66,10.
También entran en este mandamiento las relaciones entre superiores y
subordinados, patronos y obreros, etc.
La organización
de la sociedad exige que haya quien mande y haya
quien obedezca. Por eso, el poder de la autoridad viene de Dios, y también por
eso la autoridad debe ejercerse según la ley de Dios. Los que mandan deben
hacerlo con justicia y delicadeza; y los que obedecen, con respeto, fidelidad y
sumisión.
Lo mismo que
los súbditos tienen la obligación de obedecer, las Autoridades tienen la
obligación de mandar según
«La
implantación en el mundo de la doctrina social de la Iglesia es una aspiración
de todo buen cristiano (...)
»Después de
la conversión del emperador romano Constantino se fueron convirtiendo al
cristianismo los diversos pueblos del norte de Europa que culminó con la
conversión del sajón Otón y la
fundación del Sacro Imperio Romano-Germánico, columna vertebral de la Edad
Media»[1].
«Durante
«La sociedad
medieval fue una sociedad anclada en la fe. (...) Lo que creía el aldeano era lo
que creía el emperador y el papa»[3].
«La
generalidad de los autores coinciden en ver en el siglo XIII el siglo de oro
medieval»[4].
Característico de
«Las Órdenes
Militares nacieron con fines no estrictamente militares o guerreros, sino más
bien caritativos y benéficos: para proteger y dar morada a los peregrinos. (...)
La primera de ellas, cronológicamente hablando, fue la de los Caballeros
Hospitalarios de San Juan.(...) La segunda fue la de los Templarios, fundada
también para la protección de los peregrinos que llegaban a Tierra
Santa»[5]
Muchos
peregrinos morían a manos de los musulmanes que dominaban la
zona.
Los Templarios
fueron disueltos por el Papa
Clemente V, por presión del rey
francés Felipe IV el Hermoso, que
ansiaba apoderarse de los bienes acumulados por esta Orden Militar, y la acusó
de herejía y corrupción. Pero la historiadora italiana Bárbara Frale ha demostrado que esta
acusación fue calumniosa. Su estudio la ha presentado en la publicación de
estudios históricos y arqueológicos Hera[6].
Digamos algo
de Las
cruzadas.
A partir de
la fundación del Islam por Mahoma,
el año 622, empezó el expansionismo de los mahometanos que llegaron hasta
Austria y sitiaron a Viena.
Jerusalén
fue tomada por Omar, que levantó
su mezquita en la explanada del templo.
Los
musulmanes hostigaban y hasta martirizaban a los cristianos que peregrinaban a
Tierra Santa. Pedro el Ermitaño
peregrinó a Jerusalén, y al ver la triste situación en que se
encontraban los Santos Lugares, al volver, convenció al Papa Urbano II que era necesario reconquistar
los Santos Lugares para que los cristianos pudieran peregrinar a ellos sin
peligro de su vida.
El Papa
Urbano II convocó un concilio en
Clermont-Ferrand en 1095 del que surgió
La consigna
de las cruzadas era «Dios lo quiere».
Como en
todas las cosas humanas, en las cruzadas se mezclaron las luces con las sombras.
Pero tomadas en conjunto fueron la manifestación del espíritu cristiano de la
época, y la ocasión de innumerables actos de
heroísmo.
Vittorio Messori
en su libro Leyendas negras de la Iglesia, hablando
del Profesor de Historia y Sociología de la Universidad de Bruselas Moulin, uno de los intelectuales más
prestigiosos de Europa, cita estas palabras: «Haced caso de este viejo
incrédulo, que sabe lo que dice: la obra maestra de la propaganda anticristiana
es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala
conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia
historia. A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han
conseguido convencernos de que sois los responsables de todos, o casi todos, los
males del mundo. (...) Habéis permitido que todos os pasaran cuentas, a menudo
falseadas, casi sin discutir. No ha habido problema, error o sufrimiento
histórico que no se os haya imputado. Y vosotros, casi siempre, ignorantes de
vuestro pasado, habéis acabado por creerlo. Hasta el punto de respaldarlos. En
cambio, yo (agnóstico, pero también historiador que trata de ser objetivo) os
digo que debéis reaccionar en nombre de la verdad. (...) Tras un balance de
veinte siglos de cristianismo las luces prevalecen ampliamente sobre las
tinieblas»[7].
En el clima de cristiandad de su tiempo se explica la Inquisición.
No es justo
juzgar a la Inquisición con los criterios de hoy. Hay que hacerlo con los
criterios de entonces.
«En una
sociedad en la que la fe constituía la base y garantía de la convivencia, el que
atentaba contra la fe era el equivalente de lo que para nosotros es el
terrorista. (...) Actualmente consideramos bienhechores a los que previenen
epidemias físicas. Pero cuando se pone en primer lugar la salvación del
espíritu, se consideran bienhechores a los que combaten las enfermedades del
alma»[8].
Por otra
parte conviene advertir que
Hoy en
España tenemos una sociedad que nos ha llenado de cosas, pero nos ha vaciado de
Dios. Tenemos muchos aparatos electrodomésticos e informáticos, pero la cultura
que domina ignora a Dios y a
66,11. La cuestión social se ha agravado
profundamente en nuestro tiempo, por el poco caso que se ha hecho de la doctrina
social de la Iglesia[10] .
La solución
está en que nos convenzamos de que todos somos hermanos, y por lo tanto, debemos
ayudarnos mutuamente[11] . El
que tiene más debe dar al que tiene menos, pues todos los hombres deben gozar
suficiente - pero moderadamente- de los bienes de este mundo.
«El
cristiano rico no se regocija de su condición, pues sabe que su riqueza le
impone deberes; no ama la riqueza, sino a sus hermanos; y en la riqueza ve un
recurso para ayudarles»[12] .
Lo que pasa
es que muchos que se dan el nombre de cristianos -y con sus obras demuestran que
no lo son- no quieren hacer caso de lo que manda la Iglesia.
Pío
XI se quejaba amargamente: «es en
verdad lamentable que haya habido, y aun ahora haya, quienes llamándose
católicos apenas se acuerdan de la sublime ley de la justicia y de la caridad en
virtud de la cual nos está mandado no sólo dar a cada uno lo que le pertenece,
sino también socorrer a nuestros hermanos necesitados como al mismo Cristo.
ȃsos, y
esto es lo más grave, no temen oprimir a los obreros por espíritu de lucro.
»Hay,
además, quienes abusan de la misma religión y se cubren con su nombre en las
exacciones injustas para defenderse de las reclamaciones completamente justas de
los obreros. No cesaremos nunca de condenar semejante conducta; esos hombres son
la causa de que la Iglesia, inmerecidamente, haya podido tener la apariencia y
ser acusada de inclinarse de parte de los ricos, sin conmoverse ante las
necesidades y estrecheces de quienes se encontraban como desheredados de su
parte de bienestar en esta vida»[13] .
Jesucristo no se
presentó como un nuevo Espartaco
proclamando la libertad de los esclavos con las armas en la mano.
Jesucristo acabó con
la esclavitud, pero no con la fuerza de las armas, sino con la fuerza de su
doctrina.
Las
injusticias no se vencen con el odio, sino haciendo a los hombres mejores. El
odio cambia una injusticia por otra. Lo único que hace mejores a los hombres es
el amor al prójimo.
Para hacer
mejor a la humanidad, no hay otra doctrina que supere a
Convenzámonos que mientras todos
-los de arriba y los de abajo- no obedezcamos a nuestra Santa Madre la Iglesia,
el mundo no se arreglará. El odio y el egoísmo no pueden sustentar la verdadera
paz.
La doctrina
social de la Iglesia no es dinamita que destroza, sino levadura que transforma
lentamente.
Toma enorme
impulso con Pío XI en sus
encíclicas Quadragessimo anno (1937)
a los cuarenta años de
Juan XXIII
dejó dos importantes encíclicas:
Mater et Magistra (!961)
sobre el cristianismo y el progreso social, y Pacem in terris (1965) sobre los
derechos humanos.
Pablo VI,
entre otros documentos, dejó
Populorum Progressio (1967)
sobre el desarrollo de los pueblos, y Octogessima Adveniens (1971) sobre
las ideologías.
Juan Pablo II
ha dejado varias encíclicas muy
importantes:Laborem exercens (1981)
sobre el trabajo, Sollicitudo rei
socialis (1987) sobre el desarrollo, y Centesimus annus (1991) sobre el
orden económico.
66,12.
Pío XII les dijo a los católicos
austríacos: «La lucha de clases nunca podrá ser el objetivo de la doctrina
social católica»[16] .
«Se equivoca
-dice Pío XII a los trabajadores
italianos el 1º de mayo de 1953- quien piensa que sirve a los intereses del
obrero con los viejos métodos de la lucha de clases».
Hay que
conseguir una colaboración de las clases, basada en la confianza y en el mutuo
cumplimiento de los deberes sociales.
Salvador de
Madariaga, conocido intelectual republicano,
dijo que para los marxistas la lucha de clases no es un medio, sino un fin: en
las situaciones en que hay bienestar y paz social, procuran acabar con esto y
crear la lucha de clases[17] .
Dijo
Juan Pablo II en Brasil:
«La
liberación cristiana usa medios evangélicos y no recurre a ninguna forma de
violencia, ni a la dialéctica de la lucha de clases o a la praxis o análisis
marxista»[18] ...
«La lucha de
clases no conduce al orden social porque corre el riesgo de invertir las
situaciones de los contendientes, creando nuevas situaciones de injusticia»...
«Rechazar la
lucha de clases es optar decididamente por una noble lucha en favor de la
justicia social»...
«El bien
común de una sociedad exige que esa sociedad sea justa. Donde falta la justicia,
la sociedad está amenazada desde dentro. Eso no quiere decir que las
transformaciones necesarias para llevar a una mayor justicia deban realizarse
con la violencia, la revolución ni el derramamiento de sangre, porque la
violencia prepara una sociedad violenta, y nosotros los cristianos no la podemos
admitir. Pero hay transformaciones sociales, a veces profundas, que deben
realizarse constantemente, progresivamente, con eficacia, y con realismo, por
medio de reformas pacíficas»[19] .
La Iglesia,
en sus veinte siglos de existencia, ha tenido que vivir en medio de las
estructuras sociales más diversas.
Y siempre,
en todos los ambientes, ha trabajado por la implantación de la justicia social.
No por medio
de una revolución sangrienta, sino por medio de su doctrina y de su influjo.
Y lo mismo
que en la antigüedad abolió la esclavitud e instituyó los gremios -verdaderas
familias de productores, que tan buenos frutos dieron para el equilibrio social
y buena distribución de las riquezas[20] -, así
en nuestra época abolirá la injusticia social, consecuencia del capitalismo
liberal; y se impondrá la hermandad cristiana que armonice las relaciones entre
todos los hombres.
«La igual
dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para reducir las excesivas
desigualdades sociales y económicas, e impulsa a la desaparición de las
desigualdades inicuas»[21] .
«La Iglesia
se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes terrenos,
y en las relaciones socio-económicas»[22] .
El
cumplimiento de la doctrina social de la
Iglesia, por parte de todos, hará que patronos y obreros vivan en
perfecta concordia y bienestar. Esta colaboración de unos y otros para la
implantación de la doctrina de la Iglesia es la que ha de solucionar el problema
social.
La Iglesia
da las directrices; pero ella sola no puede[23] .
Necesita la
colaboración de todos. Ella da la doctrina, pero las realizaciones dependen de
los hombres[24] . La
Iglesia no tiene soluciones técnicas, pero sí orientaciones
morales.
«El
Magisterio Social de la Iglesia no presenta soluciones técnicas para los
problemas sociales»[25].
«El objetivo
de
La Iglesia
no impone su enseñanza moral, pero ofrece principios iluminadores, pues es
«experta en humanidad»[27].
La empresa
moderna es muy distinta de la del siglo pasado.
Ha avanzado
mucho, pero todavía no ha llegado a la meta que desea
«El
reconocimiento de la dignidad de la persona humana, sujeto de derechos
inalienables, se encuentra en los fundamentos de toda la enseñanza social de la
Iglesia»[28]
Como dijo el
Papa Pío XI el capitalismo, en sí,
no es malo; pues
Pero «viola
el recto orden de la justicia cuando esclaviza al obrero despreciando su
dignidad humana»[29] .
«Los
responsables de las empresas están obligados a considerar el bien de las
personas, y no solamente el aumento de las ganancias»[30] .
66,13. «Las
empresas económicas son comunidades de personas, es decir, de hombres libres y
autónomos, creados a imagen de Dios. Por ello, teniendo en cuenta las diversas
funciones de cada uno -propietarios, administradores, técnicos y trabajadores-,
y quedando a salvo la necesaria unidad en la dirección, se ha de promover la
activa participación de todos en la gestión de la empresa, según formas que
habrá que determinar con acierto.
»Con todo,
como en muchos casos no es a nivel de empresa, sino en niveles institucionales
superiores, donde se toman las decisiones económicas y sociales, de las que
depende el porvenir de los trabajadores y de sus hijos, deben los trabajadores
participar también en semejantes decisiones por sí mismos o por medio de
representantes libremente elegidos.
»Entre los
derechos fundamentales de la persona humana debe contarse el derecho a fundar libremente asociaciones obreras que
representen auténticamente al trabajador y puedan colaborar en la recta
ordenación de la vida económica, así como también el derecho de participar
libremente en las actividades de las asociaciones, sin riesgo de represalias.
»Por medio
de esta participación organizada, que está vinculada al progreso en la formación
económica y social, crecerá más y más entre los trabajadores el sentido de la
responsabilidad, que les llevará a sentirse sujetos activos, según sus medios y
aptitudes propias, en la tarea total del desarrollo económico y social del logro
del bien común universal.
»En caso de
conflictos económico-sociales hay
que esforzarse por encontrarles soluciones pacíficas.
»Aunque se
ha de recurrir siempre primero a un sincero diálogo entre las partes, sin
embargo, en la situación presente, la
huelga puede seguir siendo medio necesario, aunque extremo, para la
defensa de los derechos y el logro de las aspiraciones justas de los
trabajadores.
»Búsquense,
con todo, cuanto antes, caminos para negociar y reanudar el diálogo
conciliatorio»[31] .
«La huelga
es un método reconocido por
»Admitiendo
que es un medio legítimo, se debe subrayar al mismo tiempo que la huelga sigue
siendo, en cierto sentido, un medio extremo. No se puede abusar de él;
especialmente en función de “los juegos políticos”. Por lo demás, no se puede
jamás olvidar que cuando se trata de servicios esenciales para la convivencia
civil, éstos han de asegurarse en todo caso, mediante medidas legales
apropiadas, si es necesario.
»El abuso de
la huelga puede conducir a la paralización de toda la vida socio-económica, y
esto es contrario a las exigencias del bien común de la
sociedad»[32] .
La admisión
de la huelga no legitima el empleo de medios injustos de presión huelguista como
la calumnia, la mentira, las amenazas contra las personas, el sabotaje, y, en
general, los medios llamados de acción directa.
Se requiere
asimismo que la huelga no vaya más lejos de lo que sea necesario para conseguir
la finalidad de reparación de la injusticia o consecución de la mejora
justamente pretendida.
«La huelga
resulta moralmente inaceptable cuando va acompañada de violencias, o también
cuando se lleva a cabo en función de objetivos no directamente vinculados con
las condiciones de trabajo, o contrarios al bien común. El beneficio a obtener
debe ser proporcionado a los males que ocasiona»[33]
«Nadie está
obligado en conciencia a tolerar la injusticia cometida contra él. Obran
rectamente las personas que defienden sus propios derechos, respetando siempre
los derechos de los demás.
»Frente a la
injusticia cabe, pues, una legítima oposición. Esta acción en contra de la
injusticia establecida es tarea propia tanto de
»El Estado
mantiene el orden justo principalmente mediante las leyes, la fuerza publica y
la acción de los tribunales.
»Los
ciudadanos disponen de dos medios extraordinarios para oponerse a la injusticia
social: la huelga y, en casos extremos, la revolución»[34] .
La Iglesia
siempre ha defendido el derecho de los obreros a organizarse en sindicatos, pero
«los sindicatos han de defender los legítimos intereses y derechos de los
trabajadores bajo el criterio superior del bien común»[35].
66,14.
«Mucho más extrema que la huelga, por la complejidad de implicaciones de todo
orden que lleva consigo, es la
revolución como recurso de oposición a la injusticia, no limitado ya
al campo económico, sino insertado en la línea política.
»La doctrina
tradicional católica ha reconocido siempre su legitimidad, cuando se dan
determinadas condiciones, como instrumento para liberarse de la injusticia
padecida por un pueblo, y siempre que su puesta en marcha represente un mal
menor comparado con las consecuencias desastrosas provocadas por el régimen de
injusticia establecido en la sociedad»[36] .
Y que se
hayan agotado todos los otros recursos, haya esperanza fundada de éxito, y sea
imposible prever razonablemente soluciones mejores[37] .
A esta
posibilidad se refería Pablo VI en
»Sin
embargo, como es sabido, la insurrección revolucionaria, salvo en el caso de
tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos
fundamentales de la persona y dañase peligrosamente al bien común del país,
engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas
ruinas. No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor».
Pablo
VI, en la tradicional audiencia
colectiva del primero de año al Cuerpo Diplomático acreditado ante
«La Iglesia
no puede aprobar a quienes pretenden alcanzar este objetivo tan noble y legítimo
a través de la subversión violenta del derecho y del orden social. La Iglesia
tiene conciencia, es cierto, de adoptar con su Doctrina, una revolución, si con
este término se entiende un cambio de mentalidad, una modificación profunda de
la escala de valores.
»Tampoco
ignora la fuerte atracción que la idea de revolución, entendida en el sentido de
un cambio brusco y violento, ejerce en todo tiempo en algunos espíritus ávidos
de lo absoluto, de una solución rápida, enérgica y eficaz, como ellos piensan,
del problema social, y con gusto en ella verían la única vía que conduce a la
justicia.
»En
realidad, la acción revolucionaria engendra ordinariamente toda una serie de
injusticias y de sufrimientos, porque la violencia desencadenada es difícil de
controlar y actúa tanto contra las personas como contra las estructuras. No es,
por tanto, a los ojos de la Iglesia, una solución apta para remediar los males
de la sociedad»[38] .
«He aquí
otro criterio fundamental que ha de orientar la acción de los católicos en la
sociedad: la Iglesia no prohíbe, sino que recomienda a sus fieles que colaboren
con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de una sociedad más
justa»[39] .
«No
corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad
política y en la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la
vocación de los seglares»[40] .
«La
diversidad de regímenes políticos es legítima con tal que promuevan el bien de
la comunidad»[41] .
«La
autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en
cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos.
»Si los
dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden
moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia»[42] .
«El
ciudadano tiene obligación, en conciencia, de no seguir las prescripciones de
las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias
del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas
del Evangelio, pues dice la Biblia[43] que
«hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres»[44] .
«El bien
común comporta tres elementos esenciales: el respeto y la promoción de los
derechos fundamentales de la persona; la prosperidad o el desarrollo de los
bienes espirituales y temporales de la sociedad; y la paz y la seguridad del
grupo y de sus miembros»[45] .
«Todos los
hombres gozan de una misma dignidad»[46] .
Los ateos
atacan al cristianismo como alienación que atrofia la iniciativa y el trabajo
del hombre[47] .
Piensan que
el fenómeno religioso es alienante, porque creen que la afirmación de la
existencia de Dios aparta al creyente del empeño por la realización del mundo y
del hombre, pues lo engaña con la utopía de un paraíso futuro.
Pero no es
así.
El plan de
Dios y el Evangelio dicen que «el hombre es responsable de su desarrollo lo
mismo que de su salvación»[48] .
El
cristianismo «enseña que la importancia de las tareas terrenas no es disminuida
por la esperanza del más allá»[49] . «Por
el contrario, obliga a los hombres aún más a realizar estas
actividades»[50] .
«La obra
redentora de Cristo, aunque de
suyo se refiere a la salvación de los hombres, se propone también la
restauración de todo el orden temporal»[51] .
«Pertenece a
la misión de la Iglesia emitir un juicio moral sobre las cosas que afectan al
orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la
salvación de las almas»[52] .
«La Iglesia,
como heredera de la doctrina y de la misión de Cristo, tiene que juzgar, desde el punto de
vista moral, las actividades de los hombres. Tiene que dar a sus miembros, por
medio de sus maestros, orientaciones morales para que en toda su vida, tanto
privada como pública, puedan proceder conforme a la doctrina del
Evangelio»[53] .
Es evidente
que la Iglesia, en cuanto tal, no tiene la función de edificar el mundo temporal[54] .
Pero «se
equivocan los cristianos que consideran que pueden descuidar las tareas
temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más
perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno»
[55] .
«El plan de
Dios sobre el mundo es que los hombres instauren con espíritu de concordia el
orden temporal y lo perfeccionen sin cesar»[56] .
«El
cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el
prójimo, falta sobre todo a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su
eterna salvación»[57] .
Los
seglares no pueden limitarse a trabajar por la edificación del Pueblo de Dios o
la salvación de su alma para la eternidad, sino que han de empeñarse en la
instauración cristiana del orden temporal.
Por su
situación en el mundo, los seglares son los responsables directos de la
presencia eficaz de la Iglesia en cuanto a la organización de la sociedad en
conformidad con el espíritu del Evangelio.
«Cuando
La denuncia
por la denuncia no vale, y menos todavía la denuncia por el sensacionalismo a
estilo periodístico.
La denuncia
es para la corrección del mal. La prudencia aconsejará si es o no conveniente.
Se han
presentado ocasiones en que la jerarquía eclesiástica quería denunciar
públicamente situaciones de opresión e injusticia, especialmente en países
comunistas, y los cristianos de estos países han pedido que no lo hicieran,
porque habría represalias que crearían una situación
peor.
Un caso
histórico se dio cuando la persecución hitleriana a los judíos; muchos querían
que el Papa protestase públicamente.
Y fue mucho
más eficaz su trabajo en comisiones y delegaciones, consiguiendo la libertad de
muchos judíos. Hecho que fue reconocido y agradecido públicamente por los
mismos.
El
historiador jesuita francés, Pierre Blet,
que ha publicado, en doce volúmenes, los documentos de
«Su denuncia
habría impulsado a Hitler a
agravar la suerte de los judíos»[60] .
Marcus Melchior,
rabino jefe de Dinamarca que
sobrevivió al HOLOCAUSTO dijo: «Si el Papa hubiera hablado Hitler hubiera masacrado a muchos más de
los seis millones de judíos»[61].
Pío XII
pensaba hacer una declaración en
favor de los judíos, pero
Un LIDER
JUDíO ITALIANO APOYó EL SILENCIO DE PíO
XII. Afirma:«Mis padres se salvaron al encontrar refugio en un
convento». «Creo que Pío XII sólo
podía actuar de la manera en que lo hizo. Sabía que si hubiera tomado una
posición oficial contra Hitler las
persecuciones se dirigirían también contra los católicos».
Estas han
sido las declaraciones de Massimo
Caviglia, director de la revista
«Shalom», el mensual más difundido y autorizado de la comunidad
hebrea italiana. Según Caviglia,
el auténtico espíritu del Papa Pacelli (Pío
XII) está comprobado por el hecho de que, «en privado, ayudó a los
hebreos, dándoles asilo en las estructuras eclesiásticas. Mis padres se salvaron
al encontrar refugio en un convento»[63] .
«La relación
del Papa Pacelli con el judaísmo
se convierte cíclicamente en actualidad. Algunos sectores le acusan de haber
guardado «silencio» durante el Holocausto. Por su parte, Juan Pablo II siempre ha defendido la labor
de su predecesor, hasta el punto de que ha alentado su causa de
beatificación.
Para arrojar
nueva luz sobre el argumento, sale en estos momentos la edición italiana del
libro de sor Margherita Marchione
en el que se recogen testimonios de judíos salvados por la Iglesia y el
pontífice en aquellos años oscuros. Pío
XII «hizo todo lo posible», explica la religiosa. «Basta citar al
comisario de la Unión de las Comunidades Israelitas Italianas,quien en
"L'Osservatore Romano" del 8 de septiembre de 1945 dice textualmente: "En primer
lugar, ofrecemos un reverente homenaje de reconocimiento al Sumo Pontífice, a
los religiosos y a las religiosas que, aplicando las orientaciones del Santo
Padre, no han visto en los perseguidos a hebreos, sino a
hermanos"».
Renzo de
Felice, uno de los historiadores más
rigurosos de Italia, hizo la lista de los 150 monasterios de la ciudad de Roma
en la que se encontraban escondidos los judíos para defenderse de la ocupación
nazi.
La autora
del libro no tiene la menor duda: «ante el drama del genocidio, Pío XII no fue un espectador impasible».
La documentación que lo atestigua es monumental. «Existen doce volúmenes de
documentos del archivo vaticano en el que se ofrece la prueba de que el Santo
Padre hizo todo lo que era posible y que los judíos quedaron sumamente
agradecidos»[64].
El padre
jesuita Peter Gumpel, catedrático
emérito de
Dice el
P.Gumpel: «Creo que no existe en
el mundo una figura pública que haya recibido tantas muestras de agradecimiento
y reconocimiento por parte de la comunidad judía como Pío XII».
Según el
historiador Peter Gumpel, fuentes
judías confirman que Pío XII, con
su intervención, salvó a 800.000 hebreos[67].
James Bogle
dice que el diplomático israelí
Pinchas Lapide alabó al Papa
Pío XII en su libro The Last Three Popes and the Jews. Lapide mostró que el Papa salvó más vidas
judías que todas las potencias aliadas juntas[68]. En un
documentado estudio afirma que salvó a 850.000 judíos de manos de los
nazis[69].
David Dalin,
rabino de Nueva York, destacada
personalidad en el mundo judío, afirma en un artículo publicado en
Existe una
actitud de prudencia. Muchas veces se da el nombre de prudencia a la cobardía;
eso es malo. Pero la temeridad agresiva puede tomar el nombre de valor, y
también es malo.
Si queremos
que la denuncia sea eficaz tenemos que hacerla primeramente con toda la verdad,
es decir, que sea verdad lo que denunciamos y estar ciertos de que estamos en
Hoy se habla
mucho de los derechos humanos.
Todos los
aceptan.
Pero no
todos los cumplen.
Los derechos
humanos se basan en el dignidad de la persona humana. Y la Iglesia es la que más
valora al hombre, pues para Ella es hijo de Dios[71] .
Por citar
las más modernas podríamos decir lo siguiente:
La primera
ley sobre el descanso dominical, aprobada por el Parlamento francés, fue
propuesta por diputados católicos.
El primer
comité o consejo de empresa, fue instituido en 1885 por el empresario católico
francés León Harmel, en su fábrica
Val-des-Bois.
La
implantación obligatoria del Seguro de Enfermedad fue propuesta en 1900 en
Francia por el sacerdote Lemir.
No es
cierto, por tanto, que los católicos hayamos llegado siempre
tarde[72] .
«La
restauración cristiana de la sociedad, como uno de los objetivos de la misión de
la Iglesia en el mundo, no significa que sean los cristianos, ni los católicos
los únicos capaces de respetar los derechos de la persona humana, de defender la
legítima libertad de los pueblos o de instaurar un régimen de justicia. Hay
hombres, incluso no creyentes, que aspiran a conseguir los mismos objetivos. El
esfuerzo de la Iglesia no se contrapone, sino que se suma, a los esfuerzos de
estos hombres de buena voluntad, y los católicos comparten con ellos el afán y
los proyectos para construir una ciudad secular más libre, más justa, más
humanizada, más habitable para el hombre, de manera que todos contribuyan a
realizar en el mundo el plan de Dios»[73] .
Por
esto afirma el Vaticano II:
«El
Concilio aprecia con el mayor respeto cuanto de verdadero, de bueno y de justo
se encuentra en las variadísimas instituciones fundadas ya, o que incesantemente
se fundan, en la humanidad.
»Declara,
además, que la Iglesia quiere ayudar y fomentar tales instituciones en lo
que de ella dependa, y pueda conciliarse con su misión propia.
»Nada desea
tanto como desarrollarse libremente, en servicio de todos, bajo cualquier
régimen político que reconozca los derechos fundamentales de la persona y de la
familia, y los imperativos del bien común»[74] .
Hagamos los
hombres mejores si queremos un mundo mejor. Para cambiar el mundo
no basta cambiar las estructuras.
«Es cierto
que un mundo injusto dificulta gravemente el cambio de las personas.
»Pero sería
una coartada atribuir todo el mal a unas impersonales estructuras que serían el
chivo expiatorio de todos nuestros errores personales.
»Jesús coloca como primario y fundamental el
tema de la responsabilidad personal de cada hombre en ese cambio
necesario»[75] .
El 30 de
diciembre de 1987, Juan Pablo II
publicó la séptima de sus encíclicas titulada Sollicitudo rei socialis, es decir,
«preocupación por la cuestión social». De ella son estos
párrafos:
«El objetivo
de la paz, tan deseado por todos, sólo se alcanzará con la realización de la
justicia social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que
favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos para construir juntos
dando y recibiendo una sociedad nueva y un mundo mejor»(nº39).
«La Iglesia
no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo, en
cuanto tal, no propone sistemas o programas económicos o políticos, ni
manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal que la dignidad del hombre
sea debidamente respetada y promovida, y ella goce del espacio necesario para
ejercer su ministerio en el mundo»(nº14).
«La doctrina
social de la Iglesia no es una “tercera vía entre el capitalismo liberal y el
colectivismo marxista” se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de
las personas»(nº41).
«Un
desarrollo sólo económico no es capaz de liberar al hombre: al contrario, lo
esclaviza todavía más. Un desarrollo que no abarque la dimensión cultural,
transcendente y religiosa del hombre y de la sociedad, contribuiría aún menos a
la verdadera liberación»(nº6).
«Todos
estamos llamados, más aún, obligados, a ese tremendo desafío... Cada uno está
llamado a ocupar su propio lugar en esta campaña pacífica, que hay que realizar
con medios pacíficos para conseguir el desarrollo de la
paz»(nº47).
«Quiero
dirigirme a todos los hombres y mujeres sin excepción, para que convencidos de
la gravedad del momento presente, y de la respectiva responsabilidad individual,
pongamos por obra -con el estilo personal y familiar de vida, con el uso de los
bienes, con la participación como ciudadanos, con la colaboración en las
decisiones económicas y políticas, y con la actuación a nivel nacional e
internacional- las medidas inspiradas en la solidaridad y en el amor
preferencial por los pobres»(nº47).
El hombre
materialista ha levantado un altar a los ídolos del dinero, el sexo y el poder.
En su
adoración corre tras la felicidad sin conseguirla.
Como los
galgos que corren tras la liebre mecánica sin alcanzarla jamás.
O como el
que corre tras su sombra para alcanzarla sin poder
conseguirlo.
Al barrer a
Dios de la vida cruje la familia, fracasa el matrimonio, la juventud se
esclaviza de la lujuria, y muchos negocios se convierten en bandas de
ladrones.
Sólo Dios da
motivación eficaz para la honradez y
Para
moralizar la vida vale más el catecismo que la
policía.
Después de
Sin
Cristo los hombres se convierten
en fieras que se devoran unas a otras.
Al final de
su libro tiene una conmovedora oración a Cristo:
«Cristo, vuelve, que te
necesitamos.
- El que
tiene hambre te necesita a Ti: Pan de vida eterna.
- El que
tiene sed, te necesita a Ti: que das agua de vida
eterna.
- El que
busca lo bello te busca a Ti: Hermosura eterna.
- El que
busca la verdad te busca a Ti: Verdad eterna.
- El que
busca la paz te busca a Ti: el único que da la Paz
verdadera.
¡Todos
claman por Ti, Cristo! ¡Ven Señor
Jesús! ¡Te
necesitamos!
Muchos están
rodeados por el cristianismo, pero éste no ha penetrado en su corazón de piedra:
como el canto rodado sumergido en el arroyo, que si lo partes, por dentro está
seco porque el agua no le ha calado.
Cuentan de
unos náufragos que estaban muertos de sed en su bote salvavidas. Las corrientes
marinas habían llevado el bote hasta la desembocadura del río Amazonas.
El bote
estaba rodeado de agua dulce del inmenso caudal del Amazonas, pero los
náufragos, sin saberlo, se morían de sed.
66,15.
«Todos los hombres tienen el derecho y el
deber de trabajar. Muchos hombres desearían trabajar pero no pueden.
Uno de los problemas actuales más graves es el paro, o falta de puestos de
trabajo»[76] .
«El derecho
al trabajo es un bien de la Humanidad que hay que compartir.
»Es
necesario que los cristianos nos esforcemos para lograr que todos los hombres
tengan en la sociedad un puesto de trabajo dignamente retribuido; que el trabajo
sea cual fuere, no constituya para nadie una humillación; y que cada hombre,
encuentre, en lo posible, el trabajo más adecuado a sus capacidades y
vocación»[77] .
Muchos que
exaltan su libertad como el supremo de los valores, después se quejan cuando sus
derechos son arrollados por otro que en nombre de su propia libertad no le
respeta a él[78] .
El trabajo
del hombre debe ser humano.
Es decir,
que dignifique al hombre que lo realiza, no que lo deshumanice, como puede
ocurrir en algunos trabajos en los que el hombre se convierte en una pieza más
de la máquina.
El trabajo
humano debe dejar un margen a la inteligencia del
hombre.
Y en los
trabajos insalubres y peligrosos se deben tomar las medidas de seguridad e
higiene adecuadas para proteger al trabajador; así como la retribución
proporcionada y el descanso requerido.
66,16. Oigamos la doctrina de los
Papas sobre salarios:
«No puede
decirse que se haya satisfecho a la justicia social, si los obreros no tienen
asegurado su propio sustento y el de sus familias, con un salario proporcionado
a este fin; si no se les facilita la ocasión de adquirir alguna modesta fortuna,
previniendo así la plaga del pauperismo universal; si no se toman precauciones
en su favor, con seguros públicos y privados, para el tiempo de la vejez, de la
enfermedad y de paro.
»En una
palabra, para repetir lo que dijimos en nuestra encíclica Quadragessimo anno: “La economía social estará
sólidamente constituida y alcanzará sus fines, sólo cuando a todos y a cada uno
se provea de todos los bienes que las riquezas y subsidios naturales, y la
técnica y la constitución social de la economía pueden producir”.
»Estos
bienes deben ser suficientemente abundantes para satisfacer las necesidades y
honestas comodidades, y elevar a los hombres a aquella condición de vida más
feliz que, administrada prudentemente, no sólo no impide la virtud, sino que la
favorece en gran manera»[79] .
Pío
XII, en su alocución del 13 de junio de
«Un salario
que asegure la existencia de la familia, y sea tal que haga posible a los padres
el cumplimiento de su deber natural de criar una prole sanamente alimentada y
vestida; una habitación digna de personas humanas; la posibilidad de procurar a
los hijos una suficiente instrucción y una educación conveniente; la de mirar y
adoptar providencias para los tiempos de estrechez, enfermedad y
vejez».
Juan
XXIII, en su encíclica Mater et Magistra, dice: «Una profunda
amargura embarga nuestro ánimo ante el espectáculo inmensamente triste de
innumerables trabajadores a los cuales se les da un salario que los somete a
ellos y a sus familias a condiciones de vida infrahumana»[80] .
El Concilio
Vaticano II haciendo suyas unas palabras de Juan XXIII en su encíclica Mater et Magistra, dice:
«La
remuneración del trabajo debe ser suficiente para permitir al hombre y
«Como es
fácil apreciar, no es sencillo determinar los límites del salario íntegramente
justo y equitativo.
»El criterio
del salario legal, fijado por el Estado, no es suficiente, y los patronos
tendrán que suplirlo con su sentido de la justicia.
»Lo que
nunca se puede olvidar es que mayor derecho tienen el trabajador y su
familia al salario, que el capitalista a sus dividendos de beneficios; y que
todo beneficio adquirido a costa de la injusta retribución del trabajo ha de ser
considerado como explotación y riqueza injusta.
»Sobre sus
dueños y sus herederos pesa la incondicional obligación de la
restitución»[82] .
«Los bienes
creados -ha dicho el Cardenal Bueno
Monreal en
»En
consecuencia, deben llegar a todos en forma justa y en clima de caridad. No
todos los hombres son iguales en lo que toca a la capacidad física y a las
cualidades intelectuales y morales, pero hay una igualdad fundamental por
naturaleza, origen, vocación y destino. Toda forma de discriminación en los
derechos fundamentales de la persona es contraria al plan divino y ha de ser
eliminada»[83] .
«Aunque
existen diversidades justas entre los hombres, sin embargo, la igual dignidad de
la persona exige que se llegue a una situación social más humana y más justa.
Resulta escandaloso el hecho de las excesivas desigualdades económicas y
sociales que se dan entre los miembros o los pueblos de una misma familia
humana. Son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la
persona humana y a la paz social e internacional»[84] .
Si el padre
de familia tiene obligación de mantenerla, esto supone el derecho de disponer de
los medios necesarios para ello[85] .
Juan Pablo
II en su encíclica Laborem exercens dice: «Una justa
remuneración por el trabajo de la persona adulta, que tiene responsabilidades de
familia, es la que sea suficiente para fundar y mantener dignamente una familia
y asegurar su futuro. Tal remuneración puede hacerse bien sea mediante el
llamado salario familiar, es decir, un salario único dado al cabeza de familia
por su trabajo y que sea suficiente para las necesidades de la familia, sin
necesidad de hacer asumir a la esposa un trabajo retribuido fuera de casa, bien
sea mediante otras medidas sociales, como subsidios familiares o ayudas a la
madre que se dedica exclusivamente
El 1º de
mayo de 1991, el Papa Juan Pablo
II firmó una encíclica en el Centenario de
Aunque
reconoce el Papa que el logro de estas mejoras no sólo se ha debido al influjo
de la Iglesia.
Ya León XIII en
La
experiencia de los años posteriores lo ha confirmado con el hundimiento del
marxismo en países del este europeo, donde muchedumbres eran explotadas y
oprimidas por el totalitarismo comunista (nº 19).
El
hundimiento del marxismo empezó en Polonia y siguió por el centro y el este de
Europa (1989-1990). Ha sido espectacular el fracaso económico del marxismo. La
URSS después de setenta años de comunismo no ha conseguido un nivel económico
para el pueblo como se ha conseguido en la Europa occidental.
En los
países en que se ha dado una libertad económica, negada por el comunismo, se ha
conseguido un resultado material próspero y, en algunos casos, portentoso; se ha
abierto una amplia franja de clase media acomodada; se ha elevado la media de
renta «per cápita»; se han podido, incluso, organizar ayudas a otros países
menos desarrollados.
La causa del
fracaso del marxismo está en su ateísmo, el cual hoy sigue presente en el
«socialismo real».
Excluye la
trascendencia del hombre, la religión (núms. 12 y 13). «El marxismo había
prometido desarraigar del corazón humano la necesidad de Dios, pero los
resultados han demostrado que no es posible...». «El vacío espiritual provocado
por el ateísmo ha dejado sin orientación a las jóvenes generaciones» (nº
24).
«En el
pasado reciente muchos creyentes han buscado un compromiso imposible entre el
marxismo y el cristianismo»(nº 26). Después de la derrota del comunismo ateo en
el este europeo, la solución no es el capitalismo materialista que no niega a
Dios pero lo ignora. Hoy hay un «capitalismo salvaje» que «reduce al hombre a la
esfera de lo económico y a la satisfacción de las necesidades materiales
excluyendo los valores espirituales»(nº 19). «Después de la caída del socialismo
real (en el este europeo) los países occidentales corren peligro de ver en esa
caída la victoria unilateral del propio sistema económico, y por ello no se
preocupen de introducir en él los debidos cambios»(nº 56). «La solución marxista
ha fracasado pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y explotación
contra los que se alza con firmeza la voz de la Iglesia»(nº 42). Después de la
caída del totalitarismo comunista asistimos hoy al predominio del ideal
democrático. Pero es necesario que se dé a la democracia un auténtico y sólido
fundamento mediante el reconocimiento del derecho a la vida del hijo después de
haber sido concebido, el derecho a vivir en un ambiente moral, el derecho a
vivir en la verdad de la propia fe, etc. (nº 47).
La lucha de
clases es inaceptable cuando lo que se busca no es la justicia y el bien general
de la sociedad, sino el interés de una parte y la destrucción de la opuesta (nº
14). «La violencia y el rencor deben vencerse con la justicia»(nº 17). «La paz
no es el resultado de la victoria militar, sino la superación de las causas de
la guerra»(nº 18). Queremos una sociedad en la que «los hombres, gracias a su
trabajo puedan construir un futuro mejor para sí y para sus hijos»(nº 19). La
producción de bienes y servicios no debe ser el centro de la vida social,
ignorando la dimensión ética y religiosa del hombre (nº 39).
Hay que
«recordar el deber de la caridad, esto es, el deber de ayudar con lo propio
“superfluo” y a veces con lo “necesario” para dar al pobre lo indispensable para
vivir»(nº 36). «El hombre que se preocupa, sólo o prevalentemente, de tener y
gozar, incapaz de dominar sus instintos y sus pasiones, y de subordinarlos,
mediante la obediencia a la verdad, no puede ser libre. La obediencia a la
verdad sobre Dios y sobre el hombre, es la primera condición de la libertad, que
le permite ordenar las propias necesidades, los propios deseos y el modo de
satisfacerlos, según una justa jerarquía de valores de manera que la posesión de
las cosas sea para él un medio de crecimiento»(nº
41).
«La
obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo
tiempo, un derecho. Una sociedad en la que este derecho se niegue
sistemáticamente, y las medidas de política económica no permitan a los
trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su
legitimación ética ni la justa paz social»(nº 43).
«La empresa
no puede considerarse únicamente como “una sociedad de capitales”; es al mismo
tiempo “una sociedad de personas”»(nº 43). La regulación de las relaciones en el
seno de las empresas debe establecerse de manera que el trabajador reciba una
remuneración justa, trabaje en condiciones físicas y morales apropiadas a su
salud y dignidad, y reciba el trato debido de quien forma parte de la empresa.
«La Iglesia no puede abandonar al hombre... Es esto y solamente esto, lo que
inspira la doctrina social de la Iglesia» (nº 54)...
«La Iglesia
conoce el sentido del hombre gracias a la revelación divina... Para conocer al
hombre integral hay que conocer a Dios. La Iglesia, cuando anuncia al hombre la
salvación de Dios, contribuye al enriquecimiento de la dignidad del hombre... La
Iglesia no puede abandonar nunca esta misión religiosa y transcendente en favor
del hombre»(nº 55).
«Si no
existe una Verdad Transcendente (Dios), con cuya obediencia el hombre conquista
su propia identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice
relaciones justas entre los hombres... Triunfa la fuerza del poder, y cada uno
tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su
propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás»(nº
44)
«El Estado,
o bien el partido...que se erige por encima de todos los valores, no puede
tolerar que se sostenga un criterio objetivo del bien y del mal por encima de la
voluntad de los gobernantes... Esto explica por qué el totalitarismo trata de
destruir la Iglesia o al menos someterla»(nº 45)[86] .
66,17. En
»Será un
honor para la sociedad hacer posible a la madre, sin obstaculizar su libertad,
sin discriminación psicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus
compañeras, dedicarse al cuidado y a la educación de los hijos, según las
necesidades diferenciadas de la edad.
»El abandono
obligado de tales tareas, por una ganancia retribuida fuera de casa, es
incorrecto desde el punto de vista del bien de la sociedad y de la familia,
cuando contradice o hace difícil tales cometidos primarios de la misión
materna».
El Papa
Juan Pablo II, en su discurso al
Consejo Pontificio de la Familia, ha propuesto a políticos y empresarios que
deben estudiar el modo de que el ama de casa tenga un sueldo para que pueda
atender mejor a su labor de educación y de madre sin tener que recurrir a un
trabajo fuera de casa[87] .
«Es un hecho
que en muchas sociedades las mujeres trabajan en casi todos los sectores de la
vida.
»Pero
es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus funciones según su
propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para los que
están capacitadas, pero sin perjudicar al mismo tiempo sus aspiraciones
familiares y el papel específico que les compete para contribuir al bien de la
sociedad junto con el hombre.
»La
verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que
no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en
perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel
insustituible»[88] .
66,18. «La
política de rentas, además de sus aspectos puramente técnicos, abarca problemas
profundamente humanos que suponen la orientación de toda actividad productiva al
servicio del hombre, y, además, una acción inteligente y enérgica en favor de
las categorías sociales más desheredadas, con el fin de que también éstas puedan
tener acceso a una participación de la renta cada vez más justa, en conformidad
con las aspiraciones fundadas en la dignidad y en la vocación de la
persona humana»[89] .
Dice
Santo Tomás: «En toda sociedad
bien organizada ha de haber la abundancia de bienes materiales que son
necesarios para la práctica de la virtud»[90]
«Bajo esta
luz adquieren un significado de relieve particular las numerosas propuestas
hechas por expertos en
Son
propuestas que se refieren a la copropiedad de los medios de trabajo, a la
participación de los trabajadores en la gestión, y en los beneficios de la
empresa, al llamado “accionariado”
del trabajo y otras semejantes»[91] .
66,19. La
Iglesia exige a los propietarios
que, en virtud de la función social de los bienes económicos, den -según sus
posibilidades- al que no tiene lo suficiente para vivir honestamente.
Pero también
exige que el obrero trabaje con nobleza y entusiasmo, para que un aumento en la
producción y una economía floreciente hagan posible una elevación material y
cultural de las clases económicamente débiles.
Éste es el
constante anhelo de la Iglesia.
Pío
XII ha repetido una y otra vez que es
necesario implantar una más justa distribución de la riqueza.
Ha llamado a
este problema el punto fundamental de la cuestión social y ha pedido a los
cristianos que, aunque sea a costa de sacrificios, hagan esfuerzos para que una
más justa distribución de las riquezas lleve a la práctica la doctrina social de
la Iglesia[92] .
«El acceso
de todos a los bienes necesarios para una vida humana -personal y familiar-
digna de este nombre, es una primera exigencia de la justicia
social»[93] .
«La propiedad privada o un cierto dominio
sobre los bienes materiales aseguran a cada cual una zona absolutamente
necesaria para su autonomía personal y familiar, y deben ser considerados como
una prolongación de la libertad humana»[94] .
Pero «el
derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo no anula la
donación original de la tierra al conjunto de la humanidad»[95].
Pablo
VI ha dicho en su encíclica Populorum Progressio: «La propiedad
privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay
ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera la propia
necesidad, cuando a otros les falta lo necesario»[96] .
«Los bienes
creados deben llegar a todos en forma justa, según la regla de la justicia
inseparable de
También «es
necesaria la solidaridad entre las naciones»[98] .
Aquí
entraría
No les es
posible salir del pozo de la pobreza.
El arzobispo
de Tegucigalpa (Honduras),
El Papa Juan
Pablo II en su encíclica Laborem exercens señala la posición
que los cristianos tenemos ante el denominado sistema capitalista y ante el
sistema colectivista:
El «rígido
capitalismo» que considera la propiedad y posesión de los bienes materiales como
un derecho absoluto de la persona, sin limitaciones, debe ser sometido
continuamente a revisión desde la perspectiva de los derechos del hombre en la
teoría y en la práctica.
El sistema
colectivista considera que sólo el Estado tiene el derecho exclusivo de
propiedad sobre los medios de producción, de los individuos y de
Para el
cristiano, pues, el derecho a poseer bienes económicos
Y como todo
derecho, exige el deber de reconocérselo también a todos los hombres de una
manera eficaz, distribuyendo la riqueza entre todos[100] .
Para que
todos los hombres tengan la posibilidad de desarrollarse como persona, es
necesario que todas las personas puedan disponer de los bienes materiales en
grado suficiente según el nivel económico de cada nación. Por eso es necesaria
la justa distribución de la riqueza[101] .
«Dios ha
destinado la Tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y
pueblos.
»En
consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa
dirigida por la justicia y acompañada por la caridad...
»Por tanto
el hombre no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como
exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le
aproveche a él solamente, sino también a todos los demás»[102] .
«Dios no
quiere, dice Pío XII, que algunos
tengan riquezas exageradas y que otros se encuentren en tal estrechez que les
falte lo necesario para la vida»[103] .
Es decir,
que Dios no quiere el contraste ignominioso entre el lujo derrochador y la
miseria.
Dios no
quiere que haya miseria.
Dios ha
creado los bienes de la Tierra para todos los hombres y quiere que todos gocen
de estos dones de sus manos[104]
.Por lo
tanto no debe haber en el mundo nadie que, si hace lo que está de su parte, no
disfrute de los bienes indispensables para sustentar su vida de una manera
digna.
El problema
del hambre en el mundo es problema de distribución.
Mientras en
unos países el pueblo se muere de hambre, en otros se dejan perder las cosechas
porque sobran alimentos.
Si hay
hambre en el mundo es porque se distribuyen mal los alimentos.
«En 1798
Thomas Robert Malthus, en su
Ensayo sobre la población,
formuló una teoría según la cual mientras que la producción de
alimentos aumentaba de forma aritmética (1,2,3,4), la población lo hacía de modo
geométrico (1,2,4,8); con lo cual llegaría un día en que el número de personas
sería superior al de alimentos.
La Historia
ha desmentido esta teoría, puesto que, aunque la población se ha duplicado seis
veces en estos dos siglos, la producción de alimentos se ha acrecentado mucho
más rápidamente, según datos de la FAO»[105].
En el mundo
hay unos 6.000 millones de personas.
Y según un
informe de la Asociación de Productores Agro-Químicos de Alemania, si se
explotara, con la tecnología actual, toda la superficie cultivable de la Tierra,
se podrían alimentar, a nivel europeo, 50.000 millones de seres humanos. Es
decir, una humanidad diez veces superior a la actual[106] .
La FAO ha
dicho que es factible acabar con el hambre en el mundo[107].
Juan Pablo II
habla de la solidaridad
internacional para el bien común universal[108] .
Y el
Nuevo Catecismo de
»La unidad
de la familia humana que agrupa a seres que poseen una misma dignidad natural,
implica un bien común universal. Éste requiere una organización de la comunidad
de naciones capaz de proveer a las diferentes necesidades de los
hombres»[109] .
66,20.
Jesucristo tiene en su Evangelio
palabras durísimas contra los ricos que no cumplen sus obligaciones
sociales:
-«Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado
para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer...
Estuve desnudo, y no me vestisteis...
-¿Cuándo te
vimos, Señor...?
-Lo que
hicisteis con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo
hicisteis»[110] .
Jesucristo se
identifica con el necesitado. Quiere que el rico trate al necesitado como lo
trataría a Él en persona.
Como ves,
las obligaciones de los ricos son gravísimas.
Y aunque,
gracias a Dios, hay ricos buenos que escuchan la palabra de Jesucristo y consideran a los demás hombres
como sus hermanos; pero, desgraciadamente, también hay otros muchos ricos malos,
apegados a su dinero, que viven como si no conociesen el
Evangelio.
Por
eso dice Jesucristo que es
dificilísimo que un rico entre en el reino de los
cielos.
66,21.
Los obreros también tienen
obligaciones muy graves: trabajar con empeño, diligencia y fidelidad, no
malgastar materiales o energía, cuidar los instrumentos de trabajo, y emplear
bien el dinero que ganan.
A veces se
oye a un obrero quejarse de que no
gana lo suficiente.
Y,
efectivamente, muchas veces tiene razón.
Pero más de
una vez se le podría preguntar:
- «¿Crees tú
que el empeño que pones en trabajar merece más salario?
Es cierto
que tú debes recibir un salario justo. Pero también es cierto que para que tú
puedas en justicia quedarte con un salario, es preciso que lo hayas merecido».
A veces se
trabaja con tanta negligencia y desgana que difícilmente se justifica la
aspiración a un salario mayor.
Pon de tu
parte lo que tienes obligación, y así podrás exigir con justicia lo que se te
debe.
El de arriba
peca si no da un salario justo; pero el de abajo también peca si no trabaja lo
justo.
No se trata,
de ninguna manera, de excusar los
salarios insuficientes; sino de hacer ver que es necesario trabajar con empeño y
diligencia, si se quiere uno hacer acreedor a un salario
digno.
Es verdad
que hay muchos obreros que trabajan con nobleza, pero también es verdad que hay
otros que hacen lo menos posible.
Y estos
últimos se hacen daño a sí mismos y a sus compañeros.
Para que se
pueda elevar el nivel de vida del obrero, es necesario que haya prosperidad
económica.
Y para que
haya prosperidad económica es necesario que el trabajo rinda.
Los obreros
que no rinden lo que deben tienen su parte de culpa en las crisis económicas.
Y en las
crisis económicas salen perdiendo ellos y sus compañeros.
Mucho se ha
hecho en España últimamente para elevar el nivel del obrero; pero hay que
reconocer que todavía no se ha llegado al ideal que quiere la Iglesia.
Para llegar
a este ideal es necesario que todos los españoles pongamos lo que esté de
nuestra parte.
Por un lado
aumentar la producción, y por otro distribuir justamente los beneficios de esta
producción.
Estos dos
factores son los que han de alcanzarnos un bienestar económico-social.
Y los
culpables de que no se pueda llegar a este bienestar son reos de un grave pecado
contra la justicia social.
66,22. En
algunos sitios el trabajo está cronometrado, y, a veces, ciertamente mal tasado,
de modo que se le puede ganar muy poco dinero, o para sacar algo se requieren
esfuerzos inhumanos. Los responsables de esta injusticia darán también cuenta a
Dios.
Pero otras
veces hay obreros que alargan los trabajos sin necesidad y los hacen más caros
deliberadamente.
Cada uno
dará cuenta a Dios de la injusticia de la que es
responsable.
66,23. Todo
esto en cuanto a la obligación de trabajar con diligencia.
Pero,
además, es necesario emplear bien
el dinero que se gana.
No hay
derecho a que un hombre no gane lo suficiente para vivir.
Pero tampoco
hay derecho a que un hombre gaste en vicios, diversiones, caprichos y
superfluidades lo que necesita para dar de comer a sus
hijos.
No hay
que crearse necesidades superfluas.
Lo
primero es lo primero; y antes es comer que pasarlo bien.
No es que
sea reprensible una diversión discreta, cuando se ha atendido a lo sustancial.
Pero gastar en diversiones lo que se necesita para comer, es absurdo y criminal.
Además, para
diversiones todo parece poco.
El dinero se
va solo.
Nunca hay
bastante.
Y así nunca
se gana lo suficiente.
Por eso, ese
ansia de ganar más y más.
Esforzarse
por ganar lo necesario para una vida digna y una diversión decorosa, es justo;
pero querer ganar para poder derrochar, es cosa
distinta.
«Es legítimo
el deseo de lo necesario; y el trabajar para conseguirlo es un deber. Dice
San Pablo: el que no quiere trabajar que no
coma[111] .
Pero la
adquisición de los bienes temporales puede conducir a la codicia, al deseo de
tener cada vez más y a la tentación de acrecentar el propio poder. La avaricia
de las personas, de las familias y de las naciones puede apoderarse lo mismo de
los más desprovistos que de los más ricos, y suscitar en los unos y en los otros
un materialismo sofocante...
»Para
las naciones, como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un
subdesarrollo moral»[112] .
La
avaricia es un gusano que roe, tanto el
corazón del rico como el del pobre; y mientras los hombres sólo piensen en
enriquecerse más y más, por encima de todo, como si esta vida fuera la
definitiva, es imposible que haya paz en el mundo.
Dios quiere
que el hombre tenga lo necesario para vivir, pero no quiere que se apegue
demasiado a los bienes de este mundo, que le estorbarán su salvación eterna.
Por eso nos
dice Jesucristo: «No queráis amontonar tesoros para vosotros aquí en la
tierra»[113] , sino
«buscad primero el reino de Dios y su
justicia...»[114]
No te
olvides nunca que lo principal, lo primero, es salvarte; aunque, como es
natural, también debes preocuparte de solucionar tu vida en este mundo. Pero sin
olvidarte de que la vida eterna es lo primero.
66,24.
Ocupan lugar importante para todo hombre en general, y para el cristiano en
particular, entre las exigencias de la justicia social, las obligaciones tributarias. Los impuestos
justos hay que pagarlos[115] .
El Concilio
Vaticano II, en
«Entre los
deberes cívicos de cada uno está el de aportar a la vida pública el concurso
material y personal requerido por el bien común»[116] .
«La
naturaleza y fundamento moral del deber tributario se desprende de la
sociabilidad del hombre.
»Para vivir
con dignidad, progresar y satisfacer las necesidades propias, cada vez más
numerosas con el avance de la civilización, el hombre aislado no se basta.
»Toma
proporcionada relevancia el papel de la sociedad.
»Pero a la
obligación social de suplir las impotencias singulares de los hombres o de los
grupos humanos menores, se corresponde el derecho de exigir los medios
necesarios para cumplirla.
»Por otra
parte, si en el hombre surge el espontáneo y natural derecho de ser ayudado por
la sociedad, la correspondiente y necesaria contrapartida, también natural, será
la de contribuir en la medida de su capacidad de recursos a los gastos y
necesidades sociales.
»Quedan
pues, naturalmente, enraizadas las obligaciones y derechos fiscales, y por tanto
vinculando las conciencias, tanto desde la vertiente de la sociedad como desde
la del propio hombre individual.
»El texto
evangélico de Mateo[117] y
sobre todo el paulino de Romanos[118] lo
confirma.
»Por
supuesto que la obligación y el derecho tributarios, vinculando internamente las
conciencias de los hombres, sólo proviene de los impuestos justos.
»De cuatro
fuentes mana la justicia o injusticia de un impuesto en particular o la de un
concreto sistema tributario en su conjunto: debe establecerse por ley
debidamente aprobada, encaminarse a cubrir las finalidades exigidas por el bien
común, no gravar riquezas ni ingresos por debajo del mínimo vital, y regularse
en escala progresiva.
»Respetados
estos condicionamientos, el impuesto o sistema fiscal es justo en sí mismo u
“objetivamente”.
»Pero puede
suceder que un impuesto justo, al recaer en determinada persona concreta,
resulte demasiado gravoso, atendidas las circunstancias individuales,
convirtiéndose “subjetivamente” en injusto. El análisis detallado de los
condicionamientos que determinan la justicia tributaria exceden, por su
extensión, este lugar»[119] .
El nuevo
«Ritual de la Penitencia» en la segunda de las tres fórmulas que aporta para
ayudar al examen de conciencia, bajo el número 5, se pregunta:
«¿He
cumplido mis deberes cívicos? ¿He pagado mis tributos?»
Reconociendo
así implícitamente que se trata de una obligación en conciencia. Se
sobreentiende, conforme a lo indicado: «¿He pagado mis tributos
justos?».
El engaño en
el pago de los impuestos puede hacer a la nación impotente para atender las
necesidades generales, y resolver los problemas urgentes de los más deprimidos
socialmente.
Dos palabras
sobre el mal llamado «impuesto
religioso».
Digo
mal llamado porque no es un impuesto adicional, sino que de lo que
necesariamente hay que pagar a Hacienda, dedicar ocho pesetas de cada mil para
las obras de beneficencia de la Iglesia.
Conviene
poner la cruz en el lugar correspondiente, pues si no se pone la cruz, ese 0’5%
no va a parar a la Iglesia[120] .
66,25.
Pecan gravemente contra este
mandamiento los hijos que desobedecen a sus padres en cosa grave, y que ellos
pueden mandarles; los que les dan disgustos graves; los que les tratan con
aspereza, les injurian o desprecian gravemente; los que les insultan, golpean o
les levantan la mano con deliberación y amenaza; los que les desean en serio un
mal grave; los que no les socorren en sus necesidades graves, tanto corporales
como espirituales: por ejemplo, si no les procuran a tiempo los sacramentos a la
hora de la muerte.
Pecan
también gravemente los padres que dan mal ejemplo a sus hijos (blasfemias,
etc.), los maldicen, les desean en serio algún mal, o abandonan su instrucción
humana y religiosa.
Los patronos
pecan gravemente si, pudiendo, no dan a sus obreros el salario usto. Pero además
tienen obligación de no imponer a sus obreros trabajos superiores a sus fuerzas;
protegerles, en cuanto sea posible, de los peligros del trabajo, y de
respetar en ellos la dignidad de hombre y de cristiano, tratándoles con
amabilidad y evitándoles los peligros de pecar.
Los obreros
pecan gravemente si hacen daño grave a su patrono, ya sea malgastando materiales
o energía, ya sea estropeando a propósito instrumentos de trabajo.
Si
voluntariamente rinden menos de lo debido pueden también llegar a pecado grave.
Las
obligaciones de los patronos y de los obreros están más especificadas en el
examen de conciencia que te pongo en el Apéndice.
[1] ALFREDO SÁENZ, S.I.:
La cristiandad y su cosmovisión, I, 2,
5. Ed. Gladius. Buenos
Aires.1992
[2] ALFREDO SÁENZ, S.I.:
La cristiandad y su cosmovisión, I, 2,
. Ed. Gladius. Buenos
Aires.1992.
[3] ALFREDO SÁENZ, S.I.:
La cristiandad y su cosmovisión, I, 4,
. Ed. Gladius. Buenos
Aires.1992.
[4] ALFREDO SÁENZ, S.I.:
La cristiandad y su cosmovisión, I, 3,
. Ed. Gladius. Buenos
Aires.1992.
[5] ALFREDO SÁENZ, S.I.:
La cristiandad y su cosmovisión, IV, 3,
. Ed. Gladius. Buenos
Aires.1992
[6] Diario LA RAZÓN del
27-III-2002, pg. 22.
[7] VITTORIO
MESSORI:Leyendas negras de la Iglesia ,
Introducción.
Ed.Planeta+Testimonio.Barc.
[8] VITTORIO MESSORI:
Algunas razones para creer, XIII.
Ed. Planeta+Testimonio.
Barcelona.2000
[9] VITTORIO MESSORI:
Algunas razones para creer, IX.
Ed
Planeta+Testimonio.Barcelona.2000.
[10] Para tu formación
social y para conocer lo que opina la Iglesia sobre los problemas sociales puede
serte muy útil el libro de Pedro Vilacreus, S.I.: Orientaciones sociales. Ed. FAX.
Madrid.
[11] Nuevo Catecismo de
[12] LECLERCQ: El cristianismo ante el dinero, VII, 3.
Ed. Casal i Vall. Andorra
[13] PÍO XI: Quadragessimo anno, nº
50
[14] Evangelio de San
Mateo, 7:12
[15] Evangelio de San Juan, 13:34
[16] PÍO XII en el
radiomensaje al Katolikentag de
Viena el 14-IX-52
[17] SALVADOR DE
MADARIAGA: Dios y los españoles, 2º,
4. Ed. Planeta. Barcelona, 1975
[18] Diario YA del 7-XI-80,
pg. 28
[19] Diario YA del
28-XI-80, pg. 28
[20] PEDRO VILACREUS,
S.I.: Orientación Sociales, nº 46 y
536-541. Ed. FAX. Madrid. Libro muy útil para la formación social
católica
[21] Nuevo Catecismo de
[22] Nuevo Catecismo de
[23] Nuevo Catecismo de
[24] Nuevo Catecismo de
[25] DOMÈNEC MELÉ: Cristianos en la sociedad, I, 3, c.. Ed.
Rialp. Madrid. 1999.
[26] DOMÈNEC MELÉ:
Cristianos en la sociedad, I, 4..
Ed. Rialp. Madrid. 1999.
[27] BARTOLOMÉ SORGE, S.I.:
La propuesta social de la Iglesia, 1ª, I,
3. Ed. BAC. Madrid. 1999.
[28] VON GESTELL, O.P.:
[29] PINARD DE LA BOULLAYE,
S.I.: La persona de Jesús, III,2, nota
7. Ed. Razón y Fe. Madrid
[30] Nuevo Catecismo de
[31] Concilio Vaticano II:
Gaudium et Spes: Constitución
sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 68
[32] JUAN PABLO II:
Encíclica Laborem exercens, nº
20
[33] Nuevo Catecismo de
[34] Libro básico del
creyente hoy, XXXVI, 3s. Ed. PPC. Madrid,
1970
[35] DOMÈNEC MELÉ: Cristianos en la sociedad, VI,
[36] Libro básico del
creyente hoy, XXXVI, 4. Ed. PPC. Madrid, 1970
[37] Nuevo Catecismo de
[38] Diario YA del
8-I-67
[39] Concilio Vaticano II:
Apostolicam Actuositatem: Decreto
sobre el Apostolado de los Seglares,n.14
[40] Nuevo Catecismo de
[41] Nuevo Catecismo de
[42] Nuevo
Catecismo de
[43] Hechos de los
Apóstoles, 5:29
[44] Nuevo Catecismo de
[45] Nuevo Catecismo de
[46] Nuevo Catecismo de
[47] Concilio Vaticano
II: Gaudium et spes: Constitución
sobre la Iglesia en el mundo actual nº10
[48] PABLO VI:
Encíclica Populorum
Progressio
[49]Concilio Vaticano
II: Gaudium et spes: Constitución
sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 20
[50] Concilio Vaticano II:
Gaudium et spes:
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº
34
[51] Concilio Vaticano
II: Apostolicam Actuositatem:
Decreto sobre el apostolado de los seglares,
nº5
[52] Nuevo Catecismo de
[53]
[54] Nuevo Catecismo de
[55] Concilio Vaticano II:
Gaudium et spes:
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº
43
[56] Concilio Vaticano II:
Apostolicam Actuositatem: Decreto
sobre el apostolado de los seglares, nº7
[57] Concilio Vaticano
II: Gaudium et spes:
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº
43
[58] Concilio Vaticano
II: Gaudium et spes: Constitución
sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 74
[59] Diario ABC de Madrid
del 13-IX-99, pg.34
[60] Diario ABC de Madrid
del 28-III-98, pg.72
[61] ZENIT: Boletín del
Vaticano en INTERNET, ZS01022208.
[62] Diario ABC de Madrid
del 13-IX-99, pg.34
[63] Boletín informativo
del Vaticano en INTERNET: Zenit,980324-3
[64] ZENIT. Boletín
informativo del Vaticano en INTERNET:
ZS99031209
[65] ZENIT. Boletín
informativo del Vaticano en INTERNET:
ZS99031501
[66] Diario ABC de Madrid
del 13-IX-99, pg.34
[67] Diario ABC de Madrid
del 14-XI-98, pg.83
[68] James Bogle
[69] Diario LA RAZÓN del
5-IX-2001, pg. 36.
[70] ZENIT: Boletín del
Vaticano en INTERNET, ZS01022208.
[71] AURELIO FERNÁNDEZ:
Compendio de Teología Moral, 3ª, VII,1,2,b.
Ed. Palabra. Madrid. 1995
[72]
[73]Libro básico del creyente
hoy : XVI, 2. Ed. PPC. Madrid. 1970
[74] Concilio Vaticano II:
Inter mirifica: Decreto sobre los
medios de comunicación social, nº 42
[75] JOSÉ
[76] Nuevo Catecismo de
[77] Conferencia Episcopal
Española: Ésta es nuestra fe, 2ª, III, 7, 2,
2, d. EDICE. Madrid, 1986
[78] STANLEY JAKI: Ciencia, Fe, Cultura, VII, 5,pg.
181
[79] PÍO XI: Encíclica
Divini Redemptoris, nº
52
[80] JUAN XXIII:
Encíclica Mater et Magistra, nº
68
[81] Concilio Vaticano II:
Gaudium et Spes:
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº
67
[82] Libro básico del
creyente hoy, XXXVI, 5. Ed. PPC. Madrid,
1970.
[83] Cardenal BUENO MONREAL
en el diario YA del 23-III-66
[84] Concilio Vaticano
II: Gaudium et Spes: Constitución
sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 29
[85] BALTASAR PÉREZ ARGOS,
S.I.: Política básica, 1ª, III, 4.
Ed. Fe Católica. Madrid.
[86] JUAN PABLO II:
Encíclica Centesimus annus, nº
15
[87] ABC de Madrid del
26-III 94. Pg.77
[88] JUAN PABLO II:
Encíclica Laborem exercens, nº
19
[89] PABLO VI a
[90] SANTO
[91] JUAN PABLO II:
Encíclica Laborem exercens, nº
14
[92] Nuevo Catecismo de
[93] Sagrada Congregación
Vaticana para la Doctrina de la Fe: Instrucción sobre Libertad Cristiana y
Liberación, nº 88
[94] Concilio Vaticano
II: Gaudium et Spes:
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual , nº
71
[95] Nuevo Catecismo de
[96] PABLO VI: Encíclica
Populorum Progressio, nº
23
[97] PABLO VI: Encíclica
Populorum Progressio, nº
22
[98] Nuevo
Catecismo de
[99] Diario ABC de Madrid del
16-I-99, pg.77.
[100] Nuevo Catecismo de
[101] Conferencia Episcopal
Española: Catecismo Escolar, 7º EGB, XI, 5. Madrid,
1984.
[102] Concilio Vaticano
II: Gaudium et Spes:
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº
69.
[103] PÍO XII: Encíclica
Sertum Laetitiae, nº
[104] Concilio Vaticano
II: Gaudium et Spes:
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº
69.
[105] ABC de Madrid del
16-X-99, pg.48
[106] ABC de Madrid del
24-IV-94, pg.78
[107] ABC de Madrid del
16-IX-2000, pg.40
[108] JUAN PABLO II:
Sollicitudo rei socialis,
nº38.
[109] Nuevo
Catecismo de
[110] Evangelio de San
Mateo, 25:41-46
[111] SAN PABLO: Segunda
Carta a los Tesalonicenses, 3:10
[112] PABLO VI:
Encíclica Populorum Progressio, nº
18s
[113] Evangelio de San
Mateo, 6:19
[114] Evangelio de San
Mateo, 6:33
[115] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 2256.
Ed. Herder. Barcelona
[116] Concilio Vaticano II:
Gaudium et Spes: Constitución
sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 75
[117] Evangelio de San
Mateo, 22:16-22
[118] SAN PABLO: Carta
a los Romanos, 13:1-9
[119] GONZALO HIGUERA,
S.I.: Ética Fiscal, IV. Ed.
BAC Popular.
[120] Diario ABC de Madrid
del 28-I-98, pg. 44