltas de ortografía, a ser
limpio, a comer con urbanidad y a mostrarse bien educado en todas
partes.
Y, por
supuesto, a ser buen católico, amando a Dios y al
prójimo.
Debemos
colaborar con nuestros padres al bien espiritual de la familia, manifestándoles
aquellas cosas que ellos deben saber para corregirlas.
A no ser que
haya otro modo más eficaz.
Pero quien
oculta los malos pasos de sus hermanos, por un falso criterio de compañerismo,
puede hacerse responsable ante Dios de las faltas que queden sin corregir.
El padre
tiene obligación de corregir; pero para esto necesita estar informado de lo que
pasa. No exagerar las cosas. Pero no quitar importancia a lo que la tiene.
«Los padres
son los primeros educadores, y son ellos quienes deben decidir, y no el Estado,
el tipo de educación que crean mejor para sus hijos.
»El Estado
debe ayudar a todos los niños en edad escolar sin discriminaciones. Sería
injusto que si los padres necesitan ayuda para la enseñanza de sus hijos, y el
Estado quiere cooperar, sólo ayude a los que asisten a las escuelas estatales, y
no ayude a los de las escuelas libres»[19] .
«Los
padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el
derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias
convicciones.
»Este
derecho es fundamental.
»En cuanto
sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les
ayuden en su tarea de educadores cristianos.
»Los poderes
públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar
las condiciones reales de su ejercicio»[20] .
La educación
es de una importancia transcendental y de una gran responsabilidad para los
padres.
Hay en la
vida muchos hombres que lamentan su desgracia por las faltas y descuidos de sus
padres.
Los padres
no pueden hacer creer a sus hijos, pero pueden educarles en la
fe.
Lo mismo que
no pueden decidir por ellos, pero pueden enseñarles lo que es bueno y lo que es
malo.
En
educación, como en todo, se recoge lo que se
siembra.
A los niños,
gradualmente, según ellos vayan siendo capaces de asimilar, hay que inculcarles
la limpieza, el orden, la obediencia, el sacrificio, la lealtad, la
servicialidad, la honradez, el saber renunciar, etc.
etc.
«Acostumbrarlos a portarse
bien en todas partes, a practicar el bien aunque sea penoso, y a huir del mal
aunque sea seductor, (...) espontáneamente, y por propia iniciativa, aunque
nadie le vigile ni castigue»[21] .
De mayores
será muy difícil que adquieran virtudes que no se les sembraron de
pequeños.
Los niños,
para su buen desarrollo, necesitan caricias desde el primer momento.
Se han hecho
estudios de niños atendidos perfectamente en sus necesidades vitales, en centros
especializados, pero faltos de cariño, que muestran anormalidades
características.
«Quien sabe
amar, sabe corregir, negar, conceder y premiar. El amor que consiste sólo en dar
gustos, tolerar caprichos, y dejar sin sanción las culpas, es un amor
equivocado»[22] .
Con ocasión
de la fuga de dos adolescentes madrileñas a Portugal, con dos amigos en un coche
robado,
«Siempre se
han escapado niños y niñas de casa.
»Pero antes
se marchaban porque les trataban mal, y ahora se largan porque les tratan
demasiado bien.
»Se aburren.
»Y les entra
el cosquilleo de la aventura. (...)
»Saben,
además, que cuando vuelvan no les va a pasar nada»[23]
Los hijos no
se pueden tener mimados y
consentidos.
El niño
mimado y consentido se hace caprichoso y poco sociable. Esto le va a traer
problemas de aceptación entre sus compañeros en su edad escolar, y esto le va a
dificultar su madurez psicológica.
Está
comprobado que el niño que es bien aceptado por sus compañeros, por sus
cualidades personales, tiene un gran porcentaje de probabilidades de una buena
maduración psicológica en el futuro.
Los hijos,
ni se pueden tener mimados y consentidos, ni tampoco castigarlos sin razón.
El castigo es
inevitable, pues es moralmente imposible que
tus hijos no cometan alguna falta que lo requiera: «sin castigo no hay educación
posible», dice uno de los más célebres pedagogos de nuestra época, Foerster[24] .
Pero para
que el castigo sea educativo y eficaz ha de ser siempre[25] :
a) oportuno:
escogiendo el momento más propicio para imponerlo pasada la ira en unos y otros;
b) justo:
sin exceder los límites de lo razonable;
c) prudente:
sin dejarse llevar de la ira;
d) poco
frecuente, para que sea eficaz[26].
e) cariñoso
en la forma, para que el niño comprenda que se le impone por su bien. «No somos
eficazmente castigados sino por aquellos que nos aman y a quienes nosotros
amamos»[27] .
El castigo
corporal tiene sus dificultades. Puede engendrar terquedad, rencor,
debilitamiento del sentimiento del honor.
Los niños
nerviosos no debieran ser castigados corporalmente, pues se corre el peligro de
aumentar su nerviosidad.
En las niñas
el castigo corporal debilita el sentimiento de su intocabilidad corporal, tan
precioso para el recato de su vida futura.
A veces
puede ser más eficaz que un castigo corporal el ponerlo a comer solo en
una mesita de cara a la pared, privarle de una habitual muestra de cariño, o de
un dulce que le gusta, o del dinero que se le suele dar: depende de edades y
circunstancias.
El castigo
debe facilitar al niño el camino de la honradez, la obediencia, la aplicación,
etc., para hacer de él un hombre moral.
El castigo
más que para expiar la culpa cometida debe servir para
El castigo
tiene mucho más valor cuando el niño lo acepta voluntariamente, o se lo impone
él mismo.
Después de
aplicado el castigo, se deben hacer las paces con el niño lo antes
posible[28] .
Hay que
tener tacto para corregir con eficacia.
Poco se
logra con herir y humillar solamente.
Hay que
alentar. Despertar el sentimiento de la propia estima.
Una
corrección eficaz debe dejar siempre abierto un portillo a la esperanza de la
propia superación[29] .
El dejarle
hacer lo que él quiera, algún día lo interpretará como falta de interés por su
bien.
En cambio el
contrariarle manifestando que se hace por amor e interés por él, terminará por
ganarle el corazón.
«Corregir no
es coaccionar. Corregir no es usar violencia. Corregir es decir lo que hay que
decir, en privado, no delante de otros; sin comparaciones, que son odiosas; con
tino, tacto y comprensión. Con dificultad ejercerá bien una corrección el que la
hace apasionadamente, con ira, o con amor propio herido. Quien tiene que
corregir debe hacerlo con humildad, sin aire de superioridad como si nosotros
fuéramos impecables. Hacerlo por caridad, y no por venganza, rencor o
resentimiento. Sin lastimar ni herir. Con ánimo de curar, no de hundir. Sólo
cambiando el corazón de las personas la corrección es duradera»[30] .
Decir: «te
quiero demasiado para permitirte eso», o un trato cariñoso después de un
castigo, restablece la armonía.
El amor debe
estar por encima de las travesuras.
Una madre
después de castigar a un hijo le dijo:
«No estoy
furiosa contra ti, sino contra tu travesura».
Y el hijo
agradeció aquel castigo.
Si es
importante saber manejar el castigo en orden a una buena educación, no lo es
menos el saber utilizar el premio; por ejemplo, el elogio.
La
recompensa pedagógica puede revestir muchas formas: una mirada de aprobación, un
gesto cariñoso, una palabra, la concesión de un permiso deseado, un regalo, etc.
Pero tampoco
se pude ser excesivo en los premios y alabanzas, pues perderían eficacia, y se
correría el peligro de hacer al niño egoísta, obrando bien sólo con miras al
premio y a la recompensa.
El estímulo
es más eficaz que la represión.
A veces ésta
será inevitable, pero su eficacia será mayor si el hijo está acostumbrado a que
se le reconozca la obra bien realizada, y se le aplauda el esfuerzo realizado,
aunque no siempre estos esfuerzos hayan sido coronados por el éxito.
Todo el
mundo queda agradecido a quien sinceramente le anima.
Un elogio
correcto, justo, oportuno, estimula y educa para el bien.
«Las
personas necesitamos experimentar situaciones de éxito. (...)
»De esta
manera vamos adquiriendo lo que Harter
llama “motivación de eficacia”, es decir, que la propia tarea en la
que conseguimos el éxito se convierte en una fuente de satisfacción que nos
motivará a seguir realizando otras tareas, con lo que aumentará nuestra
probabilidad de volver a tener éxito en el futuro»[31].
«Todo el
arte de la Pedagogía consiste en saber sonreír y en decir NO a los hijos en el
momento preciso y de la manera exacta»[32] .
El elogio
obra maravillas.
Pero
conviene que se refiera a cosas concretas más que a cosas generales.
En lugar de
decir: «eres muy valiente», es mejor decir: «me ha gustado verte subir a la
bicicleta después de haberte caído»[33] .
«Los padres
tenemos que ser portadores de referencias. (...)
» Una
consecuencia de la libertad es que el hombre tiene que elegir.
»Tiene que
tomar decisiones.
» Los
animales no eligen, no toman decisiones, se dejan llevar por sus instintos
necesariamente.
»Pero el
hombre, no.
»Cuando se
deja llevar por sus instintos es porque el hombre quiere. Aunque los instintos
sean fuertes, más lo es la libertad.
»Elegir es
una consecuencia de la libertad.
»Cuando
elegimos podemos equivocarnos.
»Y esto
produce inseguridad. (...)
»Por eso es
muy importante la educación de la libertad.
»Porque
tenemos libertad para elegir lo que se debe hacer o lo que apetece. (...) La
falta de referencias hacen al hombre inseguro. (...)
»Y la
inseguridad lleva a la inmadurez. (...)
» Los padres
debemos ser portadores de referencias, es decir, portadores de
seguridad»[34].
Una de las
cosas peores que puede hacer un padre con sus hijos es dejarlos que se hagan
caprichosos y testarudos.
Es de la
máxima importancia en la educación de los hijos la formación de la voluntad.
La voluntad
se fortalece enseñándola a renunciar.
A esto hay
que empezar de pequeño.
Que empiece
a renunciar a gustos, caprichos, comodidades, etc., en bien del prójimo.
Por ejemplo:
que reparta entre hermanos y amigos la caja de bombones que le han regalado, que
se levante de la silla para echar el papel del caramelo en la papelera, que ceda
el sillón a una persona mayor, que deje un juego ruidoso porque a la abuelita le
duele la cabeza, etc., etc. Hay multitud de renuncias y privaciones de alto
poder formativo.
La sonrisa
de un hijo proporciona a los padres tanto placer que se hace durísimo contrariar
al niño.
Por otra
parte, hay corazones de padres que no pueden resistir el oír llorar a sus hijos.
Sin embargo,
han de saber que por no querer contrariarlos hoy y darles esos caprichos, los
están preparando para grandes disgustos en la vida, porque las cosas no siempre
van a salir a sus deseos.
Es una
equivocación decir: «Déjale hacer. Pobrecito. Ya tendrá tiempo de sufrir».
Todo lo
contrario.
El niño
mimado sufrirá el doble que el que se ha acostumbrado a renunciar con
naturalidad. ¡En la vida hay que renunciar por fuerza tantas veces!.
Es menester
acostumbrar al niño, desde pequeño, a portarse bien en todas partes,
espontáneamente y por propia iniciativa, aunque nadie lo vigile ni le castigue.
Hay que
saber apartarlos del mal y orientarlos al bien, de modo que ellos mismos estimen
la virtud y el deber, y lo abracen voluntariamente.
Es muy
importante en la educación de los niños saber proporcionarles placeres lícitos
con alegría, y que sepan renunciar a lo ilícito sin angustia.
Es imposible
que los niños tengan siempre lo que desean. Hay que acostumbrar a los niños a
que acepten estas frustraciones con naturalidad, pues la vida está llena de
frustraciones.
«El joven
que se acostumbra desde niño a hacer su voluntad es un inútil para la vida.
»Porque la
vida es un tejido de deberes desagradables, y el que desde niño no se acostumbra
a cumplirlos severamente, sino que obra a impulsos de sus gustos, caprichos y
pasiones, se hace víctima de su propia voluntad al llegar a la edad
madura»[35]
Dijo
Montaigne que la mayor libertad es
la de dominarse a sí mismo[36] .
Dice el gran
educador Stuart Mill: «Quien nunca
se ha privado de algo permitido, no sabrá privarse de lo
prohibido»[37] .
La voluntad
es la facultad de la persona humana por la cual el individuo cumple lo que se ha
propuesto sin dejarse llevar por lo que le gusta o disgusta. Es muy importante
para ser una persona de carácter. Es lo que hace al hombre «más hombre».
Para lograr
el dominio de la voluntad es necesario entrenarse, como en el deporte.
Hay que
adquirir un hábito por la repetición de actos realizados con una motivación de
superación personal.
El
entrenamiento debe empezar por cosas relativamente fáciles.La constancia
engendra el hábito. Los actos repetidos fortalecen la voluntad.
Un agota de
agua que cae sobre la mano, ni se nota.
Pero si cae
continuamente, termina por horadar
Un niño
mimado no es aquel por quien se hace demasiado. Nunca se hace demasiado por un
niño. Niño mimado es aquel a quien nunca se le ha exigido, aquel a quien no se
le ha enseñado a devolver en proporción a lo recibido. Condescender a los
caprichos del niño es hacer de él un pequeño tirano. «No hay manera más segura
de labrar la desgracia de un hijo que darle todos los caprichos»[38] .
Formar la
voluntad exige hacer renuncias: «Nadie puede hacer estatuas sin rechazar
piedra»[39] .
La idea
lleva al acto. La repetición de actos crea el hábito.
El hábito se
fortalece con la motivación.
La
motivación hay que caldearla con los afectos, sentimientos y
emociones.
Dijo
Williams James: «Siembra una
acción y recogerás un hábito. Siembra un hábito y recogerás un carácter.
Siembra un carácter y recogerás un destino»[40] .
Dice el
psico-pedagogo Bernabé Tierno:
«Sin los
hábitos voluntarios, queridos libremente tras múltiples esfuerzos, no llegaremos
a alcanzar la seguridad y la rapidez no sólo en la ejecución sino en las
decisiones. Nuestra voluntad es poderosa gracias a los hábitos por los cuales
ejecutamos, casi automáticamente, aquello que hemos querido y decidido
previamente. Desarrollar la voluntad consiste en contraer hábitos de querer;
pero no hay hábitos de querer, no hay voluntad, no hay éxito posible sin
esfuerzo. (...) Ese esfuerzo inicial por algo que nos conviene, que es
necesario, aunque no nos guste, constituye la fase más costosa y ardua de la
formación de la voluntad, que no es otra cosa que la repetición de actos
positivos sin escatimar esfuerzos. (...) Concedo una especial importancia a la
formación de la voluntad constituyente, es decir, a una educación y
entrenamiento del ser humano en el esfuerzo, en la capacidad de elegir todo
aquello que le conviene, que es necesario y bueno para el desarrollo integral de
su personalidad, aunque no le guste, aunque ello le suponga denodado esfuerzo y
sacrificios. No hay otro camino»[41] .
«El objeto
de la educación es fortalecer la voluntad humana. (...) Educar es hacer que el
educando quiera, libre y habitualmente, cumplir con su deber»[42] . Y
esto se consigue con
Educar,
formar a un niño, es hacerle obedecer, ayudarle a superarse, enseñarle a amar, a
querer lo que no quiere, lo que no ama, lo que no hace espontáneamente, pero que
le servirá...
Se ha
definido al educador como quien presta voluntad. Dejado a sí mismo, el niño
queda esclavizado a sus instintos y caprichos.
La
intervención de la voluntad fuerte del educador le libera...
Ese pequeño
ser tan encantador y tan débil, hacia el que nuestro amor y nuestra
compasión se desbordan, es terriblemente egoísta y codicioso. Hay que
enderezarlo, moldearlo, humanizarlo. No hay rectitud moral en la vida si no se
obedece a los principios, a pesar de las tentaciones y los caprichos.
«Además, no
hay verdadero placer, incluso para el niño, en las cosas obtenidas sin esfuerzo.
En todos los terrenos hay que pagar con horas de penosa ascensión la alegría de
contemplar un hermoso panorama.
»La
resistencia vencida produce su goce. Hay que dar al niño la experiencia y el
gusto de estas ásperas y profundas alegrías que brotan de la dificultad
vencida»[43] .
Y desde
luego, jamás permitas una desobediencia. Antes de dar una orden, piensa si es
conveniente. No mandes muchas cosas seguidas; y nunca, contradictorias.
El padre y
la madre deben estar siempre de acuerdo en cuanto a órdenes y castigos. Nunca
deben contradecirse.
Y las
órdenes, que sean claras, que el niño las entienda. Y bien descritas en sus
detalles: plazo de tiempo en que debe realizarse, resultado que se pretende,
etc.
Por ejemplo:
«Recoge el cuarto de baño después de ducharte». Aclarar que se entiende al
terminar de ducharse, no a media noche; todo limpio, no basta recoger la ropa
sucia, etc. No mandarles demasiadas cosas. Ni prohibirles
tonterías.
Dijo
el doctor psico-pedagogo Luis
Riesgo en una conferencia a la que asistí en el Casino GADITANO DE
Cádiz, el 15 de Noviembre de 1995: «No hacer montañas de las colinas. Ser
transigentes en pequeñeces. En toda pedagogía familiar vale más ganar una
batalla importante que cien escaramuzas sin
importancia».
Procura no
mandar cosas demasiado difíciles. Pero dada la orden, que sea ejecutada por
encima de todo. Si el niño logra imponer su voluntad una vez, no lo olvidará, y
siempre intentará conseguirlo de nuevo. «El niño debe saber que hay ocasiones en
las que son inútiles los llantos y los gritos»[44] .
Y tú, por tu
parte, cumple también la recompensa o los castigos a que te hayas comprometido.
Son desorientadores para los niños y fatales en la educación, esos padres que
mandan, amenazan y prometen muchas cosas; pero después nada de eso llega a la
realidad, sin razón alguna[45] : «El
castigo anunciado no debe suprimirse sin causa»[46] . Pero
hay que tener cuidado de que el castigo no corresponda a nuestro mal humor, sino
a la gravedad de la falta y a la responsabilidad del niño. Reconocida la culpa
por el niño, y aceptado el castigo, es muy pedagógico disminuir éste con la
promesa de enmienda.
- Educar es
aceptar que cada hijo tiene su modo de ser, y permitirle ser «él
mismo».
- Educar es
reforzar y alentar todo lo bueno que tenga el
educando.
- Educar es
procurar el bien del educando con autoridad y firmeza, pero sin violencia y con
ternura.
- Educar es
inculcar los valores que pretendemos, por medio del ejemplo[47] .
«Educar es
acompañar
»Es
desarrollar las facultades que están soterradas en el fondo de la personalidad,
y que necesitan de la ayuda del maestro para aflorar. (...) No hay educación sin
disciplina. (...) Ser libres es liberarse de las cargas negativas que uno tiene
y potenciar las positivas»[48] .
La corrección del
niño debe comenzar cuando es pequeño.
Las plantas
tiernas son más fáciles de enderezar.
No dejes que
nadie, delante de los niños pequeños, alabe lo malo y se ría de lo bueno.
Tampoco
toleres que les enseñen a decir picardías.
Por lo
mismo, pon mucho cuidado en que los niños pequeños no presencien nada en la casa
que pueda enseñarles el mal. Los niños son grandes imitadores: hay que tener
mucho cuidado de todo lo que se dice y se hace en su
presencia.
Ten también
cuidado de que en tu casa no haya cuadros o calendarios deshonestos, ni libros
ni revistas peligrosos. Preocúpate de inculcarles desde pequeños el amor a la
pureza, a la veracidad, honradez, servicio del prójimo, respeto a la autoridad,
etc.
Nada
persuade tanto a practicar el bien como el buen ejemplo. «No se enseña ni lo que
se sabe ni lo que se dice, sino lo que se hace» (Jaurés). Las palabras mueven, pero los
ejemplos arrastran. Son los hechos los que cuentan, no las
palabras.
Las
palabras son contraproducentes cuando son desmentidas por los hechos.
Los ejemplos
educan más que las palabras.
El niño
necesita modelos de comportamiento claros, fuertes y permanentes.
Si los
modelos son defectuosos, cambiantes y débiles, no sabrá lo que hay que hacer en
cada momento.
«Los padres
son las primeras figuras en que ponen los ojos los niños, y cualquier cosa que
hagan y defiendan servirá de base para el desarrollo del sistema de valores del
niño. (...)
»Es triste
ver la anarquía que reina en el ámbito de los valores de muchos padres.
»La buena
educación, si de veras ha de merecer este nombre, entraña instrucción de palabra
y de obra, con el establecimiento de una jerarquía de valores.
»Es
imposible formar la voluntad de un niño si no se forma su sentido de los
valores»[49] .
Pero
además de darles buen ejemplo, hay que hacerles actuar.
El secreto
de aprender está en el hacer.
«Exigir a
los hijos que hagan lo que es necesario hacer, lo que deben y pueden hacer según
su edad; sin permitirles concesiones. (...).
»Eso es
amarles y educarles para la vida.
»Tenerlo
todo, no haber tenido que esforzarse por nada,(...) es una tremenda
desgracia»[50] .
Es muy
importante lo que los niños ven en casa: rezar al acostarse y al salir a la
carretera, es más importante la misa que la playa, privarse de la telebasura,
reanudar el saludo a quien no se ha portado bien con nosotros, censurar los
malos ejemplos de las personas que salen en televisión,
etc.
«Lo que
verdaderamente educa es el ejemplo de una vida coherente, y la autoridad apoyada
en razones.
»No el
autoritarismo violento. La incidencia de la figura paterna ha sido estudiada por
Alinear Glueck comparando
quinientos muchachos delincuentes con otros quinientos que no lo son. La
investigación demuestra que la mayoría de los muchachos delincuentes han
dependido en su educación de padres con actitudes extremas de severidad o de
permisividad; mientras que los muchachos que presentan una conducta normal
pertenecen en su mayoría a padres que han sabido aplicar una disciplina firme
pero serena y dialogante»[51] .
Para los
hijos, tan malo es una autoridad dura y rigurosa, como la falta de autoridad.
El dejar que
los niños hagan lo que quieran es muy cómodo para los padres, pero funesto para
ellos. El niño necesita autoridad que le libere de su sentimiento de
inseguridad. El adolescente necesita guía.
«Incluso se da el caso del
muchacho que adopta una actitud provocativa ante su padre, actitud que en el
fondo no tiene otro objeto que el de forzarle -inconscientemente por supuesto- a
que ocupe su verdadero papel de jefe de familia. Busca la autoridad que tanto
precisa, y que es la base de su sentimiento de seguridad»[52] .
«Un error
contrario al autoritarismo es el abandono en el ejercicio de la autoridad con
los hijos.
»Ante las
continuas desobediencias y rebeldías, la solución más cómoda es dejar que el
niño haga lo que le apetezca.
»Pero esto
no es lo más educativo. Con esto no se le está haciendo ningún favor.
»Al
contrario, se le está dejando desprotegido. El niño se queda a merced de sus
antojos, sin las referencias del adulto, que le son imprescindibles. (...)
»Día a día
podemos comprobar cómo estos niños y niñas que han crecido sin la necesaria
autoridad de sus padres son personas sin criterios de conducta, con un enorme
desconocimiento de lo que debe hacerse y debe evitarse; incapaces de cualquier
tarea que no les apetezca y que suponga un esfuerzo sostenido. (...)
»De aquí
nace una moral hedonista, que entiende como bueno solamente lo que le apetece.
(...)
»Moverse
guiado por las apetencias rebaja la condición humana a la condición de animal.
»Un animal
se conduce guiado por sus instintos.
»Pero una
persona debe conducirse por su inteligencia y por su voluntad. El motor
principal del hombre es la voluntad, de la que el animal carece. (...) Las
personas necesitan un patrón de conducta y no dejarnos llevar por los intereses
ajenos: sólo los peces muertos siguen la corriente del río»[53].
La
disciplina es el adiestramiento del niño. Los estudios
realizados sobre los trastornos de la conducta de la juventud han
demostrado que un niño educado sin disciplina no es
capaz de controlarse cuando sea mayor.
Charles Manson, asesino de familias
enteras, cuando era niño hacía siempre su voluntad. Al
cabo de los años, ya hemos visto las consecuencias[54] .
Hubo un
tiempo que en la educación se abusó del autoritarismo y de aquello de que «la
letra con sangre entra».
Pero hoy,
con un movimiento pendular, se ha pasado a una inhibición de los educadores y a
dejar a los niños que sean buenos espontáneamente y encuentren la verdad por sí
solos; lo cual es utópico.
Antes se
abusó de la enseñanza memorística (recordemos la lista de los reyes godos), pero
hoy se elimina la memoria de la enseñanza, lo cual es funesto, pues la memoria
es una potencia humana necesaria en
El célebre
psico-pedagogo Dr. Bernabé Tierno,
dice:
«No seré yo
quien pretenda generalizar y meter en el mismo saco a todos los jóvenes.
»Pero nadie
me negará que cada vez abunda más el joven insolente, comodón, que ni estudia ni
trabaja, y tiene atemorizados a sus padres. ¿Qué está pasando?
»Son muchos
los factores que deberíamos tener en cuenta; pero me fijaré sólo en uno: la
dejación de autoridad en la familia y en la escuela, y la falta de educación en
el esfuerzo.
»Los
adolescentes y jóvenes de las últimas generaciones sólo han pedido cosas, nunca
les ha faltado nada.
»Han
descubierto que sus padres se lo dan todo, y les solucionan sus problemas; así
que no tienen que esforzarse ni superarse.
»Desde bien
pequeños siguen la ley del mínimo esfuerzo, y de hacer sólo lo que les gusta.
»Como estudiar, ser ordenado, ser responsable exige esfuerzo, no les gusta; y se
limitan a encerrarse en una actitud desafiante e insultante contra sus padres si
pretenden exigirles responsabilidad y esfuerzo. »Estamos cosechando el resultado
de la falta de exigencia, normas, autoridad, autodisciplina, y de una firme
convicción de padres y educadores en educar para la vida.
»Jóvenes que
con más de veinte años menosprecian, maltratan y atemorizan a sus padres, no
tienen otro tratamiento que éste: “Hijo, ya eres mayor de edad. Hemos hecho por
ti lo que hemos podido.
»Ha llegado
el momento de que tú te busques
El niño
necesita que le digan lo que es bueno y lo que es malo, y que le ayuden a ir por
el camino del bien.
La juventud
necesita dirección en sus deseos de aprender. Este deseo es propio de
Tener en
cuenta que el niño pequeño no puede comprender la ironía.
Entiende las
cosas literalmente, tal como se dicen.
Una broma
inocente para un adulto, puede hacer daño a un niño. Unos padres que se mofan de
lo que el niño toma en serio, pueden, en su equivocación, perder la confianza de
su hijo.
«Uno de los
peores errores en que pueden incurrir los padres es en el de hacer
comparaciones. Sólo conseguirás que tu hijo aborrezca a aquel con quien lo
comparas, y te lo tome a mal»[56] .
Según la
frase de María Montessori, la
célebre doctora italiana de fama mundial, «el niño debe ser respetado y no
utilizado como un juguete que nos divierte con sus gestos, balbuceos y gracias,
provocándole a repetirlas de modo abusivo, y a veces intempestivo,
pensando sólo en nuestra satisfacción. Al niño hay que tratarle como él lo
necesita. No como a nosotros nos gusta»[57] .
Es necesario
saber escuchar a los pequeños sus pequeñas preocupaciones. Así se les prepara el
camino de la confianza para cuando tengan que contar confidencias más
importantes.
Hay que
dejar a los hijos siempre un campo de autonomía. No olvidar que el niño necesita
autoafirmarse.
Diez
consejos para educar bien a los hijos:
1) Trata con
igual cariño a todos tus hijos.
2) No les
mientas nunca.
3) Contesta
con claridad a todas sus preguntas.
4) Utiliza
la amistad más que la autoridad.
5) No les
regañes en público.
6) Atiende
más a lo bueno que hace que a lo malo.
7) Si hace
algo mal, no lo disimules.
8) Si hace
algo bien, apruébaselo.
9) Ten
paciencia si no se corrige a la primera.
10) Procura
enseñarle más con tu ejemplo que con tus palabras.
[1] Hechos de los
Apóstoles, 5:29
[2] SAN PABLO: Carta a los
Colosenses, 3:20s
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Eclesiástico, 3: 3s,
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[13]ANTONIO ROYO MARÍN,
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[14] Nuevo Catecismo de
[15] ANTONIO ROYO MARÍN,
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