CONFESIÓN
53,1. En el
sacramento de la penitencia se perdonan todos los pecados cometidos después del
bautismo[1] , y
obtiene la reviviscencia de los méritos contraídos por las buenas obras
realizadas, que se perdieron al cometer un pecado mortal[2] .
Este
sacramento se llama también de la reconciliación y del perdón. Además de su
sentido de reconciliación con Dios, incluye también la reconciliación con la
Iglesia.[3]
Hoy muchos
sustituyen la confesión por el psicoanálisis.
Pero la
diferencia es total:
a) En la
confesión se dicen pecados.
En el
psicoanálisis se cuentan problemas psíquicos.
b) En la
confesión se busca el perdón.
En el
psicoanálisis se busca una curación.
c) En la
confesión se recupera la reconciliación con Dios.
En el
psicoanálisis, a lo más, el equilibrio psíquico[4] .
54.- CONFESARSE
ES DECIRLE CON ARREPENTIMIENTO AL CONFESOR, TODOS LOS PECADOS COMETIDOS DESDE
54,1. La
confesión es una manifestación externa del arrepentimiento de nuestros pecados y
de nuestra reconciliación con la Iglesia[5]
.
«Para un
cristiano el sacramento de la penitencia es el único modo ordinario de obtener
el perdón de sus pecados graves cometidos después del bautismo»[6] .
55.-
EL SACRAMENTO DE
55,1. Quizás
hayas oído alguna vez de labios indocumentados: «la confesión es un invento de
los curas». Esto es falso.
Se conoce el
inventor de la imprenta (Guttemberg); del anteojo (Galileo); del termómetro de mercurio
(Fahrenheit); del pararrayos
(Franklin); de la pila eléctrica
(Volta); del teléfono (Bell); del fonógrafo (Edison); de la radio (Marconi); del submarino (Peral); de los Rayos X (Roentgen); del autogiro (La Cierva); de la penicilina (Fleming); etc. etc.
Ahora bien,
¿qué «cura» inventó la confesión?
No se puede
saber porque no ha existido nunca.
Y, desde
luego, si la hubiera inventado un hombre, no la hubiera inventado gratis. Porque
es inconcebible que un hombre invente una cosa tan desagradable para el
sacerdote -que tiene que estar encajonado horas y horas oyendo siempre lo
mismo-, tan perjudicial para la salud, tan fácil de contagiarse de enfermedades,
etc., etc., y todo esto sin cobrar un céntimo.
Lo normal es
que quien hace un servicio lo cobre.
Aparte de
que, ¿quién va a tener autoridad para obligar a la confesión al mismo Papa? Pues
el Papa tiene obligación de confesarse, y de hecho se confiesa frecuentemente,
como todo buen católico. Y lo mismo los cardenales, los obispos y los sacerdotes
del mundo entero. Si hubiera sido invención suya, se hubieran ellos
dispensado.
Algunos
protestantes, para no admitir la confesión decían que ésta se estableció en el
Concilio de Letrán.
Pero esto no
lo sostiene ninguna persona culta, ni siquiera entre los protestantes; pues está
históricamente demostrado que el Concilio IV de Letrán celebrado en 1215, lo que
mandó fue la obligación de confesar una vez al año[7] . Ya
sea por malicia o por desconocimiento de la Historia de la Iglesia, confundían
la institución del sacramento de la confesión con el precepto de confesarse
anualmente.
Pero la
confesión venía practicándose desde el principio del cristianismo, aunque con
menos frecuencia.
Ya en el
siglo III se nos habla del sacerdote encargado de perdonar los
pecados.[8]
Y entre los
años 140 y 150 apareció un libro titulado El
Pastor de Hermas donde
se recomienda la confesión[9] .
Hermas fue hermano del Papa Pío
I[10] .
La confesión
privada, como hoy la tenemos, existe desde el siglo VI introducida por los
monjes irlandeses que reaccionaron a la durísima práctica de la penitencia de
entonces. Desde el siglo II había una larga lista de pecados, muchos de los
cuales excluían de la Eucaristía para toda la vida.
A lo largo
de la historia la confesión ha ido cambiando en el modo de practicarse,
manteniendo siempre lo esencial del sacramento.
Según
El Pastor de Hermas del siglo II, un presbítero romano
hermano del Papa Pío I, en aquel
tiempo sólo se confesaba una vez en la vida o en peligro de
muerte[11] .
Sin embargo,
hoy, la Iglesia recomienda la confesión frecuente. A lo más tardar, una vez al
año.
55,2. El
sacramento de la confesión fue
instituido por Jesucristo[12] cuando se
apareció a sus Apóstoles reunidos en el cenáculo y les dio facultad para
perdonar los pecados, diciéndoles: «A
quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los
retengáis, les serán retenidos»[13] .
Por estas
palabras de Cristo comunicó a los
Apóstoles y a sus legítimos sucesores[14] la
potestad de perdonar y retener los pecados[15] .
Por eso dice
San Pablo que el Señor «nos confió el ministerio de la
reconciliación»[16]
Cristo instituyó
los sacramentos para que la Iglesia los administrase hasta el final de los
tiempos.
Como los
Apóstoles iban a morir pronto, el poder de perdonar los pecados se transmite a
sus legítimos sucesores, los sacerdotes.
«El ministro
competente para el sacramento de la penitencia, es el sacerdote, que, según las
leyes canónicas, tiene facultad de absolver»[17] .
Es evidente
que si el sacerdote debe perdonar o retener los pecados con equidad y
responsabilidad, se supone que el pecador debe manifestárselos. Sólo el pecador
puede informarle qué grado de consentimiento hubo en su
pecado.
Es esencial
la presencia real de confesor y penitente, por lo tanto es inválida la confesión
por carta, teléfono, radio o televisión[18] ; pues
además de no existir presencia real, pone en peligro el secreto
sacramental.
Por mandato
de la Iglesia, quien tiene pecado grave debe confesarse al menos una vez al año[19] , o
antes si hay peligro de muerte o si ha de comulgar[20] .
Pero eso es
el plazo máximo.
Quien quiere
sinceramente salvarse y no quiere correr un serio peligro de condenarse, no
puede contentarse con esto.
Es necesario
confesarse con más frecuencia. Con la frecuencia que sea necesaria para no vivir
habitualmente en pecado grave. ¡No vivas nunca en pecado
grave!
Un buen
cristiano se confiesa normalmente una vez al mes.
La confesión
te devuelve la gracia, si la has perdido; te la aumenta, si no la has perdido; y
te da auxilios especiales para evitar nuevos pecados.Los sacerdotes deben
prestarse a confesar a todos los que se lo pidan de modo
razonable[21] .
56.-
PECADO ES TODA ACCIÓN U OMISIÓN
VOLUNTARIA CONTRA
56,1.«En sus
juicios acerca de valores morales, el hombre no puede proceder según su personal
arbitrio. En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia
de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer...
Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la
dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente»[23] .
Puede ser
interesante mi vídeo: El pecado: la gran
bajeza, la gran locura, la gran primada, la gran
canallada[24] .
«El pecado
es un misterio, y tiene un sentido profundamente religioso. Para conocerlo
necesitamos la luz de la revelación cristiana. (...) El pecado escapa a
Algunos
dicen que Dios no es afectado por el pecado.
El pecado,
efectivamente, no afecta a la naturaleza divina, que es inmutable; pero sí
afecta al «Corazón del Padre» que se ve rechazado por el hijo a quien Él tanto
ama[26] .
Si el pecado
no ofendiera a Dios sería porque Dios no nos quiere. Si Dios nos ama, es lógico
que le «duela» mi falta de amor. Lo mismo que le agradaría mi amor, le desagrada
mi desprecio: hablo de un modo antropológico. Pero es necesario hacerlo así,
para entendernos. Si Dios se quedara insensible ante mi amor o mi desprecio,
sería señal de que no me ama, que le soy indiferente.
A mí no me
duele el desprecio de un desconocido; pero sí, si viene de una persona a quien
amo.
No es que el
hombre haga daño a Dios. Pero a Dios le «duele» mi falta de amor.
El bofetón
de su niñito no le hace daño a una madre, pero sí le da pena. Ella prefiere un
cariñoso besín. Es cuestión de amor.
La
inmutabilidad de Dios no significa indiferencia. La inmutabilidad se refiere a
la esfera ontológica, pero no a
Es un
misterio cómo el pecado del hombre puede afectar a Dios. Pero el hecho de que el
pecado afecta a Dios es un dato bíblico[27] .
La Biblia
expresa la ofensa a Dios del pecado con la imagen del adulterio[28] .
«El pecado
es ante todo ofensa a Dios»[29] .
El pecado
ofende a Dios por lo que supone de rebelión.
David,
arrepentido de su pecado, exclamaba:
«Contra Ti pequé,
Señor»[30].
«El pecado
es un no deliberado dado al amor
redentor de Cristo, y esta
negativa lastima a Cristo»[31] .
Hay hechos
que tienen un significado importante.
Por eso
Pío XI se negó a pagar al Estado
Italiano una lira al año de contribución, pues eso suponía que el Estado
Vaticano no era independiente[32] .
«La Iglesia
ha condenado la opinión de quienes sostenían que puede darse un pecado puramente filosófico, que sería una falta contra la
recta razón sin ser ofensa de Dios»[33].
«La Iglesia
ha condenado la idea de que pueda existir un pecado meramente racional o
filosófico, que no mereciera castigo de Dios»[34] .
El pecado
está en la no aceptación de la
voluntad de Dios, más que en la transgresión material de la ley.
Por eso,
puede haber pecado sin transgresión material de la ley si existe el NO a Dios en
la intención; mientras que puede haber transgresión de la ley sin pecado, si no
se ha dado el NO a Dios voluntariamente.
El pecado no
es algo que nos cae inesperadamente, como un rayo en medio del campo. El pecado
se va fraguando, poco a poco, dentro de nosotros mismos[35] .
Las
repetidas infidelidades a Dios, los apegos desordenados consentidos, el
irresponsable descuido de las cautelas, van preparando la
caída.
56,2. La moral no consiste en el cumplimiento mecánico de una serie de
preceptos, sino en nuestra respuesta cordial a la llamada de Dios que se traduce
en una actitud fundamental en el servicio de Dios.
La opción
fundamental es la orientación permanente de la
voluntad hacia un fin.
Esta actitud
«debe explicitarse en el fiel cumplimiento de los preceptos, no de modo
rutinario, sino vivificado por el dinamismo que el Espíritu imprime en nuestros
corazones.
»La opción
fundamental no consiste en liberarse del cumplimiento de determinadas normas o
preceptos, sino muy al contrario, en hacer una llamada a la interiorización y
profundización de la vida de cada cristiano.
»La opción
fundamental por Dios consiste en colocar a Dios en el centro de la vida.
»Concebirle
como el Valor Supremo hacia el cual se orientan todas las tendencias, y en
función del cual se jerarquizan las múltiples elecciones de cada
día»[36] .
La opción
fundamental es una decisión libre, que brota del núcleo central de la persona,
una elección plena a favor o en contra de Dios, que condiciona los actos
subsiguientes, y es de tal densidad que abarca la totalidad de la persona, dando
sentido y orientación a su vida entera.
«Es claro
que las actitudes determinan nuestro comportamiento moral de forma positiva o
negativa»[37] .
Las
actitudes son predisposiciones estables o formas habituales de pensar, sentir y
actuar en consonancia con nuestros valores.
Son, por
tanto, consecuencia de nuestras convicciones o creencias más firmes y razonadas
de que algo «vale» y da sentido y contenido a nuestra vida. Constituyen el
sistema fundamental por el que orientamos y definimos nuestras relaciones y
conductas con el medio en que vivimos.
Evidentemente que en el hombre
tienen más valor las actitudes que los actos. Hay «actos que expresan más bien
la periferia del ser y no el ser mismo del hombre».
»Los actos
verdaderamente valiosos son los que proceden de actitudes conscientemente
arraigadas.
»Se ve
claramente que, aunque la actitud sea lo que define auténticamente al ser moral
del hombre, los actos tienen también su importancia, porque, repetidos,
conscientes y libres van camino de convertirse en actitud»[38] .
Incluso
podemos decir que hay actos de tal trascendencia que, si se realizan
responsablemente y sin atenuantes posibles, son el exponente de una actitud
interna[39] .
No
hace falta que el acto se repita para que sea considerado grave[40] .
Por ejemplo:
un adulterio o un crimen planeado a sangre fría, con advertencia plena de la
responsabilidad que se contrae, buscando el modo de superar todas las
dificultades, y sin detenerse ante las consecuencias con tal de conseguir su
deseo, ¿qué duda cabe que compromete la actitud moral del hombre?
«La opción
fundamental puede ser radicalmente modificada por actos
particulares»[41] .
No es
sincera una opción fundamental por Dios, si después esto no se confirma con
actos concretos. Los actos son la manifestación de nuestra
opción[42] .
«Si la
opción fundamental no va acompañada de actos singulares buenos, se ha de
concluir que la tal opción se reduce a buenas intenciones»[43] .
«Es en las
acciones particulares donde la opción fundamental de servir a Dios se puede
vivir de verdad. (...) La ruptura de la opción fundamental no es sólo por
apostasía»[44] .
Lo que sí
parece cierto es que la actitud no
cambia en un momento.
Los cambios
vitales en el hombre son algo paulatino.
El pecado
mortal que separa al hombre definitivamente de Dios es la consecuencia final de
una temporada de laxitud moral[45] . Por
eso decimos que el pecado venial dispone para el
mortal.
56,3.
Algunos opinan que al final de la vida, Dios dará a todos la oportunidad de
pedir perdón de sus pecados; pero esta posibilidad de la opción final no tiene ningún fundamento en la
Biblia[46] .
Por eso es
rechazada por teólogos de categoría internacional como Ratzinger, Rahner, Pozo, Alfaro, Ruiz de la
Peña, etc.
56,4. Hay,
además otros pecados llamados pecados de
omisión: «los pecados cometidos por los que no hicieron ningún
mal..., más que el mal de no atreverse a hacer el bien, que estaba a su
alcance»[47] .
Jesucristo condena al infierno a
los que dejaron de hacer el bien: «Lo que
con éstos no hicisteis»[48] . A
veces hay obligación de hacer el bien, y el no hacerlo es pecado de
omisión.
«Se
equivocan los cristianos, que pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente,
pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales,
sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga a un más perfecto
cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno. Pero no es
menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse
totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fueran ajenos del todo a la
vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y
al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y
la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores
de nuestra época»[49] .
«Hoy es muy
usual en algunos ambientes hablar de pecado
social.
»Pero el
pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona.
»Una
sociedad no es de suyo sujeto de actos morales.
»Lo cierto
es que el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás.
»Pero en el
fondo de toda situación de pecado hallamos siempre personas
pecadoras»[50].
Las estructuras de pecado se deben a los
pecados de los hombres.
«Todo pecado
es un ultraje a Dios. (...) En un sentido propio y verdadero tan sólo son pecado
los actos que de forma consciente y voluntaria van contra la ley de Dios. (...)
Por eso, precisamente, el hombre es la única creatura que puede ser pecadora
entre los seres que componen la creación visible»[51] .
Aunque es
cierto que pecados personales generalizados crean un ambiente de pecado, «no se
puede diluir la responsabilidad personal en culpabilidades colectivas
anónimas»[52]
Hay que
sentirse responsables de nuestros pecados que deterioran el ambiente. Hausherr, Profesor del Instituto Oriental
de Roma, publicó un libro titulado Le
Penthos en el que habla del influjo de algunos pecados en el medio
ambiente espiritual del Cuerpo Místico de Cristo[53] .
56,5. Las
cosas que principalmente nos incitan y tientan a pecar son:
a) el mundo
(criterios relajados, costumbres corruptoras, ambientes pervertidos) con sus
atractivos, que tienen fuerza seductora para los incautos que se dejan llevar
por él.
b) El
demonio con sus tentaciones: engañando con apariencias de bien[54] .
c) La carne
con sus inclinaciones al pecado[55] .
La
inclinación al pecado se llama concupiscencia. Ésta se concreta en los llamados
siete pecados capitales que son:
soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y
pereza.
Soberbia
es un apetito desordenado a la
autoestimación excesiva.
Avaricia es una
estima desordenada de los bienes materiales.
Lujuria es un apego
desordenado a los placeres de la sexualidad.
Ira es un
apetito de venganza.
Gula es un
apetito desordenado de comer o beber.
Envidia es un pesar
del bien ajeno o alegría de su mal.
Pereza es una
negligencia en el cumplimiento de las propias
obligaciones.
Dice el
Apóstol Santiago: «Cada cual es tentado por sus propias
concupiscencias»[56] . Y
San Juan: El que peca se hace esclavo del
pecado»[57] .
«El que peca se hace hijo de
Satanás»[58] .
A veces, los
malos ambientes pervierten a muchos católicos.
Como dijo
Pablo VI, en una solemne
alocución: «Muchos cristianos de hoy, en lugar de misionar, son misionados; en
lugar de convertir, son convertidos; en lugar de comunicar el Espíritu de
Jesús, son ellos contagiados por
el espíritu del mundo».
No podemos
vencer las tentaciones nosotros solos; pero tenemos la ayuda de Dios, su gracia,
que la tenemos a nuestra disposición si la buscamos con la oración y los
sacramentos.
Dice
San Pablo que Dios no permite al
demonio que nos tiente por encima de nuestras fuerzas[59] .
Muchas veces
el demonio se vale de los mismos hombres para hacernos pecar. Unas veces con su
mal ejemplo. Otras, también con sus palabras.
Es necesario
saber luchar contra los malos ambientes, y no dejarse arrastrar al pecado por el
respeto humano.
El mejor
medio para esto es huir de las malas compañías y juntarse con buenos
amigos.
Ocurre con
frecuencia que, en un grupo, los más indeseables llevan la voz cantante y
dominan a una colección de individuos vulgares y endebles.
Ten mucho
cuidado de que nadie atente contra la integridad y rectitud de tu personalidad.
Y si alguna
vez te integras en alguno de estos grupos, ten la valentía suficiente para hacer
una acto de independencia y abandonar el grupo, aunque tal vez la ruptura te
traiga algún contratiempo desagradable. No importa. Es decir, esto tiene menos
importancia y merece la pena afrontarlo.
La mejor
manera de vencer los malos
ambientes es tomar desde el primer momento una actitud decidida,
clara, inquebrantable. Si ven que contigo es inútil, te dejarán en paz. Pero si
ven que vacilas, volverán una y otra vez a la carga hasta
tumbarte.
56,6. El respeto humano consiste en obrar mal
por vergüenza de obrar bien temiendo al «qué dirán» los
demás.
Y dijo
Jesucristo: Si alguien se avergüenza de Mí delante de los
hombres, Yo lo ignoraré delante de mi Padre[60]
Es una
cobardía indigna. Es vergonzoso tenerle miedo a la sonrisa maliciosa de una
persona que -por su conducta- es indigna de nuestro aprecio.
En cambio,
quien cumple con su deber por encima de todo, consigue la estima de todas las
personas buenas, y también el respeto de las que no lo son, que -digan lo que
digan por fuera- en su interior no tienen más remedio que reconocer y admirar la
superioridad de la honradez y de la virtud.
En tu
conducta has de ser valiente cuando otros quieran arrastrarte al mal. Pero no
hay que fanfarronear.
Si la
timidez y la cobardía desprestigian la virtud, no menos la desprestigia la
fanfarronería, que la hace desagradable y antipática a todo el mundo.
Tu conducta
ha de ser la de una persona entera, que sabe lo que es cumplir con su deber,
pero que no por eso desprecia a los demás, sino que es amable con todos, y todos
saben que se puede contar contigo cuando se trata de algo bueno. Si eres persona
recta y amable, pronto tendrás quien te siga.
No hay nada
tan atractivo como la virtud, cuando ésta es amable y valiente. La mayoría de
las personas son imitadoras que siguen a las que entre ellas son capaces de dar
ejemplo.
No olvides
que tu conducta ejerce influjo en
los demás.
Quizás tú no
te des cuenta. Pero el buen ejemplo arrastra, a veces, todavía más que el malo.
Muchos no se
atreven a ser los primeros y lo están esperando para seguirlo. Los cristianos
deben, con su vida ejemplar, dar testimonio de la doctrina de Cristo[61] .
«La
transmisión de la fe se verifica por el testimonio... Un cristiano da testimonio
en la medida en que se entrega totalmente a Dios, a su obra... Normalmente la
verdad cristiana se hace reconocer a través de la persona
cristiana»[62] .
56,7.
También te recomiendo que seas santamente alegre.
Uno de los
mejores apostolados es el apostolado de
La bondad no
es ñoñería.
Sólo el
bueno es verdaderamente alegre. La alegría del pecado es mentira, y su gusto se
convierte en tormento.
La felicidad
En cambio,
después de hacer una buena confesión, ¿verdad que se siente un alivio y un
consuelo especial?
En una tanda
de Ejercicios Espirituales a obreros, uno me echó en el buzón un papel que
decía: «es tanta la felicidad y alegría que he sentido después de confesarme,
que no hay nada para mí en el mundo capaz de compararlo. Es algo fuera de lo
material. Me he elevado de tal forma, que he llorado de alegría y de
arrepentimiento. No soy digno de tanta felicidad». Textualmente. Al pie de
También
conservo otro papel que me encontré después de las confesiones de otra tanda de
Ejercicios. Dice así: «Padre, estoy rebosante de alegría. Tengo a Cristo en mi alma. En mi vida me he sentido
tan feliz como ahora. Usted ha conseguido de mí que encuentre la verdadera
felicidad».
El célebre
poeta mejicano Amado Nervo confesó
en su lecho de muerte, y después le decía a sus amigos: «Me he confesado y me
siento completamente feliz»[63] .
Realmente
que la felicidad de la tranquilidad de
conciencia no puede compararse a la amargura que deja detrás de sí el
pecado.
El
placer egoísta, antes de gustarlo, atrae. Pero después desilusiona.
Y si en su
satisfacción ha habido degradación, pecado, etc., el vacío que deja en el alma
no tiene nada que ver con la felicidad que se siente después de hacer una buena
obra donde se ha sacrificado algo.
56,8. El
pecado es el peor de los
males[64] . Peor
que la misma muerte, que sólo es un mal si nos sorprende en pecado. La muerte en
paz con Dios es el paso a una eternidad feliz.
Todos los
demás males se acaban con esta vida. Sólo el pecado atormenta en la
otra.
Muchas
personas endurecidas para lo espiritual, viven tranquilamente en el pecado, pero
su sorpresa en la otra vida será terrible.
Entonces se
darán cuenta de que se equivocaron
en lo principal de su vida: salvarse eternamente.
Pero, sobre
todo, el pecado es una ofensa a un Dios infinitamente bueno,
«El hombre
no puede renunciar a sí mismo, no puede hacerse esclavo de las cosas, de los
sistemas económicos, de la producción y de sus propios
productos»[65] «Hay
en el hombre un afán, a veces desmedido, de poseer, de gozar, de ser
independiente. Se dan en él: ambición de dinero, hipocresía, injusticias,
egoísmo, soberbia, cobardía, mentira. Estos vicios repercuten en
»Jesús proclamó la
verdad, no pactó nunca con el pecado y
»Jesús, al
condenar el pecado, quería hacer una llamada a la dignidad del hombre: el
hombre, por el pecado, además de rechazar a Dios se hace esclavo de las cosas
que valen menos que él»[66] .
Dice
San Juan
Crisóstomo:
- «Cuando te
veo vivir de modo contrario a la razón, ¿cómo te llamaré,hombre o
bestia?
- Cuando te
veo arrebatar las cosas de los demás, ¿cómo te llamaré,hombre o
lobo?
- Cuando te
veo engañar a los demás, ¿cómo te llamaré, hombre o
serpiente?
- Cuando te
veo obrar neciamente, ¿cómo te llamaré, hombre o
asno?
- Cuando te
veo sumergido en la lujuria, ¿cómo te llamaré, hombre o
puerco?
- Peor
todavía. Porque cada bestia tiene un solo vicio: el lobo es ladrón, la serpiente
mentirosa, el puerco sucio; pero el hombre puede reunir los vicios de todos los
brutos»[67] .
56,9. En la
vida son necesarias normas morales.
«Todos los
psicólogos insisten en que desde el comienzo de la vida el ser humano necesita
de
Los que
rechazan toda moral («prohibido prohibir»), son unos hipócritas, pues ellos
quieren imponernos sus normas. Ya dijo Ortega
y Gasset: «De la moral, no es posible desentenderse»[69].
A veces, en
los medios de comunicación, aparecen personas, cuya vida desordenada es de
dominio público, que manifiestan que no se arrepienten de nada: no sé si por
ignorancia de la moral o por soberbia redomada. Pretenden que esté bien todo lo
que ellos hacen. Sin embargo «la ausencia del sentimiento de culpabilidad no es
ningún signo de progreso, sino que revelaría más bien una estructura psicológica
deficiente. El fracaso de un proyecto humano o religioso, aunque no sea absoluto
y definitivo, tiene que producir en una persona normal ciertas reacciones
interiores que no la dejen tranquila e inmutable como si nada hubierta pasado.
La culpabilidad, como el dolor o la fiebre en los mecanismos biológicos, hace
sentir el mal funcionamiento de la persona y el deseo de una curación
eficaz»[70].
Hay personas
que han perdido el sentido del
pecado y rechazan la doctrina de la Iglesia cuando señala que una
cosa es pecado. Dicen: «Yo no veo que eso sea pecado; además lo hace todo el
mundo».
Eso no
prueba nada.
Las cosas no
se convierten en buenas por ser frecuentes: drogas, terrorismo, violaciones,
etc.
Además la
opinión de la mayoría no cambia la realidad observada por un
entendido.
Hoy los
famosos del arte, del deporte o del espectáculo se presentan como pedagogos de
Que un
experto dé su opinión sobre lo que entiende, es razonable. Pero que el famoso de
turno dogmatice de lo que no sabe, es lamentable.
Decía
Pascal: «Algunos justos se
consideran pecadores, pero muchos pecadores se consideran
justos»[71]. Dicen: «No
tengo que arrepentirme de nada». Su soberbia les
ciega.
La moral no
puede cambiar con las modas de cada época.
Hoy está de
moda permitir el aborto; pero siempre será una injusticia condenar a muerte a
una persona inocente.
Hoy está de
moda la democracia; pero la verdad y el bien no dependen de lo que diga
Una minoría
de entendidos vale más que una mayoría que no lo es.
Si se trata
de la salud, vale más la opinión de tres médicos que el resto de un grupo
mayoritario formado por una peluquera, un carpintero, una profesora de idiomas,
un arquitecto, etc.
Lo mismo si
se trata de pilotar un avión o de moral.
La
democracia sólo es válida cuando todos los que opinan entienden del tema, por
ejemplo en una consulta de médicos. Pero no basta la opinión de la mayoría, si
ésta no entiende del tema.
Para saber
si es verdad que la Tierra da vueltas alrededor del Sol, no lo sometes a
votación en una tribu de la selva amazónica, que desconocen el
tema.
Aunque todo
el mundo dijera que el agua de tal fuente es potable, porque no ven en ella
ningún microbio, si el encargado de
La
democracia mal empleada puede ser funesta. En frase de
La Iglesia
tiene una especial asistencia de
«Someter una
cuestión ética a votación, no garantiza la bondad moral de la solución
vencedora. (...) Una actuación es ética o no lo es, independientemente de las
opiniones personales de los votantes»[73] .
Sobre
«Yo dudo que
haya habido otras épocas de la historia en que la muchedumbre llegase a gobernar
tan directamente como en nuestro tiempo. (...) Vivimos bajo el brutal imperio de
las masas. (...) La soberanía del individuo no cualificado. (...) En nuestro
tiempo domina el hombre-masa; es él quien decide. (...) Las masa populares
buscan pan, y el medio que emplean es destruir la panaderías»[74].
«Es una
falacia muy extendida hoy día, que es demagógica y falsa: “el pluralismo
democrático exige el relativismo ético”. Como si el respeto a la libertad de los
demás se fundase en que no existe una verdad y un bien objetivos sobre las cosas
y la naturaleza humana. Esto es un error. (...) Lo que nunca se puede hacer es
utilizar la coacción y la violencia para imponer mi concepto de la verdad y lo
bueno. Pero si no defiendo lo que yo considero que es bueno y verdadero, estaría
siendo injusto con la gente que me rodea. (...) La democracia no es un mecanismo
para definir lo que es verdadero o falso, bueno o malo. Creer que la votación
popular es lo que define la bondad o malicia, la verdad o falsedad real de las
cosas es un error. Convertir la democracia en el sustituto de la capacidad
racional de hombre para conocer la verdad es una falacia. (...) La democracia no
implica relativismo ético. El respeto a la libertad de conciencia no implica
ocultar la verdad o el bien objetivo de las cosas. (...) Tenemos el derecho y la
obligación de defender lo bueno y lo verdadero ante la sociedad para procurar
que la verdad y el bien se reflejen en las leyes»[75] .
«No todo lo
ordenado democráticamente tiene la garantía de ser justo»[76]
Hoy está de
moda el relativismo moral. A veces
se oye decir:
«No hay verdades
absolutas»: luego tampoco es verdad lo que tú
dices.
«Nadie puede
conocer la verdad»: luego tú
tampoco.
«Todas las
generalizaciones son falsas»: luego ésta
también.
«No seas
dogmático»: luego tú
tampoco.
«No me impongas
tu verdad»: luego tú tampoco la
tuya.
Hoy es
frecuente un concepto peyorativo del sentimiento de
culpabilidad.
Es cierto
que en algunas ocasiones puede ser algo patológico, cuando no responde a causas
objetivas.
Pero es
perfectamente lógico que el que ha hecho algo malo tenga después remordimientos
y sentimientos de culpabilidad. Lo mismo que la fiebre es consecuencia de la
enfermedad, y el dolor de la herida.
El que
después de hacer algo malo no tiene remordimientos ni sentimientos de
culpabilidad es porque tiene el alma acorchada, lo cual es
gravísimo[77].
«Cada uno de
nosotros está obligado a obedecer a su conciencia»[78] . «Es
a la conciencia a la que le corresponde la decisión última sobre el
comportamiento moral del hombre»[79] .
La
conciencia es el juicio moral de
«Hay algo en
nuestra propia intimidad que nos dice “debes” o “no debes”. Hay una ley grabada
en nuestra naturaleza, ley que no hemos impuesto nosotros mismos, de obrar el
bien y evitar el mal»[81] .
Pero esta
conciencia debe estar bien formada, porque el hombre puede engañarse a sí mismo
considerando bueno lo que le gusta o conviene.
Por eso la
Autoridad de la Iglesia, que es objetiva e independiente, señala lo que es bueno
o malo.
Dice el Papa
Juan Pablo II en su encíclica
Veritatis splendor : «Existen
normas objetivas de moralidad, válidas para todos los hombres de ayer, de hoy y
de mañana. Tenemos que amoldar nuestra conciencia a la enseñanza de Cristo y de la Iglesia».
«Es cierto
que hay que seguir la conciencia, pero sin olvidar que ella no es la creadora de
la norma moral, y que el Magisterio ha sido instituido para iluminar la
conciencia»[82] .
La
conciencia bien formada se ajusta al Magisterio de
La
conciencia no es autónoma.
«No es una
fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo.; al contrario,
en ella está grabado profundamente un principio de obediencia
«La
conciencia es el juicio acerca de la licitud o ilicitud de una acción concreta
del individuo.
Dijo
Pablo VI el 13 de febrero de 1969:
«La conciencia es intérprete de una norma superior, pero no es ella quien crea
la norma».
«La función
de la conciencia moral no es crear la ley, sino aplicarla a las circunstancias
concretas de cada momento»[85] .
«Las cosas
son como son, y no como a nosotros nos gustaría que fueran. Una mentira apoyada
por la mayoría, no deja de ser mentira. El que no asume la realidad tal cual es,
se hace daño a sí mismo y engaña a los demás»[86].
Una
conciencia equivocada no crea valores.
«La
conciencia no obliga por sí misma, sino en cuanto refleja la verdad, porque es
un instrumento de
Según
Balmes,en El Criterio,«la verdad en las cosas es
Hay actos
que son malos porque están prohibidos (circular por una calle en sentido
contrario al señalado por la flecha).
Pero también
hay actos que son malos en sí mismos, porque van contra la dignidad de la
persona humana (la calumnia).
Éstos se
llaman actos intrínsecamente
malos[89] .
«La
educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a
influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a
rechazar las enseñanzas autorizadas»[90] .
Todos
debemos preocuparnos de tener una conciencia bien formada. Pero algunas
personas, por distintas razones, tienen una conciencia escrupulosa. Deben buscarse un
sacerdote de su confianza, y dejarse dirigir por él.
Ten en cuenta que
el sacerdote es una persona preparada para estos temas, y además
imparcial.
Si él
ve que eres culpable, te pide arrepentimiento y te
perdona.
Pero si él
ve que son escrúpulos irresponsables, no los quiere
fomentar.
La solución
está en que te fíes de lo que te dice el sacerdote, más de lo que tú
sientas.
Hay que
dejar claro que los escrúpulos, generalmente, pueden curarse, si la persona
escrupulosa es dócil a los consejos de su director espiritual[91].
«La conciencia errónea no siempre está exenta
de culpabilidad»[92] .
«Sólo la
ignorancia invencible está exenta de culpabilidad»[93] .
Sólo la
conciencia equivocada por error involuntario e inadvertido está libre de
culpa. Pero en cuanto se descubra el error hay que rectificar.
«La conciencia errónea puede ser culpable de
modo directo (cuando no se quiere saber para poder pecar libremente) o «in
causa» (cuando no se ponen los medios debidos para formarla). En ambos casos
esta conciencia errónea no excusa de pecado, incluso puede
agravarlo»[94] .
La
conciencia no está bien formada si
no se atiende al Magisterio de la Iglesia, como dijo Juan Pablo II en el Segundo Congreso
Internacional de Teología Moral[95] .
«La Iglesia,
a través de su Magisterio ordinario y extraordinario, es la depositaria y
maestra de la verdad revelada. (...) Difícilmente se podrá hablar de rectitud
moral de una persona que desoiga o desprecie el Magisterio eclesiástico:
«el que a vosotros oye, a Mí me oye; y el
que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia»[96] . Por
lo tanto, para un cristiano, si no hay unión con la Jerarquía, no hay
posibilidad de unión con Cristo.
Ésta es la fe cristiana, y cualquier otra posibilidad queda al margen de la
fe»[97] .
«Hay
cristianos que viven habitualmente en estado de condenación, (...) sin que les
importe nada, incluso encontrándose a gusto en esta terrible situación.
Cristianos que, cuando se confiesan, apenas sienten pena de haber ofendido a
Jesucristo, sino que miden su amor
a Dios por el miedo que experimentan ante el pensamiento del infierno.
Cristianos que no saben valorar la Pasión de
Cristo, que viven como si no les importara su complicidad con la
muerte del Señor, que se quedan fríos e indiferentes ante el dolor de la
Madre Dolorosa»[98] .
«Una
conciencia que no quiera buscar la verdad objetiva sería una conciencia
moralmente culpable»[99].
El célebre
moralista Häring dice: «Los
psiquiatras y los psicólogos de profundidades han logrado disipar completamente
sentimientos de culpabilidad, explicándolos como meros restos neuróticos de
ansiedades reprimidas de infancia. (...) Yo no me opongo a la psicoterapia, como
tal, sino a una psicoterapia que niega absolutamente la culpa»[100] .
57.-
HAY DOS CLASES DE PECADOS:
MORTAL Y VENIAL[101] .
«El pecado
es una ofensa a Dios» [102] . La
imperfección no llega a pecado venial. Suele definirse como «la deliberada
omisión de un bien mejor. Pudiendo hacer un bien mayor se elige un bien
menor»[103] .
58.- EL PECADO
MORTAL SE DIFERENCIA DEL VENIAL, EN QUE EL MORTAL ES GRAVE Y EL VENIAL ES
LEVE[104] .
58,1. No es
lo mismo cometer un adulterio -que siempre es grave-, que decir una mentirilla
-que puede no tener importancia-.
El pecado
grave rompe nuestra amistad con Dios. El pecado venial, no[105] . Pero
la enfría.
Algunos
distinguen entre el pecado grave y el pecado mortal.
Pero ha
dicho el Papa Juan Pablo II:
«El pecado
grave se identifica prácticamente en la doctrina y en la acción pastoral de la
Iglesia con el pecado mortal...
»La triple
distinción de los pecados en veniales, graves y mortales, podría poner de
relieve una gradación en los pecados graves.
»Pero queda
siempre firme el principio de que la distinción esencial y decisiva está entre
el pecado que destruye la caridad y el pecado que no mata la vida sobrenatural:
entre la vida y la muerte no existe una vida intermedia»[106] .
Por eso el
Nuevo Catecismo de
59.-
Los efectos del pecado mortal son:
perder la amistad con Dios, matar la vida sobrenatural del alma, y condenarnos
al infierno, si morimos con ese pecado [108] .
59,1. Esto
limitándose a los bienes espirituales.
Pero aun en
los bienes naturales, ¡cuántas enfermedades, cuántos encarcelamientos, cuántas
ruinas, cuántas desgracias de familia no tienen otro origen que un pecado contra
la Ley de Dios!
Una mancha
de grasa en una prenda de vestir nueva es motivo suficiente para que
¿Y no
te da vergüenza que tu alma sea repulsiva a Dios y a la Virgen?
Una
piedrecita en el zapato no te deja en paz hasta que logras quitártela, ¿y cómo
puedes tener tranquilidad con un pecado mortal en el
alma?
60.-
Los efectos del pecado venial son:
poner enferma la vida sobrenatural del alma, y disponernos para el pecado mortal
[109] .
60,1.-El
pecado venial es una transgresión voluntaria de la ley de Dios en materia
leve[110] .
Una tos
pequeña, pero descuidada, puede llevar a la sepultura.
Un punto
negro en un diente no es nada, pero si no se lo enseñas al dentista, pronto todo
el diente quedará dañado, y hasta puede ser necesaria la
extracción.
No es que el
pecado leve se convierta en grave.
Ni siquiera
que muchos pecados leves hagan un pecado grave.
Sino que el
pecado leve dispone al pecado grave[111] , pues
debilita la voluntad y nos priva de gracias sobrenaturales con las cuales
podríamos luchar mejor contra el pecado grave.
«Pero los
pecados veniales no nos excluyen del Reino de Dios»[112] .
Deberíamos
poner especial diligencia en evitar los pecados veniales plenamente advertidos y
voluntarios.
Evitar
también todos los semideliberados supone especial gracia de Dios. Este
privilegio lo tuvo María
Santísima[113] .
60,2. Un
pecado que de suyo es leve, por
ser la materia leve, puede ser grave:
a) si el que
lo comete cree, por error, que es grave: robar una
peseta.
b) si se
comete con fin gravemente malo: insultar
c) si se
hace a otro un daño grave o se pretende hacerlo, o se es causa de grave
escándalo: parejas pecando en público.
d) si al
cometerlo, se expone uno al peligro próximo de pecar gravemente: entrar por
curiosidad en un cabaret.
e) en
algunos casos especiales, en que se acumulan las materias, como ocurre en
algunos robos pequeños repetidos con cierta
frecuencia.
60,3. Hay
personas a quienes les gusta preguntar siempre el límite entre el pecado leve y
grave.
Pero esto a
veces es tan difícil como señalar en el arco iris dónde
termina un color y dónde empieza otro.
Por eso, en
la duda, muchos dicen al confesor: «Me arrepiento tal como esté en la presencia
de Dios».
«Los límites
entre el pecado mortal y el venial varían de penitente a penitente, y hasta en
el mismo penitente varían de una vez a otra. En efecto, el penitente no siempre
presta la misma atención, ni se da la misma cuenta, de la gravedad de sus
acciones frente a la santa voluntad de Dios»[114] .
61.- EL PECADO
ES GRAVE CUANDO SE DAN JUNTAMENTE ESTAS TRES COSAS:
1) QUE
2) QUE AL
HACERLO YO SEPA QUE ES GRAVE.
3) QUE YO
QUIERA HACER AQUELLO QUE SÉ QUE ES GRAVE.
61,1. Para
que haya pecado grave deben darse
las tres cosas al mismo tiempo. Si no, no hay pecado grave[115] .
Se trata,
pues, de acciones que se oponen gravemente contra la voluntad de Dios,
realizadas con pleno conocimiento y deliberado
consentimiento.
Si no hay
plena advertencia y perfecto consentimiento, el pecado será
venial.
Por ejemplo:
1) Me tiro
un farol y digo que he estado en Londres, siendo esto mentira. No puede ser
pecado grave, pues aunque miento queriendo y dándome cuenta de que miento, falta
la materia grave.
Esa materia
es leve, pues con esa mentira no hago daño a nadie.
2) Uno no
sabe que el emborracharse hasta perder la razón es grave, y para celebrar una
fiesta coge voluntariamente una borrachera completa.
Aunque la
materia era grave y lo ha hecho voluntariamente, no peca gravemente, porque no
sabía que era materia grave.
3) Está uno
un domingo en alta mar en un barco pesquero. Sabe que es domingo, pero en esas
circunstancias no puede ir a Misa.
No peca,
pues, aunque la materia es grave, y él se da cuenta de la obligación que tiene
de ir a Misa en domingo, no puede cumplir con ese precepto en las circunstancias
en que se encuentra actualmente.
Esa falta a
Misa no es voluntaria, por lo tanto no hay pecado.
Materia
grave es una cosa de
importancia[116] .
Puede
ser grave en sí misma -como el blasfemar-, o en sus
circunstancias -como el mentir con daño grave para el prójimo-.
La
advertencia a la gravedad de la materia debe
acompañar o preceder a
«Todos los
moralistas están de acuerdo en que el penitente sólo tiene que confesar el
pecado conforme a la idea que tenía del mismo al momento de
cometerlo»[117] .
«Todo pecado
actual presupone el conocimiento de la ley»[118] .
Debemos ser plenamente conscientes de que estamos
pecando.
«La
ignorancia es vencible cuando es fácil salir de ella mediante una información
adecuada.
Por el
contrario, es invencible cuando, puestas las diligencias debidas, no es posible
salir de ella»[119] .
La
ignorancia culpable (no sé porque no he querido enterarme) no excusa de
pecado[120] .
El
conocimiento del pecado debe ser valorativo.
Debo darme
cuenta que al cometer ese pecado estoy haciendo algo malo. Si al hacerlo no
advierto que peco, no peco.
No todos los
actos del hombre son actos
humanos, es decir, conscientes y libres. Sólo éstos son responsables
moralmente.
«Conocimiento y libertad constituyen
la raíz de la moralidad»[121] .Si
cometo un pecado, sin saber que es pecado, lo que hago se llama pecado material, en el cual no hay culpa.
Sólo hay
culpa en el pecado formal, del
cual soy responsable porque hago queriendo lo que sé que es pecado.
El
consentimiento de la voluntad debe ser perfecto.
Esto supone
que hay libertad para hacer la cosa o no hacerla.
Quien no
tiene libertad para hacer o dejar de hacer una cosa no obra por propia voluntad,
y por lo tanto no peca.
Quien está
encerrado en la celda de una cárcel no peca si no le dejan ir a
Misa.
Para que
haya pecado no hace falta querer
directamente ofender a Dios: esto sería algo diabólico.
Peca todo el
que hace voluntariamente lo que sabe que Dios ha prohibido[122] .
Obrar contra
la ley de Dios, ya es ofensa a Dios.
Si uno te
quita el monedero no te contentas con que te diga que no
quiere ofenderte, que sólo quiere tu dinero.
Al actuar
contra tus derechos, ya te está ofendiendo; aunque no tenga intención de
ofenderte.
«El hombre
peca mortalmente no sólo cuando su acción procede de menosprecio directo del
amor de Dios y del prójimo, sino también cuando libre y conscientemente elige un
objeto gravemente desordenado, sea cual fuere el motivo de su
elección»[123] .
Para pecar
basta hacer voluntariamente algo
que sé que es pecado, dándome cuenta de que es pecado.
Si falta
cualquiera de estas tres
condiciones no hay pecado grave.
Es decir:
cuando la materia no es grave; o es grave, pero yo no lo sé; o lo sé pero lo
hago sin querer o sin darme cuenta.
En estos
casos no hay pecado grave[124] .
Por lo
tanto, todo lo que se hace sin querer (por ignorancia, por descuido, sin caer en
la cuenta o en un arrebato inevitable), o lo que se hace sin pleno
consentimiento, o sin plena advertencia no es pecado
grave.
No hay
pecado sin libertad, y no hay libertad sin
conocimiento.
Lo que se
hace por ignorancia invencible o violencia extrínseca, nunca es
pecado[125] .
61,2.
Tampoco es pecado nada de lo que se hace en
sueños -aunque fuera pecado hacerlo despierto-, pues soñando se obra
inconscientemente.
Pero sí lo
sería si estando despierto se ha puesto con previsión o intencionadamente su
causa, o se continúa complacidamente despierto, lo que comenzó dormido.
Para que sea
pecado grave hace falta que uno se deleite en lo que está prohibido,
completamente despierto, y con plena voluntad y deliberación. Lo que se hace
soñoliento y medio dormido, a lo más es pecado venial.
No puede
llegar a pecado grave por faltar la advertencia plena y consentimiento
perfecto.
Por esto, en
cuestiones de castidad, aunque se esté despierto, si se producen movimientos
fisiológicos inevitables, prescinde: no hay pecado
ninguno.
61,3.
Los pecados dudosos, en los que no
se sabe con certeza si ha habido plena advertencia y consentimiento perfecto,
conviene decirlos como dudosos al confesor, para más tranquilidad; pero no hay
obligación.
La duda
puede ser también sobre si se cometió o no se cometió el pecado; si se confesó o
no se confesó; si la materia del pecado fue grave o leve.
En ninguno
de los tres casos hay obligación de confesarlo; aunque está mejor hacerlo
manifestando la duda.
Pero si
dudas sobre si una cosa es o no es pecado grave, y te vas a ver en la ocasión de
hacerlo de nuevo, tienes obligación grave de preguntarlo antes de hacerlo, si
hay razones serias para sospechar que pueda ser pecado
grave.
Hay
circunstancias en las que una persona puede verse en una situación en la que no
sabe cómo evitar una mala acción. Para salir de esta situación se puede aplicar
la doctrina moral del mal menor, conflicto de
deberes, o la acción de
doble efecto.
Evidentemente que si, haga lo que
haga, tengo que hacer algo malo, el sentido común me dice que elija el mal menor.
Cuando me
encuentre entre dos obligaciones que parecen contradictorias, lo lógico es
escoger la obligación que me parezca más importante, según las circunstancias
del momento.: es lo que se llama conflicto de
deberes.
Otras veces
hay que efectuar acciones con doble
efecto. En estos casos la moral dice lo
siguiente:
a) Que la
acción no sea mala en sí misma.
b) Que el
efecto bueno no se produzca mediante el efecto
malo.
c) Que la
intención del agente sea conseguir el efecto bueno.
d) Que haya
motivos proporcionados para permitir el efecto malo[126] .
«Existe otro
tipo de acciones humanas, imputables al sujeto, por ser voluntarias en
a)
Previsión, al menos confusa, del efecto malo que se ha de
seguir.
b) Libertad
para no poner la causa, o para quitarla, una vez
puesta.
c)
Obligación de evitar que de tal causa se siga tal efecto»[127] .
61,4. Cuando
dudes si es o no lícita una acción, puedes aplicar lo que los teólogos llaman
probabilismo.
La ley ahora
dudosa para ti, no te obliga con tal de que se trate de algo que no
perjudique a nadie, ni material ni espiritualmente.
Por ejemplo,
vas a comulgar y no tienes seguridad si ha pasado ya la hora del ayuno
eucarístico; pues te parece que sí, pero no recuerdas la hora exacta.
En ese caso
puedes salir de la duda sabiendo con certeza que puedes obrar tranquilamente
pues esa ley, ahora dudosa para ti, no te obliga.
Aunque el
probabilismo es lícito, las personas que tienen delicadeza de conciencia saben
que lo meramente lícito no es siempre lo que más agrada a Dios; por amor a
Él y por generosidad se puede superar lo que es lícito por lo que más agrada a
Dios.
61,5.
Conviene instruirse bien de lo que
es pecado y de lo que no lo es, pues si creo que algo es pecado grave -aunque de
suyo no lo sea- y a pesar de eso lo hago voluntariamente, cometo un pecado
grave.
«La
educación de la conciencia es indispensable»[128] .
«La
formación de la conciencia es una grave obligación moral: el hombre está
obligado a formar una conciencia recta. En caso contrario, se hace responsable
de todas sus faltas, aun las cometidas con ignorancia»[129] .
«Una
conciencia equivocada es culpable si se debe a despreocupación por conocer la
verdad y el bien»[130] .
«La
conciencia
»Esto parece
obvio cuando se trata de la conciencia recta, asentada en criterios verdaderos.
»Pero,
¿también en caso de error invencible, el hombre ha de seguir el dictamen de su
conciencia?
»La
respuesta es afirmativa. (...) Pero la conciencia errónea plantea hoy
serios
61,6. Por lo
tanto, una acción pecaminosa no será pecado, si al hacerla yo no sé que es
pecado.
Una acción
lícita y permitida será pecado, si al hacerla yo creo erróneamente que es pecado
y la hago libremente.
El pecado
será grave, si al hacerlo yo lo tenía por grave, aunque de suyo la materia no
sea grave.
El pecado
será leve, si al hacerlo yo lo tenía por venial, aunque después me entere que la
materia fue grave.
El pecado ya
cometido fue leve, pero si lo repito después de conocer su gravedad, la misma
acción será ahora pecado grave.
La razón de
todo esto es que Dios juzga nuestros pecados tal como los tenemos en
Pero debemos
procurar tener bien formada la conciencia.
«Quien duda
de si está en la verdad, ha de poner los medios para salir de esa
situación»[132] .
Evidentemente que la moralidad de un
acto está condicionado por circunstancias que pueden ser agravantes, atenuantes
y hasta excusantes. Pero esto no obsta para que haya normas morales objetivas.
La
moral de situación descarta estas
normas objetivas y sólo atiende, como norma de moralidad, al juicio particular
de cada uno, prescindiendo del recto orden objetivo[133] .
Algunos,
siguiendo la doctrina de Max Weber,
de la «ética de la intención», sostienen que la fuente de la
moralidad es el fin que se proponga el agente. Pero Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor rechaza esta
doctrina diciendo: «Si el objeto de la acción concreta no está en sintonía con
el verdadero bien de la persona, la elección de tal acción es moralmente
mala»[134] .
61,7. Para
pecar basta tener intención de
hacer lo que es pecado, aunque después no se realice.
Soy culpable
del pecado en el momento en que he decidido cometerlo.
Por ejemplo:
peca gravemente quien ha tenido intención de cometer un adulterio, aunque
después, por alguna dificultad que surgió, no lo haya realizado en la práctica.
El pecado
realizado es más grave, pero sólo el intentarlo ya es pecado.
Uno coge
cierta cantidad de dinero con intención de robar, y luego se entera que robó su
propio dinero: ha cometido pecado
formal aunque no haya sido pecado
material.
Dos palabras
sobre la doctrina del doble
efecto:
«Se puede
tener en cuenta la doctrina clásica sobre las cuatro condiciones que se
requieren para actuar cuando de la acción se siguen dos efectos, uno bueno y
otro malo.
Son las
siguientes:
a) Que la
acción, en sí misma, sea buena o al menos indiferente.
b)Que el fin
perseguido sea obtener el efecto bueno y, simplemente, permitir el
malo.
c) Que el
efecto primero o inmediato que se ha de seguir sea el bueno y no el
malo.
d) Que
exista causa proporcionalmente grave para actuar»[135] .
61,8. El 6
de agosto de 1993 el Papa Juan Pablo
II firmó la encíclica «Veritatis
splendor». La encíclica ha venido a terminar con el subjetivismo moral que se estaba
extendiendo en la Iglesia.
Muchos se
creen con el derecho de decidir ellos mismos lo que es bueno y lo que es malo,
según su conciencia; prescindiendo de la ley de Dios, tanto natural como
positiva.
El bien y el
mal tienen un valor objetivo, y no dependen de las opiniones de los hombres.
Hay bienes
relativos y bienes absolutos.
Por ejemplo.
una temperatura será buena para unos y no para otros. Pero hay bienes absolutos,
que lo son para todos: la verdad, la justicia, la paz,
etc.
Es
importante la opción fundamental de orientar la vida hacia Dios. Pero, aunque no
haya un rechazo explícito de Dios, se incurre en pecado mortal por una
transgresión voluntaria de la ley moral en materia
grave.
No sólo se
peca con una actitud de pecado. El pecado grave se puede cometer con una sola
acción, libre y deliberada: el tabaco mata poco a poco, pero un plato de setas
venenosas mata de golpe.
Monseñor
Yanes, Presidente de
Dice la
encíclica:
«La
conciencia no está exenta de la posibilidad de error (nº62).
El mal
cometido a causa de una ignorancia invencible o de un error de juicio no
culpable puede no ser imputable a la persona que lo hace (...), pero cuando la
conciencia es errónea culpablemente porque el hombre no trata de buscar la
verdad, compromete su dignidad (nº63).
El hombre
tiene obligación moral grave de buscar la verdad y seguirla una vez conocida
(nº34).
Es pecado
mortal lo que tiene como objeto una materia grave y es cometido con pleno
conocimiento y deliberado consentimiento (nº70).
Con
cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que ha
dado la ley (...); a pesar de conservar la fe pierde la gracia santificante
(nº68).
La opción
fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones
conscientes de sentido contrario en materia moral grave (nº67).
Los
cristianos tienen en la Iglesia y en su Magisterio una gran ayuda para la
formación de la conciencia (nº64).
La Iglesia
ilumina sobre la verdad objetiva de la ley natural, obra de Dios (nº40).
El hombre
que se desengancha de la verdad objetiva de la ley natural se equivoca (nº61).
Es
inaceptable que se haga de la propia debilidad el criterio de la verdad para
justificarse uno mismo (nº104), adaptando la norma moral a los propios intereses
(nº105).
La
conciencia no es una fuente autónoma para decidir lo que es bueno o malo (nº60).
Por voluntad
de Cristo
El Señor ha
confiado a Pedro el encargo de
confirmar a sus hermanos (nº115).
La
Iglesia se pone al servicio de la conciencia ayudándola a no desviarse de la
verdad (nº 64, 110, 116).
Los fieles
están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos
declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios (nº76).
Los fieles,
en su fe, deben seguir el Magisterio de la Iglesia, no las opiniones de los
teólogos (Prólogo).
La Iglesia
tiene autoridad no sólo en cuestiones de fe sino también en cuestiones de
moral (nº28 y 95).
La fe tiene
un contenido moral: suscita y exige un compromiso coherente con la vida (nº83).
Una verdad
no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en
práctica (nº88).
La
libertad no es un valor absoluto (nº32).
La libertad
debe someterse a la verdad (nº34).
No hay
libertad fuera de la verdad (nº96).
Se llegaría
a una concepción relativista de la moral (nº33).
La
revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al
hombre, sino sólo a Dios (nº35).
La doctrina
moral no puede depender de una deliberación de tipo democrático (nº113).
La ley
natural es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los
hombres (nº51).
A ella deben
atenerse tanto los poderes públicos como los ciudadanos (nº97 y 101).
Las
opiniones de los teólogos no constituyen la norma de enseñanza (nº116).
En la
oposición a la enseñanza de los Pastores no se puede reconocer una legítima
expresión de la libertad cristiana ni de las diversidades de los dones del
Espíritu Santo (nº113).
Los Pastores
tienen el deber (...) de exigir que sea respetado siempre el derecho de los
fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad (nº113).
Hay verdades
y valores morales por los cuales se debe estar dispuesto a dar incluso la vida
(nº94).
Ninguna
doctrina filosófica o teológica complaciente puede hacer verdaderamente feliz al
hombre: sólo la cruz y la gloria de Cristo resucitado, pueden dar paz a su
conciencia y salvación a su vida (nº120).
[1] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 911. Ed.
Herder. Barcelona.
[2] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 2193. Ed.
Herder. Barcelona.
[3] Concilio Vaticano II:
Lumen Gentium: Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, nº11
[4] ANDREAS SNOEK, S.I.:
Confesión y psicoanálisis, III, 4.
Ed. FAX. Madrid.
[5] Concilio Vaticano
II: Lumen Gentium: Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, nº11
[6] JUAN PABLO II:
Reconciliación y Penitencia
[7] Concilio IV de Letrán
en 1215, Cap. XXI. DENZINGER: Magisterio de
la Iglesia, nº 437. Ed. Herder.
Barcelona
[8] SÓCRATES: Historia Eclesiástica, 5, 19. Migne:
Patrología Griega, Vol. 67, Col.
613s
[9] HERMAS: El Pastor,
IV,3,4
[10]
[11] Gonzalo Flórez: Penitencia y Unción de enfermos, 1ª,VII, 2.
BAC. Madrid. 1996.
[12] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 911. Ed.
Herder. Barcelona
[13] Evangelio de San Juan,
20:23
[14] Nuevo Catecismo de
[15] Concilio de Trento.
DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº
894. Ed. Herder. Barcelona
[16] SAN PABLO: Segunda
Carta a los Corintios, 5:18
[17] Ritual de la
Penitencia, nº9, b. pg. 13. 1975
[18] ANTONIO ROYO MARÍN,
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IV, nº 193. Ed. BAC. Madrid
[19] Nuevo Código de
Derecho Canónico, nº 989
[20] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 918. Ed.
Herder. Barcelona
[21] Nuevo Catecismo de
[22] Nuevo Catecismo de
[23] Concilio
Vaticano II: Gaudium et Spes:
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº
16
[24] Pedidos a:
Apartado 2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 205
810
[25] MIGUEL PEINADO:
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1975.
[26] JOSÉ A.
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[27] JOSÉ A. SAYÉS:
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57:
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[29] Nuevo Catecismo de
[30] Salmo
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[31] BERNHARD
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Ed.Palabra.Madrid.1995.
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[133] AUGUSTO SARMIENTO:
39 Cuestiones doctrinales, IV, 4.
Ed. Rialp. Madrid. 1990.
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Encíclica Veritatis splendor, nº
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[135] AURELIO FERNÁNDEZ:
Compendio de Teología Moral, 1ª, VIII,
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[136] Revista ECCLESIA, 2653-54
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