n Vía Crucis
Acompañemos a Jesús en su camino hacia la Cruz.
Jesús padeció por nuestros pecados para que podamos alcanzar la bienaventuranza eterna, la felicidad infinita del Cielo. Nosotros, tenemos la posibilidad de unir nuestros sufrimientos y dolores a la pasión del Señor. Si lo hacemos, además de convertir nuestra cruz en Su Cruz, nos convertiremos en colaboradores de la Redención: en co redentores.
Cada uno tiene que amar la cruz que Dios le ha dado. Jesús quiere ayudarnos a llevarla. No la rechacemos, ni nos quejemos; abracémosla. Quien abraza su cruz abraza a Jesús.
Estas pocas líneas fueron escritas durante un rato de oración. Quizás también a vos te puedan ayudar a rezar contemplando hasta qué punto nos ama Dios.
I Estación: Jesús condenado a muerte
Jesús es condenado por mí.
Perdón, Jesús, por mis pecados.
Jesús es condenado por los pecados de la humanidad.
Señor, te pido perdón por los pecados de todos mis hermanos.
“-No me dejes caer en la tentación”, rezo a diario en el Padrenuestro.
Tu no quieres que yo caiga, pero yo soy débil y egoísta.
Perdón, Señor, por mis pecados; y ayudame a rechazar las tentaciones. Gracias.
II Estación: Jesús carga con la cruz
Te lo decía, Señor, quiero amar mi cruz y convertirla en la tuya.
Me consuela pensar que, también a Vos, te costó llevarla.
Convencido estoy de que Vos trataste que la Virgen no sufriera, viéndote sufrir.
Quiero imitarte, Jesús, llevando mi cruz con mi mejor cara, con mi mejor ánimo.
III Estación: Jesús cae por primera vez
Jesús cae y se lastima por mí.
Yo, ¿cuántas veces he padecido por Él o por mi prójimo?
Dame, Señor, generosidad y valentía para entregarme, por amor, a los demás.
Que no me falte el espíritu de sacrificio y el coraje del Buen Samaritano.
Que sepa rechazar las excusas que me invitan a “seguir mi camino”.
IV Estación: Jesús encuentra a su Madre
Junto a la Virgen, estaría San Juan.
¿Por qué no estaban con Ella todos los demás?
¿Donde estaría Judas? ¿Y Pedro..., y Tomás..., y el resto...?
¿Y nosotros?: ¿dónde estamos?
Estemos donde estemos, vamos a buscar a nuestra Madre y a quedarnos junto a Ella.
V Estación: Simón Cireneo ayuda a Jesús
Yo quiero ser otro Simón.
Yo quiero llevar tu Cruz, Señor.
Yo quiero poner mi hombro, ayudarte y hacerte compañía.
Tenelo en cuenta, Jesús.
Podés contar conmigo para lo que necesites.
No te quiero defraudar; quiero que, en mí, Te puedas apoyar.
VI Estación: La Verónica limpia su rostro
Si un amor no se manifiesta en obras, no creo que se trate de un verdadero amor.
Las obras ponen de manifiesto el amor.
Se ve, Jesús, que Verónica Te quería mucho.
¿Cuánto te quiero yo?
¿Cuáles -¡cuáles¡- son las obras que manifiestan mi amor?
Bendita contabilidad que ayuda a tener en cuenta esta cuestión.
Madre mía, ayudame a que cada día sean más las obras que haga por Dios y para Dios.
VII estación: Jesús cae por segunda vez
Jesús vuelve a caer y..., yo: continúo en mi actitud de mero espectador.
Jesús vuelve a caer y..., yo: estoy en la luna.
No tengo derecho a quedarme –cómodamente- en mis cosas.
¿¡Cómo puede ser que tenga un corazón tan endurecido?¡
¿¡Cómo puedo tener tan poca sensibilidad?¡
Jesús está en el suelo... ¿no voy a tenderle mi mano?
VIII Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Benditas mujeres que lloran la injusticia que se está cometiendo.
“-No lloréis por Mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos”, les dijo Jesús.
“-Lloraremos por nosotras y por nuestros hijos, pero queremos llorar por Vos. Nos duele verte así, Señor. Vos Te pasaste haciendo el bien y muchos de nuestro pueblo prefirieron a Barrabás y te condenaron a muerte. Lloraremos por los pecados, pero queremos llorar por Vos, por que tenemos roto el corazón”, pudieron haber respondido aquella buenas hijas de Jerusalén.
Que tampoco a nosotros nos falte corazón para llorar la pasión del Señor.
IX Estación: Jesús cae por tercera vez
Es la tercera vez que caés, Señor.
Me vienen a la cabeza: los miembros del Sanedrín, Anás y Caifás, Poncio Pilato, Herodes, Barrabás, Judas y las negaciones de Pedro, y los azotes, las bofetadas y escupidas, y la corona de espinas y las burlas, los clavos en las manos y en los pies, las blasfemias del mal ladrón y las risas de la multitud, en el Calvario.
También me vienen a la cabeza mis pecados, imperfecciones, omisiones y malos ejemplos. Señor, tus caídas me invitan a levantarme y a pedirte perdón.
X Estación: Jesús, despojado de sus vestidos
Señor, eres un “despojo humano”.
Y, yo, no consigo vivir el desprendimiento con heroicidad.
Quiero estar desprendido de las cosas y no inventarme necesidades vanas.
Si estoy desordenadamente apegado a alguna cosa...: que lo vea –que me dé cuenta, Jesús- y que la deje. Amén.
XI Estación: Jesús clavado en la cruz
El Cordero de Dios fue inmolado en el Sacrificio Pascual.
El Príncipe de la Vida ofreció su muerte como Sacrificio de la Nueva Alianza.
El Sacrificio del Divino Redentor sobrepasa todos los sacrificios habidos y por haber.
La Eucaristía es memorial de su Santo Sacrificio.
La participación en la Santa Misa nos identifica con el Corazón de Jesús, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida Eterna y nos une, ya desde ahora, a la Iglesia del Cielo, a la Santísima Virgen María y a todos los santos.
XII Estación: Jesús muere en la cruz
Jesús, cumpliste la Voluntad del Padre.
Tu alimento fue –siempre- hacer la Voluntad de Quién te envió.
Y... mi alimento ¿cuál es?
Que mi alimento, Señor, sea la oración del Padre Nuestro: “-Hágase Tu Voluntad en la tierra como en el cielo”. Que yo sepa, Jesús, responder siempre como la Virgen: “-Fiat voluntas tua” (“-Hágase en mí según tu palabra”).
XIII Estación: Jesús en brazos de su Madre
Gracias, Jesús, por habernos dejado a tu Madre como madre nuestra.
Con cuanto amor te abrazó cuando eras un bebito, cuando te perdiste en el templo, cuando te bajaron de la Cruz y tantas veces más...
Ayudame, Señor, a percibir los abrazos de la Virgen. Dame la sensibilidad necesaria para notar sus caricias y una gratitud inconmensurable para con su amor.
XIV Estación: El entierro de Jesús
¡Qué contraste, Señor¡: Tu obediencia y mi reveldía, Tu docilidad y mi orgullo, Tu libertad para elegir el bien y mi libertinaje, Tu amor al Padre y a los hombres y mi egoísmo.
El Bautismo, cuyo signo original y pleno es la inmersión, significa eficazmente la bajada del cristiano al sepulcro muriendo al pecado -con Cristo- para alcanzar una nueva vida.
Ayudame, Jesús, a renovar mis promesas bautismales y a vivir mi compromiso cristiano con todas sus amorosas exigencias. Que así sea.
P. Juan María Gallardo
Viernes Santo del 2002